LA ,lo. TER!fA CUESTt ÓI'I
CL A O T&loTilAL
l·ulada doncel L.'\, ¿e!> extraf1o que perciba el contraste tre· m~rido entre la madre, toda dtslealtad , y la hija , toda pureza? Y percibido el contra te, en toda su trascendencia mor 1, ¿e extraf1o que ~ la hora segura del hastío por el amor carn 1 torpemente gozado, siéntase la nostalgia del a mor hon to bu cado en·vano? Esa. tendencia ingénita á la sencillez primitiva que tanto más viva se. siente .cuanto mayor refinamiento se alcanza, ¿por qué no ha de rn anifest:.rse en el amor, como ·e manifie ta, por ejemplo, en·el estómago que harto de cocinas fuertes y especiadas busca el manjar simple y ano? Si nunca se de ea tanto la liber tad, como en la prisión, ·¿ porqué el corazón prisionero de un a mor que necesita e. conder e, no ha de sentir ansias por la.lÍbertad de un ·amor que cara al sol pueda abrirse? Si el mismo cansancio mater~al que inme4iatamente sigue al placer , ·e o que pudiéramo. llamar melancólico crepúsculo· de los entido , predispone á cierta beatitud, á una. delicada infinita ternura que todo h mo sentido, ¿por qué no suponer al Mendoza del dnima dé Ga par vislumbrando en·la tormenta del amor incon!e abk, el . cielo sereno del amor legitimo; en el cansancio sin reposo del placer adulterino, la dulce y tranquila fatig'!- del placer santificado? En el lecho robado, del que hay que huir apenas e Üega, ¿cómo no pen ar en el propio? Puc por este natural e tado del ánimo de Mendoza, ex·plíca e su nmor á mparo, y por una instintiva re pu ~a n cia que todo esp!ritu no encanallado iente del incesto, explicase que refléxione , y huya -de la ma~re á quien ya no ama y de la hija en quien ya adora. Por esto es admirable el tercer acto del drama, no sólo la escena que unánilJles han elogiado los críticos y el público, sino todas la del· acto. Terminado· el segundo con una escena entre el padre y la nil'la, que es un idilio de todas las ternuras, aquel tercer acto de vibrante é Intensa fibra dramática e~ una elegía que llora y que saDgr a, de todas las pasiones ho tig'adas por'terrible fatalidad. Fatalidad implacable para todos: para el amante á quien , arrebata en uh momento el cuerpo que acarició y el alma que codicia; para·la mujer á quien de una \'ez despoja del 214
hombre que la enloqu~¡:ce, del carifio filial que la desdefla, del honor que se énloda y del marido que le vuelve la espalda; para el esposo que pierde en un solo naufragio la fe ' en la amistad, el nombre sin mancha, la confianza en la mujer y la alegria de la hija; y para la pobre nitla inocente que con la culpa de los demás se entera de la baja condición del amado, del pecado imperdonable de su madre, del infierno en que su padre se·consume, de su propia desdicha sin horizontes de esperanza .
Este es el pensamiento de Gaspar, la solución más cruel, pero más humana que en el a rte ha aléanzadq_ la eterna cuestión del· adulterio . El pecado castigado con el pecado mismo, con su propio drama qu~ sólo puede terminar la muerte. La falta purgada en sus propias dolorosas COI.J-Secuencias. La deslealtad de la mujer castiga~a con las an· g ustias de la madre; el juez y el r eo es ·un mismo cuerpo; la cadena no puesta al pie, sino incrustada en el coraz~n ; el estigma no en la fr ente, sino e n 1~ pro?ia alm as~ ~rru gas que lo encubran con los afios, sm afe1tes que lo dlstmulen con la hfpocresfa. · . Un dra ma que tiene por dentr o todo esto y mucho más · que aquí no cabe, y que por fuer a es la obra correcta de admirable ar tista, ¿n.o es dra ma digno de mejor suerte ~ue la que le deparar an un público ·ineducado y una crítica impresionable .