Cultura y Política: ¿podremos vivir juntos?

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Cultura y política: ¿podremos vivir juntos?

Jorge Melguizo Daniel Rangel

Cultura y política: ¿podremos vivir juntos?

Directorio

Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda

Javier Ibacache Villalobos, presidente

Alan Trampe Torrejón, secretario

Carola Muñoz Oliva, tesorera

Constanza Symmes Coll, directora

Denise Elphick Zuñiga, directora

Eduardo Feuerhake Agüero, director

Óscar Núñez Cárcamo, director

Directora Ejecutiva

Centro Cultural La Moneda

Regina Rodríguez Covarrubias

Cultura y política: ¿podremos vivir juntos?

Jorge Melguizo / Daniel Rangel

Cultura, equidad, convivencia y ciudadanía (o el para qué de la cultura), de Jorge Melguizo

El museo es el mundo: estrategias de aproximación entre instituciones museológicas y comunidades, de Daniel Rangel

Edición

Marcelo Mendoza

Diseño

Yvonne Trigueros / Ignacio Sekul / Cristóbal Bahamondes

ISBN: 978-956-8529-75-8

Primera edición: diciembre de 2023

Impreso en Ograma

Centro Cultural La Moneda

www.cclm.cl

Cultura y política: ¿podremos vivir juntos?

Cuál es el rol de la cultura en la preservación de la democracia

Jorge Melguizo

Daniel Rangel

Presentación

Cultura, equidad, convivencia y ciudadanía (o el para qué de la cultura)

Jorge Melguizo

El museo es el mundo: estrategias de aproximación entre instituciones museológicas y comunidades

Daniel Rangel

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Este libro reúne dos conferencias pronunciadas en el Encuentro Cultura y Política: ¿podremos vivir juntos? Cuál es el rol de la cultura en la preservación de la democracia, convocado por el Directorio de la Fundación Centro Cultural Palacio La Moneda,1 del 19 al 21 de octubre de 2023, en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe civil militar de Chile.

1. Directorio entonces integrado por Antonella Estévez, Alan Trampe, Carola Muñoz, Constanza Symmes, Denise Elphick, Eduardo Feuerhake y Óscar Núñez.

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Presentación

Este libro, aunque de pequeño formato, puede ser una importante contribución por al menos dos motivos.

El primero: se trata de dos conferencias expuestas en el marco del Encuentro Cultura y Política: ¿podremos vivir juntos?, que realizamos en el Centro Cultural La Moneda en octubre de 2023 y que reunió por tres días a un número diverso de significativas personas -provenientes de mundos diversos: la academia, la política pública, los entramados comunitarios, la gestión cultural, las artes- para debatir sobre el rol de la cultura en la democracia. Este encuentro se propuso impulsar la reflexión sobre el ejercicio de la ciudadanía desde la dimensión cultural. Inspirados en la interrogante que el sociólogo francés Alain Touraine le regalara a la sociedad humana en 1997 -la de la posibilidad de vivir juntos-, estas jornadas ofrecieron un espacio robusto de producción y circulación de ideas.

El segundo: los autores (y conferencistas) son dos destacados gestores culturales, de Colombia y de Brasil, que entienden que la cultura es clave para el buen vivir

en democracia y han contribuido, desde ámbitos diferentes, a democratizar el espacio ciudadano.

El periodista y gestor cultural colombiano Jorge Melguizo relata y reflexiona sobre cómo la cultura se convirtió en protagonista de los cambios urbanos y sociales de Medellín, ciudad que estaba tomada por la violencia e inseguridad. Dice: “Los cambios en Medellín en los últimos años son, fundamentalmente, cambios culturales en la manera de vernos, en la manera de entendernos, en la manera de asumirnos, en la manera de construirnos”. Melguizo no habla desde la teoría, sino que desde su exitosa experiencia pues él mismo fue uno de los protagonistas de estos cambios, utilizando la cultura como un asunto político, clave en la preservación de la paz y la convivencia.

El gestor cultural Daniel Rangel, en el ámbito del arte, también relata y reflexiona sobre la experiencia del Museo de Arte Moderno de Bahía, creado gracias a Lina Bo Bardi con el propósito de incluir “a gente común como artistas, incorporando el pueblo al arte y su producción al circuito comercial, institucional y artístico”, como escribe Rangel, quien concluye: “Se trata de un arte transformador en el que el individuo, autor o espectador se puede liberar a través del propio arte, a través de la propia vida cotidiana o retorciéndola”. En ambos casos, la cultura y el arte han dado ejemplo

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de que pueden y deben caminar junto a la vida pública y ciudadana. Son parte fundamental de la construcción democrática.

Al respecto, nos interpelan dos preguntas que el artista Alfredo Jaar hizo en una de sus obras con las que tapizó la ciudad de Milán: ¿tiene la política necesidad de la cultura? y ¿la política ha olvidado la cultura? Entonces, a 50 años del golpe civil militar que quebró nuestras vidas, sigue vigente la interrogante: ¿podremos vivir juntos? Y es una pregunta sobre el futuro. Sabemos que muchos malestares ciudadanos que estaban en el origen del estallido social siguen pendientes y existe preocupación por la calidad de nuestra convivencia cívica. Y hay incertidumbre.

Como Centro Cultural, situado en un lugar neurálgico el país, nos hemos propuesto contribuir, desde la cultura, a fortalecer los cimientos de la democracia, más allá del ejercicio electoral, poniendo en práctica la democracia cultural, con participación e inclusión. La cultura no son solo las obras de los creadores y de las expresiones artísticas de las comunidades, por muy diversas que sean; incluye modos de vida, derechos fundamentales, sistemas de valores, tradiciones y creencias. Es una fuerza vital que impulsa la transformación social. Influye y da sentido a nuestra vida cotidiana.

Por esta razón se hace necesario poner la cultura al mismo nivel de importancia que el desarrollo económico, la inclusión social y el equilibrio ambiental, porque sin la cultura no hay desarrollo sostenible. En Chile esa es una tarea pendiente de gran alcance.

Desde el Centro Cultural La Moneda nos proponemos impulsar como parte de nuestra misión iniciativas de reflexión destinadas a abrir espacios de diálogo, creación y participación activa de los individuos, incluyendo géneros, edades, formas de pensar, orientación sexual y pertenencia.

Estas son las ideas que inspiraron el Encuentro Cultura y Política. La publicación de este libro deja registro y huella de dos ponencias que merecían quedar impresas para su lectura abierta y universal, superando el paso del tiempo. Con ellas, los invitamos a pensar sobre el lugar que debe ocupar la cultura en relación con las grandes preocupaciones de la agenda pública, las identidades, la crisis climática, la seguridad, la ciudad, las migraciones, el desarrollo humano, la convivencia comunitaria e intercultural y, por cierto, la paz.

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Cultura,

equidad, convivencia y ciudadanía (o el para qué de la cultura)

Jorge Melguizo es periodista, cineasta, consultor y académico colombiano, con una carrera docente en distintas instituciones de Iberoamérica. A lo largo de su trayectoria se ha vinculado a proyectos sociales de transformación, trabajando con agrupaciones barriales y ONGs hasta asumir roles en la administración pública. Ha sido gerente del Centro de Medellín, secretario de Cultura Ciudadana y secretario de Desarrollo Social en la misma ciudad.

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El día va creciendo hacia ti como un fuego desde el alba desnuda demudada de frío.

Idea Vilariño

En Colombia, país atravesado por todas las inequidades y por todas las violencias, y en toda Latinoamérica, la zona del mundo con peores tasas de violencia y con las mayores cifras de inequidad, tenemos un imperativo ético: la construcción de una nueva sociedad, de una nueva ciudadanía. No se trata de emprender el rescate de unos valores. Se trata, precisamente, de todo lo contrario: de emprender, colectivamente, desde todos los escenarios territoriales, la construcción de unos nuevos valores que nos permitan enfrentarnos con nuestra propia historia, pasada y reciente, y salir airosos. Cuando se habla de desarrollo sostenible se habla de tres dimensiones: social, ambiental y económica. Desde la Agenda 21 de Cultura, programa de CGLU, Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, se ha impulsado que asumamos a la cultura como uno de los cuatro pilares del desarrollo: El desarrollo humano solo puede efectivo si asume una consideración explícita de la cultura y sus factores como la memoria, la creatividad, la diversidad y el conocimiento (Cultura 21: Acciones, 2015: 5).

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Colombia y Latinoamérica tienen en las culturas y en el medioambiente sus dos principales riquezas, que no conocemos ni reconocemos y que, incluso, hemos dilapidado. Nuestras enormes riquezas sociales y ambientales son, también, una enorme riqueza cultural. En esa riqueza cultural está una de las grandes oportunidades para la construcción de eso que podemos ser. La cultura, como una posibilidad para entendernos y para construirnos.

