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Creación
Irregular
Carlos Daniel Ventura
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(0:00-3:50) 2:23ⁿ Irregular - Invisible
¿Qué no comprendes, Barzola? Que merodeen por aquí pues, Amalia, saben muy bien a qué nos dedicamos y siempre vienen a joder. Su exhibición, teniente, su descuido ¿Por la poca ropa que usan, Barzola?, ¿a eso te refieres? Es su trabajo, pues, Celina, tienen que cuidarnos. No, no, a su falta de mascarillas, teniente, a eso, a tener que hacer guardia por esos estúpidos que ni se cuidan. ¿Cuidarnos?, si a la primera que pueden nos chantajean, Amalia, a la primera que ven nos vienen a joder, ¿no te acuerdas de la semana pasada?, ¿de cómo te quitaron al único cliente que tenías? Las luces de las esquinas apagadas, cada vez menos gente merodeando por las calles. El suboficial de tercera Gerardo Barzola manejaba el automóvil de la policía a lo largo de la avenida Villarán, pensativo, un poco aletargado, y miraba de reojo, casi con odio, las veredas desoladas del distrito de La Victoria. Pero bien que te encanta arruinarles las presas, Barzola, encender la sirena y asustarlos. Se detuvo. En el cruce con Campodónico, observó a unos transeúntes pasar, seguro están regresando del trabajo, sí, eso debe ser, pero, vamos, ¿y si no fuera así?, ¿ganarías algo con enmarrocarlos, Barzola?, ¿con llevarlos jodiditos a la comisaría? Pisó el acelerador, cambió a segunda y siguió manejando hasta colindar la avenida Nicolás Arriola. Quizás hoy encontremos a tus favoritas, Barzola, ja, ja, ja, quizás puedas verlas hoy también. Giró a la izquierda en dirección hacia Gálvez Barrenechea, ah, ¿no quieres?, las prostitutas revoloteando sus carteras, ¿no era por esto que siempre te peleabas por escoger aquel día?, cada meretriz enterada de su posición, vamos, admite que te encanta venir a fregarles el trabajo, que te complace ver cómo los urgiditos esos se suben el pantalón después de asustarlos, de cómo te alegras al verlos ajustarse estúpidamente la correa ¿Y no era así, Barzola?, ¿no era ese tu motivo para burlarte de unos cuantos aguantados cada vez que pasaban por allí? No, no, definitivamente no era así. La falta de bulla por las calles donde había estado manejando le recordaba a
esa sinuosa mañana de mayo en que se despidió de su hermano en el terrapuerto de la avenida Vienrich en Tarma. Pero entonces, ¿qué era, Barzola?, ¿por qué lo hacías?, ¿por qué te esforzabas en ahuyentarles los clientes sin motivo alguno? Porque mamá quiere que te gradúes de policía allá en Lima, Gerardo, que estudies mejor y ya luego aportes a la familia. ¿Por tu sentido de justicia? Pero son tres años, Romario, ¿cómo vivirán ustedes en ese tiempo? ¿Por tu preocupación por hacer el bien? No te preocupes, yo puedo tener dos trabajos. ¿Porque es tu tarea hacer lo correcto? Además, mamá tiene ciertos ahorros que pueden ayudar. ¿Y cuando te gastabas en vicios todo el dinero que te enviaban para la escuela de suboficiales pensabas igual? ¿Usarán el dinero para la operación de mamá, Romario? ¿Acaso cuando te fuiste de putas con tu tercera mesada hacías lo correcto? Nosotros ya veremos la forma, Gerardo, cuando te gradúes recién podrás apoyar. ¿Y tu primer sueldo de graduado gastado en mantener mujeres en vez de ayudar a tu familia, Barzola?, ¿también estuvo bien? Usted no es quién para sermonearme, teniente. Mira, Amalia, justo acaban de llegar. Sus caficheos con estas de aquí lo dejan sucio. Pero tú tampoco te salvas, Barzola, nadie en esta institución