Historia Conjetural del pago de Daireaux

HISTORIA CONJETURAL DEL PAGO DE DAIREAUX

Fotografías: Ernesto Domeneche Diseño y diagramación: Carolina Covas (carolina.covas@gmail.com)

HISTORIA CONJEURAL DEL PAGO DE DAIREAUX RICARDO SOLER

Fotografías tomadas por Ernesto Domeneche con motivo del 75° Aniversario de Daireaux

Dedicado a Caito PĂŠrez y a Guillero Cioffi por sus constantes contribuciones a la historia del pueblo

INDICE PRÓLOGO

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PREHISTORIA DE DAIREAUX

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LA HISTORIA OFICIAL

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VIDA COTIDIANA

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LA PICARESCA

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LOS CIRCOS

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LOS CARNAVALES

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EL DEPORTE

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LOS MÉDICOS

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GUAPOS, MUERTOS, HERIDOS Y ENTREVEROS

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CAMPITOS Y CLUBES

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LA RADIO Y EL CINE

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LOS SEPULTUREROS Y LA TRACCIÓN A SANGRE

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A COMER

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EL FÚTBOL INFANTIL Y ADOLESCENTE

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LA POLÍTICA EN EL PAGO CHICO

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¡QUÉ PARES NI IMPARES...! SORTIJAS Y ALGO MÁS

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EPÍLOGO

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PRÓLOGO La misión del Estado en sus diferentes niveles es, entre otras, la de mantener las tradiciones como una forma de identidad de los pueblos. El presente trabajo trata de realizar esto en los aspectos visuales y literarios respectivamente. Por eso veremos desfilar personajes de todas las tallas, desde la mayor picaresca barrial a aquello que, desde la política o el espectáculo, trataron de representar siendo cantores, periodistas, o funcionarios del Estado, al pueblo.

Notamos que hay un deseo por parte del autor de mostrar costumbres, personajes míticos, reconocidos por su gran nombradía, que el tiempo no supo o no pudo borrar.

En el aspecto gráfico aparecen edificios y lugares como las plazas, la Estación del Ferrocarril, casas principales como fueron las de Doctores Lawezari o Barceló, o ranchos muy bien mantenidos en Avellaneda, Villa Obrera, o Villa Guglieri.

Entre texto e imagen se invita a abrir espacios sobre todo para el recuerdo, la reflexión o la iniciación de nuevos trabajos.

Es así como nuestro municipio considera una tarea cultural central publicar este libro, que esperamos sea agradable a los ojos y lectura del hombre deroense.

Intendendencia Municipal de Daireaux Julio de 2013

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PREHISTORIA DE DAIREAUX

No te olvides del pago si te vas pa’ la ciudá, cuanti más lejos te vayas mas te tenís que acordar

Alfredo Zitarrosa poeta uruguayo contemporáneo

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Los pueblos entran en la historia a partir de la escritura, acontecimiento que tuvo lugar alrededor del año 4000 a. C. Es imposible encontrar documentos que hagan mención a la zona donde fue fundada Daireaux que sean anteriores a la llegada del blanco, ocurrida en 1879. Por ello a esta primera parte la llamo prehistoria.

Al llegar Pedro de Mendoza al Riachuelo, poco después del año l500, la actual provincia de Buenos Aires estaba habitada por unos diez mil pampas. Con la invasión de los araucanos —que ya poseían el caballo—, iniciada en l800, aparecieron las primeras noticias del pago. Toda la historia anterior se desarrolla con la fauna y la flora americana — peludos, mulitas, vizcachas, avestruces y guanacos, siendo el ombú el único árbol importante—, sin caballos, vacas ni ovejas, animales cuyo origen es europeo.

En 1859, el gran cacique salinero Juan Calfucurá invadió la región hasta el fortín Las Mulitas, del partido de 25 de Mayo, y allí fue detenido por el Padre Bibolini, quien lo persuadió de que se llevara todas las pertenencias de la gente a condición de que dejara libres a las mujeres y los hombres —habitualmente, la indiada se llevaba cautivos a las mujeres y los niños y degollaba o lanceaba a los hombres—. Y, cosa de no creer, Calfucurá durmió esa noche en la casa del cura y los indios se retiraron pacíficamente llevándose un buen botín como premio por haberse adueñado de la situación.

Cuentan que los arreos tapaban el horizonte, con miles y miles de cabezas de ganado. Es seguro conjeturar que éstos pasaron por el actual partido de Daireaux, pues necesitaban beber el agua de las Lagunas Encadenadas para internarse en el desierto rumbo a Chile, donde vendían las reses (conviene aclarar que los mapuches no comían carne de vaca, sólo la vendían o canjeaban, ya que su alimento principal era la carne de caballo, a tal punto que en ciertas ocasiones abrían

PREHISTORIA DE DAIREAUX

la yugular a estos animales y bebían su sangre para evitar la avitaminosis). Transitando por la llamada Rastrillada de los Chilenos en procura del agua para los animales, recorrían las lagunas El Tordillo, La Linda, La Glorieta, La Irenita y La Copeta, hasta llegar a Alsina y Cochicó.

Otra noticia de esta prehistoria es la batalla de San Carlos de Bolívar, que el 8 de marzo de l872 libraron las tropas del mismo Calfucurá —que significa Piedra Azul— contra las del General Ignacio Rivas, quien recibió apoyo de los caciques Coliqueo y Catriel, a quienes llamaban “indios amigos”, durante la presidencia de Sarmiento. Se calcula que los

mapuches arriaban 150.000 cabezas y que la batalla redujo el arreo a la mitad. Se cuenta que el Gran Cacique murió de pena en l873 y lo sucedió su hijo Manuel Namuncurá, quien, sin la capacidad política de su padre, fue igualmente un cacique principal muy aguerrido e importante.