En estas notas hago un relato de la manera de cómo la cultura se convirtió en protagonista de los cambios urbanos y sociales de Medellín, para proponer que, en clave de Latinoamérica, con las realidades diferentes y particulares de tantos países, hagamos algo similar. La fórmula es sencilla: entender que la cultura es mucho más que las artes; asumir a la cultura como clave en la construcción de equidad, inclusión y convivencia, invertir en la cultura con la certeza de que es una inversión estructural, y potenciar, potenciar, potenciar… lo que ya se hace.

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Lo que ha pasado en Medellín con, desde y para la cultura

Medellín se está pensando y construyendo con, desde y para la cultura. Hoy el nombre de Medellín está asociado, en Colombia y en otros países, a su transformación social, urbana, educativa y cultural. La arquitectura física, fácil de ver, generalmente oculta la verdadera arquitectura que hace posibles estas transformaciones: la arquitectura social. Los cambios en Medellín en los últimos años son, fundamentalmente, cambios culturales en la manera de vernos, en la manera de entendernos, en la manera de asumirnos, en la manera de construirnos.

La tarea de la ciudadanía de Medellín desde finales de los años 80 y de la Alcaldía de Medellín desde 2004 hasta la fecha, con altos y bajos, con irrupciones de politiqueros que atentan por momentos contra la institucionalidad (igual que en muchos lugares de nuestro continente), han sido claves para conseguir que la cultura ocupe un lugar preponderante en la percepción ciudadana de los avances recientes de Medellín y, también, para que se haya diseñado con la participación ciudadana una hoja de ruta cultural (que es también una hoja de ruta como sociedad). En nuestro aún actual

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Plan de Desarrollo Cultural de Medellín están explícitos los siguientes criterios:

• La cultura se asume como un derecho y como un factor de inclusión y de equidad. Se debe buscar, como sociedad, que la cultura sea oportunidad para todos, que lo mejor de la cultura esté al acceso de la mayoría, que la mayoría tenga realmente derecho al acceso a lo mejor de la cultura. Con la cultura como derecho podremos ser una mejor sociedad.

• Cultura para la convivencia. En una ciudad y un país donde las violencias están presentes en la vida de la mayoría de sus habitantes, el norte de todas las políticas públicas debe ser la convivencia. Y la cultura, por lo tanto, se convierte en proceso clave: los escenarios, la programación cultural y las fiestas, se convierten en escenarios de convivencia, de creación y de proyección cultural, y son espacios donde se evidencian nuestra memoria, nuestra diversidad y nuestra riqueza cultural, y donde reconocemos las manifestaciones culturales del país y del mundo, como una manera, también, de dejar de mirarnos el ombligo: mirar otras realidades, aprender de otros, en especial de contextos donde hay mayor convivencia y menos violencias.

• El resultado principal que debemos tener de una política cultural es una nueva ciudadanía, nuevos ciudadanos y ciudadanas, conscientes de sus derechos

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y deberes, participativos, responsables y comprometidos con el presente y futuro de su entorno más inmediato, pero con la responsabilidad y la convicción de que, desde su barrio o vereda, desde sus municipios, desde cada uno de ellos y ellas como personas, se construye la transformación de nuestras ciudades, de nuestras sociedades.

• Se ha logrado hacer de la cultura una de las herramientas fundamentales en la transformación de Medellín. El tiempo que desde el gobierno municipal se dedica a la gestión cultural; las decisiones presupuestales trascendentales (la mayor, subir del 0,68% del presupuesto cultural en 2004 al 5% (2005-2011), y desde entonces hasta ahora, con cinco alcaldes de cuatro partidos políticos, ha fluctuado entre el 4% y el 2%); las grandes inversiones en más de 60 equipamientos culturales que se han convertido en símbolos internos y externos de Medellín (y que están en su mayoría en los barrios que históricamente han tenido las más altas de violencia y los mayores índices de pobreza); la relevancia que se da a la cultura en la agenda local; las estrategias de posicionamiento ciudadano de la cultura; la transversalización del proyecto cultural en otras dependencias públicas (el proyecto cultural no es solo lo que hace una secretaría de cultura, es lo que se hace integralmente desde todo el Gobierno como un proyecto cultural, de

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transformación de la sociedad); el conocimiento y reconocimiento de las entidades culturales y, en especial, de las estrategias culturales en muchos barrios (todo lo que llamamos Cultura Viva Comunitaria);1 la convocatoria al sector privado para que participe activamente –y no solo con apoyo económico– en la ingeniería y en la jardinería cultural,2 todo ello y más, ha sido fundamental para generar una comprensión de la cultura como una de las claves para cambiar nuestras muy duras realidades de ciudad. Lo que se ha logrado desde 2004 en Medellín, colectivamente, ha sido generar emoción: emocionar desde y con la cultura. Hacer de la cultura un motivo de orgullo de ciudad, de alegría colectiva.

1. Pueden buscar en internet sobre Cultura Viva Comunitaria (o Plataforma Puente), para ver el trabajo conjunto que se adelanta en 18 países de Latinoamérica con proyectos barriales y rurales. Las organizaciones culturales de Medellín han sido líderes de este proceso.

2. Llamo ingeniería cultural a dos cosas, básicamente: a la estructuración del Sistema Municipal de Cultura (y de uno de sus productos centrales, el Plan de Desarrollo Cultural) y a las grandes infraestructuras culturales (parques, bibliotecas, centros de desarrollo cultural, unidades de vida articulada, casas de la música, museos, teatros). Y llamo jardinería cultural a todo lo que es creación, programación, proceso, circulación, investigación, participación. Ingeniería sería equivalente al “continente” y jardinería al “contenido”.

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• La cultura es un objeto permanente de reflexión y de opinión. Mucha gente se siente hoy convocada a pensar y a proponer salidas para los grandes problemas de Medellín y de Colombia, en clave de cultura. Y esas reflexiones, a partir de lo realizado y de los productos y resultados de esas realizaciones, se han convertido también en referentes para otras ciudades y países. Podemos generar, en Latinoamérica, una gran y permanente conversación sobre el poder de la cultura en los cambios necesarios para construir esa otra sociedad que podemos y debemos ser.

En los cinco planes de desarrollo municipales de Medellín, desde 2004,3 se le da a la cultura la máxima consideración política y la máxima expectativa ciudadana, al incluirla en el componente de Derechos. A la par con ese enfoque de Derechos, se asumen otros

3. En Colombia es obligatorio que en cada período de gobiernos locales (municipales y departamentales) se haga un plan de desarrollo, con metas, indicadores y compromisos concretos para los 4 años de gobierno. Los últimos cinco planes han incluido a la cultura no solo como proyectos sino como perspectiva de construcción y transformación: Medellín, compromiso de toda la ciudadanía (2004-2007), Medellín es solidaria y competitiva (2008-2011), Medellín, un hogar para la vida (2012-2015), Medellín cuenta con vos (2016-2019) y Medellín Futuro (2020-2023). Todos pueden encontrarse en internet.

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dos enfoques: el territorial y el poblacional (Plan de Desarrollo Cultural de Medellín, 2011: 63-64):

• La cultura como derecho y no como mercancía, por lo que es deber del Estado garantizar a los ciudadanos las condiciones para el ejercicio pleno de sus derechos culturales, el desarrollo de sus potencialidades y el reconocimiento de la diversidad y de la multiculturalidad como elementos constitutivos de la riqueza social.

• El enfoque territorial implica hablar de interculturalidad territorial, es decir, del reconocimiento y la puesta en diálogo de la diversidad cultural ligada a los territorios, del reconocimiento y visibilización de lo local, y del reconocimiento y visibilización de fenómenos emergentes de transformación de las localidades por fenómenos como el desplazamiento forzado. Pensar la dimensión territorial es un ejercicio que se realiza desde la identidad y, por ende, desde la cultura.

• Partir del enfoque de derechos humanos (…) implica reconocer la persistencia de inequidades económicas, sociales, culturales y políticas en razón del género, la edad, la etnia, la orientación sexual y la discapacidad (…) Por ello, este Plan de Desarrollo Cultural debe permitir a los grupos poblacionales tradicionalmente discriminados, y en condiciones de desventaja, el reconocimiento de sus necesidades, prácticas e intereses estratégicos para garantizar condiciones de igualdad en el ejercicio de sus derechos y el reconocimiento de sus particularidades como potencial en la construcción de lo colectivo.

