El muro Mediterráneo

Juan V. Martín Devesa Historiador

En plena Guerra Civil Española, hacia finales de 1937, el gobierno de la Segunda República diseñó un proyecto de defensa de la costa mediterránea ante el peligro de un desembarco del ejército sublevado, al mando del General Franco, con el apoyo de la Marina Italiana. Con la vocación de otros grandes sistemas defensivos similares, se le conoce como el Muro Mediterráneo.

El plan contemplaba la construcción de una serie de estructuras de vigilancia, control y contención desde Almería hasta Girona. Cuarteles, bunkers, baterías de artillería, trincheras fortificadas, túneles, refugios y nidos de ametralladora componían esta línea de defensa que se extendía a lo largo de más de 1300 Km de costa. Algunos de los enclaves eran grandes complejos militares como el del Coll de Balaguer, en Tarragona, o el del Cabo de Santa Pola, pensado para la defensa antiaérea. Los puertos más importantes contaban también con conjuntos de baterías artilleras, polvorines y bunkers de gran capacidad. En total se construyeron más de 3500 estructuras. Sin embargo es difícil precisar su número exacto ya que terminada la guerra la mayoría fueron abandonadas y, con el tiempo, los distintos puestos de defensa fueron desmantelados, sepultados, utilizados como relleno de escolleras y puertos, sumergidos, o incluso, dinamitados. También los ingenieros, arquitectos y maestros de obra que ejecutaron las obras fueron represaliados tras la victoria franquista acusados de traición. Desde el punto de vista de la arqueología industrial, este conjunto es de los primeros ejemplos en la Península Ibérica de líneas defensivas planificadas según la ingeniería militar moderna, con construcciones de hormigón armado y encofrado. Otro ejemplo similar es el denominado Cinturón de Hierro de Bilbao. Seguían principios similares a los que se usaron durante los años 30 en la construcción de la Línea Maginot o el Muro Atlántico, durante la Segunda Guerra Mundial. Al quedar abandonadas y sin ningún uso, todas estas estructuras fueron perdiendo su imponente aspecto militar. La corrosión y la erosión del agua del mar atacaron sus muros, sufrieron actos vandálicos, se usaron como escombreras y basureros, se llenaron de pintadas… quedando muchos de ellos irreconocibles.

Como suele pasar con buena parte de nuestro patrimonio histórico, con el paso del tiempo lo cotidiano se vuelve invisible. Así nos acostumbramos a ver aquellos grandes cubos de hormigón sobre las playas olvidando lo que fueron. Se usaban como podio para pescar, para tomar el sol o como trampolín, hasta que el mar, poco a poco, los fue llenando de piedras y se los acabó tragando. Algunos de estos nidos de ametralladora terminaron siendo incluso los cimientos de edificios, como el que está en el Racó de Loix en Benidorm, que es la base de la terraza de un hotel. A lo largo de la Bahía de Altea llegaron a haber hasta nueve nidos de ametralladora, que también han ido desapareciendo. En algunos casos su cercanía a la orilla hizo que no resistieran el embate directo de las olas durante más de sesenta años. En otros, el mar ha socavado su base y han terminado sumergidos. Otros han acabado como relleno del puerto o el paseo marítimo. Sin embargo existe un nido de ametralladora que gracias a sus peculiaridades, se ha preservado casi intacto.

Nido en Altafulla

Nido de ametralladora bajo el Hotel Nadal - Benidorm

Bunquer de l'Olla años 80

Para empezar, sus cimientos son especiales. A diferencia de muchas de estas estructuras, construidas directamente sobre los cantos rodados de la orilla, el nido de ametralladora de l’Olla se asienta sobre una playa fósil. Formada hace más de cien mil años a causa de la subida de nivel del Mediterráneo, acabó creando un grueso estrato de roca sedimentaria, una gran losa de piedra que le sirve de sólida y resistente cimentación. Pero el valor geológico del Cap Negret y la Cala del Soio no termina en su playa fósil. Sus características han hecho que recientemente se haya declarado Monumento Natural para proteger los restos de un afloramiento volcánico que datan de hace unos 220 millones de años. Desde época romana la lava petrificada de este antiguo volcán se ha explotado como cantera de pórfido, una roca de extremada dureza, tanto que en algunos pueblos de la comarca se la conoce como pedra de ferro. Durante el siglo XIX se extrajo gran cantidad de este mineral para la elaboración de adoquines y bordillos que pavimentaron las calles de muchas ciudades, explotación que se mantuvo hasta el primer tercio del siglo XX. Estos trabajos generaron gran cantidad de arena y lascas de pórfido que se amontonaban junto a la playa y que todavía hoy podemos encontrar en las inmediaciones. Los restos de roca volcánica fueron utilizados como arena y grava en la confección del mortero del nido de ametralladoras de l’Olla. La abundancia de este material permitió a los operarios, sin saberlo, la elaboración del hormigón más robusto que se conoce. La versión más antigua de este mortero era el Opus caementicium pozzolano, inventado por los ingenieros romanos y utilizado para la construcción de puertos y grandes estructuras por su gran resistencia y durabilidad.

Esto ha hecho que el conocido popularmente como Refugio o Bunker de l’Olla se haya mantenido prácticamente intacto. La erosión del mar no ha atravesado sus paredes ni tampoco ha socavado sus cimientos a pesar de que las olas rompen sobre sus muros. Impasible, ha soportado casi 85 años como testimonio visitable de nuestra historia y patrimonio colectivo.

Interior y puerta de acceso del bunquer de l'Olla

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