El Genocidio en la agenda politica armenia

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CONSEJO CAUSA ARMENIA DEL URUGUAY I

“El Genocidio en la agenda política armenia”. Fuente: Diario Armenia I

El genocidio en la agenda política armenia

Khatchik DerGhougassian

uego de ser durante casi cinco décadas una pena vivida en el ámbito exclusivamente armenio en términos de luto, compromiso con la memoria, esperanza abstracta de justicia en un futuro lejano y sobre todo, angustia de la continuación del plan de exterminación con la pérdida de la identidad en un proceso de asimilación conceptualmente formulada como “masacre blanca”–dyermag chart-, el Genocidio Armenio apareció en la agenda política armenia en 1965, año del cincuentenario marcado tanto en la Diáspora como en la entonces República Soviética de Armenia por manifestaciones callejeras masivas planificadas o espontáneas reclamando justicia y reparación. Por los imperativos de la supervivencia y organización comunitaria de la Diáspora, por el contexto internacional primero de la entre guerras y luego de la Guerra Fría y por la política de silencio impuesto sobre el tema por la política oficial de Moscú, el primer crimen de lesa humanidad, que sólo en la Segunda Guerra Mundial encontraría su definición terminológica propuesta por el jurista Rafael Lemkin a quien no se le quedaban dudas en cuanto a la similitud del destino de los armenios en la Primera Guerra Mundial y el exterminio de su propio pueblo judío en la Segunda, se había circunscrito en el contexto cerrado de la memoria armenia. 1965, entonces, marca una nueva etapa de la antigua e irresuelta Cuestión Armenia conocida como la Causa Armenia –Hay tad-, que gira en torno de la naturaleza y futuro de las relaciones entre los armenios y los turcos. Pensar el Genocidio como un tema de la agenda política es decidir sobre el desafío que plantean estas relaciones.

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El gran olvido... Desde las primeras noticias de las masacres en la prensa internacional durante la ejecución misma del orden del gobierno de los Jóvenes Turcos hasta los foros diplomáticos donde se diseñaba el mundo de la pos Primera Guerra Mundial, a na-

die se le ocurría cuestionar la veracidad de los hechos o la intencionalidad del gobierno otomano. Pero a falta de una reacción inmediata para concretar políticamente las múltiples condenaciones y a raíz del fracaso de Sèvres, única instancia que podría en aquel entonces brindar justicia en términos de reconocimiento y reparación al pueblo víctima, tomaron prioridad el crudo realpolitik que se expresó en la aceptación primero y el cortejo luego de la República de Turquía nacida en las ruinas del imperio Otomano. Los bolcheviques en Rusia que luego de derrotar la contrarevolución apoyada por los Aliados expandían exitosamente su dominio en el espacio imperial zarista y aún soñaban con la exportación de la Revolución de Octubre en el mundo, encontraron en Mustafa Kemal, el futuro Atatürk, un aliado que había declarado su propia guerra de liberación contra las potencias europeas. Los británicos y franceses, que acababan de diseñar el mapa del Medio Oriente donde se instalaban como “mandatarios”, a su vez no dudaron en negociar con el nuevo hombre fuerte, que al abolir el califato en 1924 e implementar una política de occidentalización de la sociedad turca les prometía limitar las ambiciones políticas del país naciente en el contexto del estado-nación.

... y su consolidación La bipolarización de la escena internacional luego de la Segunda Guerra Mundial terminó consolidando la importancia geopolítica de Turquía, especialmente luego de la decisión de Ankara de formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN). Dominada por los militares, guardianes pretorianos del legado secular de Atatürk, la política turca supo aprovechar del papel de estabilizador que se le adjudicaron las dos superpotencias rivales, Estados Unidos y la Unión Soviética, en la región. Una de las consecuencias del olvido del Genocidio Armenio en la agenda de las relaciones internacionales en estos cincuenta años ha sido la edificación de una política oficial turca de negación que, precisamente, se basó en el factor del olvido y el rediseño de la historia oficial. 01


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Relaciones de enemistad Cuando una nueva generación de descendientes del Genocidio en la Diáspora ya organizada decidió tomar la iniciativa de reclamar justicia, el negacionismo ya estaba arraigado en la política turca y formaba parte de los supuestos sobre los cuales se había basado la edificación de Turquía moderna. Cierto, el nacionalismo de Atatürk se distinguía del nacionalismo de los Jóvenes Turcos por haber abandonado la dimensión imperialista. Pero la memoria histórica de 600 años de imperio y la estructura de dominación-subordinación que significaron no se borran de un día para el otro. Mas aun, el negacionismo turco es tan sólo la consecuencia de la persistencia de esta memoria histórica donde el elemento turco en el imperio ha sido dominante (aún cuando en la misma sociedad turca se distinguía entre los “guerreros” y los “esclavos”) y los armenios, hasta los mas privilegiados, nunca dejaron de ser los subordinados. En la época de gloria del imperio Otomano la estructura de dominación-subordinación no era conflictiva, pero guardaba los gérmenes de la inevitable confrontación cuando en plena decadencia otomana en el siglo XIX los armenios igual que las otras minorías étnicas del imperio vivieron el proceso de despertar nacional y la elite otomana abrazó el nacionalismo xenófobo de fuerte inspiración germana como medio de salvación del imperio. Las huellas de la memoria histórica de la estructura de dominación se encuentran en el negacionismo oficial del Genocidio de Turquía moderna. Cualquier plan de exterminio o puede ser tan sólo un cálculo racional de tipo estratégico. El Holocausto, la limpieza étnica en los Balcanes, el genocidio en Rwanda entre otros crímenes de lesa humanidad reflejan una relación de odio donde el elemento de dominación-subordinación está siempre presente. De igual modo, si bien la racionalidad del Genocidio Armenio se definió en el proyecto expansionista panturkista, ni la oportunidad de la Primera Guerra Mundial, ni el cálculo estratégico de vaciar los territorios históricamente armenios para facilitar la homogenización del espacio geográfico del Bósforo hasta Asia Central pueden explicar la explosión de tanto inhumanismo y odio en un lapo de tiempo tan corto que fueron los años en que ocurrió el exterminio. La “solución final” a la Cuestión Armenia que Taleat propuso mediante el Genocidio había estado en los planes de el gobierno otomano desde por lo menos el siglo XIX. En este sentido, mientras Turquía siga negando el Genocidio las relaciones armenio-turcas no dejarán de ser caracterizadas como relaciones de enemistad.

