Casa Palabras N 23

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Carta a la madre Encontré tu vestido por el piso... Sus flores aún olían a ti y pensé: hay plantas tan agradecidas. Durante la sequía palideciste un poco pero nunca llamaste como la espiga aquella que nos hacía correr y derramar el agua antes de tiempo. Un día hablaste del candor, de la frialdad y de la pérdida, de un cementerio al que asistías todas las tardes, del cuello de tu madre en cicatrices, de un banco a la derecha para estar, para llorar sin prisa. Entonces te borramos de la infancia, de su mano remota, envejecida. Te vimos descender con nuestros rostros. A tu paso las luces se apagaban. Nos hiciste un espacio entre las tablas, una casa en la arena del naufragio con el sol por encima y los gorriones en su línea de tiempo. Hay flores tan agradecidas que no mueren, se quedan en un vestido como la piel, para dar testimonio. Está empezando a secarse tu vestido. Ahora la lluvia cae sobre otros techos, en otras tardes de hijas pequeñas. Desde entonces esta agua en mis ojos, como en los tuyos. Lamento el tiempo de sequía, madre. De Mi amada Istar (CCE, 2004) 54

Poema por la pérdida Yo también te he perdido y de mi bosque unos troncos quemados se levantan. Si lloviera aquel musgo que vi sobre tus piernas cuando ya no corrías a buscarme, cuando ya no podías. Yo también te he perdido en el recodo de mis brazos en cruz, bajo mi frente. Un siglo antes su madre se moría. Ese lado de la historia común, la tradición. Cómo asomar después, ante la multitud, con el alma en las manos. Cómo escapar del vilo que llovía sobre su frente rota. Yo también derramé hojas en sepia, respiré el aire extraño del hombre que sudaba sosteniendo la casa. Todos se fueron con el deber cumplido y la paz menos vieja.


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Casa Palabras N 23 by Revistas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión" - Issuu