Cinosargo febrero 2011 número XXXIII

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encarnado mujer, no habría siquiera alcanzado a salir de la casa, menos iba a poder enseñar en el templo o tener discípulos). Pero no se trata sólo de María. En el texto evangélico ya no hay el tono del Eclesiastés (36-21,27), en que la mujer es "una ayuda a él permanente y es columna donde apoyarse". No hay la voz de los Proverbios (31-11,31) en que la mujer es "el alma del hogar", y no sólo debe atender a su familia y su casa sino que además debe hacer trabajos productivos, venderlos para aumentar el presupuesto del hogar, mientras el marido "se sienta con los ancianos de la tierra". Todo lo contrario. En una de sus visitas a Betania, felicita Jesús a la hermana que permanece sentada compartiendo la conversación con sus visitantes en lugar de dedicarse a labores domésticas, a las cuales claramente otorga una importancia secundaria. Se desarma, se desmitifica el concepto de la mujer dueña de casa. Se incorpora al grupo de discípulos o seguidores una mujer que ha sido "de mala vida". Jesús tiene contacto incluso físico con mujeres doblemente impuras, como la samaritana del pozo a quien pide agua, la prostituta, la adúltera, la mujer con flujo de sangre quien lo toca y él no se considera manchado. Más adelante aparecen mujeres no casadas que forman parte de la comunidad. En las cartas de los apóstoles y en el Libro de los Hechos, se percibe la existencia de hombres y mujeres en las primeras comunidades. Aparece una diaconisa, Febe. No se sabe si este sería un caso habitual o extraordinario. Desgraciadamente este primer período parece ser sólo una breve tregua antes de retornar al discurso del Levítico. En las cartas de Pablo se observa que, de nuevo, la mujer es impura. Por ejemplo, debe cubrirse la cabeza para no "deshonrar al que es su cabeza" (I Cor. 11,3) "El hombre no debe cubrirse la cabeza porque él es imagen de Dios y refleja la gloria de Dios. Pero la mujer refleja la gloria del hombre...". Además, recomienda al hombre que ojalá se conserve como él, Pablo, sin casarse, célibe. Incontaminado por esta criatura manchada que es la mujer. Y luego, doloroso misterio, resulta que los "padres de la Iglesia" que vendrían después, desde Agustín y Tomás de Aquino hasta Juan Pablo II, con alguna posible excepción como Juan XXIII, han tomado y desarrollado la concepción de mujer de Pablo y sus antecesores, en lugar de basarse en palabras y hechos de Jesús en su trato y consideración de la mujer y lo femenino. En mi opinión, y seguramente también en la de otras mujeres, resulta doloroso y traicionero y antievangélico además, el que a pesar de promover la irreprochable devoción a la madre de Dios (convirtiéndola eso sí en un ser etéreo desprovisto de su calidad humana y de hembra), por otra parte se hunda al resto de las mujeres, a las pecadoras, en la antigua y terrible condición de representantes de la impureza. A la pregunta de ¿qué pasa dos mil años después? quiero responder, aunque sin respaldo científico para mi afirmación, que me parece evidente que en la iglesia católica como en otras iglesias cristianas, la situación de la mujer no ha evolucionado. Entre los católicos, incluso laicos, incluso mujeres, abunda el rechazo de plano a que la mujer sea ordenada, provoca sonrisas torcidas el imaginar a una mujer consagrando el pan en el altar o escuchando confesiones. Se incentiva y premia sin embargo la labor femenina dentro de lo social. Recordemos a Teresa de Calcuta y tantas otras como ella. [14]


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