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A. O TUTI.AL
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vi~ morir ~n La dama de las 'Cam elias, tan efectista y tan brillante, difícilmente e persuade de que sea la misma actriz Incomparable; ni. la misma ·mujer extraordinaria. La Fedra de anocb~ rayó ·en lo sublime. El terrible ter· cer acto, lo más hermoso tul \"ez de R.acine, aque. lla pasión formi. dable que se aso. ma á los ojos yque vacila 'en los labios y que bulle hirviente en el alma, vibra en Sarah con fuerza · que arrebata. iQué brío adquie· re en su labios el verso robu. tol ¡Y qué ademanes! Allí húbiera yo querido tener á mi ilustre amigo Querol ó al insigne ·Benlliure, par a que sorpren· dieran todas las · posturas que pu ede tomar la bellcM.. rao ;\1.uo, au tor deL~ ,)faja. · za transportada . por elamorquese · duele, por el dolor que se expande, por la expansión de un alma que se agota. P ero no llega, no;· no llegaSarah en Fedra á la entral'la d~l ptíblico, COf!t O llegó en la 1osca, como llegÓ en Marga . rzta, co~o llega r~ en Gismonda. En estas obras en que la gran art1 ta e retuerce como poseída, y. sus nervios pueden lanza rse á carrera sin freno, el público que no entiende lo que dice, iente lo que hace, y 'adivina, porque se le 174
SAltAR DtRI'RAltDT
mete por;•os ojos todolo que sucede en eJ ánimo del per• sonaje. · 1 O~nse á !partido los clásicos y sus defensores. Bien se
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está el Papa en Roma, y bien se está Racine en el libraco empolvado, que r epasaremos á solas cuando á ello nos in· · citen en sus horas negras las grandes nostalgias. · 170