al-Ghurabá 14

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ISLAMOFOBIA Y TOLERANCIA CON EL SALAFISMO. ¿Extremos opuestos del mismo error? La define como “una corriente supremacista, que proclama su superioridad sobre los demás religiones e ideologías; totalitaria, puesto que desprecia el diálogo y busca imponerse; y mesiánica, convencida de que en última instancia será victoriosa”. Es cierto que no todos los salafistas son terroristas, la gran mayoría son quietistas y rechazan tanto entrar en política como el uso de la violencia, pero ojo, no renuncian a restaurar el Califato, simplemente optan por una estrategia a largo plazo, formar y educar a los musulmanes en su doctrina para cambiar el mundo desde abajo. Su objetivo es atraer a adeptos y aislarlos en la medida de lo posible de las sociedades infieles e impuras en las que viven, su estrategia es a largo plazo y sus armas son la predicación y la demografía. Obviamente en materia de integración (musulmanes extranjeros) y conviviencia (musulmanes españoles) esa forma de pensar no suma, resta. Su ideología exige un compromiso absoluto con su forma de entender el Islam, aunque eso provoque que aquellos que residan en sociedades no musulmanas entren en contradicción con las comunidades donde viven y acaben desconectando culturalmente con los países de acogida. Eso para aquellos que nos preocupa el auge de la Islamofobia es intolerable. No podemos permitir que una doctrina minoritaria y sobradamente relacionada con el terrorismo yihadista (no todos los salafistas son terroristas ¿pero cuántos yihadistas no profesaban el salafismo?) abandere el movimiento islámico en España, algo que ya está sucediendo en las ciudades autónomas y en Cataluña, donde cuentan con unos ochenta oratorios. Incluso en su vertiente quietista es una doctrina que contamina la visión que los no creyentes tienen del Islam y precisamente por ello no debería temblarnos el pulso a la hora de señalarla e incluso prohibirla. Estoy convencido que entre el criticado “Islam a la carta” del que reniegan los más puristas y la doctrina salafista existe un espacio por ocupar, amplio, donde sea perfectamente compatible ser un buen musulmán e incluso creer que sus creencias son las únicas correctas (un cristiano seguramente piense lo mismo) y al mismo tiempo mostrar empatía con las sociedades de acogida o las corrientes mayoritarias.

Es así como se demuestra que realmente se está interesado en favorecer la convivencia entre distintas religiones y culturas. Por ejemplo, el Islam que se enseña en la Mezquita de la Alquería de Rosales de Granada y que debería tener mucha más notoriedad y relevancia de la que tiene. Otros que persiguen sus objetivos por vías pacificas y mirando el largo plazo son los salafistas que optan por la vía política. A diferencia de los quietistas, ellos apuestan por un programa político que les permita gobernar y cambiar la sociedad desde las élites, no desde el pueblo. En Egipto lo consiguieron y poco tiempo después fueron expulsados y encarcelados tras el golpe de estado perpetrado por los militares. Aunque alguien considere que fue un alivio, es innegable que los Hermanos Musulmanes habían ganado las elecciones, y por lo tanto eso genera un sentimiento de agravio y una desafección que a día de hoy ya está calando entre los jovénes y alimentará durante décadas el discurso de los futuros salafistas. Algunos consideran que es un error englobar a todo el salafismo como si fuera un único cuerpo. Bajo el pretexto de que cualquier movimiento radical, mientras no sea violento, no es peligroso y que en España la población musulmana es minoritaria y en consecuencia un hipotético partido salafista no estaría en condiciones de alcanzar cuotas de poder significativas, consideran que es alarmista acusar a los quietistas o políticos de ser una amenaza. Otros quizá crean que e prohibir sería contraproducente porque esa medida no garantiza que se desarraigue sino más bien lo contrario, sus partidarios se esconderán y dificultarán aún más labor de las personas que velan por nuestra seguridad. Creo que el salafismo político sí es un amenaza porque a fecha de hoy ya influye en el poder local de ayuntamientos y municipios, O bien enviando fatuas en las que se indicaba que partido se debía votar, como ocurrió en Melilla o bien ofreciendo el voto de su comunidad al político que fuera más favorable y "tolerante" son sus intereses. Por otro lado, es posible que sea mejor tenerlos "localizados" pero no deberíamos subestimar el riesgo que supone para España que se permita la propagación de una doctrina que fomenta actitudes que generan episodios de Islamofobia de los que después se aprovecha.

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