Lo que tanto Calfucurá como su hijo deseaban era mantener el control de esta especie de Gibraltar de la pampa, por donde pasaban todos los arreos, y protestaban airadamente contra la ocupación de la zona por parte del blanco. Daireaux era un lugar obligado de paso debido a sus aguadas, tanto para las tropas mapuches, como para las nacionales 12

ESTACIÓN DE LA LARGA

PREHISTORIA DE DAIREAUX

(con el tiempo se comprobó que el camino de las rastrilladas era el más adecuado por la altura, y es por allí por donde hoy pasan las rutas que llegan hasta el sur). La ubicación aproximada de las tolderías de Calfucurá se encontraba en las Salinas Grandes de la zona de Guatraché y Macachín, situadas al lado del meridiano quinto, que divide a las actuales provincias de La Pampa y Buenos Aires. Como eran nómades, sus tolderías cambiaban muy fácilmente de lugar, y es muy difícil saber el punto justo.

Se necesitaba sal, en especial para los caballos y la conservación de los alimentos, y agua dulce para los hombres y las bestias. Comiendo sal, el caballo recuperaba energía y peso.

El caballo “pampa”, domado “desde abajo”, sin golpes, tenía un rendimiento superior al del gaucho. El general Villegas, a quien los mapuches apodaron el Toro, domó unos tordillos al estilo “pampa” para hacerles la guerra de igual a igual. Daireaux se llamó primitivamente Huinca-loo, o Lomada del Blanco, donde, según los relatos, habitaba un pulpero que canjeaba plumas de avestruz y cueros de todo tipo por “chifles”, yerbas y otros enseres en la zona del desierto.

Hice el secundario con los Canullán, descendientes de los mapuches —más tarde volví a encontrar en mis lecturas a varios caciques y capitanejos con ese apellido, en la zona de 25 de Mayo—, y alcancé a conocer al patriarcal abuelo, que vivía en la calle San Martín, entre Reconquista y Newbery, de quien se contaban muchísimas historias fabuladas.

Los Canullán forman más de cuatro generaciones entre profesionales y comerciantes. Uno de mis personajes favoritos fue Cirilo, que parecía sacado de las descripciones que hacían Lucio V. Mansilla y el comandante Prado sobre el aspecto físico de los mapuches. Nunca entendí plenamente las razones por las que Cirilo brindaba en forma tan generosa su amistad a un estudiante como yo, con veleidades intelectuales y cercano al mundillo universitario, pero estaba claro que le gustaban las reuniones de los grupos CREAR e INTA, 13

a los que asistía puntualmente para incorporar nuevos conocimientos. Hablar de literatura, filosofía o historia era muy ajeno a sus preocupaciones cotidianas, pero creo que esta variación le resultaba interesante como apertura mental —Leonardo o Edward de Bono, desde distintos ángulos, aconsejan hacer o estudiar algo que sea nuevo o distinto a lo que se realiza en la vida diaria—.

Cirilo me homenajeaba con asados pantagrüélicos, en los que había un gran despliegue de cocina casera criolla y europea. Deliciosos fiambres, aves en escabeche, ensaladas con verduras cultivadas en la propia quinta, mayonesa casera y, finalmente, un asado de cordero de producción propia que comenzaba a cocinar a las cuatro de la tarde con una inmensa cantidad de leña. Los postres consistían en deliciosas uvas, higos o ciruelas recién cortadas o almibaradas, o bien queso y dulce caseros. Acompañado de su mujer española y de sus dos hijos vivía con todos los adelantos del neolítico, donde la sal y posteriormente el azúcar eran los principales conservantes. Comenzó trabajando como peón de campo, en l955 fue puestero del interventor municipal, el Dr. Marino, y con los años llegó a ser propietario de 170 hectáreas de tierra con todos los animales y herramientas necesarias. Tenía una gran afición por la vida de campo y rara vez dejaba su casa, donde cuidaba sus colmenas según el oficio que había aprendido de un vecino. Además de la quinta criaba cerdos y corderos. Era un hombre muy ocupado don Cirilo Canullán. Solía decir: “Prefiero estar cortando cardos o arreglando un alambrado antes que hablar pavadas en el Club Argentino”. Gustaba practicar el canje; siempre tenía lechones y corderos para canjear o vender para las fiestas de fin de año. De su lengua ancestral, el idioma mapuche, sabía contar hasta diez y una serie de irreproducibles malas palabras que le habían enseñado sus tíos. Cirilo tuvo un gran ascenso social debido a su contracción al trabajo, su buen humor, optimismo e inteligencia para manejarse en la vida. Murió muy joven, de una enfermedad respiratoria crónica.

LA HISTORIA OFICIAL Entre los primeros nombres que aparecen en la historia oficial se encuentra el de Julio A. Roca, quien recibió del Gobierno, en reconocimiento por su campaña al desierto, la cantidad de veinticinco leguas cuadradas de tierra —para l880, los indios maloqueros habían desaparecido del territorio, y sus tierras se repartieron entre los militares de la conquista según su grado en el Ejército—. El general Roca se instaló en la estancia denominada “La Larga”. Allí nació la estancia “La Larga Grande”, para diferenciarla de “La Larga Vieja”. Las primeras estaciones del Ferrocarril Sur en dirección a Bahía Blanca fueron La Larga y Pirovano. Con la creación de la estación Daireaux, Pablo Guglieri compró a Emilio Daireaux tierras de “Las Diez Lagunas” y las loteó. Dichos lotes se vendieron rápidamente y se instalaron las primeras casas de mampostería.

Cuando llegó el primer tren, a fines de 1890, había tres viviendas de pobre calidad constructiva. Poco después se abrió el Hotel Universal frente a la estación de ferrocarril y, más tarde, el Hotel La Lata de Ariceta. Éste, años después, se construyó en mampostería sobre la esquina de avenida Roca y Rivadavia, pero no pudo evitar que le quedara su antiguo nombre, ya popularizado. El loteo de Guglieri dio los resultados esperados y, paulatinamente, se fue poblando la planta urbana.