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Medellín, ciudad de 2 millones y medio de habitantes, centro de un área metropolitana de más de 4 millones de habitantes que comparte con otras ciudades, ha sido una ciudad muy segmentada. O mejor: muy fragmentada, social, económica y estructuralmente. Las diferencias entre unas zonas y otras son gigantescas y las violencias que hemos vivido provocaron que durante muchos años fuera imposible pasar de una zona a otra, o incluso de una comuna (conjunto de barrios) a otra o de un barrio al barrio vecino. Aún hoy, hay zonas de la ciudad invisibles o, mejor, invisibilizadas para una parte de la población. Por esto, planear y hacer una cultura con enfoque territorial nos lleva a una mejor comprensión de los entornos inmediatos, de la memoria de esos lugares, de las condiciones de vida de la población que las habita. Y, por supuesto, nos lleva a una resignificación del espacio público y del papel de la cultura y del arte en esos espacios públicos.

El espacio público en Medellín, escenario durante años del dolor y del horror, se asume hoy como el espacio para el encuentro de la ciudadanía, como el espacio para la convivencia. Y el espacio es público cuando pasa algo en él: animación urbana, con programación deportiva, recreativa y cultural. Sin contenido, sin encuentro ciudadano, no es espacio público; solo es espacio físico.

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Medellín siempre ha sido receptora de migraciones rurales y de otras ciudades colombianas. Hace 30 años teníamos un 30% menos de población. Y hace 50 años teníamos la sexta parte de la población actual. Somos una ciudad a la que la gente más pobre de otros lugares colombianos ha llegado buscando mejores oportunidades económicas, mejor calidad de vida o, simplemente, huyendo de las violencias guerrilleras y paramilitares y del horror generalizado de nuestro larguísimo conflicto interno. Nuestra diversidad poblacional nos obliga a encontrar también en la cultura formas diferentes de asumir la ciudad y la ciudadanía, formas diferentes de comprensión y de transformación de esas muchas realidades humanas.

Lo anterior es extrapolable a toda Colombia y a Latinoamérica: si no nos conocemos, si no nos identificamos en el otro, si no sabemos quién es el otro, ¿cómo vamos a entendernos, a construirnos como nación, como región?, ¿cómo vamos a avanzar en caminos de convivencia? Uno no puede amar lo que no conoce, dicen por ahí, y poco conocemos en nuestro país y en nuestras localidades sobre la propia geografía física, sobre nuestra geografía social, sobre nuestra geografía humana.

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La cultura más allá de la cultura

En Medellín asumimos la cultura más allá de las definiciones “netamente culturales”, es decir, más allá de las artes y de los modos de vida, tradiciones y creencias, y buscamos que la cultura sea un potencial para fomentar los valores, la creatividad, la cohesión social y la búsqueda de la paz, es decir, la construcción de la convivencia.

Un gran desafío es, entonces, que los procesos culturales sirvan para la constitución de sujetos, para que la gente pueda desarrollar por sí misma proyectos culturales de transformación de su realidad individual o colectiva. Y ello implica crear dispositivos para pensarse de manera crítica como sociedad y como sector, construir condiciones y subjetividades incluyentes, y poner en juego los diversos relatos de lo social y los diversos sectores sociales (Plan de Desarrollo Cultural de Medellín, 2011: 8).

La garantía de los derechos culturales, como dice la UNESCO, debe llevar a que todas y todos los habitantes puedan participar de la vida cultural, gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones, y beneficiarse de la protección de los intereses morales y materiales que les corresponden por razón de su creación y autoría.

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Toda política de desarrollo, por lo tanto, debería incorporar la dimensión cultural basada en los derechos y libertades fundamentales con el objetivo de que cada quien pueda realizar su proyecto de libertad personal. En nuestros países, esa perspectiva de realización personal se le ha dejado, hasta ahora, a la educación y a la economía, pero la cultura ha estado ausente (o excluida) de esa tarea de la autonomía y de la emancipación personal y colectiva.

Por cierto, en declaraciones como las de Unesco, o en documentos como los de la Agenda 21 de la Cultura,4 están los principios básicos para que un proyecto cultural local o nacional tenga sentido. Pero muchas de esas declaraciones y agendas internacionales se han quedado en palabras escritas y no se han convertido en políticas públicas, en presupuestos públicos, en estrategias, programas y proyectos. El camino es fácil: solo hacen falta decisiones políticas y acciones concretas

4. La Agenda 21 de la Cultura es un acuerdo de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), espacio de las ciudades en la ONU. Existe desde 2004 y es una carta de navegación sobre el papel de los gobiernos locales en la cultura, que se actualiza de manera permanente. En Bilbao se hizo, en marzo de 2015, el nuevo documento de Agenda 21 sobre Acciones post Objetivos del Milenio 2015. Puede verse mucha información en internet, buscando por Agenda 21 de Cultura.

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para que esas decisiones se vuelvan realidad. Una de esas acciones concretas necesarias es la de aumentar el presupuesto para la cultura en los gobiernos locales, regionales y nacionales.

Inés Sanguinetti, argentina, directora del colectivo cultural Crear Vale la Pena, dice: “¿Cómo podemos invertir tan poco en cultura cuando todo lo que necesitamos para construir bienestar –terminadas todas las recetas–es reinventar un futuro desde un presente más creativo?” (Cultura para la transformación, 2014: 20).

La convivencia pacífica y plural es un gran desafío en nuestras ciudades y países; pareciera que el proyecto civilizador está aún muy lejos de algunos de nuestros contextos.

La cultura debe llevarnos a buscar acuerdos sobre lo fundamental, en torno a los sentidos compartidos, desarrollando acciones de coexistencia pacífica bajo principios éticos de justicia, equidad, participación, corresponsabilidad, inclusión y reconocimiento activo de la diversidad.

En Medellín, el proyecto y la acción cultural, pública, privada y comunitaria, se entiende también como un generador de oportunidades para que ciudadanas y ciudadanos reflexionemos sobre nuestro papel en la construcción de mejores entornos y en cómo dirigir esfuerzos colectivos en la defensa y promoción de la

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vida y de la dignidad, de la libertad y de la autonomía, y en la búsqueda de salidas pacíficas a los múltiples conflictos de la ciudad y de Colombia.

William Ospina5 escribió en una de sus columnas (“Lo que no sabe ver la política”, en diciembre de 2009, en el diario El Espectador):

¿De verdad alguien puede creer con sinceridad que sería posible pacificar a Colombia sin emprender un gran proceso cultural de construcción de una verdadera solidaridad nacional, un movimiento profundo y democrático de dignidad, de respeto por los otros, una inversión generosa y original en caminos creadores de convivencia?

(…) Ninguna solución militar nos hará más capaces de convivir y de respetarnos; ni nos dará dignidad, principios morales, conocimiento de la memoria común, conciencia de unos orígenes compartidos, de un orden de leyendas y mitos que nos permitan reconocernos unos en otros, y dejar atrás esta niebla de racismos y de clasismos, de estratificaciones y repulsiones que el país arrastra desde siglos y que lo mantiene anclado en problemas de la Edad Media y en soluciones igualmente medievales (…) Si juzgamos por los recursos que le asignan, comparados con los descomunales presupuestos de la guerra, aquí siguen creyendo que la cultura es una suerte de ornamento inoficioso de la sociedad.

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Pero si las sociedades conviven es fundamentalmente por su cultura, por su manera de utilizar el lenguaje, por los principios que se afirman en las conciencias, por la actitud de unos ciudadanos hacia los otros.

Cosas que no se inventan en un día, pero que es inmensamente necesario recuperar cuando toda una sociedad, empezando por sus propias élites, ha avanzado tanto por el camino de la indiferencia, de la inhumanidad y de la claudicación en los principios.

5. William Ospina, tolimense, escritor, poeta, generador con sus ensayos y artículos de prensa de reflexiones sobre el país que somos y que podríamos ser. Recomiendo leer sus muchos libros (entre ellos tres que vienen muy bien para pensar en el tema de estas notas: Es tarde para el hombre, ¿Dónde está la franja amarilla? y Pa´ que se acabe la vaina).

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Lo público... y la cultura como hecho público

Lo público, todo lo público, debe ser el mínimo común denominador de la sociedad, lo que nos iguale en el punto de partida: la educación pública, la salud pública, el espacio público, el transporte público, los servicios públicos de agua, energía, alcantarillado y otros, el acceso a la cultura, al deporte y a la recreación públicas. Lo público no es lo oficial, no es lo gubernamental: lo público es lo toda la comunidad (y esta frase sí que viene bien para pensar en casos como los de la televisión pública, que algunos gobernantes convierten en sus medios oficiosos e, incluso, partidistas).

En Medellín hemos hecho grandes esfuerzos para que lo público sea sinónimo de confianza, de calidad, de inclusión y de equidad. En un país donde lo público ha sido todo lo contrario, hacer de lo público un referente positivo ha sido uno de los grandes logros. La generación de confianza en lo público es uno de los avances centrales de los últimos años en Medellín, una confianza difícil de construir y muy fácil de destruir.