se salva. Espero que sea el cholo Eudoveo o el teniente Salas, Amalia. Vamos, tócales el claxon. O cualquiera de ellos menos el flaco ese de Barzola. Allí están, vamos, toca. ¿Ya ves?, ¿no te dije?, solo saben joder, Amalia. Aún nos quedan dos horas para las once, Celina, espera a que se vayan. Pero si el toque de queda es a las nueve y ya nadie aparece después de esa hora. Ya vámonos, teniente, ya tuvimos suficiente. ¿Qué?, ¿te me seguirás haciendo el justo? Ya están pensando en irse, Celina. Porque lo soy, teniente. Si al menos el teniente Salas viniera solo, no me haría problemas. ¿Debo mencionarte todo tu historial, Barzola?, ¿hacerte recordar tu vida de mal hijo? ¿Por qué lo dices? No, no debe hacerlo. Porque a él le importa un carajo si nos jodemos o jodemos a alguien más, Amalia. Hazme caso y sigue tocando el claxon entonces. En cambio, el otro que lo acompaña, sí, sí, ese, el flaco Barzola, a él ni en eso le importan los demás. Pero ya se fueron sus clientes, teniente, no tenemos más motivos. Para el teniente Salas no tengo problemas en darle servicios gratis. Te estoy diciendo que toques el claxon, carajo. Pero para ese flaco, no, ni aunque el mayor Zurita me lo pida. A mí me
vas a obedecer, ¿escuchaste?, si yo quiero te hago el Servicio imposible ¿A poco no sabes sobre su pasado, Amalia? Te mando a la comisaría de cualquier pueblito de mierda si se me pega la gana, ¿oíste? ¿A poco no te enteraste que abandonó a su familia antes de venir a Lima? A que extrañes los huesos de tu madre entre un montón de tierra. Que se tiró todo el dinero que le enviaban en pasarlo de lo lindo aquí en Lima. No, no es necesario mandarte tan lejos para que obedezcas. Que no gastaba su sueldo como suboficial en pagar la operación de su madre. ¿Con mencionar tu situación en la comisaría no tengo suficiente? Que su familia tuvo que hacer lo imposible para sobrevivir mientras él se daba aquí aires de europeo. ¿Con hacerte aguantar todo como un perro no basta? Y lo peor, que niega a sus parientes hoy en día. ¿O debo recordarte cómo todos nos comemos a ese cabro de Romario que se hace llamar Amalia para que entiendas?
No saltes
Alberto García Me levanté. Busqué mis sandalias en la oscuridad del piso. Mi planta sintió la humedad caliente de un charquito que acababa de pisar. Tomé una leve bocanada de aire y el dolor abdominal llegaba cada vez peor. Dolía tanto, tanto. Traté de no moverme más estando sentado, pero, si recostado me dolía igual, sentado no había cambiado nada. Subí la mirada, miré que el foco tenía una compañera, una mosca se golpeaba, una y otra vez, a la tenue luz que aparecía y se ocultaba como mi sueño. Volví la mirada hacia mi pie, el calor del charquito se iba enfriando poco a poco. La ventana de mi cuarto, a la derecha, estaba abierta y la cortina amarrada, volviéndose una pelota que colgaba y flameaba con el viento, y si hacía frío, acaso no lo sentía ya. Ese golpear leve de la mosca retumbaba en mi cabeza. Sacudí mi píe, lo vi recostado en la ventana, tiritaba o era yo quién seguía temblando desde ayer. Me compadecí y entreabrí la vista -él no se merecía esto, pensé- pero mi intento de ponerme de pie hizo que me cayera de espaldas a la cama. El dolor, el crudo y directo dolor que me golpeaba sin hallar tregua. Habré gritado muy fuerte de dolor que el pobre felino se levantó maullando como una alarma. Y dejé de sentir pena. Llegaron a mí todas las ganas del mundo por lanzarle algo y que se calle. Ni uno, ni lo otro sucedió. Los maullidos se callaron en mi cabeza cuando me dormí.
