Boletín Compartiendo Nro. 02-2014

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Alfredo Stecher / NELSON MANDELA (1) viernes, 20 de diciembre de 2013

La muerte de una gran persona, como Nelson Mandela -Madiba (abuelo)-, y el rendirle homenaje, son una buena ocasión para recordar y consolidar aprendizajes positivos, compartiéndolos con quienes probablemente han tenido menos tiempo y acceso para leer la gran profusión de artículos en la prensa nacional e internacional. Hace unos tres lustros me impresionó mucho, con impacto duradero, la autobiografía de Mandela, El largo camino a la libertad, uno de los libros más notables que he leído. Igualmente todo lo sabido de su actuación política posterior, en especial el proceso de eliminación del apartheid – segregación racial, literalmente separación-, con reconciliación, y luego su rechazo a ser reelegido como presidente de Sudáfrica. Es una poderosa contribución a un mundo mejor, como lo expresan el respaldo de su pueblo y el reconocimiento internacional -también la asistencia de casi cien jefes de Estado y gobierno, además de ex presidentes y políticos de todos los colores políticos, a su funeral, con fiesta popular del pueblo sudafricano de todas las razas. Estuvo 27 años en prisión, por condena, en 1990, de cárcel a perpetuidad (no a pena de muerte, gracias a presión internacional, incluidas las Naciones Unidas); durante 19 años en condiciones muy duras, en la islita Robben, cerca de Ciudad del Cabo. En reclusión, revisó sus inicios como revolucionario principista, fogoso, valiente y hábil, a la vez que dandy, de ropa elegante, durante veinte años, como militante del Congreso Nacional africano, (CNA), partido principalmente de negros, pero abierto a personas de todas las razas. Allí había llegado a ser jefe de la juventud y luego de su brazo armado, y evolucionó hacia ser el político humilde, audaz y consecuente con visión de estadista, siempre revolucionario por la profundidad del cambio buscado, pero realista, cuidadoso y constructivo en los métodos usados. A la larga se convirtió en líder indiscutido de una gran mayoría de la población negra, mulata e india (originaria de la India), discriminada y oprimida por el régimen. Mandela ha dicho que el sostén de todos sus sueños fue la sabiduría colectiva de toda la humanidad. Ha estado siempre dispuesto a escuchar opiniones discrepantes de sus amigos y partidarios y de sus adversarios políticos y a desarrollar de manera paciente y creativa un diálogo constructivo. Para ello estudió en la cárcel el afrikáans, derivado del holandés, el idioma de los opresores racistas, estimuló a otros a hacerlo, estableció relaciones amistosas con sus carceleros, provocando un efecto inverso al síndrome de Estocolmo, y logró negociar, desde la cárcel, una transición pacífica a la eliminación del apartheid. Felizmente encontró en el presidente Frederick de Klerk una contraparte que terminó confiando en la salida propuesta, después de más de cuatro años y más de sesenta reuniones de negociación en la cárcel, ya con condiciones de vida mejoradas. De Klerk comprendió poco a poco, y logró convencer de ello a la mayoría en su partido racista, que Sudáfrica y su capa dominante blanca, de poco más que un 10% de la población, agobiados por el boicot económico, cultural e incluso deportivo mundial y por la creciente movilización interna en su contra, estaban condenados a sufrir una prolongada guerra civil, como Angola y Namibia, y a ser a la larga derrotados, si no aceptaban el ramo de olivo alcanzado por Mandela. Entre ambos evitaron a su pueblo cruentos enfrentamientos, con indecibles sufrimientos y la pérdida de muchas vidas y riquezas, que nunca se sabe en qué tipo de régimen desembocan –generalmente en una nueva forma de opresión extrema. Con justeza Mandela y De Klerk recibieron juntos el premio Nobel de la Paz. Mandela se mantuvo firme en sus exigencias de desegregación real y total y de una democracia plena, e incluso después de la abolición oficial del apartheid en 1990 no aceptó llamar a un alto de las acciones armadas, por cierto restringidas, hasta que eso no estuvo plenamente garantizado. El Congreso Nacional Africano había desarrollado desde sus inicios en 1913 hasta 1949 una lucha pacífica dentro de los marcos constitucionales bajo el dominio inglés. Incluso entonces, cuando la victoria electoral de los afrikáner llevó a un gobierno que fue eliminando progresivamente toda participación legal y prohibió toda forma de protesta, el CNA seguía realizando mítines pacíficos, aunque ilegales, que costaron penas de cárcel a 8500 personas, sin un solo caso de violencia.


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