Un acontecimiento conmovió la tranquilidad del pueblo que crecía a paso firme: su independencia del partido de Bolívar. Se registraron una serie de hechos violentos, amenazas de todo tipo y hasta algunos heridos. Con el protagonismo de Pablo Guglieri se sucedieron manifestaciones callejeras y viajes de comisiones a La Plata, hasta que finalmente, el 5 de julio de l9l0, nació el partido de Caseros, con Daireaux como capital. Allí comienza la historia, muy bien descripta por Luis Benussi y Hugo Pérez, entre otros, y no vale la pena repetir lo que está tan bien narrado. Mis impresiones son personales, mi historia es mas novelesca que objetiva.

El hombre blanco no tenía mapas, era guiado por sus baqueanos, profundos conocedores de la zona. San Martín llevó más de catorce baqueanos en el cruce de los Andes. Carlos Di Fulvio escribió: “Aquel que perdió la senda / Mojón de huesos será / Emilio Mitre lo supo / Cuando no pudo llegar”.

En algunos “mentideros”, el Vasco Longo afirmaba que había peleado contra el indio “moco y moco” en la conquista del desierto. Cotejando las épocas, el buen Vasco apenas 14

LA HISTORIA OFICIAL

ESTACIÓN DE LA LARGA Fue anterior al a creación del Partido de Caseros o Daireaux.

Está casi exclusivamente ligada a la Estancia La Larga Grande del General Julio Argentino Roca, que la recibió como premio del Congreso Nacional por los servicios prestados en la “Conquista del desierto”, del año 1879. Se distingue de La Larga Vieja, ubicada en las cercanías, y pertenecía a la familia Fontecha.

Altamente ligada a la producción agrícola-ganadera, con la mecanización del agro pasó a ser una estación de Vía Muerta en un pueblo casi fantasma.

La Larga es la Estación de ferrocarril anterior a Daireaux. La primitiva población de Daireaux peticiona y obtiene la apertura de una estación ferroviaria a unos 20 Km. de distancia que era la pauta para la construcción de las mismas, que constituían el centro vital del pueblo, ya que las fondas y hoteles como La Lata de Ariceta, el Universal de Cobos, el España de los Gutiérrez, La Fondo del Petiso, y el Zoula Hotel, no se alejaban de la estación del ferrocarril mucho más de dos cuadras.

usaría pañales cuando terminó la campaña de Roca. De todos modos, cuando éramos niños nos llegaban ecos de aquella guerra, como así también de la presencia de los grandes terratenientes de la región (Zuberbüler, Perkins, Pirovano, Noceti, Soage, Emilio y Godofredo Daireaux, entre otros -tanto Emilio como Godofredo fueron excelentes escritores costumbristas-). Aparecían en el pueblo los mayordomos, encargados, escribientes, capataces y peones de las estancias, 15

que hacían compras en los almacenes de ramos generales u holgaban en los clubes o boliches, según su nivel social.

La casi centenaria doña Anita Gallo de Subiza había conocido personalmente al general Roca, a quien admiraba. Según su relato, el general cuidaba con extremado celo la flora y la fauna del inmenso casco de más de trescientas hectáreas de “La Larga Grande”. Roca, en un tren especial, iba todos los años a veranear a su estancia con su familia y

LA HISTORIA OFICIAL

allegados. Su mansión estaba a una distancia de alrededor de una legua de la estación de ferrocarril. Roca fue un genuino personaje de la belle epoque. La tradición oral afirma que tenía una amante, para quien construyó un chalet frente a las vías, junto a la que trataba de olvidar las amarguras de la vida política. Según se dice, a la mujer no le fue tan bien en la soledad pampeana y decidió volver a sus pagos.

En “La Larga” era todo grande: los galpones, los chalets del primero, segundo y tercer mayordomo. Según narran los protagonistas, había una gran cantidad de peones, reseros y puesteros, especialmente para las cosechas y la esquila. Los campos se extendían hasta La Manuela y La Copeta y eran de diversas calidades. Los árboles del bosque habían sido traídos de todas las latitudes. Había especialistas en todas las materias, incluso quinteros, pues era la única manera de abastecer de frutas y verduras al personal de la estancia. “La Larga” vio el apogeo y el ocaso del general Roca, que recibió las tierras en l880 y veraneó en la estancia hasta su muerte, ocurrida en l9l6.

Roca, además de Lavalle, fue el único general argentino que recibió todos los ascensos en el campo de batalla. Durante su mandato se firmó el tratado de límites con Chile, apoyó la ley l.420 de educación común, promulgó el Código Civil, impulsó la red de ferrocarriles, construyó la ciudad de La Plata, etc.

En 1910, cuando nacía el partido de Caseros, posteriormente denominado Daireaux, subía a la presidencia Roque Sáenz Peña, su enemigo declarado, razón por la cual se llamó a silencio. Sin embargo, al igual que Mitre, Avellaneda, Pellegrini y Sarmiento, Roca fue hasta su muerte un notable al que se lo consultaba en circunstancias graves, por su experiencia e incuestionable habilidad política.

En cierta ocasión, visité “La Larga Vieja”, propiedad de los Fontecha, y dormí en un gran rancho bien construido, con una serie de comodidades tales como cancha de paleta, pileta de natación y cancha de bochas. Es posible que el nombre de “Vieja“ provenga de ser el primer asentamiento posterior a la campaña del desierto de l879.

ESTACIÓN DEL FERROCARRIL Lugar obligado de asistencia para los viandantes de Daireaux. En general recibían al obligado asistente a la llegada del tren en ambas direcciones los coches de alquiler; el educadísimo y respetuoso Don Pedro Guillen de larga experiencia en transporte de pasajeros de todo tipo, al señor Fuentes y al vaso Hegoburo con su clásico Ford A. El paso del tren era lugar de cita de la muchachada, para reírnos de cualquier cosa. Hubo trenes célebres con llegada de soldados muertos acompañados por su séquito militar, o de la alegre muchachada que volvía de baja de la colimba.

