
17 minute read
Crítica
Literaturas orales
Raúl Morales Herrera
Advertisement
No hace falta un extenso proemio cuando a este texto le antecede un largo historial de sinrazones, impotencias y descontentos. Pero sí hace falta contexto y orientación (¡falta tanta, en todos lados y a todas horas!). Y, si bien aguardo diversidad de lectores, creo que el estudiante de Literatura de nuestra casa de estudios comprenderá la gravedad de mi introducción y sabrá qué esperar de cuanto viene: hablaremos del curso llamado «Literaturas orales y étnicas del Perú».
Esta «cátedra» ha sido «dictada» los últimos años por los docentes Elías Rengifo y Milagros Carazas, y aunque la ocasión tiente a la lengua y el contexto movilice los engranajes retóricos de la invectiva, no hablaremos hoy de personajes. Hace pocos meses, los estudiantes organizados pasaron del murmullo al clamor y enviaron, por la vía oficial, una queja formal a las autoridades de la Escuela, quienes decidieron escucharnos y tomar acción. Ni la complacencia endogámica de la Facultad de Letras, ni la negligente seguridad que brinda el nombramiento docente, serán mejores jueces que el criterio del estudiante que, aún estando aclimatado a un país y a una universidad de decepciones y conformismos, decide alzar su voz para denunciar una mediocridad insostenible. Puestas así las cosas, retornar sobre lo mismo sería un desgaste innecesario de energías. De aquí en adelante, mi crítica no se centrará en la práctica docente, si no en los contenidos de su cátedra: el propósito de este artículo es evidenciar cuáles son las principales falencias teóricas respecto al curso en cuestión, y qué contenidos hubiese deseado encontrar en él un estudiante de la carrera de Literatura.
El más elemental instinto nos empuja constantemente a empezar las cosas por el principio. Este fundamento tan obvio, sin embargo, es desafiado a diario en la Escuela de Literatura de San Marcos. Y no de acuerdo con un propósito educativo vanguardista, ni por una decisión pedagógica o filosófica ingeniosa, que ponga a prueba el pensamiento lógico de los estudiantes. Si muchas de las cátedras no empiezan estableciendo su propio fundamento teórico, es por dos sencillas razones: o la materia
tratada carece de ese fundamento, o el docente lo desconoce. El primer caso, especialmente provocador, será tratado en futuros artículos. Hoy nos invoca el segundo: cuando el profesor es incapaz de empezar por el principio, y desde la nada, salta a un raquítico todo.
El término «literatura oral» es complejo, problemático y algunos podrían considerarlo incluso contradictorio, un oxímoron. Distintas definiciones de lo que es la literatura excluyen de su territorio las expresiones orales, o las colocan al principio de un proceso que, por su milenario desarrollo, está asociado ahora exclusivamente a la escritura. Aquí enfrentamos dos serios problemas. El primero: en la Escuela de Literatura de San Marcos, son pocos los docentes y estudiantes que tienen la capacidad para definir qué es la literatura; algunos, incluso, se animan a decir que dicha tarea es imposible (gran salto de fe es dedicar tu vida a algo que no puedes siquiera verbalizar). El segundo problema: puestos a iniciar una cátedra dedicada a la «literatura oral», no existe momento en el curso para aprender y debatir sobre el propio concepto de lo que se va a estudiar. Laxas diapositivas (de caduca creación) que remiten a esbozos conceptuales serán todo el material con que cuenten los estudiantes para el resto del ciclo. Esta desafortunada carencia define el improductivo desarrollo de la cátedra: nada puede ser estudiado apropiadamente sin antes haber definido los conceptos que, mediante el ejercicio crítico, darán lugar a ideas interpretativas acerca de determinados materiales.
Si esta falta de fundamento pretende remediarse, ya sea por mano del docente o el estudiante, hay una variedad de textos que podrían aportar las herramientas conceptuales y metodológicas requeridas. En esta oportunidad, remito a dos obras en las que me hubiese encantado profundizar en un curso sobre expresiones literarias étnicas y orales: Oralidad y escritura (1982) de Walter Ong, y The Making of Homeric Verse (1987), que recoge los trabajos de Milman Parry, fundador de conceptos básicos para una teoría oralista que ha tenido extenso desarrollo y que un estudioso de la oralidad en otras latitudes no puede simplemente ignorar. Los lectores sabrán sugerir al menos una decena más de libros indispensables.