En esa tarea, la cultura ha sido clave: además de su contribución para fortalecer los espacios de participación y deliberación (democracia deliberativa y democracia participativa como complemento, e incluso como alternativa y como oposición a la democracia

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representativa), la cultura se ha convertido en generadora y potenciadora de grandes proyectos barriales, proyectos de envergadura inimaginables hace pocos años, donde además de los hechos propios de la cultura se da espacio para el encuentro ciudadano.

La cultura ha logrado hacer parte integral de la planeación de la ciudad, lo que también se podría decir al revés: se ha logrado en Medellín abordar la planeación de la ciudad desde una perspectiva cultural, entendida acá la cultura como un factor estructurante, detonante y prioritario del orden social.

Hoy los equipamientos culturales –parques, bibliotecas, centros de desarrollo cultural, museos, unidades de vida articulada, escuelas de música, casa de la lectura infantil, casa de la literatura– son los nuevos referentes de ciudad y hacen parte de los imaginarios comunitarios y de los motivos de orgullo de la ciudad (el nuevo patrimonio, las nuevas memorias). La cultura se ha convertido no solo en esperanza, y no solo en hechos concretos: ha pasado a ser símbolo. El valor simbólico de la cultura en Medellín es hoy una de nuestras marcas sociales.

El fortalecimiento de las habilidades y capacidades ciudadanas (esa necesaria formación y afianzamiento de la ciudadanía), el desarrollo de infraestructuras, el fortalecimiento institucional (público, privado, comunitario) y la construcción de espacios culturales que

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propicien y promuevan las relaciones de cooperación e intercambio entre barrios, comunas, zonas, ciudades y países, han sido también desafíos asumidos desde la cultura y siguen siendo desafíos, pues Medellín no es una isla encantada en medio de un país en conflicto: la construcción de la paz anhelada, después de más de 60 años de guerra con muchos actores armados diferentes (guerrillas, paramilitares, carteles del narcotráfico y, también, las Fuerzas Armadas con actuaciones por fuera de la ley), nos obliga a hacer de estos proyectos culturales verdaderas políticas nacionales y a darles la mayor prioridad presupuestal.

Contribuir a la consolidación de una cultura de paz; enfrentarse a la inseguridad con proyectos de convivencia; promover la democratización del acceso a los bienes y servicios culturales; garantizar las condiciones para que los habitantes de Medellín puedan crear, difundir y hacer circular sus producciones culturales; promover el diálogo creativo y la integración de Medellín con la región latinoamericana y con el mundo; promover el respeto a la diferencia; fortalecer las relaciones entre cultura y educación en sus diversos niveles; favorecer la generación de alianzas estratégicas culturales; y fortalecer las capacidades de gobernanza democrática... han sido objetivos y norte de nuestros proyectos culturales.

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Asumimos que la democracia cultural incluye los procesos de creación, producción, disfrute y participación, desde la diferencia, con dignidad y en condiciones de equidad. Otra manera de decir lo anterior es que la cultura es mucho más de lo que hacen las y los artistas: todos hacemos cultura y, por lo tanto, la tarea de hacer los planes de desarrollo cultural de una región no puede circunscribirse solo a eso que se llama el sector cultural: tienen que participar todos los sectores posibles de la sociedad, pues los planes de desarrollo cultural no son para que se desarrolle el sector cultural sino para que la cultura ayude a desarrollar una región, una sociedad.

Un plan de desarrollo cultural debe buscar garantizar la diversidad y generar un reconocimiento de esa diversidad. Conocer para reconocer, reconocer para valorar, valorar para potenciar. La tarea es, como diría Eduardo Galeano, entender y entendernos, construir y construirnos. Entender al otro, pero también ser entendido por el otro, y asumir esa diversidad como una construcción dinámica y no como una condición permanente, inquebrantable, inamovible.

Como afirma William Ospina en el texto citado, la memoria colectiva es un valor para la reconstrucción de nuestras sociedades, y ese ejercicio de memoria, de saber qué somos y qué tenemos (conciencia

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de sí mismo, en la Teoría de la Acción Comunicativa de Junger Häbermas), es fundamental para la generación de capital social, de tejido social, de procesos sociales que conduzcan a la generación de una mejor sociedad, menos clasista, menos racista, menos machista, más equitativa, más justa, más incluyente.

¿Acaso es posible pensar en construir en Latinoamérica una nueva sociedad sin un gran ejercicio sobre nuestra memoria? Una memoria que se haga parte de la necesaria verdad de nuestros conflictos, una memoria que nos ayude a reconfigurar nuestro patrimonio cultural: el patrimonio no es lo que tenemos sino lo que construimos, lo que tenemos es la herencia (y no todas las herencias que tenemos son buenas) y es nuestro deber convertir esas herencias en patrimonio, es decir, en los nuevos referentes sociales. Y patrimonio y memoria son, en esencia, acciones culturales.

Necesitamos una memoria de región, de país y una memoria de lo local, para saber quiénes somos, para saber quiénes podemos ser. Medellín, por ejemplo, tiene desde 2005 un programa para víctimas de nuestras violencias y un resultado de ese programa es el Museo Casa de la Memoria: un espacio físico que se convierte en casa de encuentro, de diálogo, de reflexión, de propuestas, de construcción de miradas. Una casa más que un museo: un lugar para estar y para compartir,

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para generar, una casa de una memoria viva, una casa para que se avive la memoria. 6 Latinoamérica necesita muchas casas de la memoria, muchos espacios para estos reconocimientos, que son a la vez terapia colectiva y lugares de construcción de políticas de transformación individual y colectiva.

Medellín ha venido, en los últimos 30 años y como reacción ciudadana frente a todas las violencias, construyendo capital humano y social, formando capacidad instalada, ensayando proyectos de intervención en los barrios más pobres y con mayor densidad poblacional (que son, siempre, donde también se viven con mayor fuerza las diferentes violencias: barrios y comunidades violentadas, no violentas), fortaleciendo la sociedad civil organizada, es decir, las ONG, las organizaciones comunitarias, las veedurías ciudadanas (espacios de vigilancia y control social de la gestión pública),

6. Una casa de una memoria viva, una casa para que se avive la memoria, una casa para los de arriba y los de abajo, para los que están vivos y escondidos, para aquellos que no quieren ver, y para aquellos que en algún momento se tropiecen y caigan en este lugar; creo que debe ser una casa para decirle también a los dueños de esta ciudad y a los dueños de esta sociedad: ustedes han contribuido también a que estas cosas pasen. (Consulta ciudadana para el Museo Casa de la Memoria, 20 de octubre de 2010)

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las mesas intersectoriales, los consejos municipales asesores y cogestores en diferentes temas claves de la ciudad (juventud, infancia, mujeres, afrodescendientes, cultura, LGBTIQ+, ancianos, discapacidad, etc.).

Las duras violencias que hemos vivido y sufrido en Medellín nos han generado también ese resultado positivo de la disposición y actitud colectiva de buscar salidas pacíficas, de buscar desesperadamente (con menor y mayor éxito, con menor y con mayor calidad) proyectos sociales que realmente funcionen, de ensayar una y mil fórmulas de acciones de prevención y de promoción de valores y de estilos de vida saludables.

En 1991 tuvimos una tasa de muerte violenta de 382 muertes por cada cien mil habitantes: eso significó, solo en Medellín, la horrible cifra de 6.700 personas muertas violentamente: un promedio de 18,3 muertes violentas cada día. Durante 20 años Medellín fue la ciudad del mundo con mayor número de muertes violentas: murieron 66.600 personas, la mayoría menores de 26 años, la mayoría a bala.

Hemos bajado, en 30 años, el 96,7% de nuestra tasa de muerte violenta. Sigue siendo alta (13,9 por cada cien mil habitantes, a diciembre de 2022), y sigue siendo el doble de la media mundial (6,6). Pero, con algunas subidas puntuales, mantenemos la tendencia a la baja. Y ese es nuestro logro mayor: que la vida tenga hoy un mayor valor.

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En ese logro ha sido muy importante el cambio de paradigma de la seguridad: para nosotros, lo contrario a la inseguridad no es la seguridad sino la convivencia. No es militarizando un barrio como logramos resolver sus problemas: es haciendo intensivos y articulados proyectos sociales, educativos y culturales, que son los que construyen convivencia. En los barrios de mayores violências, en los barrios de mayor cantidad de niños y niñas y adolescentes y jóvenes, en los barrios de mayores pobrezas, es donde se hace necesario incrementar las inversiones sociales, educativas y culturales, que tengan en lo urbano evidencias de esas transformaciones integrales. El desafío no es solo hacer mejores ciudades, sino hacer también mejores y nuevas sociedades.