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Terminar con la enemistad En la política internacional, las relaciones entre los dos países se caracterizan por la enemistad cuando ambos ven una amenaza a su seguridad nacional. La negativa de Turquía de reconocer el Genocidio es una señal de la continuidad de la amenaza a la seguridad nacional de Armenia. Poco convincente es, sin embargo, el argumento de que Armenia represente alguna amenaza a la seguridad nacional turca. La gran asimetría de poder entre un país como Turquía que es un factor clave en la política regional e internacional y una pequeña y altamente vulnerable Armenia hace cualquier escenario de agresión proveniente de Armenia altamente improbable. Mas aún, desde la restauración de la independencia, los sucesivos gobiernos en Armenia no dejaron de expresar su deseo de buena vecindad que supone no tener reclamos territoriales. Se sabe que el gobierno de Levon Ter Petrosian privilegió la normalización de las relaciones con Ankara a precio de negar hacer del Genocidio un tema de la agenda oficial. Y si agregamos las iniciativas de “reconciliación” en instancias no-oficiales pero con el acuerdo, sino la bendición, de Ereván pocas dudas quedan en cuando a reclamos territoriales como una esencial preocupación turca que impide reconocer el hecho histórico de Armenia. El reconocimiento del Genocidio confronta a Ankara con su pasado e impone una profunda revisión de la historia oficial de Turquía. En este sentido la amenaza a la seguridad nacional de Turquía es más un tema de estabilidad interna que un peligro externo a su integridad territorial. Supone, sobre todo, enfrentar el desafío de deshacerse de todo comportamiento que refleje la persistencia de la memoria histórica de las relaciones de dominación y subordinación entre armenios y turcos que Turquía moderna, el legado de Atatürk, no cambió aún cuando se alejó del pasado imperial. Históricamente son las derrotas militares totales como pasó con Alemania en la Segunda Guerra Mundial las que permitieron un cambio esencial del pasado. Tal escenario no es previsible para Turquía; tampoco es del interés de Armenia apostar en el mismo. Al contrario, cuanto más se alejen las perspectivas de confrontación y guerra mejor para el futuro de dos pueblos destinados a vivir como vecinos. Afortunadamente el progreso en las relaciones internacionales permite cierto optimismo en cuanto a procesos creativos que permitan superar una situación caracterizada por la enemistad de larga duración.

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Son iniciativas diplomáticas, como por ejemplo la disposición de un país agresor en pedir perdón, así como emprendimientos de la llamada “diplomacia ciudadana” donde el protagonismo lo tiene la sociedad civil. Un conjunto de medidas entre mediación internacional, diplomacia activa y contactos entre grupos o individuos de la sociedad civil pueden cambiar el carácter de las relaciones armenio-turcas. Claro, superar la enemistad no significa normalizar las relaciones de un día para el otro y transformarse en socios. Por mas tiempo que lleve a Turquía el proceso de reconocer el Genocidio sin pasar por traumas internas desestabilizadoras, ambos países seguirán siendo rivales hasta agotar los temas de la agenda posreconocimiento. Pero una vez encontrada una fórmula de reconocimiento consensuada entre ambas partes, el progreso en el proceso de darle vuelta la página de la enemistad probablemente será más rápida de lo que se piensa actualmente cuando persiste el negacionismo.

Prepararse para el posreconocimiento Las semillas de tal perspectiva optimista, aún cuando aparezca utópica, existen y pasan por el contexto creado por las próximas largas negociaciones de la Unión Europea con Turquía en torno de su ingreso, la relevancia que bajo la luz de este

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mismo contexto empieza a tomar la comunidad armenia de Turquía incluyendo aquellos armenios turquificados que por temor hasta hoy no revelaban su identidad, las relaciones ya existentes a escala personal entre armenios y turcos, los contactos diplomáticos oficiales y propios a la sociedad civil y sobre todo la valentía de aquellos intelectuales turcos que desafiando las presiones se expresan públicamente a favor de la verdad histórica. Desde el ingreso del Genocidio en la agenda política armenia nunca el momento ha sido tan propicio para esperar el gesto histórico de reconocimiento de parte de Turquía. Pero desde ya los armenios debemos prepararnos para la etapa posreconocimiento. Son tres las primicias para que estemos preparados para la misma. Primero, aunque existan diferencias y tensiones entre la agenda de la Diáspora y la política exterior armenia en torno del Genocidio, la convergencia de ambas no sólo es posible sino necesaria. Segundo, es imprescindible desvincular el tema del reconocimiento de los demás asuntos relevantes en las relaciones armenio-turcas y darle la importancia al reconocimiento por gesto mismo sin presuponer que es sólo una etapa menos importante que las que la siguen. Tercero, hacer de los esfuerzos del reconocimiento un compromiso humano y no sólo nacional y menos en el espíritu de la enemistad sino con la decisión de superarla.

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