Marcada en su núcleo por esta grave ausencia de fundamentos conceptuales, el desarrollo de la cátedra no tiene mayor esperanza. Pero hay otro problema que es transversal a todo el curso, y se trata de una preo-
cupante imprecisión en cuanto a la perspectiva: ¿desde dónde miramos a la «literatura étnica y oral»?, ¿qué hacemos con ella, cómo operamos con estos materiales, qué queremos obtener de su estudio?, ¿estamos haciendo teoría literaria, crítica literaria, historiografía, antropología, sociología, estudios culturales? A primera vista, podría parecer que el enfoque del curso es difuso; puestos a una mirada más certera, descubrimos que, en realidad, no existe: se trata de una cátedra desenfocada, confusa, desprovista de propósito y desenlace.
Frente a tal desbarajuste, hay que empezar por preguntarnos si es válido reducir la tradición oral, rica en sí misma, a la literatura. La pregunta es capciosa: evidentemente, no. La tradición oral no equivale a literatura, ni tampoco puede estudiarse solamente desde las herramientas de la teoría de la literatura. Ya que los materiales literarios tienen la particularidad de cruzar las porosas fronteras epistemológicas de las distintas áreas del conocimiento, es primordial reconocer que el estudioso de la literatura, sin las herramientas conceptuales de las ciencias sociales y la filosofía, estaría seriamente limitado. En ese sentido, seré menos rígido que otros estudiosos: la Antropología sí tiene lugar en la Escuela de Literatura. Pero, por supuesto, ese lugar debe ser definido: la Literatura no puede ser Antropología, y la Antropología no puede ser Literatura. La práctica responsable consiste en precisar y delimitar, cosa que los implicados no han hecho ni han mostrado disposición de hacer.
Una cátedra dedicada a la inmensa riqueza de la tradición oral en el Perú debe ser dictada a la altura de las circunstancias. Las aulas universitarias de San Marcos no pueden ser depósito de inconsistentes vaguedades impartidas por docentes que, sin rigor ni exigencia, perpetúan entre los estudiantes la mediocridad que arruina a este país. La base de todo conocimiento tiene que ser la crítica, la razón y el debate, un curso dedicado a las diversas expresiones de la geografía nacional no debe funcionar como oportunidad para la insípida difusión de un patriotismo anodino y escolarizado. La tradición oral afroperuana, amazónica y andina ha de ser analizada a partir de criterios e interpretada sobre conceptos. En dicha responsabilidad recae la auténtica oportunidad de producir conocimiento sobre lo peruano; todo lo demás es atrofiarse o retroceder.
Crítica al programa hermenéutico de la Escuela de Literatura
E. Mijaíl Avalos Un pensamiento se pasea por la Facultad de Letras, se siente tan seguro de sí, que no contento con asistir a las aulas, también reposa en nuestro Centro de Estudiantes. Nadie se ha atrevido a conversar con él, por temor a la crítica. Todos saben que está más vigente que nunca, por lo que muchos han preferido saludarlo y fingir que lo conocen desde antaño. Otros, han decidido eludirlo e ignorarlo. Ese pensamiento que habita en nuestros pabellones y anida en nuestras cabezas, es el escepticismo.
Esta forma de pensar tiene tantos rostros que podríamos detenernos en cada uno de ellos y estudiarlos en su particularidad. No obstante, mi crítica se cierne sobre un solo campo: la Literatura. Por ende, me remitiré a mostrar y despellejar la manifestación de este pensamiento en nuestro programa de estudios literarios, principalmente, en el ámbito de la hermenéutica literaria. Vale preguntarse: ¿acaso hay alguna relación entre el escepticismo y la hermenéutica literaria que propone nuestra escuela? y, si lo hubiese, ¿cuáles son sus consecuencias?
