Zona de Carga y Descarga (mayo, junio, julio 1973)

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Y LA

El yo en la imaginación de los otros.

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El yo proustiano es un yo totalmente inmerso en la sociedad, a tal grado que, a pesar de la preponderancia que cobra Albertina a fines de La Prisionera y en La Fugitiva, la referencia y el contacto con esa sociedad no se pierde nunca. Podría acaso parecer que al principio y al final se abstrae casi por completo de ese medio social, pero en realidad, al principio se marcha hacia él, al final se regresa. Y si bien es verdad que gran parte de la obra se regodea en la sociedad formalmente constituída como alta sociedad o aristocracia -la sociedad que pasa su vida en los salones y los saraos-, no por eso escasean vislumbres de otras partes de la sociedad: la alta burguesía, los siervos y alguna que otra vez hace su aparición también el proletariado ( 1echeras, choferes de taxi, mozos , ascensoristas, custodios de excusado). Sin embargo, Proust está muy lejos de interesarse por la sociedad en cuanto sociedad, de afanarse por comprender su naturaleza, el · predominio de la estructura social sobre el individuo o de reflejar teóricamente el poder práctico que en el siglo XI X alcanzaron las masas frente a los intereses del individuo. No faltan las observaciones sobre tendencias y la constitución de la sociedad, pero esto es más bien a modo de consideraciones dispersas, a menudo sin consecuencia alguna y nunca con pretensión a erigirse en sociólogo. No lo podría ser un escritor que afirma que el individuo sirve más para entender a la sociedad que lo que sirve la sociedad para entender la individualidad. ( 11 330-111 337) En verdad, la sociedad para Proust tiende siempre a descomponerse en individuos y los comportamientos sociales en última instancia pueden retrotraerse a conductas individuales. La sociedad no es más que otra etapa, otra condición del hombre que se persigue en la Recherche. Oe prueba puede servir por ej. la ausencia notoria de los elementos esenciales de la sociedad burguesa como la preocupación por el dinero o el trabajo, la Iglesia Católica, etc. Nosotros, que perseguimos el desarrollo de la conciencia proustiana, no podemos esperar, dada esta circunstancia, que se nos presente el papel que tiene la sociedad en el desarrollo de la conciencia. Parece más adecuado fijarnos en el modo cómo ese desarrollo de la consciencia se refleja en la sociedad y qué relación se entabla en última instancia entre una y otra.

La relatividad proustiana ataca de raíz la supuesta absolutez de los escalafones sociales. "La óptica de las escalas sociales hace suponer a todos que la mejor posición es la que uno ocupa." (1 770-11 394) El principio podría parecer absurdo a la sociología, que tanto persigue la objetividad, que a tal grado está convencida de la presencia fáctica de clases superiores e inferiores. Sin embargo, ni siquiera la sociología puede eliminar del todo la nota de relatividad del sufijo -ior. Bastará tomar en cuenta el punto de partida subjetivo si lo que se quiere es entender a cabalidad el principio de Proust. Lo que aquí se afirma no es más que cada yo es en el fondo un centro desde el cual irradia y se constituye toda una escala social. Dicha escala no es inmóvil y permanente, sino que cambia continuamente al estilo de un caleidoscopio, en donde cada persona representaría un movimiento y una figura distinta. No creo que Proust pretenda negar el sentimiento de inferioridad en algunas clases sociales. (El snobismo, por ej., se haría imposible entonces). Más bien pretende afirmar que ninguna posición social es total o absolutamente negativa. Siempre habrá otros inferiores a nosotros, o sea, el inferior en último caso es siempre el otro. Y lo mismo ocurrirá también hacia arriba: lcuándo se llega a la posición absolutamente superior? Lo prueba la máxima representante de la aristocracia del Faubourg, la duquesa de Guermantes. La clase social resulta entonces una proyección de la subjetividad. Y es que la subjetividad necesita situarse en su mundo, para situarse tiene que proyectar escalas, trazar perspectivas, crear, entre otras cosas clases sociales. El hombre no es alguien en s~ mundo, en su sociedad, sino se integra en su clase y toma distancias respecto de los otros a base de esa misma situación que se ha creado. Pero Proust hará depender la clase social no sólo del amor propio sino también de la imaginación de los otros. No se trata pues de la pura subjetividad sino del juego entre las distintas subjetividades, las cuales, en su flujo y reflujo continuo, plasman tanto la persona como su situal dentro de la sociedad. Precisamente el snobismo deja ver claramente esta fusión de los dos elementos. El amor propio será la verdad del snobismo, pero ese amor prooio se enciende sólo a condición que la posición social del otro se convierta en

elemento de la imaginación mía. Por eso todas las virtudes y defectos se reparten equitativamente entre todas las clases sociales. Proust no es ni el escritor de la aristocracia (el tratamiento que da a los Guermantes lo probará) ni del proletariado, del cual lle~ a sospechar que hay en él más duplicidad que en la aita sociedad. (11 826-I V 260) No hay distinciones morales esenciales entre .uno Y otro· ambos pueden ser tan mezquinos Y tan generosos como los otros ambos pueden sufrir el snobismo. De hecho: I~ .marquesa del urinario se cree en el mejor s1t10 del mundo, selecciona a sus clientes a su modo Y de su conversación dice la abuela del narrador· . · "E ra cosa de los Guermantes y del cotarnllo de los Verdurin a más no poder " (11

309-111 352).

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E~ amor propio Y la imaginación de los d~mas ta~poco están tan lejos de la rancia

aristocracia par· · - . . 1sma - 1a unica clase social que ~ro~st capta en su diferencia esencial- ni si~uiera de 10 que suelen creerse sus virtudes mals excelsas: el favor a la inteligencia y al ta ento la nat 1-d · , ..' ura ' ad, la cortes1 a y la amabilidad. El aristócrata, al aceptar el papel que el · · d nacimiento le deparó parece con ena~o más que nadie a descon~erse Su personalidad es u d · demás p na. ver adera creación de los . f . ' or eso su vrda en sociedad resulta una '" ·~•ta comedia: comedia de la cortesía de la sencillez de la · t d . . ' D ' . vir u , de la mtehgencia etc in~els~tr~d1l~ión por la inteligencia lo~ ua es, roust se ocupa de dejar en 1 e aro que en el fondo sólo se trata de una falsa

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