Revista El Camagüeyano Libre 2014 03

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eláez

Recordando aE Mirtha P

“Una de las cosas que más me gustan de ella es que se parece a June Allyson”. Así me dijo una tarde en San Jacinto mi inolvidable amigo René López cuando comenzó a noviar con ella en la década de los 50. Tenía razón. Mirta tenía esa dulzura especial en la sonrisa que había hecho famosa a la artista de Hollywood. Parecía cantarle a la vida. El corazón en calma entrelazada a la mirada inteligente. Pasó sus primeros años con

su hermano menor Marianito en la colonia azucarera La Margarita propiedad de sus padres, Mariano Molina y Lilia Agero. Estudió en el colegio El Teresiano graduándose de bachiller con la hazaña única de haberle obtenido 100 puntos en Química al catedrático más exigente del Instituto en aquel entonces, Morán, quien se vanagloriaba del buen récord de suspensos que había proporcionado en su larga y tenebrosa carrera. Posiblemente esto influyó en su decisión de estudiar Farmacia en La Universidad de La Habana. Marchó al exilio en 1961 ya casada y con su primer hijo, René Mariano, de apenas un año. Vinieron luego dos hijas, Lilia y Annette. Aunque trabajó por breve tiempo como farmacéutica en Camagüey, prefirió no continuar la carrera. Supo balancear muy bien los quehaceres del hogar con su aporte profesional en diferentes bancos de Miami. Fue el ancla y motor de la familia. Madre y esposa ejemplar. Recordamos con cariño sus creaciones de repostería con las que ponía el toque final a las aventuras culinarias de su esposo René. Hay un dicho que dice que el amor entra por la cocina, pues en este caso, entró y se quedó en las interminables cenas que hacíamos en su casa, con flores en los manteles y música de los Four Freshmen. Mirta nos deja sus muchas virtudes, sobre todo su alegría de vivir. Esa energía espiritual de estar siempre contenta, esa bondad de ver el lado positivo de las cosas, de no hablar mal de nadie, de no mencionar defectos. Nunca la vi cansada. En aquel velero que compraron, Cheers, lo hacía todo menos sentarse en el timón. Me imagino que sabiamente se lo

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había cedido a su marido para mantenerlo contento. Igual tiraba del ancla que amarraba una soga, que cambiaba una vela con una agilidad y sabiduría propia del contramaestre de la Santa María. Sabía coser y lo hacía a la perfección. Pregúntenle a sus hijas sobre el vestido de quince de Annette o el traje sastre de Lilia María para su primer trabajo. Viuda de René y casada en segundas nupcias con Mario Antonio Rodríguez, tuve la oportunidad de compartir con ella en la directiva del Municipio de Camagüey por varios años y trabajar juntos en nuestra revista El Camagüeyano Libre, donde formábamos parte del Consejo de Redacción. Por mucho tiempo tuvo a su cargo secciones como Nuestro Orgullo, Sociales y Obituarios. Su dedicación y entusiasmo ayudó a mantener la publicación en un nivel bien alto de profesionalismo. Mirta quedó atrapada en los últimos años en una enfermedad larga y aplastante que la encerró físicamente. El pasado 31 de enero marcó el día de su liberación.. Silenciosamente nos dijo adiós. Hoy recordamos su alegría, su parecido a la artista de la pantalla, su dulce sonrisa, su corazón en calma, su mirada inteligente, y la volvemos a ver en el Teresiano, en San Jacinto, sentada en la playa de Singer Island o en las arenas de Haulover Beach donde pasamos tantas tardes de verano disfrutando del sol y de la amistad eterna.


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