Me levanté, seguía de noche. Ya no estaba en la ventana el gato o gata, no sé tampoco. Desde que estoy encerrado aquí, siempre viene por un poco de mis sobras. Me acompaña, se para detenidamente mirándome comer, y se marcha como vino. Desde que estoy acá, tengo la seguridad de que volverá, de que mañana estará con su mirada inquisidora. Aunque ya no me traigan comida, ese minino vendrá. El techo está lleno de telarañas y en las esquinas las cucarachas van y vienen con el zumbido de sus alas. A veces, me entretengo cuando se quedan atrapadas y hacen de todo para huir, pero no, mueren cuando las ocho patas largas se acercan. Luego, sucede una batalla inútil y ceden, todas ceden, para luego verlas inmóviles, secas, disecadas para mi vista, y caen a mi almohada las sobras de sus patas, sus alas, sus antenas. Recordé a la mosca buscando su libertad, abriéndose camino mientras se abría la cabeza. Su luz era un pasito enorme para su corta vida. Fue entonces que algo cambió en mí. —Así que eso pensó antes de hacerlo— me preguntaron todos cuando se reunieron a escuchar la historia. —Sí, he visto a muchos al filo, pero él se había acercado tanto.
La miré con toda la envidia de esta noche. Apreté con todas mis fuerzas los labios y me levanté. El dolor estuvo a punto de noquearme. Lo aguanté como pude, igual que lo ha hecho el resto del mundo y mi familia, mis amigos, mi amor, mis hijos al meterme aquí. Avancé hasta la ventana, con cada paso se reducía mi vida. Cuando logré llegar, grité con todas mis fuerzas. —Luego empezó a gritar, pero su voz no se escuchaba, él seguía y seguía gritando hasta que desapareció de la ventana. —¿Qué pasó?— preguntaron mientras las voces de todos se atropellaban.
Miré afuera, busqué ahí algo que me dé esperanza, sea el cielo, la luna, la nostalgia, los bichos, lo que fuera, pero no había nada. Me ahogaba en mi cuarto y esto de estar aislado, aquí, a mi suerte, es una locura. Tomé un respiro hondo y el dolor se asomaba como un compañero temeroso, pero feliz porque llegaba el instante del adiós, lo sabía y lo quería tanto. Mis piernas enclenques hicieron el esfuerzo de subir, pero me abandonaban las fuerzas. Insistí en apoyarme del marco e irme hacía abajo por pura gravedad, pero ya no pude sostenerme más tiempo en el alféizar porque mis huesudas manos cedieron su apoyo. Solo gasté mis
últimas fuerzas gritando en lugar de haberme lanzado de una vez. Caía lentamente, como esa ala de cucaracha. Seguí buscando esperanza en lo que fuera y, a lo lejos, me pareció verlo recostado sobre el borde de un muro. Sus dos ojos relucientes como prismas en la noche estaban fijos en mí, como si me hubiera mirado desde que me levanté. Luego, sentí el piso, mi cabeza recostada en el charco y la mosca que dio su última embestida hacia el foco que se apagó, cesando el golpe en mi cabeza. —«Qué triste», «sí, es una pena», «pobre, espero acabe pronto todo esto»— Se iban por todas direcciones, por los techos de calaminas y azoteas, postes de madera que son tendederos y escaleras. —¿Qué gritó?— preguntó uno que aún estaba sentado. —Ven— salté de techo en techo y él me siguió como mi sombra—, llegamos hasta el marco de la ventana y nos quedamos un momento ahí mirando todo en la oscuridad, su cama estaba llena de insectos, un hedor terrible emanaba de él. —¿Acaso esto es salvarlo?— me preguntó asustado y aterrado— ¡Son tan terribles los humanos!
Ahí estás, siempre vienes, siempre vuelves… —¿Escuchas? Aún dormido, sigue pensando lo que grito…
Veo la mano agitarse Alzo la mía y respondo Veo la mirada levantarse Alzo la mía y sonrío Veo el disgusto en los labios del susodicho: Mi tío.