También se recuerda el día en que aparecieron engalanados con banderas y escarapelas cuando se nacionalizaron, e hizo que un fanático peronista se abrazara a la máquina diciendo “al fin son nuestros”, lo que hizo que se le chamuscara la piel por el calor de la misma para el recuerdo de todo el pueblo.

El ferrocarril producía muchos accidentes, en especial en el paso a nivel de Actis Groso, que no tenía señalización y además el boliche estaba muy pegado a la vía. Allí murió el encargado de Ginestet-Goas, Carmelo Di Santo. Y también falleció un bandeononista muy conocido en el pueblo, atropellado por una formación llamado “Chequeto” Canullán.

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LA HISTORIA OFICIAL

ESTACIÓN DEL FERROCARRIL

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VIDA COTIDIANA Un pueblo se funda para el desarrollo de las pasiones, la aparición de ciertos personajes —los maestros, los cantores, los periodistas, los políticos, los guapos—, los clásicos del fútbol, las bellezas femeninas y todo lo que pueda pensarse.

En mis recuerdos infantiles figuran don Manuel y Juanita Arana, dos educadores honorables que parecían encarnar la patria misma. A pesar de mi incapacidad para comprenderlo, estoy seguro de que transmitían algo especial, nacido de su genuina vocación de maestros.

Recuerdo también a Felisa Meaca, a quien hoy considero un vivo monumento al criollismo. Insistía en cultivar y descubrir valores entre sus alumnos. En una de sus fiestas vi a un chiquilín zapatear un malambo como el mejor y, en otras, vi bailar el pericón, la media caña, el cuando, y cuanta danza folklórica pueda uno conocer. Andaba de casa en casa buscando alumnos para su escuela. Creía profundamente en las posibilidades de la educación, era militante o soldado del gran ejército sarmientino.

Aparece ante mí como una leyenda la sombra del Dr. Lawezari, un raro personaje; era un médico de nacionalidad peruana que calzó justo en la política criolla del pago chico.

Mi tío Abel, radical yrigoyenista, era vecino de don Hipólito Yrigoyen en la estancia “El Trigo” y odiaba a Daireaux, donde siempre ganaban los conservadores por influencia de Lawezari y su gente. Este médico peruano acaudilló con técnicas propias a una masa importante de adictos. Por rara coincidencia, y a pesar de pertenecer al partido de la oligarquía, murió muy pobre.

Educado y muy bien vestido, don Camilo Charó, perteneciente a una de las familias patricias de Daireaux, dirigió por años el periódico La Palabra. Llama la atención la dureza de las denuncias de fraude durante los años 30 y comienzos de los 40. Luego, el peronismo comenzó a publicar En 18

VIDA COTIDIANA

LA FÁBRICA DE SODA Cuando la mercadería se repartía a domicilio, otro tanto ocurría con la soda de gran consumo masivo. En la borrachería se servía con numerosas bebidas como el bermouth, el gancia, el fernet, la grapa, la esperidina.

La fabricación se realizaba en unos sifones de vidrio, que producían numerosos accidentes a quienes los manipulaban.

La sodería de Sereijo y la del Macho Pérez se distribuían en el mercado de los años 40. Esta bebida fue eclipsada con el tiempo por los envases de plásticos o, en su defecto, por las aguas minerales con gas.

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Marcha, que rivalizó con La Palabra, de tendencia radical.

Con el correr de los años se fueron moderando las pasiones y hoy cuesta bastante visualizar la tendencia del periódico En Marcha. Podríamos decir que es el periódico de Daireaux, por sobre todas las cosas.

Con los años fueron llegando los “gallegos”; este apodo abarcaba a los españoles de todas las regiones. Los italianos fueron comandados por el rematador don Domingo del Pesco, presidente casi perpetuo de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos. Familias numerosas, como los Tremigliozzi, los Vesozi y los Calabrese, se hicieron patriarcales en Daireaux. Muchos de ellos, como buenos italianos, integraron la banda de Rafael Luengo, que tocaba en la plaza San Martín los domingos a la tarde, lugar obligado de reunión. El grupo español, quizá mayoritario, fundó la Sociedad de Socorros Mutuos y abrió el Prado Español, donde hoy se encuentra el barrio obrero que construyó Mercante.

Paulatinamente fueron desapareciendo los gaiteros, bailaores y cantaores de la Madre Patria. La proporción de inmigrantes bajó notablemente y uno se encontraba con domadores, reseros y mensuales con apellidos europeos. Si uno concurría a una carrera de sortija o a una doma, se encontraba con los García, los Buloqui, los Aragón, los Saravia, León, Alustiza o Pérez, de ascendencia europea, pero casi totalmente olvidados de las costumbres ancestrales. Asado, guitarra criolla, facón, matungos, tango y folklore comenzaron a protagonizar las reuniones. Finalmente, la integración se dio en la escuela pública, donde concurríamos todos juntos, aunque muchos desertaban.

VIDA COTIDIANA

INTERIOR DEL ALMACÉN DE LOS RAMOS GENERALES SÁNCHEZ Y BEDATOU

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LA PICARESCA Les hubiera gustado a Francisco de Quevedo y a don Pío Baroja conocer la picaresca de Daireaux. Esta es hija de la pobreza y el ingenio, como lo fue la obra del famoso Buscón.

Tiene un aire de burla y profundidad sobre la condición humana. El Cola, Martillito, el Loco Jaime, el Loco Ortiz, Arroyo, Moreira, don Chilo, Maruco Gómez, Ubaldo, Crispín y Dionisio Zanotti sin duda hubieran aparecido en los relatos de estos escritores.

El Cola Aragón portaba un apellido de guapos y pendencieros, pero sólo se trataba de apariencias. Es muy difícil ser veraz con las andanzas del Cola, pues se le adjudican una bandada de alegres cuentos que aún circulan por Daireaux.

