día de clases cuando terminé mis exámenes. Recuerdo que llegué fascinada a casa; no sé qué me causó pero
algo muy impactante; el haber leído esé texto que yo creía era «adulto» Más o menos a esa edad, comenzaron a comprarnos los libros de la Enciclopedia Pulga cuyo
Cuando
había sido capaz de expresarse de una manera tan
extraordinaria que para siempre quedé prendado de
esa posibilidad de expresar el mundo de nuestros
* sentimientos y angustias con cierta dignidad, elegancia y hasta elocuencia. Creo que uno -al igual que Ana Frank— escribe para no morir del todo.
lema era: «El saber no ocupa lugar»; libritos de 3
pulgadas por 2, con temas como: Calígula, Leyenda del Rey Padre y del Rey Hijo, Los Nibelungos y, en las ediciones «grandes» o séase de cuatro veces el grosor, adaptaciones de Tolstoy, Dickens, Emilio Salgari.
éramos niños y
LUCE-LÓPEZ BARALT
Imagino que esos fueron los «formadores» por así
decirlo.
Mi asociación con la lectura, pues, siempre
Una de las lecturas que más imantaron mi fantasía
tuvo
visos de placer: atención de los adultos hacia una,
cuando niña fueron los
momentos de solaz, descubrimientos para romper moldes establecidos, gusto por lo furtivo, y sobre todo, el sentido de poder que trae consigo la palabra
cuentos de las Mil y una noches que me deslizaron los Reyes Magos debajo de
escrita...
la cama, con mi nombre,
e
¿Qué leyeron de pequeños y cómo les afectó en sus vidas? Varios escritores y personas cercanas al mundo de las letras contestan estas
Navidad, un período que asociamos los puertorriqueños a la felicidad de los niños, resulta un momento
viajero, hombre aventurero, viejo lobo de mar, del
mar aguadillano, y que era, en rigor, él mismo un personaje literario. Se llamaba El libro de barcos de los niños. Aún lo conservo en mis estantes. Y no me asombra demasiado ahora el que esta primera lectura haya marcado para siempre todos los textos que luego leí, algunos de ellos con singular pasión, con la impronta del viaje y de la aventura.
Creo que el gusto por la lectura -con el despertar de la imaginación como consecuencia- en la mayoría de los casos viene por los padres y madres de los niños. Si a una desde muy pequeña le ponen libros en las manos y se lo celebran, una aprende a asociarlos con algo gratificante. Ese es mi caso. Cuando muy pequeña siempre tuve libros. Además, mi mamá solía leernos mucho a mis hermanos y a mí. Sobre todo, nos leía «historias piadosas» de esas religiosas y moralistas, como por ejemplo la de un niñito que roba cosas a sus amiguitos y el diablo se le aparece en una estampilla postal. Ella lo hacía con la mejor intención de corregirnos, y porque estaban muy en boga las misiones en contra del demonio allá para los 50s. Pero, también nos leía comics. Tarzán, La Pequeña Lulú, Andy Panda y sobre todo, Clásicos Ilustrados, Hombres Ilustres,
Leyendas de América... aún cuando ya sabíamos leer, nos encantaba que ella nos leyera comics. Nos
tirábamos en un sofá.oen su cama y nos leía por quinceava vez el mimo comic... a los niños les encanta que le reiteren'lo mismo...
.
De ahí el gusto por la lectura, primero acompañad: de imágenes, y luego, el texto solo. La primer novela que leí sin imágenes fue Mujercitas de Louise May
Grimm, de Christian Andersen, cuentos españoles,
tenido en mis manos me lo había regalado un tío
MAGALI GARCÍA RAMIS
Alcott. Yo tenía 10 años y la leí en la escuela el último
portada policromada del
Mi niñez fue en gran medida atípica comparada con la de casi todos mis compañeros de época. Desde edad muy
Uno de los primeros libros que recuerdo haber
oportuno para dilucidar el tema en forma pública y sincera.