El escepticismo es valioso por sí mismo, pues postula la investigación como actividad perpetua y necesaria. Para este pensamiento, el ser humano no es capaz de afirmar ni negar las cosas en su totalidad. Cualquiera de las dos acciones conlleva a un dogmatismo que obstaculiza el desarrollo del conocimiento. Por tal motivo, el hombre debe reconocer este estado de duda y de ignorancia para continuar en su deseo incansable por conocer las cosas y su verdad. Este sentido del escepticismo no es el que señalo y, menos, critico. Mis ideas se dirigen hacia las interpretaciones radicales que ha hecho la posmodernidad de este pensamiento.
Al no tener un criterio de verdad, se suspende el juicio temporalmente, de modo que somos incapaces de identificar qué es lo verdadero y qué es lo falso. Para el posmodernismo esta suspensión del juicio significa que el escepticismo iguala todas las cosas y las sustrae al plano de la opinión, destruyendo así la posibilidad del conocimiento. Es esta lectura la que ha infectado nuestra escuela, así como su propuesta de hermenéutica literaria, la cual tiene muchas pretensiones: ilustrar sociedades desde las estructuras literarias, indagar en el inconsciente de los personajes y argumentar por todos los medios posibles que el autor ha muerto. No profundizaremos en el proceso que
ha conducido a esta situación, y si fue consciente o involuntario, lo cierto es que hay una comprensión compartida entre docentes y estudiantes: el texto literario es el terreno donde habitan todas las lecturas posibles. Esto niega el propósito mismo de interpretar la literatura, ¿cuál es su sentido? A ello se suma la homologación de todos los textos literarios, pues se niega su especificidad. Al momento de interpretar, pareciera ser más relevante el marco metodológico que el propio texto. Cuando se plantea una hermenéutica que le quita la posibilidad del sentido al texto para entregársela al lector y a su metodología, se puede decir que está influenciada por el pensamiento escéptico. Lo que estudiamos no es sino una hermenéutica del silencio.
Del silencio, nada surge. De la hermenéutica escéptica de nuestras aulas, ningún conocimiento. La consecuencia de esta infección es la inacción pura, su manifestación es la poca profundización en la investigación literaria. A pesar de que todos los años se publican trabajos y se puede apreciar una variopinta producción académica, esto no supone un aporte real y significativo en la comprensión del fenómeno literario. Todo lo contrario: ¿de qué sirve esta variedad, si los conocimientos se entreveran y se entorpecen entre sí, sin conducir a ninguna parte? La inacción también se ve reflejada en la ausencia de planteamientos profundos y necesarios para el estudio de la Literatura, por ejemplo, no se observa ningún interés por promover la investigación para fundar una nueva teoría literaria o una definición aceptable de Literatura. En cambio, nos inculcan una amalgama de elementos heterogéneos y asistemáticos, y a ese conjunto incoherente lo nombran Teoría. En cuanto a lo segundo, los docentes de nuestra Escuela evitan responder la pregunta sobre lo que es la Literatura y, cuando se atreven, se limitan a sostener que es indefinible. Esta dificultad no debe dispensar la pregunta por la esencia del fenómeno literario, sino, precisamente invitarnos a responderla.
Esta cuestión amerita una mayor profundización en otro artículo, por ahora, basta con comprender el hecho de que el escepticismo radical ha conllevado a que en nuestra Escuela se haya fundado una hermenéutica estéril que no conduce a ninguna parte, solo da vueltas sobre sí. Por ende, se señala al escepticismo posmoderno como el enemigo principal para la construcción de un estudio racional y sistemático de la Literatura. Es este el mal principal que padece nuestra Escuela y, en general, los estudios literarios.
Previniendo las objeciones que despertará esta crítica y las cuales se basan en el clásico contraargumento: Es más fácil destruir que construir. Este artículo adelantará un posible criterio para la fundación de una nueva hermenéutica literaria y así erradicar ese pensamiento que habita en nuestra facultad. Ese criterio es Symploké, concepto platónico que es trabajado por Gustavo Bueno en su materialismo filosófico, y señala que no es posible que el Todo sea un orden perfecto y tampoco que sea un caos. En ese sentido, solo algunas cosas están relacionadas con otras. Así, este concepto evita tanto los monismos reduccionistas como el escepticismo nihilista. En otras palabras, la Symploké le devuelve al texto literario la posibilidad del sentido, además de exigir a los estudiosos de la literatura una rigurosidad interpretativa.