Tenía voz aguardentosa, ojos sanguíneos —no se sabía si por el alcohol o por el sueño—, bigote tipo mexicano que descansaba sobre el rictus de la boca, piel oscura y pelo cerdudo que sobresalía por debajo del sombrero negro; no me hubiera gustado encontrarlo en una esquina a la luz de un farol. Según las malas lenguas, que abundan en Daireaux, nunca ganó ninguna pelea, pero fue protagonista de numerosos entreveros o, como dice la policía, “hechos confusos” con violencia de poca monta. Su frase predilecta era: “Me gustan los grandotes, porque cuando caen hacen ruido”, pero cuando lograba que un grandote desconocido se le animara, y él mismo caía al piso, se escuchaba una voz que decía: “Perdónelo, señor”.

Logró el Cola alcanzar la inmortalidad y terminó venciendo al olvido con sus actos y frases célebres. Rara vez era detenido por la policía, pero cuenta la leyenda que, en una ocasión, dos uniformados lo llevaban uno de cada brazo para que no escapara; un preguntón, de los que no faltan en Daireaux, le dijo: “Cola, hermano, te llevan preso”, y éste, sin inmutarse, le respondió: “No, si v’iandar de novio con los milicos”. En otra ocasión, un ventarrón le voló el rancho y no

INTERIOR DEL ALMACÉN DE LOS RAMOS GENERALES SÁNCHEZ Y BEDATOU Se fundó en tiempos sin inflación o de moneda fuerte, cuando los chacareros y estancieros retiraban la mercadería con libreta anual, y dejaban el cereal en la propia firma, convertida en acopiadora y consignataria de cereales para igualar las cuentas.

No había radios parroquiales, y especialmente los lunes, aparecían a inquirir las novedades del fin de semana. Una pregunta obligada era el resultado del fútbol, en especial el clásico Bull-Dog contra Guglieri. La novedad es que detrás del mostrador estaban los protagonistas que respondían o con una sonrisa burlona los del triunfo o una descarga por derrota, sobre todo el mal referato del Rengo Matías.

El almacén más grande de Daireaux medía una cuadra que terminaba en forrajería con venta de leña, carbón y fardos de pasto.

La tecnología petrolera los terminó dejando fuera de mercado.

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LA PICARESCA

dejó paja sobre paja. Otro preguntón le gritó de lejos: “Cola, el viento de anoche te voló el rancho”. Y el Cola respondió: “No, si vua desarmarlo pa’ limpiarlo”.

Cuentos que se repiten en otras latitudes, aquí se adjudican al Cola. Lo cierto es que éste dejó Daireaux escapando del alcohol; un grupo de los llamados “Alcohólicos Anónimos” se lo llevó para siempre, con la prohibición de volver a mojar los labios en la bebida ante el temor de que pudiera recaer en el vicio. Alguien lo vio una vez sobre la ruta 3, cerca de Las Flores, y desde la ventanilla de su auto le gritó: “Chau, Cola”. Nuestro personaje, según cuentan, miró al infinito y comentó: “Debe ser algún resentido de Daireaux”.

Otro personaje era Martillito, al que los muchachones seguíamos como a una estrella del jet-set; era el jugador número l2 más cotizado de River. Cierta vez, Quico Peralta invitó a Antonio Roma, el célebre arquero de Boca Juniors, a pasear por Daireaux. El primero que recibió su visita fue Martillito.

Como el campeonato lo había ganado Boca sobre River, con un penal atajado por Roma sobre la hora, Martillito, antes de saludarlo, y ante la algarabía de todos los presentes, incluido Roma, lo encaró seriamente diciéndole: “Te adelantaste, hermano”, como si el hecho hubiera ocurrido hacía un rato, cuando, en realidad, habían pasado más de diez años.

Su antagonista principal era Jaime, el hijo de Delfor, el Botella, un fanático de Boca Juniors de primera horneada.

En los clásicos Boca-River se reunían a escuchar el partido al lado de una radio Spica, en la cancha de fútbol, cualquiera fueran los equipos que jugaran en Daireaux. Se situaban ambos sobre la línea media del campo de juego y un grupo numeroso de gente se colocaba a su alrededor, aunque no valiera la pena tal proximidad, pues desde todos los ángulos se los veía expresar con sus corpachones todas las alternativas del juego, como si fueran grandes mimos o actores del cine mudo. A Martillito le gustaba comentar las vicisitudes del encuentro y colaboraba con el relator, por lo general don José María Muñoz; si éste afirmaba que había habido un foul

descalificativo de Passarella, Martillito apoyaba diciendo: “Pegue, Passarella, pegue, que usted sabe”. Al menor roce hacia uno de sus ídolos, como Jota Jota o Alonso, Martillito comentaba: “Nos quieren matar, animales. ¿Qué cobrás, referí?”. Todo esto lo decía escuchando la radio.

La muerte se lo llevó muy rápido a nuestro héroe, pues murió pocos meses antes de que comenzara el mundial del ‘78.

ESQUINA DEL CINE RIALTO Este local llenó nuestra cabeza con un mundo ilusorio. Tarzán, Charles Chaplin, Harold Loyd, Laurel y Herdy, entraron a compartir nuestro mundo. Se le agregaron los valientes cowboys como Aland Lad, Jhon Whine, Ogary Cooper. Y se le sumaron las etéreas actrices, conocidas como “la muchacha”: Liz Taylor, Greta Garbo, María Schell y Lana Turner. No dejaron de visitar la sala en el apogeo del cine argentino las figuras de Carlos Gardel, Hugo del Carril, Enrique Muiño, Arturo García Buhr y las actrices como Zully Moreno, Tita Merelo y Olga Zubarri.

Los lunes comentábamos las películas del domingo como si fueran reales, con las monerías de los cinco grandes del Buen Humor o las gracias de Charles Chaplin.

Pero aquí no termina la historia, pues allí se cruzaron guantes en célebres tenidas como la pelea entre Carpincho León y Vizigniano, que dieron mucho que hablar.

