El consejo de ministros y otras historias

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Se ruega discreción. Importante el factor sorpresa. Que el enemigo no sospeche nada hasta que la campaña haya finalizado. Nada debería fallar. El último toque de diana del general será el principio del fin. Rápido y discreto. Pero llegan los primeros problemas. Llueve en la plaza. Fuerte. Insistente. Los obreros no se arredran. Pican. Ruido. Vecinos en las ventanas. Soldados en el cuartel. Más ruido. Más agua. El general no está dispuesto a rendirse. Hay más hormigón del previsto. ¡Qué pase la artillería! ¡Qué venga la excavadora! El sol apunta ya por A Maestranza y el general ni se ha movido. Bajo su manto de plástico negro y cinta blanca aprieta los dientes. La cincha ya duele en la cintura. “¡Hagan entrar el camión!”, ordena una voz procedente de un manto de agua. Voz crítica > Alguien ha corrido la voz. Cuando el martillo respira se oyen comentarios, casi susurros. Salta algún fogonazo. En un rincón masculla un ex militar: “No es de ley. Es el fundador de un cuerpo militar que aún existe. ¿Cómo dice? ¿Mi nombre? Quite, quite. Soy un legionario que sirvió en el Sáhara. ¡Quite, coño! Me voy. Tenga usted buenos días”. Y se va con aire marcial. Día D. 9.23 horas. Al fin el general se eleva del suelo. Diez, quince, veinte centímetros. Un metro, Dos. Tres. Al menos el pelotón lo ha hecho con cuidado. Desciende sobre su ataúd. Primero de pie. Luego tumbado. El ejército del casco blanco se asegura de que el viejo soldado no sufra más daño. Y se cierra el cajón. Camino del panteón > No hay salvas de honor, ni música, ni crespones. No hay armón de artillería que lo traslade, ni guardia que lo custodie. No hay bandera que lo cubra ni familia que lo llore. Sólo un camión y un atasco. Y un coche averiado en el túnel de María Pita. Y un destino: la muy noble y leal nave municipal de A Grela donde al viejo general le esperan, entre otros, la estatua de piedra de la Pardo Bazán, la sirena de San Cristóbal, las viejas bambalinas del Rosalía y un buen montón de farolas ya en desuso. Día D. 9.55 horas. En la plaza de Millán Astray ya no está Millán Astray. Y el comandante sentencia: “normalidad”.

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