Ya no es posible someter el texto a cualquier marco metodológico, se trata de buscar el marco adecuado que permita al texto hablar por sí mismo. Esto supone la identificación de la operatividad de las metodologías, así como la discriminación de aquellas que no tengan como propósito el estudio del material literario, sino la promoción de discursos ajenos al texto. A partir de la Symploké, la interpretación literaria debe ser un diálogo racional y científico con el texto literario. Cumpliendo esos requisitos, la nueva hermenéutica se presenta como una hecho factible; incluso, la tarea titánica de fundar una nueva teoría literaria se muestra en el horizonte como posibilidad.
Lear Trez (2022). La detracción. Editorial Letra.
Anthony Polanco La detracción aborda una pregunta compleja y trascendental: ¿qué significa ser un escritor? Recurriendo al sentido coloquial de la palabra, es escritor cualquiera que escribe, pero también se puede ser «escritor» en el sentido de producir un texto artístico, no tan solo por mera praxis comunicativa, como el alumno que transcribe una clase para almacenarla a modo de registro. Pierre Laurent, protagonista de la novela, es un sujeto que hace de la escritura un arte; sin embargo, ser un escritor en la actualidad no es cosa fácil, más aún si consideramos en lo que ha devenido el concepto de arte y, por ende, del artista, como ya se anunciaba en la literatura del modernismo latinoamericano y se hace presente en el cuento El rey burgués de Rubén Darío.
La trama de la novela sigue la perspectiva de Pierre Laurent, un
escritor bohemio, autodenominado artista (el lector, al final, juzgará si es meritorio de ese título o no), cuya vida se ve alterada ante la decadencia de sus letras, la pérdida de su amada, el trabajo que le daba sustento económico y las consecuencias que todo esto implica. La obra nos muestra, a través de cuadros retrospectivos, aquello que condujo a Pierre a la situación que ahora padece y el recorrido que debe enfrentar para superar la crisis en la que está sumergido.
A través de sus cinco capítulos, La detracción se enfoca en el cruce entre el poder y el arte, trazando un escenario que remite al Imperio Romano y el Círculo de Mecenas, donde poetas como Horacio y Virgilio escribían para apoyar al emperador Augusto en su búsqueda de unidad imperial. Mientras uno le resulte útil al poder, recibe su apoyo; pero, si el poeta se desencanta ante los ideales de su benefactor ¿su deserción sería tolerada? ¿Qué hubiera pasado si uno de estos escritores atentara contra su benefactor? La novela plantea las consecuencias de esta ruptura entre el poder y el arte en el mundo contemporáneo, lo que desemboca en un cuestionamiento del protagonista sobre el quehacer literario. Pierre Laurent se enfrenta a la pérdida de su estatus social como «escritor» legitimado por el sistema, aquello que, así como le fue otorgado por el poder, ahora le ha sido arrebatado.
Con un lenguaje que seduce y engatusa, la novela atrapa página tras página, por lo que puede terminarse en unas pocas horas. Esto no le resta mérito, más bien, es un texto que exige un lector activo, ya que presenta una gran cantidad de detalles que aportan información crucial para la trama, y que conducen a situaciones que, de no haber prestado atención, podrían parecer completamente inverosímiles o sacadas de la pluma del escritor como si se tratase de un Deus ex machina. Pero, realmente, estas circunstancias tienen un sustento que ha sido construido progresivamente y con minuciosidad.
La detracción representa la primera incursión de Lear Trez en el ámbito novelístico y ha pisado con firmeza en el mercado literario, bajo el sello de Grupo Editorial Letra. Es una novela cuya lectura resulta provechosa y que, como toda buena obra, permanecerá en la memoria del lector que decida revisarla, motivando una reflexión sobre la naturaleza del oficio literario.
César Yamaguchi (2021).
Sombras sin cuerpo. Editorial Vida Múltiple
Sergio Luján Sandoval La publicación de un libro supone el despliegue de opiniones y de nuevas experiencias de lectura. A ello, por supuesto, quisiéramos agregar un doble saludo: primero porque la Editorial Vida Múltiple inaugura su catálogo propio con la sección de narrativa; y segundo porque el escritor sanmarquino Cesar Yamaguchi nos presenta Sombras sin cuerpo, su primer libro de relatos compuesto por seis textos: «Sin asunto», «En este rincón», «Cielo quebrado», «Un almuerzo llamado familia», «Me sigues escribiendo» y «Donde nadie te haría daño». A continuación, destacaremos algunos puntos que no pretenden limitar la lectura.