Magos, artistas de varieté, concursos de cantores, y nosotros que realizábamos la fiesta de fin de año donde cantábamos, bailábamos y hacíamos lo que podíamos, pero en la creencia de que éramos artistas consumados.

Murió el Rialto como el Cinema Paradiso, pero la piqueta no pudo con los recuerdos de nuestra niñez que tanto nos dejó junto a los Misky de Don Salvador Chioffy y el orden y cariño de Pablito Guillermino y La Turca.

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LA PICARESCA

ESQUINA DEL CINE RIALTO

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LA PICARESCA

Él, que estaba seguro que con tantos jugadores de River no se le podía escapar a la Argentina. El Supremo se lo llevo para siempre, antes de que su premonición se cumpliera.

Su larga osamenta andaba casi siempre baja de calorías o, como dicen los españoles, a media tripa. De allí su dicho “como de aquí a las tortas” —hasta donde llegara su largo brazo a manotear una de ellas.

En una ocasión hablaba con un amigo, al pie del sulky, de regreso de la panadería. Como quien no quiere la cosa comenzó a pellizcarle las galletas de campo mientras le relataba sus hazañas. La charla terminó con la frase: “Mirá: jodiendo, jodiendo, te comí un kilo de galletas”.

En otra ocasión se conchabó en una estancia, al mediodía, y se sirvió una impresionante fuente de milanesas. Tal fue la cantidad que comió, que un peoncito lo miraba azorado, sobre todo cuando pasó de la docena. Martillito, sabedor de sus exageraciones, afirmó: “No te aflijas hermano, que a la noche mermo”.

Nadie lo vio trabajar, como tampoco a Pirucho Cardozo, pero, para demostrar lo contrario, siempre citaba fuentes casi imposibles de corroborar, como algún finado o nombres estrafalarios como el Gringo Fonticcelli o el Vasco Ayuarragaray. Narraba sus tareas de titán, como hombrear bolsas de a tres porque se venía la lluvia, o arrojar ladrillos hasta una altura de quince metros porque no había andamios y se había roto la escalera. Lo cierto es que muchos efectivamente lo vieron trabajar una célebre mañana de lunes, en el galpón de Sánchez y Bedatou. Llegó Martillito, se colocó una pequeña capa de loneta para proteger los hombros y un sombrero que hacía otro tanto con las orejas. Todo el mundo quedó atónito. El encargado del galpón, los changarines, lechuzones, aguateros y acarreadores de bolsas lo miraban con una sonrisa burlona, por la poca fe que le tenían. Gritaban: “Martillo viejo y peludo”, “Vamos Martillo todavía”. Martillo miró el cálido sol mañanero y observó una larga fila de camiones, carros, chatas y acoplados tirados por tractores o 24

LA PICARESCA

FRENTE DE LA IGLESIA El patrono de Daireaux es San José, un Santo muy obediente del mandato divino y que, a pesar de sus escasas expresiones, figura en el centro del misterio del Hijo y el Espíritu Santo.

Pasaron por sus puertas e interiores célebres funerales, cuando se enterraban a los difuntos en solemnes coches tirados por padrillos negros tapados, y hasta el transporte de los dolientes se realizaba en unos lúgubres coches tirados por caballos negros también tapados.

Hubo célebres entierros como el de Rodríguez Marcos y de Don Justo Pérez, y también como el de los Ríos Menores, como afirma el poema español sobre la muerte.

También había casamientos que por su fastuosidad daban para muchos comentarios. A la salida de la Iglesia la costumbre era que el padrino pelado por un antiguo hábito arrojara monedas para la algarabía de los chicos.

La vida religiosa transcurrió sin grandes sobresaltos mientras estuvieron los Padres Torres y Koening. Eso sí, hubo Iglesia repleta durante el verano del ’55 hasta la caída del Peronismo, y dentro de ella un Sacerdote que exaltaba a la Virgen de Fátima y de paso hablaba sobre el precio de las cosas, el azúcar, el pan negro, etc. Es decir hacían oposición violenta, eco menor de la actitud de la Iglesia en el último año del gobierno Justicialista, que hizo que entraran en las mismas gente que no sabía hacer ni la señal de la cruz. Hubo en esos días católicos que custodiaron la Iglesia durante la noche, eran opositores y oficialistas se reunían con el mismo objeto.

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LA PICARESCA

caballos que llegaban al criadero de cerdos de don Argimiro, pero la puesta en escena no duró, pues en el primer descanso, el valiente Martillito pidió hacer las cuentas y se retiró. Había quedado una frase célebre, digna de un general romano: “Va a ser lindo si no se corta” —si no se cortaba la larga fila de bolseros que hacían cola para descargar.

Cuando se hablaba de alguien, Martillito tenía una expresión cliché que cobraba múltiples significados según a quién iba dirigida. Si se hablaba del Tololo Flores o del petiso Donatti, Martillo agregaba: “¡Qué nenardo!” —seguramente, si hubiera presenciado alguna conversación sobre Menem, De la Rúa o Kirchner, habría exclamado: “¡Qué nenardos!”.

Hay otros personajes que eran los favoritos de todo el mundo, pues tenían algo de extraordinarios. Mis tíos de Las Flores solían hablar de los temas comunes del campo: las inundaciones, las sequías, los granos y las cosechas, pero nunca dejaban de preguntar por Dionisio, de quien mi tío abuelo Iluminado afirmaba que era “palabras mayores”. Que Dionisio Zanotti, el prolijo conductor de autos a pie, haya permanecido en el recuerdo de los visitantes del pueblo resulta algo extraño, pero no es extraño que aún esté presente en la memoria colectiva de los deroenses. Se lo solía ver doblando por la calle de la gomería Bebiglia, entrar por la avenida Roca en dirección a la estación del Ferrocarril del Sur, sacar la mano por la supuesta ventanilla de su imaginario automóvil y, como ciudadano modelo, ceder el paso a mujeres y niños con inefable muestra de respeto y educación.