«Luce» escrito en la
ARTURO ECHAVARRÍA
inclinación por la música y aquello demarcó territorios y señaló rutas que habría de seguir hasta mi adolescencia. Era un niño pianista que también de vez en cuando componía piezas olvidables y hoy felizmente olvidadas. Más que leer libros, pues, leía en esos años partituras musicales.
reflexión sobre el libro y los niños. La
MEL)
libro. Siempre me «puño y letra» de de alguna manera hacerme arabista.
temprana, di'muestras, dicen que precoces, de mi
preguntas que sirven de preámbulo al Hamado que hacemos para una
e
pareció sobrenatural el epígrafe, de los magos de Oriente, y pienso que aquel texto remoto contribuyó a Hubo muchos otros: cuentos de
cuentos carolingios, cuentos japoneses, cuentos chinos: acaso también el conjunto de-estas lecturas contribuyó a mi amor por la literatura comparada.
Pero también hubo el misericordioso solaz de los
comics: en aquella época previa a la televisión mi hermana Merce y yo nos aficionamos a ellos con una pasión que de adultas compartiríamos con Luis Rafael Sánchez. Cuando estudiábamos en Madrid nos pasábamos furtivamente los comics de la pequeña Lulú, y Wico nos los devolvía anotados con su prodigiosa gracia. Pero la lectura más impactante de mi temprana niñez fue la crónica manuscrita de mi bisabuelo Esteban López Giménez, que fue médico en Fajardo y testigo ocular de los sucesos del 1898, que sumieron su identidad puertorriqueña en un
profundo conflicto. Mi hermana Merce y yo
conmemoratfemos el '98 publicando aquel libro somero de nuestra infancia: cien años después, nuestra puertorriqueñidad continúa en crisis.
GIEORGINA PIETRI Nací y me crié entre adultos y libros, amenazas
ambas a mi primordial fervor de establecer que la realidad no es dada, sino por crearse. My temprano me rebelé contra toda imposición de la lectura como
fuente de conocimiento indispensable en la formación
1 JAN MARTÍNEZ Mi primera incursión en el mundo de la poesía fue un poema que inventé en | primer grado después de
del ser. Mientras tanto, viajaba por mundos alternos jugaba con espíritus niños, obtenía información vedada a mis sentidos, aprendía a leer almas. Lo que los adultos llamaban «mi imaginación», con
connotación de «mis mentiras», era sólo un arduo
llamaba Taíno. Aquellos textos no eran otra cosa que
entrenamiento de lo que iba a ser. Detestaba leer, aunque vivía la experiencia libresca y la literatura oral en las anécdotas de cuando los adultos eran niños, en la poesía que me transportaba hacia mí misma, en algunos cuentos no escritos para niños. Es que entonces, a la edad de cinco a siete años, mis destrezas de lectura a nivel de cartilla no estaban a la par con mi capacidad de lectura y escritora en cierne. A los nueve años Mami me jugó una buena mala jugada. Nos leyó, a mi hermana y a mí, Mujercitas de Louise May Alcott. Me fascinó por lo que después la critiqué por su elogio al sufrimiento. Tenía, como mis viajes, esa posibilidad de realidad alterna. Cuando más interesada estaba en ese mundo, mami se negó a
reimpresiones de lecturas que había efectuado de
leernos la continuación, Aquellas Mujercitas. Antes
Bécquer, Nervo, Lloréns Torres y José Antonio Dávila
de Alcott. Ahora pienso que la insistencia del personaje de Jo en escribir «su realidad» me ayudó a
que la maestra, Misis
Marrero, preguntara quién sabía un poema. Yo me levanté y dije aquel texto
del cual no recuerdo
ningún verso pero sí que trataba sobre la muerte y los cementerios. Lo curioso es que yo no escribí ese poema sino que lo dije de memoria. No recuerdo exactamente cuándo escribí mi primer poema. Lo que sí recuerdo es que mis primeros versos los publiqué en un semanario de mi pueblo de Vega Baja que se
escritores finiseculares y modernistas como Darío, de quien recuerdo con particular emoción Vendimia y Motivos de Tristán.
La primera lectura en el ámbito de la prosa que me impactó profundamente fue El Diario de Ana Frank,
aquel libro sincero y conmovedor fue para mí ina
revelación; una niña de mi edad para aquel entonces,
12»Diálogoediciembre 1997
de los diez años había terminado las obras completas intentar escribir mi realidad por crearse.