Siguen mis pasos los niños Remedan mis palabras en silencio Que no vocalizo bien los sustantivos.
Entiendo a los cerros No entiendo el frío de tus sombras. Me abrazas con recelo No entiendo la boca que abre los azules cielos.
Soy yo la errante de mi propia ciudad Soy la paria de mi propia historia La hija no invitada a la cena de huatia La que muere en el saludo fraterno que ha diluido la confianza y el calor de las noches de invierno
Mi madre me llevaba en una lliclla cubriéndome los ojos Y terminé por comerme las palabras
Ahora solo puedo decir: jumasti. Gladys Chambilla
El manto de líquido en prosa se vuelve el símil tan absurdo tan callado es el sonido del llanto que no suena y que solo se estrepita ante el frío de un cartón viejo de un celeste sintético.
Cómo iba a llorar yo frente a los soñadores de pan cómo iba a llorar yo frente a los soñadores de abrigo quién era yo para igualarlos. Pues es mi día el edén tan sinuoso entre mis ideas tan afines que ellos observan la utopía hecha hombre en mi mirar.
La calle celeste por el frío se transfigura en la noche diurna en sus soles que queman no de calor sino de pena. Esa piel gallinesca la tengo por miedo y no por bravura ni pesar. Tengo arrugas en mi temple ellos la tienen de verdad tengo hambre de alegría ellos la tienen de verdad. Derán Sanchez
En este sucio níveo hospicio, donde yacen los sueños de un austero sombrero, hermanadas ventanas me murmuran sus costras pesadumbres de breve entendimiento, hacen eco de un grotesco glorioso entierro negro.
—Carestía de colores
Cuando te preguntaste si será ese contorno que te abruma, los límites del mármol del descenso condenado, ¿qué te aterra tanto tanto?
—Tú Victor Rodríguez
Los chirridos de los cuervos invaden mi casona. Comiendo vidrio roto, Grises ángeles picudos devoran multitudes, la negra interferencia donde pacen las campiñas: Un festín de dulce muerte
—¿qué te aterra tanto tanto?
Tu boca de arcoíris resquemando recuerdos de este níveo hospicio. La luna me ametralla, ¿hasta dónde llegarás?
—Al festín de dulce muerte.
Y los cuervos no eran verdes, sí azules sus quejidos, celeste la fragancia, amarillos que tragaban la agonía de un largo y extendido sueño.
—Sabía a pesadilla, Sabía al viejo hombre cuyo nombre he olvidado, de un austero sombrero gracioso entierro negro, El fin de una agonía.
O el inicio de una nueva.
—Corazones serpentinas, de tu festiva cerebela coloridas lloverán, en donde el enlutado oscuroblanco es el plato principal, al vidrio lloroso de condimento servirán.
Y los exigentes, nunca solidarios pájaros osados celebran en un largo entremés de jamás terminar.
Jordan Roman
Mi hermano despierta de un largo sueño, y en instantes solemnes, al avanzar, cojea, acariciando la mañana en la mirada con el rostro perfumado de angustias y el bolsillo anunciando: No me observes, no soy oráculo. —¿Qué eres entonces?— se pregunta mi hermano —si no estás conmigo, me han abandonado. Anuncia en su pecho el trajín de los martes, con el humo encapsulado por la larga avenida, mientras desfila con la mano alzada, que en multitud se movía, y en su andar pelea. Un soplo quiebra el espacio fingido, entre el frío y la nada, entre la indiferencia de los pasajeros y la conchudez del cobrador. Un hombre a su lado yace dormido y cae en babas hacia el suelo, pero da un brinco y, al ver el todo enlodado, solo piensa: ya me duermo. Sobre el espaldar solitario observa los montes despertando para temblar de regocijo ante tanta pérdida de carácter, desvía la mirada, pero en su perfil se delatan los ojos llorosos que, en su ocultar, triunfan, que observan con recelo y son, en suma, intrascendentes.