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Leyenda de San Miguel Petapa

La juventud actual poco cree de los pasajes que se escriben con relación a personajes como El Sombreròn, Duende, Diego, o Tzimite; la Llorona, Siguanaba, La Tatuana o Mujer sin cabeza.

La juventud actual tiene sus razones, porque ha nacido en un tiempo diferente al que nosotros nacimos. Muchos jóvenes de hoy han nacido y crecido en ciudades, los pueblos colonias y aldeas, sin sufrir obscuridad natural nocturna , de los callejones oscuros de aquel entonces.

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Los personajes en mención molestaban precisamente, por la oscuridad nocturna. No se conocían las lámparas de vapor de mercurio actuales. La energía eléctrica llegaba con mucha dificultad de la planta antigua de Los Esclavos. Los focos de aquel entonces apenas si alumbraban su propia base (del Poste). Dentro de nuestras casas nos alumbrábamos con –ocote de pino- o con candiles de gas, que nosotros mismos los hacíamos con frascos o botellas con mecha de hilos.

Año de 1953. En mi pueblo natal, San Miguel Petapa, pueblo laborioso por costumbre y tradición, nuestra única diversión por las tardes, cuando no había agua en la pilona o tanque, las patojas, con tinaja o cántaro de barro en la cabeza, tenían que ir a traer agua hasta el río Villalobos, kilómetro 1.3, o al Hato, lugar de bombeo en el kilómetro 1. Esto era aprovechado por nosotros los jóvenes de aquel entonces, para ir a –cantinear- a la patoja que uno quería.

Despues de esto, nuestra segunda diversión era, dado a la oscuridad de la Plazuela de Petapa, irnos unos, al Tanque Viejo, otros detallando en el recordado Naranjalito, árbol bajo el cual se encargaron muchos bebes; otros nos íbamos a los Eucaliptos o bajo los frondosos árboles de jacaranda que rodearon la recordada Gran Plaza de Petapa, la que incluso sirvió como su grama, como pasto para animales.

La noche del 26 de marzo de 1953 fué mi noche de felicidad, pero también de susto, porque por poquito la Llorona me lleva consigo. Era tanta mi alegría en esa noche, que por estar compartiendo la misma con mis amigos: Francisco Urbano y Domingo, nos entró demasiado la noche.

Eran las once de la noche cuando nos despedimos: -Calabaza, calabaza, cada quien para su casa- nos dirigimos. Yo me fui solo rumbo a la mía. Tome la Calle Real de mi pueblo, a esa hora una mujer, toda de luto, se cruzó una cuadra delante de mí. Al llegar al punto donde ella había cruzado ví que a la siguiente cuadra sucedía lo mismo, y así continuo, una, otra y otra, hasta llegar a la cuadra que le decíamos la –Esquina de la PilitaEsta cuadra da al Calvario, plazuela en la que había una hermosa y frondosa ceiba, que cubría unos treinta metros a la redonda. Al llegar yo a la pilita, los pies los sentí pesados, sin poder levantarlos, el cuerpo como dormido y con escalofríos, una descomposición total.

Recuerdo que me dio mucho miedo. Mi única arma que portaba, mi Escapulario del Carmen y un Rosario, pues por costumbre aún tengo rezar de manera especial, por las Ánimas del Purgatorio. Quizá a esto se debió que, aún con los pies pesados y el cuerpo semidormido, logré llegar a casa, un ranchito de paja con cerca de caña de milpa.

Cuando yo me estaba acostando en mi cama, un catre de pita de maguey, la Llorona lanzó al viento una carcajada, seguida de un alarido, llanto o gemido, similar al de la sirena antigua de las ambulancias de la Cruz Roja.

Esta es una historia real y autentica, que la escribe el que la sufrió.

Escrito por Manuel María Martínez Foto: Google

Caldo cHIRÍN

Escrito por Karla Santos y Rafael Arrecis Foto: Google

Los petapeños tienen el privilegio de haber nacido en un lugar bendecido con flora y fauna, las que han formado parte del régimen alimenticio y la actividad económica de los habitantes de este municipio.

El Chirin es un Caldo tradicional de los vecinos de los municipios de Amatitlán, Villa Canales, Villa Nueva y San Miguel Petapa, quienes viven o vivieron en las orillas del Lago de Amatitlán.

Este platillo se preparaba con especies acuáticas que se encontraban en la playa de oro, hierbas y verduras de los alrededores; algunas personas le agregaban carne de res y gallina.

Este caldo se preparaba en las orillas del lago y el decir de los petapeños era “que se cocinaba en el lago y se comía en el lago”. El caldo de “chirin” poseía un beneficio vitamínico significativo, por los ingredientes con los que era elaborado.

Los petapeños crecieron con el beneficio y delicioso sabor de este platillo, algunos todavía visitan la playa de oro para cocinarlo, con la peculiaridad que deben llevar los ingredientes para prepararlo.

Otros vecinos petapeños lo preparan en su casa, manteniendo la tradición. La Familia Roche Hernández, comparte su historia con este peculiar platillo.

Fuente:Videos de Juan Ramón Calderón

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