Memorias del Premio Espejo. Tomo I 1975-1984

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Premio Espejo

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9.Benjamín Carrión da una clase sobre Benjamín Carrión, Reincidencias, Anuario del Centro Cultural Benjamín Carrión, No. 3, diciembre de 2005, p. 299 10.En entrevista concedida el 21 de agosto de 1967 a Diego Oquendo, entonces periodista del diario capitalino “El Tiempo”, al contestar una pregunta sobre si la Casa “es un trago amargo”, contesta literalmente: “Presenta una seria dificultad: uno se topa, tarde y mañana, con seres colocados en un nivel de genios para arriba”.

mismo sorprendentemente fugaz, Carrión vuelve a la Casa de la Cultura y se reencuentra con ella luego de largos cuatro años de ausencia. Pero las cosas ya no son como antes. En cierta medida, había perdido vigor la generación que la fundó, sea porque muchos de sus integrantes habían salido del país, sea porque no pocos habían envejecido o fallecido; en cierta medida, también, las condiciones económicas del país habían mutado y la estabilidad política de los años cincuenta se había esfumado de improviso. Estas circunstancias impidieron que Carrión, en algo más de dos años en los cuales ejerció la presidencia de la Casa, pudiera igualar el ritmo de trabajo y obtener el caudal de resultados que consiguió en su primera administración. Es en este periodo que Losada de Argentina publica su Pensamiento vivo de Montalvo (Buenos Aires, 1961), parte de una afamada serie de volúmenes en la cual colaboran los más prestigiosos escritores, y que los talleres de la Casa de la Cultura editen su segunda novela, Por qué Jesús no vuelve (Quito, 1963). Respecto a esta última, su aparición confirma que Carrión es más ensayista que narrador. El derrocamiento del presidente Arosemena Monroy por las fuerzas armadas, en julio de 1963, genera una persecución a todo asomo de izquierdismo con destierros, y prisión. Carrión deja la presidencia de la Casa y abandona el país rumbo a México. Allí se reencontrará con viejas amistades, ejercerá la cátedra en la UNAM y borroneará varios escritos que se publicarán luego, como su Antología de José Carlos Mariátegui (México, 1966), parte de un frustrado tercer volumen de sus “santos del espíritu”. Al derrocamiento de la Junta Militar de Gobierno, producido en marzo de 1966, un inf lamado movimiento juvenil de intelectuales concluyó con la toma de la Casa de la Cultura en agosto del propio año. Rescatar del inmovilismo a la ya venerable institución, desalojar a una serie de intelectuales

que se habían comprometido, directamente o indirectamente, con el régimen militar y, afirmar que es el pueblo el único que podía sentirse dueño de la entidad, fueron los principales postulados de esta “revolución cultural” que presionó a un régimen, débil por su condición de interino, a una reforma de la ley y los estatutos de la Casa. Uno de los resultados de esta “transformación” fue el retorno de Benjamín Carrión a la presidencia de ésta. Será la tercera y última administración de quien, en una conferencia que mucho tiempo después dictaría a estudiantes de secundaria, confesaría: “toda mi biografía casi, se encuentra en el capítulo fundacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana” 9 Periodo muy breve de transición éste que Carrión ejerce de nuevo la presidencia de la Casa. Y si las cosas ya fueron relativamente complejas en su segunda administración, en esta tercera serían difíciles y hasta molestosas. 10 Posesionado casi a finales de 1966, ya a inicios de 1968 es designado por el régimen de Otto Arosemena Gómez como embajador en México, marco más que apropiado para que, con todos los honores, reciba del gobierno mexicano el Premio “Benito Juárez” por méritos cívicos y culturales. De esta época serán sus ref lexiones sobre la historia patria condensadas en un libro que ha tenido fortuna como primera aproximación a la raíz y destino de nuestro Ecuador: El cuento de la patria (Quito, 1967) que, pocos años después, serán complementadas con su Raíz y camino de nuestra cultura (Cuenca, 1970). El Premio “Benito Juárez” consagra a Carrión como figura continental, sin duda. En aquel momento de su vida -había sobrepasado los setenta años- se había convertido en indispensable referente de la cultura ecuatoriana y en uno de esos venerables personajes a los que se recurría para convertirlos en una especie de marca de identificación nacional, lo que se prueba, repetidamente, a su regreso al país. Conferencias,


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