Campamentos en Chile, favelas en Brasil, cantegriles en Uruguay, villas y asentamientos en Argentina, barrios populares en Colombia, son la evidencia principal del fracaso de las sociedades de derechos: los derechos sin oportunidades no son derechos, así que es necesario construir, colectivamente, esas oportunidades en los barrios donde viven –malviven– las personas más vulnerables de nuestras sociedades. Una política, un plan de seguridad, debe contemplar esas múltiples intervenciones sociales y urbanas, no solo las acciones de seguridad pura y dura, que además han evidenciado,

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en muchos momentos, sus fracasos. Y para ello es necesario, también, cambiar muchos paradigmas del desarrollo urbano: campamentos, favelas, cantegriles, villas y barrios populares son barrios construidos informal o, también, ilegalmente: reconocer ese hecho y encontrar las formas legales de hacer programas integrales de mejoramiento barrial es imperativo ético y político.

Lo que no se puede hacer es decir que no se intervienen esos barrios porque no están contemplados en los planos reguladores de nuestras ciudades. Una buena parte de los barrios latinoamericanos son resultado de estos desarrollos informales, de ocupaciones ilegales de tierras privadas y públicas. Y es necesario diseñar en esos barrios proyectos urbanos integrales, con programas de profunda transformación social, educativa y cultural.

La cultura, y en especial lo que hemos denominado en Colombia desde hace 20 años la Cultura Ciudadana –que se puede resumir como la forma en que nos comportamos en relación con el otro y por fuera de los espacios privados–, juega un papel fundamental en ese fortalecimiento de la sociedad civil, en la preparación de la comunidad para su mayor y mejor participación, en la generación de cultura política, en la formación de ética civil desde las políticas públicas, en la construcción de los nuevos referentes, en el cuestionamiento a comportamientos y maneras de vivir y en el desarrollo

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de proyectos que nos lleven a terrenos de entendimiento y de respeto por el otro y no a su exclusión y eliminación, que en Colombia se ha dado no solo metafórica sino literalmente. Somos una sociedade que ha tumbado, que ha excluido todo lo que no es capaz de entender. El reto inmenso, y es un reto básicamente cultural, es construir una sociedad que escuche, que interprete, que interpele y se deje interpelar, que sea respetuosa de la diversidad y que logre ver en esa diversidad una riqueza y no un peligro permanente.

Una tarea cultural urgente es la de la generación de mayores y mejores espacios para la participación, empezando por eso que llamamos cultura política: en este país, y en toda Latinoamérica, nos falta aún mucho en cultura política para evitar que la democracia sea una cooptación clientelar y criminal, o se reduzca a salir a votar cada tanto.

Decía Thomas H. Marshall hace 70 años: “la ciudadanía es una convergencia en el individuo de cuatro grandes dimensiones de la persona: cívica, política, social y cultural” (Marshall, 1950).

Dijo Iván Nogales (1963-2019), fundador y durante años director de COMPA (Comunidad de Productores de Arte), en El Alto, Bolivia: “La participación es un hecho político hacia el desmontaje de cualquier rasgo colonial de ejercicio vertical, que niega una plena reali-

JORGE MELGUIZO

zación de personas y colectivos” (Cultura para la transformación, 2014: 24).

Dice Célio Turino, brasilero, quien fuera secretario de Ciudadanía Cultural en la Presidencia de Luiz Inácio

Lula da Silva: “Difundir una cultura que sea un medio de crítica y de conocimiento es un camino para la ampliación de la ciudadanía. Vista de este modo, la cultura deja de ser un bien secundario en este continente nuestro de tantas carencias y pasa a ser un bien social, así como la salud y la educación” (Cultura para la transformación, 2014: 30).

Para cerrar

Los desafíos de Latinoamérica son, cada vez más, los mismos que Medellín ha enfrentado durante años y que aún siguen siendo retos: el desafío de la convivencia pacífica; el desafío del fortalecimiento de lo público; el desafío de enfrentar la inequidad; el desafío de reconocer la diversidad territorial y poblacional; y el desafío de la construcción de una nueva ciudadanía, de una nueva sociedad, donde la participación sea esencia y no solo herramienta.

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Medellín ha encontrado en la cultura una de las respuestas a esos desafíos, aunque aún nos falta mucho: la tarea de transformar a Medellín apenas se está iniciando. Asumimos que la cultura es lo que nos permite apreciar la vida y aprender a vivir con el otro, con los otros: ser una nueva sociedad es el desafío de todo proyecto cultural.

Otras ciudades del mundo y muchas entidades multilaterales miran este proceso con interés pues Medellín se convirtió en un laboratorio, no en un modelo: un laboratorio donde cada fracaso genera aprendizajes para buscar los aciertos urbanos, sociales, educativos y culturales. Esas miradas mundiales vienen a ver los procesos más que los resultados, conscientes de que lograr sociedades más equitativas, más incluyentes, con mayores oportunidades y con climas de convivência, es un reto compartido… y muy difícil.

¿Y cómo fueron posibles esos procesos en Medellín, cómo siguen siendo posibles? Gracias a la formación de una capacidad instalada en la sociedad, con el fortalecimiento de la sociedad civil: organizaciones comunitarias, ONG, universidades, grupos empresariales. Una sociedad con muchos contrapesos. Esa sociedad, ese tejido social, produjo los cambios políticos que llevaron a hacer, desde lo público, lo que se venía haciendo

JORGE MELGUIZO

en otra escala desde las múltiples experiencias sociales. Un tejido social construido a partir de las diferencias, no a pesar de las diferencias: en los peores momentos de nuestras violencias, abatidos socialmente por el narcotráfico, fuimos capaces de reconocer, colectivamente, que éramos un fracaso como sociedad y que la única forma de salir adelante, de enfrentarnos a la sinrazón, era construyendo colectivamente: y nos juntamos quienes pensábamos diferente, quienes teníamos puntos de vista distantes, incluso quienes nos odiábamos o nos mirábamos con enormes recelos.

Algunos creen que las recientes transformaciones de Medellín se dieron gracias a algunas pocas personas, a un pequeño grupo de iluminados, y es todo lo contrario. La manera colectiva como Medellín se enfrentó a sus peores violencias, a fines de los 80 y durante todos los 90, y esa manera colectiva como ha asumido sus profundos cambios desde el año 2004, es lo que ha logrado producir las transformaciones políticas, urbanas, sociales, educativas y culturales. En esos años se construyó y reconstruyó tejido social, se propiciaron muchos y amplios espacios de diálogo, de debate, de encuentro de las diferencias, de elaboración de propuestas para salir de nuestras profundas crisis.

En ese reto colectivo hay una respuesta cultural a unos problemas estructurales. Cambiar la manera de

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asumirnos fue clave en Medellín, y debería serlo en otros lugares de Latinoamérica. No serán los caudillos los que nos sacarán de la enorme crisis. Es necesario entender nuestra propia responsabilidad individual y colectiva en el fracaso social y en las tareas que debemos hacer para salir de ese fracaso.

Para entender lo uno y lo otro, y para encontrar esa respuesta cultural hay que tener preguntas: ¿qué tipo de sociedad somos y qué tipo de sociedad queremos ser?, ¿cuáles son los elementos que nos unen como sociedad, que nos integran como nación, que nos construyen como región, y cuáles queremos que sean esos puntos de encuentro en el futuro? ¿Cuáles deberían ser nuestras prioridades en las inversiones públicas en este momento de la humanidad? ¿Qué podría pasar en nuestros países si tuviéramos la posibilidad de construir planes de desarrollo nacional y locales desde una perspectiva cultural? ¿Cuáles son los elementos culturales que deberíamos dejar de lado, y cuáles los que deberíamos potenciar, para avanzar hacia una sociedad más segura, más equitativa, más incluyente, con mayores oportunidades?

O, simplemente, podríamos empezar con una pregunta simple: ¿cómo construimos una nueva ciudadanía?

JORGE MELGUIZO

Referencias

• Agenda 21 de Cultura, Acciones. Compromisos sobre el papel de la cultura en las ciudades sostenibles, Bilbao, 2015.

• Alcaldía de Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana, Plan de Desarrollo Cultural de Medellín 2011-2020, Medellín, 2011.

• Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), Declaración de Orientación Política, Ciudad de México, 2010.

• Gobernación de Antioquía, Cultura para la transformación: Así estamos pasando la página de la violencia, Medellín, 2014.

• Marshal, Thomas, Citizenship and Social Class, Cambridge University, 1950.

• Ospina, William, Lo que no sabe ver la política, diario El Espectador, Bogotá, 2009.