En primer lugar, enfatizamos en la destreza técnica de la escritura de Yamaguchi como uno de los aspectos más resaltantes que le permite escapar de las narraciones planas para explorar distintas voces y formatos. Por ejemplo, emplea narradores en primera persona («Sin asunto»), tercera («Cielo quebrado»), y un interesante manejo de la segunda en el relato más logrado («Donde nadie te haría daño»). No obstante, lo importante es que Yamaguchi, además de operar con este tipo de voces ficcionales, aloja una polifonía de perspectivas que ofrece espesor semántico al texto. Sumado a ello, muchas veces los narradores de los cuentos se intercalan con la voz y los pensamientos de los propios personajes brindando un clima de subjetividad psicológica que refuerza lo narrado.
En segundo lugar, subrayamos la velocidad de lectura gracias al cuidado de la prosa y a la pericia en el empleo de los diálogos («Donde nadie te haría daño» es un caso), y también al registro verbal infantil recreado con pertinencia y verosimilitud («Cielo quebrado» es una clara muestra). Asimismo, otro rasgo troncal radica en los recursos estilísticos empleados: imaginativos (correspondientes a las visiones de mundo) y sintácticos y fonéticos (asociados al plano formal). Todos ellos instalan no solo una atmósfera que envuelve al lector en el universo narrativo, sino que también le permite participar emocionalmente1 y empatizar con (o reconocerse en) el componente emocional de los personajes.
En tercer lugar, arriesgamos una lectura breve —pero que prometemos
1 Iberico, M. (1950). La aparición. Ensayos sobre el ser y el aparecer. Lima: Imprenta Santa María.
y esperamos ampliar— bajo las coordenadas de lo que consideramos como una poética del intersticio. Afirmamos esto a raíz de que los relatos de Sombras sin cuerpo acogen una serie de subjetividades que habitan espacios situados en los intermedios, en los umbrales, esto es, en las zonas liminales. Por ejemplo, los estados de turbación proporcionados por el duelo, la vigilia, el sueño o el alcohol funcionan en tanto disparadores para que algunos personajes exploren otras dimensiones que exceden y fracturan lo espaciotemporal: «Sin asunto» y «Me sigues escribiendo» son textos-claves donde los soportes electrónicos (e-mail y Facebook) facilitan la «interacción» entre personajes separados geográfica o físicamente sin dejar de examinar el sustrato psicológico.
Asimismo, en esta poética del intersticio se perciben ciertas zonas de contigüidad, que por ratos devienen porosas, entre lo humano y lo animal. Tal es el caso de «En este rincón», relato metaficcional donde las moscas, el ratón y el gallinazo conviven con y en la propuesta del personaje principal que se debate en el quehacer creativo; a su vez, en «Un almuerzo llamado familia», gracias a la presencia del atún, se reflexiona sobre lo sádico que puede llegar a ser el hombre con aquella especie. Por último, en «Cielo quebrado» encontramos los límites de lo humano: «[N]o entendía. Su voz no era la de mamá y provenía de un lugar muy dentro de ella, no de su boca» (p. 54). Desde luego, los personajes de estos cuentos evidencian un desequilibrio como correlato de un vacío socioafectivo.
Finalmente, quisiéramos destacar la diagramación y la portada, ya que esta última traduce contornos impersonales que podrían remitir a la de cualquier lector o lectora. Así, Cesar Yamaguchi, una de las voces más interesantes de nuestra narrativa actual, nos entrega un frenético, crudo y ácido libro de cuentos. Pero, sobre todo, uno que nos interpela y nos recuerda que los espacios que muchas veces concebimos separados por barreras inamovibles en realidad no existen como tales; por el contrario, estos diques resultan lábiles porque el ser humano es una constante línea de fuga que siempre está desterritorializándose (y reterritorializándose) en cuerposotros y en diversos afectos. Y también, por qué no, hallándose en vidas múltiples y en heterogéneas sombras sin cuerpo.