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Cubrebocas, sostén de las palabras

Ilustraciones de Beatrix G. de Velasco

Jesús Vicente García

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Lo malo de la primera cana es que los demás pelos se contagian. Ramón Gómez de la Serna

I Entre los vendedores ambulantes, que usan el cubrebocas en la mandíbula, se escucha la canción “El rey azul”: “Caminado por la calle, una carta levanté, en el interior dos niños se empezaban a querer”, perteneciente al LP En la soledad (todas las rolas fueron éxitos y ahora son clásicas), que en los ochenta hizo famosa Emmanuel. Pamelo la canta, si se puede llamar repetir la letra con una tonada desentonada, y Basilio le platica que le escribió una carta a Diana, su posible novia, y que a él sí le ha dado vergüenza agarrarle la mano, dedos largos, morenos, suaves: “Me hice una promesa hace unos días para tocar tu mano y no me atrevo todavía. No, no importa, si tú me miras yo me convierto en un rey azul”, y Pamelo lo ve con gusto, porque Basilio denota en sus ojos esa vida nueva por la mujer que le fascina en tiempos de pandemia. “La quiero”, dice. “Hasta le hice unas frases, escucha: quién fuera cubrebocas para estar pegadito a tu boquita”. “Vientos. Sin miedo al éxito, papá”, remata Pamelo.

Cuatro meses después de casi no salir ni a la esquina, en el caso de Basilio, porque Pamelo nunca tuvo cuarentena, caminan por el Eje Central. Atraviesan la colonia Obrera. Cierran dos calles, abren cuatro, cierran otra y abren otra; se cuestionan a qué obedece esa forma de bloqueo, cuál es su funcionalidad, cómo es que organizan el flujo vehicular cuyo resultado son los cuellos de botella para salir hacia las principales, como Lázaro Cárdenas e Isabel la Católica, rumbo al Centro.

Pasando el metro San Juan de Letrán, el murmullo de la gente es un grito disperso; la música de los ambulantes va de la grupera —horrible para Pamelo, indiferente para Basilio— a la banda, pasando por el rap, el rock en inglés y en español de los ochenta, baladas, rancheras; la vida auditiva en el Eje Central es ochentera, y es cuando escuchan la rola de Emmanuel: “Ella tiene doce años, es un mes mayor que él. La vergüenza, la inocencia, la hacen escribir tal vez”.

Un desfile de cubrebocas pasa por sus ojos: de perro, gato, venado, ratón, conejo, mapache, osos tiernos y, sobre todo, de puerco en sus diversas manifestaciones (es el que usan ambos en este momento, con la nariz de puerco) y todo un zoológico callejero; de máscaras de luchadores; caricaturas que van de los Picapiedra a la Pantera Rosa, de los Simpson a los héroes de la justicia, como Supermán, Batman, la Mujer Maravilla, incluyendo a Kalimán y por ahí alguien tiene unas momias disfrazadas de los 4 Fantásticos, de todo se ve en la viña del Señor; los hay unicolor, negro, azul, rojo, amarillo, morado; de equipos de futbol, como el Cruz Azul, América, Toluca, balones, playeras; de dientes de tiburón, risas de Guasón, de muñecos de terror de películas gabachas, de animales grotescos, de dientes con caries, dientes picudos cual estalactitas, de ballena, de serpientes, dragones escupiendo fuego, dientes de Mandibulín, dientes rotos; de símbolos patrios, de fiesta mexicana, de nopales, zarapes, mujeres con trenzas, personajes sombrerudos, banderas izadas; diseños diversos, con bolitas, moños, bigotes, muñecas, rayas verticales y horizontales, de manteles de fiesta, de casa de pueblo, de boda; igual hay quien no tiene empacho en usarlo con unas nalgas de teibolera, de una estudiante japonesa en caricatura mostrando sus pechos, contrastando su rostro tierno con senos grandes; también hay con celulares, audífonos, con hamburguesa, casetes de los ochenta, penes, orejas y narices; religiosos, con Cristo, con la Cruz, una cita bíblica; el mundo

ha sido invadido por los diseños más raros en materia de cubrebocas y han desplazado a los que venden en las farmacias o centros comerciales por los elaborados en casa o en los talleres de serigrafía de la Algarín, que han profesionalizado la cubreboquería.

Las frases sueltas de los dos empiezan a salir de sus bocas cubiertas en una lluvia de ideas sin ton ni son: “Mira, ése que trae uno del Guasón, pá decirle Si te ríes, te beso; o el de Batman, es la Covidseñal, a la chava que trae el de la Mujer Maravilla hay que decirle: a ver, esquiva este virus; la de Timbiriche: ámame hasta sin los dientes; ése del de oso, vamos a bailar; te doy respiración de cubre a cubre; si así está tu cubre, cómo estará tu abre, ay, mamá; el cubrebocas detiene las pendejadas, nel, no hace milagros, no succiones, qué bonitos ojos tienes arriba de esa telita; tu cubrebocas me provoca; no veo tu boca pero sí tu alma, alma mía, déjame ver tus pestañas y adivino de tu boca sus hazañas”, y así van jugando con las palabras a la manera que Ramón Gómez de la Serna lo hacía con sus greguerías, y ambos recuerdan algunas, como ésa de que lo malo de usar bozal es que el perro no puede bostezar, o el rebuzno es un suspiro frenético, o una que está muy adecuada con estos tiempos de pande: “Lo malo de la primera cana es que los demás pelos se contagian”, tal como está sucediendo ahora. Pasa frente a ellos una mujer morena con un cubrebocas de Frida Kahlo en caricatura, bonita, cejijunta, ojos grandes y pestañas onduladas, y Basilio le susurra a Pamelo al oído que le encantaría verla desnuda de la boca para imaginar que el paraíso existe.