Antes había puesto en marcha el auto con una manija de dos cuerpos, le había librado la dirección del contacto y cebado como correspondía. Una vez en marcha el motor, esperaba que se calentase. Los chicos y los grandes solíamos faltarle el respeto, y había una palabra que lo ofendía tremendamente: “Moranda” -para decirla había que ponerse a distancia e inmediatamente echar a correr-. No se sabía si la palabra tenía algún sentido, pero pronunciarla y salir corriendo eran una sola cosa. Impecablemente vestido, con sombrero oscuro,

rastra de cuero de napa, bombacha oscura y botas lustradas, se sentaba en una mesa del club Independiente como si fuera un representante conspicuo de la oligarquía terrateniente. Nunca se le cerraba una puerta y los mejores lugares le estaban reservados; se comentaba que solía visitar a importantes personajes del campo, de quienes era huésped de honor.

Hoy en Daireaux se siente con nostalgia la ausencia de Dionisio en las calles, en los clubes y las fiestas; se extraña su escolar conducción por la avenida Roca, que no tenía asfalto, pero estaba impecablemente mantenida por el riego diario del Viejo Medina y el Petiso Ácula.

LO DE CENTRINGEN Primero fue el boliche de Martino después el de Cambas y finalmente el de Centringen. En general se trataba de almacén de ramos generales con despacho de bebida, donde predominaba tanto uno como el otro. Las bebidas se vendían en almacenes (y también clubes y hoteles) junto con otras mercaderías cotidianas como fiambres, galletitas o bebidas sin alcohol.

A las señoras de bien no les agradaba el trato de los parroquianos, sobre todo con alta gradación alcohólica en su sangre.

Por eso en muchos lugares estaban separados el salón de los ramos generales y el del despacho de bebidas, para no producir interferencias entre ambas clientelas.

Haciendo cruz con esta esquina se veían terrenos baldíos, y sobre la derecha se podía observar la quinta del viejo Pichilla, un peón del corralón de la firma Verde Hermanos, de quien los chicos nos burlábamos.

La actividad de los almacenes o boliches se acentuaba durante los meses de verano por el movimiento de dinero que generaba la cosecha fina y la posterior gruesa de menor calibre, pero ya entrado el otoño.

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LA PICARESCA

LO DE CENTRINGEN

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Una mañana apareció Crispín, un reparador de heladeras comerciales, provisto de una garrafa de gas que tenía una manguera en la punta para cargar heladeras. Los grandes comercios como Ginestet, Sánchez y Bedetou, y los hoteles de Soula y España, que poseían heladeras de metal o madera de cuatro o más puertas, recibieron la visita del flamante técnico. Se llamaba Crispín Villarreal, y toda su tecnología consistía en cargar de gas las heladeras. De entrada tuvo espectacular éxito y su fama se extendió por el pueblo, pero tan pronto le llegó la gloria como el fracaso, pues los temidos cálculos eléctricos, reactancias, amperes y vatios no estaban dentro de sus posibilidades intelectuales. Afortunadamente, esto no significó su ruina, ya que Daireaux le tenía reservado otro destino: la organización y difusión de eventos. Los más importantes eran las carreras de automóviles, y en ellas Crispín seguía el modelo de Luis María Sojit, célebre por la emoción con que acompañaba los duelos entre Ford y Chevrolet.

Desde un palco alto que le permitía otear dos calles a la vez, reavivó el arte de la transmisión deportiva. Fueron memorables las competencias que tuvieron lugar entre un Fiat l500 y un engendro preparado por Tornillo García Gutiérrez, un Di Tella 1500 muy inferior en pique y potencia. Éste quería derrotar a Enrique “Tozida” Ginestet, el número uno de los Fiat, pero nunca pudo conmover el podio, aunque sí logró ser el número uno en popularidad y simpatía hasta su trágica muerte, ocurrida lejos de las pistas y producto de un trágico destino. Tornillo tenía que forzar al extremo su modesto Di Tella y se oía la voz de Crispín, que gritaba desaforadamente y avisaba a los espectadores de que éste venía derrapando, frenando, levantando barro o polvareda. “Falta García Gutiérrez, falta García Gutiérrez”, repetía Crispín, y entonces aparecía el ídolo encasquetado, con su benévola sonrisa, alentado por la masa que hacía de él su héroe indiscutible y, de algún modo tragicómico, campeón sin corona.

LOS CIRCOS En las soporíferas siestas mirábamos la llegada de los circos, sus casillas, carpas y animales salvajes y domésticos.

Había algunos importantes, como los Casalli y los Villalba, que traían leones africanos y americanos, tigres, caballos amaestrados y ágiles y musculosos trapecistas. Había otros, como el circo de los hermanos Alegría, de una pobreza franciscana, que contaban sólo con un puñado de números y el entusiasmo de los pocos lugareños que se atrevían a entrar.

Apagaban y soplaban antorchas, caminaban sobre vidrios, y los payasos y ponys hacían lo posible para hacer reír a la gente. Por lo general, la pista se completaba con una obra de teatro que solía ser bastante grotesca y prolongaba la función hasta altas horas de la noche.

Los dueños de los circos afirmaban que no podían dejar el deambular de la vida de carpa y picadero. Como viajaban constantemente, los hijos de los artistas iban a la escuela con nosotros y nos contaban historias que admirábamos como si fueran cuentos de fantasía. La vida total del circo conmovía al pueblo, donde no faltaba algún romance del galán del teatro con alguna candidata local.

Recuerdo el circo de Bartolito, del que éste era dueño y payaso. La función matiné era para chicos. Bartolito tocaba vestido de payaso el xilofón y una serie de botellas con agua a distinto nivel para producir las distintas notas; para nosotros era un artista consumado. Me parecía un gran payaso que alegraba los sábados y domingos de nuestra infancia, sin apelar a griteríos o golpes falsos.

