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ARQUEOLOGÍA BÍBLICA CON UNA CONEXIÓN ESPIRITUAL

Han pasado casi cincuenta años desde que por primera vez conocí lo que era la arqueología bíblica. Recién cumplía mis trece años cuando mi tío abuelo, el obispo Omer C. Lawson, llegó a nuestra iglesia local con unas diapositivas, un proyector (oh, sí) y una sábana para colgar en la pared como pantalla. Poco sabía que aquella noche me cambiaría para siempre y encendería una llama en mi corazón que ardería por el resto de mi vida. Las diapositivas eran sobre un viaje reciente que mi tío había hecho a Tierra Santa. Lo menos que puedo decir es que estaba fascinado. Mientras él pulsaba el proyector para pasar de una diapositiva a otra en la pantalla improvisada, yo estaba atónito ante el descubrimiento en Tierra Santa. Los lugares sobre los cuales había leído y oído hablar de repente se tornaron reales y tangibles, tales como el monte del templo, el huerto de Getsemaní, el monte de los Olivos y el mar de Galilea. Eran lugares que Jesús visitó, ¡y ahora yo también quería visitarlos!

Pero pasaron cerca de veinte años antes de que hiciera el primero de muchos viajes a Israel (Tierra Santa) para estudiar por mí mismo su historia y cultura bíblica. En la actualidad, visito las iglesias y muestro mis “diapositivas” con la esperanza de iluminar a otros acerca del impactante conocimiento que es evidente a primera vista en las Escrituras. Este es realmente el corazón de la arqueología bíblica: descubrir el pasado para ayudarnos a ver la Biblia a través del lente de su contexto histórico distintivo. A veces la arqueología desentierra algo más que artefactos; en ocasiones revela luz espiritual de una forma tangible y metafórica. Un ejemplo de esto son las impactantes enseñanzas espirituales que podemos extraer de la antigua lámpara de aceite.

La naturaleza misma de Jesús, el Mesías, revelada en la antigua lámpara de aceite

En Isaías 42:3, citado en Mateo 12:20, el profeta dice del Mesías: “…ni apagará el pábilo que humeare...”

Pero, ¿qué significa esta frase?

En la antigüedad, las mechas de las lámparas de barro eran de lino. La mecha se colocaba en la parte frontal de la lámpara para que se pudiera encender fácilmente. Cuando la llama se comenzaba a apagar y quedaba solo una pequeña chispa, la mecha empezaba a humear. Ahora, imagínese a Jesús, el Mesías, caminando junto a esta lámpara. ¿Se acercaría y la apagaría, o soplaría la llama para que reviviera? Mateo 3:12 dice que “…su aventador está en su mano”. El “pábilo que humeare” se refiere a la naturaleza bondadosa y compasiva del Mesías.

Estoy seguro de que Jesús muchas veces pasó por mi lado y vio que mi luz era tenue y solo me quedaba una chispa. Pero en Su misericordia, no me dijo que era indigno ni se acercó y me apagó; sino más bien, a través de Su Espíritu Santo, sopló la llama dentro de mí y la hizo revivir.

Él es la luz, y nosotros somos la luz del mundo

Hay un título especial que Jesús se adjudicó a Sí mismo y a Sus seguidores.

En Juan 8:12, Jesús declaró: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Luego, en Mateo 5:14, dijo de Sus seguidores: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”.

Los que escucharon a Jesús no asociaron la luz con lámparas modernas o farolas. Como mencionamos anteriormente, la luz en la época de Cristo eran lámparas de aceite hechas de barro.

En el primer siglo y antes, la mayoría de las lámparas de aceite que se utilizaban en los hogares eran pequeñas y podían llevarse en la mano o colocarse en una repisa o en un rincón. La imagen a continuación es una representación de una lámpara más antigua, de alrededor del año 1,000 a.C., cerca de la época del rey David. La utilizo [como ejemplo] porque los elementos importantes de su existencia y uso son visibles.

Un estudio de estos elementos revela lo siguiente:

• Las lámparas eran hechas de barro (tierra), y nosotros también. Fuimos creados del polvo (barro) de la tierra. Génesis 2:7 dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…”

• Las lámparas fueron hechas a mano, y nosotros también. El hombre fue formado por las mismas manos de Dios (Génesis 2:7).

• En su interior se colocaba una mecha de lino (luz). El espíritu dentro de nosotros es la luz del Señor. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre”.

• El aceite de oliva era utilizado como combustible, y era absorbido por la mecha. Cuando el Espíritu Santo (simbolizado por el aceite) es derramado sobre nuestros cuerpos (Su templo), nuestro espíritu es bautizado (sumergido) en ÉL. El aceite de la unción es usado en las Escrituras como una metáfora del Espíritu Santo. El vocablo hebreo para mesías (mashiach) significa “ungido”. Jesús proclamó que Él era el Mesías, diciendo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres” (Lucas 4:18).

• Por último, la lámpara de barro debía tener un encendedor, algo que encendiera la mecha empapada de aceite. Para el cristiano, el encendedor es la Palabra de Dios. Jeremías 23:29 dice: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” El Salmo 119:105 dice: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. El profeta Jeremías proclama: “…tus palabras arden dentro de mí; ¡son un fuego que me quema hasta los huesos!” (Jeremías 20:9).

Oración: Señor, haz que tu Palabra encienda un fuego dentro de mí. Enciende la mecha de mi alma [que ha sido] bautizada con el aceite del Espíritu Santo para que, por tu poder, también pueda ser una luz para el mundo, una luz de amor y de verdad. Amén.

Terry Barnwell

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