*Este texto lo reescribí, por solicitud del Centro Cultural La Moneda, de Chile, para el Encuentro Cultura y Política, ¿podremos vivir juntos?, realizado en octubre de 2023 como parte de los actos de conmemoración de los 50 años del golpe de Estado y muerte del presidente Salvador Allende (1973). La base central del documento es un texto con el mismo nombre, publicado en 2015 por la FES (Fundación para la Educación y Desarrollo Social de Colombia) en el libro Equidad, perspectivas para Colombia, siendo re-publicada otra versión por la Secretaría Nacional de Cultura de México (Proyectos culturales: sus configuraciones y desafíos para el cambio social, 2016).

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El museo es el mundo: estrategias de aproximación entre instituciones museológicas y comunidades

Daniel Rangel es doctor en Poéticas Visuales, graduado en Comunicación Social en Salvador de Bahia (Brasil). Gestor cultural, curador y comunicador, fue director del Instituto de Cultura Contemporánea (ICCo) de Sao Paulo. Actual curador general del Museo de Arte Moderno de Bahia, entre 1999 y 2002 fue asistente del artista Tunga (Antônio José de Barros Carvalho e Mello Mourão). Se ha desempeñado en distintas instituciones, formando equipos multidisciplinarios para promover distintos acervos culturales, impulsando lecturas del quehacer artístico desde lo poético, lo político y lo social.

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“El museo es el mundo”, afirmación y concepto del artista brasileño Hélio Oiticica, se convirtió en una de mis inspiraciones al idear el programa para un museo institucional en la actualidad.

Oiticica nació en 1937 y fue parte del Grupo Frente (1954-1958), que era un colectivo de jóvenes que reflejaba las ideas de las vanguardias europeas. Como participante del Frente, se incorporó a la reconocida 1° Exposición Nacional de Arte Concreto, que se llevó a cabo en São Paulo y Rio de Janeiro en 1956 y 1957, respectivamente. Durante este periodo, fue uno de los talentos artísticos más jóvenes que estaban explorando las vertientes concretas y geométricas en Brasil.

Entre 1956 y 1958, Oiticica produjo una serie de pinturas y dibujos, tituladas “Metaesquemas”, en donde los temas centrales eran su geometría y combinaciones de formas y colores. Se trataba de experimentos técnicos y formales en un periodo en el cual los artistas, sobre todo jóvenes, buscaban liberarse del dogma de la representación figurativa proveniente del modernismo brasileño de la primera generación a principios del siglo XX.

En 1959, Oiticica firmó el Manifiesto Neoconcreto, escrito por Ferreira Gullar, en conjunto con otros artistas e intelectuales (principalmente de Río de Janeiro), entre ellos Lygia Clark y Lygia Pape, que junto con él formaron el trío central del movimiento neoconcreto en

DANIEL RANGEL

las artes visuales del país. Según Oiticica, este momento fue fundamental para su transformación como artista:

En mi opinión, a partir del movimiento neoconcreto comencé a proponer la salida al espacio, la desintegración del cuadro y todo eso. Ahí fue cuando realmente empecé a crear algo propio y totalmente característico. La desintegración del cuadro fue, en realidad, la desintegración de la pintura.

Su producción experimentó un cambio gradual y cada año se retroalimentaba de sus propios experimentos y resultados para innovar. De la pintura bidimensional de los “Metaesquemas” pasó a los laberintos de colores y formas colgadas en “Relieves espaciales”, iniciados en 1959. A estos siguieron los “Núcleos”, en 1960, y en los que trabajó hasta 1966. Luego vinieron los “Penetrables”, en 1961; los “Bólidos”, cuyas primeras obras produjo en 1963; y los “Parangolés”, en 1964, una serie que continuó hasta el fin de su trayectoria.

Me propuse crear nuevos órdenes que me llevaron de la primera serie de espacios significativos a una abolición de estructura relevante... Para mí, fue una abolición de las estructuras de significados cada vez más grande, hasta llegar a lo que considero una invención pura. ‘Penetrables’, ‘Núcleos’, ‘Bólidos’ y ‘Parangolés’ fueron el camino para descubrir lo que yo llamo el ‘estado de invención’.

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Esta fue una trayectoria que rompía con los conceptos vigentes del arte en Brasil y que proponía la participación directa del público en el quehacer artístico.

Era una ruptura con la pintura y la bidimensionalidad, seguida de la desintegración del objeto y de la propia tridimensionalidad, pidiendo una cuarta dimensión en su operación artística. La inclusión de la experiencia espacial, temporal, sensorial y del otro en el quehacer artístico fueron claves que Oiticica conectó en su trabajo.

Entonces, ¿qué sería el objeto?, ¿una nueva categoría o una nueva forma de ser de la proposición estética?

En mi opinión, a pesar de que también tiene estos dos sentidos, la proposición más importante del objeto, de los creadores del objeto, sería la de un nuevo comportamiento perceptivo, creado en la participación cada vez mayor del espectador, de modo que supera al objeto como fin de la expresión estética.

Oiticica situaba la experiencia en el centro de su producción artística, ya fuera la suya, la del espectador o incluso la del objeto artístico. La obra integra su práctica sin ser su objetivo final, de modo que funciona como un desencadenante de percepciones, reflexiones, sentimientos e ideas. Según el artista, “el objeto era una transición hacia experiencias cada vez más comprometidas con el comportamiento individual de cada participante”.

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Además, hizo “hincapié en que no existe aquí la búsqueda de un ‘nuevo condicionamiento’ para el participante, sino el derrocamiento de todo condicionamiento en la búsqueda de la libertad individual a través de propuestas cada vez más abiertas destinadas a lograr que cada uno encuentre en sí mismo su libertad interior y la clave del estado creativo, mediante la disponibilidad y la improvisación. Esto sería lo que Mário Pedrosa definió proféticamente como el ‘ejercicio experimental de la libertad’”. La definición conceptual del arte de Pedrosa y su labor como crítico e intelectual en este campo se convirtieron en pilares fundamentales (tanto prácticos como teóricos) para que se produjeran rupturas entre finales de los años 50 y principios de los 60. La producción de los artistas adquirió aspectos cada vez más cotidianos y populares en una aproximación irreversible de la relación entre el arte y la vida. Oiticica intentó profundamente romper esas barreras.

Entonces llegué al concepto que formulé como ‘suprasensorial’ (...) Es el intento de crear ejercicios creativos mediante proposiciones cada vez más abiertas, incluso sin el objeto (...) No son una fusión de pintura-escultura-poema, obras tangibles, aunque puedan tener esta característica. Se dirigen a los sentidos para conducir al individuo a través de ellos (de la ‘percepción total’) a

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una ‘suprasensación’, a la expansión de sus capacidades sensoriales habituales, para descubrir su centro creativo interior (de su espontaneidad expresiva latente) condicionado a la vida cotidiana.

Se trata de un arte transformador en el que el individuo, autor o espectador se puede liberar a través del propio arte, a través de la propia vida cotidiana o retorciéndola. Es una acción que dialogaba con la producción de otros artistas que reflexionaban sobre la función social del arte como sus propias compañeras, Lygia Pape y Lygia Clark, o incluso nombres internacionales como Joseph Beuys, que en aquella época afirmaba que “todo ser humano es un artista” y reflexionaba sobre el concepto de la “estructura social”.

Sin embargo, a diferencia del artista alemán que vivía en Europa y, en cierto modo, podía enfocarse en las rupturas dentro del circuito artístico establecido, Oiticica se acercó a las culturas populares para liberar sus ideas disruptivas. Por ejemplo, los sambistas y pasistas del barrio de Mangueira fueron los primeros en “disfrazarse” y presentar la obra de los “Parangolés”. Cuando intentaron entrar en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, se les prohibió la entrada, a pesar de que el artista había presentado la acción como una obra.

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La conexión con la cultura popular fue esencial para Oiticica y se convirtió en una de las características de la producción artística contemporánea en Brasil. Lo popular nos identifica, ya que nos sentimos parte de aquello y pertenece a la vida diaria de los brasileños. Es una relación de extrema riqueza cultural que también fue percibida por Lina Bo Bardi, arquitecta ítalo-brasileña, que llegó al país después de la Segunda Guerra Mundial y que fue una figura esencial en la introducción de la llamada “cultura popular” en el circuito artístico y del diseño.