II

Ven mujeres policías rumbo a Bellas Artes, se distribuyen por el Eje, no hay paso hacia el Zócalo; llevan cascos, escudos transparentes, botas, caretas, unas con extintores, otras con chalecos verdes; se organizan bien, entre ellas se comunican, la gente se va abriendo para que pasen, cierran Lázaro Cárdenas, desvían vehículos hacia el poniente, nada al oriente, que es el Zócalo, hay momentos de tensión. En Juárez ven policías tipo granaderos en tres filas, apenas pueden pasar ellos, sacan fotos, los empuja la gente, escuchan voces de mujeres gritando, han encapsulado a muchas, la mayoría de negro, cubrebocas de diversos tipos, paliacates verdes, negros y morados.

Al centro, rodeadas de cientos de policías, las mujeres gritan y azotan martillos a los escudos de las mujeres policías. Siguen caminando, los ojos de las personas se enfocan hacia el centro de la avenida, que apenas y se ve porque lo bloquean los granaderos que se supone ya no existían. Siguen de largo. Los comercios están cerrados, la gente se aglomera para ver, los novios se amurallan para estirar la mirada como si estuvieran viendo osos polares en el zoológico, todos, obviamente, sacando video o fotos. “Y de pronto llega el viento a tocar en mi balcón, el silencio sabe a estrellas, las estrellas a reloj”.

III

La esquina es el lugar donde confluyen historias. Juárez y Balderas. Vendimia de cubrebocas. Ahí, días antes, hubo un plantón en contra del presidente, luego se levantó para irse al Zócalo con sus tiendas de campaña. Puestos de cubrebocas desfilan a su paso, al igual que gente con banderas de México, mantas con sus leyendas en contra de algo, dibujos elaborados por artistas, porque la protesta ha generado la mejoría estética visual (con sus puntuales excepciones, claro). Las esquinas abarrotadas de policías, muy parecido a los granaderos que ya no existen en el discurso. Llueve. La gente corre. La pandemia anda en todos lados y no se

ve, pero no deja de dar miedo esta masa que anda sin los poéticos cubrebocas.

Cientos de mujeres policías se organizan en fila con escudos. Basilio continúa hablando del cubrebocas. La policía encapsula a mujeres sobre Juárez, gritan a favor de la despenalización del aborto, ¿qué no se había despenalizado ya en esta ciudad?, habría que corroborarlo. Ahora, a la altura del Hemiciclo a Juárez pasan por otro encapsulamiento, cerca del barrio chino que igual venden cubrebocas con sus propios diseños. Gases de colores vuelan por el aire. Las encapsuladas gritan a través de su cubrebocas que ya no pueden sostener las palabras que gritan con fuerza, pero sí pueden impedir que la pandemia se extienda. Basilio le recuerda a Pamelo que en otras ocasiones han salido corriendo a causa de las marchas en esta misma avenida, y que ve el mismo tono de violencia, con otra bandera, antes eran los anarquistas pagados por un partido político que está en el poder, ahora son otros; se miden con varas similares, pero el hartazgo sigue existiendo.

La historia no ha cambiado mucho, dice. Los manifestantes son el sonoro rugir del cañón, unos pagados, otros no, con o sin reacomodo de las fuerzas políticas, de las élites del poder que siguen ganando dinero y comiendo sin problemas, viendo cual Zeus desde el Olimpo, moviendo sus piezas; las masas siempre han sido negocio, unos acarreados, otros no. Hay una historia de la marcha en la academia y otra a nivel de calle, golpes, gritos, cubrebocas que protegen de un virus y no de la política; las calles se toman, sólo que los que eran anarquistas ahora son de izquierda, y los que eran de derecha ahora son revoltosos, conservadores con actitudes anarcas, así lo adjetiva el poder en turno al definir estos movimientos.

Tararean “El rey azul”, porque van caminando por la calle como reza la canción: “El reloj que marca el tiempo para que te vuelva a ver, quizá sea sólo un momento, un instante puede ser”. Las esquinas siguen llenas de policías. Entre Balderas y Humboldt otro encapsulamiento, sobre Juárez, las esquinas del movimiento periodístico mañanero por antonomasia, donde la vida sigue mientras haya ganas, a pesar de la pandemia, ganas de que la función continúe en esta ciudad con la esperanza hecha trizas, con una felicidad triste y con el cubrebocas haciendo milagros con el virus y las palabras para no contagiar al prójimo que ya está encima de ellos, corriendo, corriendo, una vez más, los gases, los movimientos de policías, la lluvia y la canción en sus bocas cubiertas, pero “no importa, si tú me miras, yo me convierto en un rey azul”.