Para Lina, “la libertad del artista siempre ha sido ‘individual’, sin embargo, la verdadera libertad solo puede ser colectiva. Una libertad que sea consciente de la realidad social y que rompa las fronteras de la estética”. Lina fue la primera directora del Museo de Arte Moderno de Bahía, fundado en 1959. Este museo fue el resultado de un movimiento liderado por ella, en donde también participaron artistas locales, como Mario Cravo Júnior; intelectuales, como el director de la Escuela de Teatro de la Universidad Federal de Bahía, Martim Gonçalves, y el director del Museo de Arte de Bahía (que hasta entonces era el único museo de la ciudad), José Prado Valladares; y otras personalidades, como la primera dama del Estado de Bahía, D. Lavínia Magalhães, que se convirtió en la presidenta de la Asociación de Amigos del Museo de Arte Moderno.

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El Museo de Arte Moderno de Bahía (MAM-BA) surgió en un momento cultural único en Brasil cuando se vivía una especie de agenda utópica modernista, incentivada por el fin de la Segunda Guerra Mundial y por un deseo de modernidad e innovación, liderado por la clase política. “Brasil, el país del futuro”, era uno de los lemas de aquella época.

En 1947, Lina participó en la creación del Museo de Arte de São Paulo (MASP), el primer museo dedicado al arte moderno en el país, cuyo director fue Pietro Bardi, su marido y reconocido curador en Europa. Lina diseñó el proyecto arquitectónico de las exposiciones iniciales ubicadas en el vestíbulo del edificio sede de los Diários Associados, donde el museo funcionó durante más de 20 años. Además del MASP, durante el mismo periodo, se crearon el Museo de Arte Moderno (MAM) de São Paulo y el Museo de Arte Moderno (MAM) de Río de Janeiro, en 1948. En 1951, el MAM de São Paulo organizó la 1° Bienal de São Paulo, y al año siguiente se empezaron a formar los primeros grupos de artistas: Ruptura, de artistas visuales concretos de São Paulo; Frente, de Río de Janeiro; y también Noingandres, del trío creador de la poesía concreta brasileña.

La revolución cultural se produjo en casi todos los lenguajes. Además de las artes visuales y la poesía, podemos mencionar la bossa nova de João Gilberto o los

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cimientos del Cinema Novo con las películas de Nelson Pereira dos Santos, o incluso la arquitectura de Oscar Niemeyer y Lúcio Costa de Brasilia.

El MAM-BA se fundó en 1959, sin embargo, no abrió sus puertas hasta enero de 1960, el mismo año de la inauguración de Brasília, construida para ser la nueva capital federal y una especie de culminación de la búsqueda de modernidad del país.

Lina incluso encontró un ambiente único en Salvador cuando ideó el MAM. Combinó sus intereses conceptuales particulares, provenientes de Italia y de sus estudios con Gramsci, con aspectos de la cultura popular local, cuya riqueza venía principalmente de la costa, del Recôncavo y de la herencia afrodiaspórica.

El Museo de Arte Moderno de Bahía surgió de manera distinta a las experiencias de los tres museos modernos anteriores, creados en el eje Río-São Paulo. Desde el comienzo, Lina percibió y se empeñó en incluir una serie de obras, artistas y exposiciones como eje programático central del museo moderno de Bahía que habían estado ausentes en el circuito artístico convencional del país, pero que formaban parte de la escena local.

Artistas totalmente desconocidos, o que ni siquiera eran vistos como artistas, expusieron junto con otros considerados consagrados, tanto a nivel nacional como internacional. En poco más de tres años, Lina reali-

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zó más de 100 exposiciones al frente del museo, cuya diversidad fue su característica distintiva, incluyendo artistas negros y muchas producciones consideradas como populares, que estaban totalmente fuera del circuito moderno vigente.

Lina incluía a gente común como artistas, incorporando el pueblo al arte y su producción al circuito comercial, institucional y artístico. Además, aprovechó su poder en el MAM-BA para renovar conceptos artísticos vigentes, incluyendo elementos de la cultura popular para romper las burbujas existentes. Estas estrategias ocurrieron en el mismo periodo y con objetivos similares a los experimentos artísticos de Oiticica, pero relacionadas con el campo de la curaduría, la gestión y la reflexión sobre “¿cuál es la función de un museo?”, al igual que él reflexionaba sobre el arte y su función.

En este sentido, el MAM-BA dirigido por Lina estableció un programa de exposiciones inclusivo y disruptivo, orientado principalmente a educar al público, más que apreciar o presentar obras y objetos. Una operación que incluía la vida y las referencias de cada persona como parte del proceso creativo, llamado “acto creativo” por Marcel Duchamp, cuyas experiencias exponen la relación inherente entre el arte y la vida en la actualidad. Mientras Oiticica afirmaba que “el museo es el mundo”, Lina añade “el mundo en el museo”.

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El golpe militar de 1964 en Brasil interrumpió el proyecto de Lina en Bahía y una serie de otras propuestas de valorización de la cultura popular. La programación del MAM-BA sufrió un fuerte impacto, incluyendo la ausencia de exposiciones durante 1965, y hasta principios de los años 80 el museo fue desplazado a una posición secundaria en la escena artística brasileña. La colección de arte popular que Lina había montado para conformar el Museo de Arte Popular de Unhão, como núcleo del MAM-BA, fue retirada del museo y guardada hasta mediados de los años 80. Durante este tiempo, gracias a la acción de un grupo de museólogos, la colección fue recuperada y trasladada a Pelourinho, en el centro histórico de Salvador. Sin embargo, la primera muestra de la colección se llevó a cabo recién en 2009, en el Centro Cultural Solar Ferrão en Pelourinho, donde se establecieron las cerca de 600 obras restantes. La época posterior a Lina

En 2021, me invitaron a asumir la curaduría general del Museo de Arte Moderno de Bahía, lo que para mí significó regresar a Salvador (después de 10 años viviendo en São Paulo) y al MAM-BA, el lugar donde empecé mi carrera en las artes visuales. Entre 1999 y 2000 fui cura-

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dor adjunto de la exposición “La quietud de la tierra”, que se realizó entre el museo de Bahía y el MoMA de New York; y después, entre 2007 y 2008, fui director adjunto del MAM-BA, bajo la dirección de Solange Farkas.

Asumí la curaduría del MAM-BA en julio de 2021, cuando todavía estaba cerrado por la pandemia del Covid-19, que coincidió con un periodo en que el museo estaba funcionando parcialmente debido a obras estructurales para construir una nueva reserva técnica. Durante este lapso, Brasil atravesaba una época aún más deprimente bajo la catastrófica administración de Jair Bolsonaro, en ese entonces Presidente de la República. Un gobierno que negó insistentemente la ciencia e hizo que el virus fuera aún más nocivo y perjudicial.

La idea del programa de (re)apertura del MAM Bahía se basó en algo que fuera relevante para las personas, para el contexto local y para contribuir al proceso de curación que la sociedad necesitaba; una especie de contaminación positiva de cultura. La (re)aproximación al arte popular, iniciada por Lina en los orígenes de la creación de la institución, que se había interrumpido desde el golpe militar en 1964, fue el punto de reanudación elegido.

La colección compuesta por Lina a principios de los años 60 para la creación del Museo de Arte Popular de Unhão (como núcleo del MAM-BA), que había sido

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retirada por el gobierno militar, fue devuelta al museo.

Esta colección formó parte de la exposición “O Museu de Dona Lina”, que reabrió el MAM-BA en agosto de 2021, la cual reunió obras de diferentes artistas modernos, contemporáneos y populares, codo a codo y sin jerarquías, como alguna vez lo había soñado Lina do Bardi. La exposición estuvo en cartelera por más de seis meses y aportó un rasgo identitario de la colección del MAM-BA con el público. Tras el término de la exposición temporal, decidimos mantener la colección popular en el museo, en un espacio creado a principios de 2022 llamado “Espacio Lina”, como una forma de rescatar y renovar su legado para el museo.

Luego de esta primera exposición, otras dos muestras propusieron diálogos, revisiones y actualizaciones a partir de la colección del MAM y de la perspectiva de Lina sobre la organización inicial del museo. La siguiente muestra fue “Encrucijada”, que puso en diálogo la colección moderna y contemporánea del MAM con una colección de arte africano, y reforzó uno de los aspectos más fuertes presentes en la colección: la fuerza, el poder, la variedad y la singularidad del legado afrodiaspórico en la cultura de Bahía. Además de los miles de visitantes, la exposición “Encrucijada” supuso un verdadero hito al incluir obras de artistas negros en la colección, con 70 nuevas incorporaciones. La tercera muestra, “Utopías y

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distopías”, con la cual concluyó la trilogía inspirada en el programa inicial de Lina para el MAM-BA, puso en diálogo la colección con otras obras históricas, modernas y contemporáneas, de colecciones públicas y privadas, que tenían discursos poéticos relacionados con los contextos políticos que Brasil estaba viviendo.

Además de estas exposiciones que retoman desde la actualidad los asuntos que Lina había planteado desde el inicio, se ideó un programa de ocupación del museo que realmente actualizara el proyecto de inserción popular que la artista desarrolló: una época posterior a Lina que fuera actual y conectada con temas del presente. A partir de esto, se creó el Programa de Residencia Artística dirigido a grupos, colectivos y artistas que llevan a cabo proyectos en sus comunidades y que creen en el poder transformador del arte. De este modo, rescatamos los conceptos planteados por Hélio Oiticica y practicados por Lina que se perciben en la estructura social concebida por Buyes (activadores que inspiraron el surgimiento de esta acción).

La primera residencia fue la de Pinacoteca de Beiru, a cargo del artista Anderson AC, y tuvo lugar al mismo tiempo que la primera exposición, entre diciembre de 2021 y febrero de 2022. La Pinacoteca de Beiru es un espacio colaborativo que fue creado en la comunidad donde creció el artista, una región desfavorecida de la

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periferia de Salvador, donde también se encuentra su estudio. En este espacio, Anderson realiza sus cursos y exposiciones y también los de artistas locales, además de otras actividades artísticas y educativas como presentaciones musicales y charlas sobre la historia del lugar y de los que viven ahí. Durante tres meses, Anderson AC y su Pinacoteca de Beiru ocuparon la Galería 3 del MAM-BA, llevando a cabo las mismas actividades que realizan en la comunidad y aportando un intercambio estimulante para un nuevo público dentro del museo.

La experiencia se amplió en la segunda residencia organizada por el Acervo da Laje, que actualmente es una de las iniciativas de museología social más relevantes del panorama brasileño. Esta obra, dirigida por José Eduardo Santos y Vilma Santos, ha sido parte de importantes proyectos en todo Brasil, incluyendo instituciones como el MAM de Río, el Itaú Cultural y el SESC Pompéia de São Paulo, entre otras. Es un museo comunitario, con sede en uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad, que rescata y revisa la historia de su propio territorio, recuperando la historia y la valorización de los artistas que viven en él. La residencia del Acervo da Laje dio la vuelta al MAM-BA y trajo al museo un público que nunca había estado en ese lugar, y se lo apropió. En total, el Acervo organizó tres exposiciones colectivas, así como lanzamientos de libros, charlas, talleres

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y muchas otras actividades para acercar el público al museo. La estancia supuso una interacción entre “arte y vida” que transformó el ambiente y duró casi seis meses.

Luego del Acervo da Laje, llegó el turno del Instituto Oyá, una institución dedicada a la enseñanza de tradiciones afrodiaspóricas y vinculada a un terreiro de candomblé ubicado en otra zona desfavorecida de la ciudad. Con un trabajo estructurado desde hace más de 20 años, Oyá creó un cronograma de actividades durante su residencia de tres meses en el MAM que incluía exposiciones, desfiles de moda, cursos y presentaciones musicales.

De cierta forma, las clases habituales de los jóvenes del Instituto Oyá se trasladaron al entorno del museo durante ese periodo y pudieron trabajar los contenidos de las exposiciones exhibidas en sus propias actividades.

Por último, el colectivo Musas fue invitado a cerrar el primer ciclo del Programa de Residencia del MAM-BA, que se desarrolló en conjunto con las tres exposiciones mencionadas, entre agosto de 2021 y marzo de 2023. Musas, compuesto mayoritariamente por artistas urbanos que estaban vinculados con el mundo del grafiti, está formado por habitantes de la comunidad vecina del MAM-BA. A diferencia de las otras residencias que traían propuestas alejadas del centro de la ciudad y del propio museo, el colectivo Musas surgió y se desarrolló “mirando” al museo. Los

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artistas del colectivo crecieron “tan lejos y tan cerca” de la realidad del museo. Al mismo tiempo que veían lo que sucedía ahí, tuvieron poca participación como si existiera una barrera invisible entre los espacios, que geográficamente están casi unidos. Durante la residencia de Musas, esa barrera se rompió y se vivió una experiencia auténtica de intercambio entre el museo y la comunidad. Además de las actividades artísticas y educativas que se habían realizado en las residencias anteriores durante el periodo de Musas (exposiciones, cursos, charlas, presentaciones artísticas y publicaciones), los habitantes de la comunidad literalmente ocuparon el lugar. Realizaron cumpleaños infantiles, juegos de dominó y almuerzos con platos típicos de los pescadores locales, e incluso clases de Jiu-Jitsu, que desde entonces se han incorporado en el museo. La comunidad ocupó el espacio en donde se juntaron diversas personas del sector y de los alrededores, lo que supuso un récord de público y participación popular. El número de visitantes aumentó significativamente y, además, la obra se reflejó en la ciudad de modo que personas que nunca antes habían ido al MAM (o a un museo) lo conocieron y empezaron a visitar el lugar. El sentimiento de representación y de pertenencia fueron fundamentales para este cambio de comportamiento de las personas con un espacio

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que es abierto, gratuito y público por naturaleza, pero que requiere de estas acciones para que las personas tengan ganas de visitarlo.

Los frutos de este trabajo se están cosechando con el reposicionamiento del MAM-BA en el panorama artístico brasileño y el reconocimiento internacional de este empeñoso trabajo. Actualmente, los proyectos realizados por el museo en los últimos dos años han colocado obras de la colección del MAM en importantes exposiciones, como la última edición de la Bienal de São Paulo y las muestras en el Itaú Cultural de São Paulo y en el Museo Inhotim de Minas Gerais. El Programa de Residencia, a su vez, se extendió a otros museos vinculados al poder público estatal, y la revisión histórica de las colecciones (iniciada por la trilogía del MAM) fue el estímulo suficiente para crear un nuevo museo en la ciudad: el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía (MAC Bahía).

La colección inicial del museo contemporáneo estaba formada por obras trasladadas del museo moderno, e incluso parte de ese popular programa se incorporó al diseño del nuevo museo. Desde el comienzo, el MAC Bahía llevó aspectos de la calle y expresiones de la cultura popular contemporánea al espacio, incluyendo una galería de grafiti, espacios tecnológicos e incluso una pista de skate. Durante sus dos primeros meses, el

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MAC Bahía atrajo a más de 40.000 visitantes, con un funcionamiento de martes a domingo desde las 10:00 hasta las 22:00 y una programación multidisciplinar enfocada en el arte contemporáneo y en la interacción entre diferentes públicos. Sin embargo, esa es una historia que aún está por contarse.

“El museo es el mundo”, y el mundo tiene que estar dentro del museo. La relación entre arte y vida, que los artistas intensificaron a partir de los años 60, como Hélio Oiticica y muchos otros y otras, también se dio en distintos campos artísticos. El programa curatorial de Lina Bo Bardi para el MAM-BA, de la misma época, y su propuesta disruptiva de incluir el arte popular en el circuito del arte moderno son ejemplos de esta inclusión de la vida en el arte, de la vida en el museo y del mundo en el museo. El programa de Residencia del MAM, dirigido a instituciones y artistas que trabajan en comunidades; la Galería de Arte Urbano; y la apertura de los espacios a acciones que van mucho más allá de la práctica formal del arte, así como las revisiones históricas que amplían el sentido de pertenencia del público, son estrategias que estamos utilizando para acercar cada vez más personas a nuestros museos. De este modo, esperamos cumplir nuestra misión de que los museos sean relevantes para la sociedad y conformar ideas para un futuro mejor, más inclusivo, democrático y socialmente equilibrado.

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Este libro se terminó de imprimir en diciembre de 2023, en los talleres de Ograma Impresores.

La portada está impresa a 4 tintas y el interior a 2 tintas.

Se utilizaron las tipografías Arche Grotesk y Nikola para portada e interior.

Se utilizó papel estucado mate para las tapas y papel hilado teñido para el interior.

Este libro reúne dos conferencias dictadas en el Encuentro Cultura y Política: ¿podremos vivir juntos?, realizado por el Centro Cultural La Moneda en octubre de 2023, en el marco de las conmemoraciones de los 50 años del golpe civil militar.

El colombiano Jorge Melguizo relata y reflexiona sobre cómo la cultura se convirtió en protagonista de los cambios urbanos y sociales de Medellín, ciudad que en los años 90 estaba tomada por la violencia e inseguridad. Él fue uno de los impulsores de esta exitosa política.

En otro texto, el brasileño Daniel Rangel, como curador, da cuenta, a partir de la experiencia del Museo de Arte Moderno de Bahía, de que “el museo es el mundo” y “el mundo debe estar dentro del museo”. Dice que el arte debe entenderse, ser apreciado y construido por la gente común, y así ser parte habitual de la vida en la polis.

En ambos casos, la cultura y el arte han dado ejemplo de que pueden y deben caminar junto a la vida pública y ciudadana. Son parte fundamental de la construcción democrática.

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