Muchos cuentan en distintas latitudes, desde los tiempos de los hermanos Podestá y su circo criollo, que era común que en el final de Juan Moreira o Juan Cuello algún gaucho subiera al escenario desenvainando su alfajor y gritando: “Así no se mata a un hombre”. La única persona que podía detenerlo era el malherido gaucho bueno, que tenía

PLAZA GUGLIERI

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LOS CIRCOS

PLAZA GUGLIERI Muy remodelada y con intenciones de hacer competencia con la central, donde están los Clubes, la Municipalidad y los negocios importantes.

En este lugar se emplaza la estatua del fundador del pueblo, Don Pablo Guglieri, quien fogoneó en célebre jornada cívica la independencia del pueblo del vecino partido de Bolívar, en la que hubo momentos de mucha tensión. El lugar da origen al nombre de la villa, al club, y al antiguo equipo de fútbol, de tanta jornada dominguera en la cancha del Club Independiente convertido hoy en campo de deportes.

También se recuerdan en el cincuentenario del pueblo uno de los fundadores del mismo, el señor Crespo, buscaba en vano en sus bolsillos y no podía encontrar el discurso birlado por sus propios nietos, para inaugurar la estatua de Guglieri.

que indicarle que no iba a morir y que tampoco estaba herido, que era pura ficción.

Hace muy poco leí que a fines de 1851 ocurrió una escena parecida contra el loco unitario Urquiza. El que lo representaba tuvo que decirle al gaucho agresor que era un ser humano con apellido real y que tenía mujer e hijos que alimentar. Algo de razón tenía doña María Bravo, cuando 29

en pleno almacén encaró al actor que había hecho de malo, y éste tímidamente le explicó que ese había sido su papel.

La inocente doña María dijo con su acento español: “Pues sí, señor, entiendo, pero igual no hay que ser tan malo”. El buen teatro calaba hondo en las almas humanas y contribuía a una formación cultural de acuerdo a sus contenidos, es decir, transmitía una serie de pautas de comportamiento.

Muchos circos pasaban por Daireaux, pero el que dejó una huella más honda fue el de los gitanos, que no tenía nombre. La vida de los gitanos siempre enciende un raro misterio por sus ancestrales costumbres de pueblo nómade. Su fuerte eran los osos, además de los tradicionales números de pista. Era muy pobre, con una carpa precaria e insuficientes sillas, cuando la función se ponía muy concurrida tenían que alquilarlas.

LOS CIRCOS

Lo que quedó profundamente grabado en la memoria del pueblo fue el oso Mangui. Era un oso pardo de gran tamaño que bailaba el son de la pandereta y a las órdenes de su domador, que lo llevaba atado con una cadena. Al bailar se acercaba a la gente de los palcos delanteros para terror de mujeres y niños, que no veían con buenos ojos el acercamiento exagerado de tamaña fiera. Impasible, en lenguaje gitanesco, su domador le gritaba: “Baile, Mangui”. Luego —esa expresión quedó en el imaginario colectivo—, antes de salir a bailar, los mucha-

chos decían: “Voy a practicar el tranco del oso”, ante la orquesta de Pepe Canullán o Pepe Márcico.

Lo cierto es que el Negro Ismael Córdoba, disfrazado e imitando al oso Mangui, atado con cadena y collar, y Adrián Díaz, en el papel de gitano, fueron figuras en los carnavales de Daireaux. El Negro tenía una resistencia sobrehumana para hacer entradas de más de cuarenta y cinco minutos por el corso. Ismael había corrido un montón de veces la maratón de los barrios y causaba hilaridad. A los chicos, y a veces a Dionisio,

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LOS CIRCOS

no nos gustaba nada ver al oso venírsenos encima. El dúo no cesó de recibir premios y distinciones en los sucesivos corsos, pero sobre todas las cosas, el afecto y la memoria de su pueblo que no los olvidaría. El mito se había instalado en Daireaux.

El otro célebre personaje, salido del circo de los gitanos, fue el gran Loro Catini, el de las alpargatas número “12 para el nene” de la vieja Catini. El Loro, en los tiempos que corren, pudo haber sido rugbier, basquetbolista, boxeador peso pesado o luchador. Pesaba más de ciento veinte kilos, con su

PALCO MUNICIPAL Frente a este palco se realizaron numerosas fiestas y eventos.

A las 15 horas del centenario de la muerte del General San Martín, el 17 de agosto de 1950, sonaron tres lúgubres campanazos del reloj municipal, cuando el silencio era casi absoluto. También saludamos al Gobernador Domingo Mercante, cuando vino al pueblo con motivo de inaugurar la casas del barrio obrero.

Mercante era Coronel y dormía en una carpa tipo militar, para después vestirse de gala al llegar al pueblo. Modo castrense del cumplimiento del deber de un soldado al ahorrar dinero del erario público.

También el palco presenció las carreras de embolsados para las dos fiestas patrias, el 25 de mayo y el 9 de julio. Frente al mismo se colocaba la sortija de las mentadas carreras de caballos, donde se escuchaban los gritos de la paisanada y su muestra de afecto. Sus apellidos mostraban que sus ancestros habían bajados de los barcos: García, Díaz, Gómez (Maruco para más señas), Buloqui, y algunos con sobrenombres como el paisano de Las Cortaderas. Todo esto era en son de fiesta con la banda de Don Rafael Luengo o con grabaciones muy bien seleccionadas con la flauta de Hugo Díaz, el conjunto de Don Andrés Chazarreta y las guitarras de Eduardo Falú o Atahualpa Yupanqui.

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alrededor de dos metros de altura. El oso de los gitanos, del tamaño de un panda, era temible por su fuerza salvaje. Volteó varios “muñecos” hasta que los de Daireaux creímos que estaba preparado para luchar contra Catini, a quien costó convencer de que lo enfrentara.

Un tiempo antes, en una de esas frías noches, lo había peleado un tal Saravia que parecía, con su barba en punta, el mismo mandinga. Para entrar en pelea se puso una soga o piolín alrededor de las bombachas para no enredarse. Se sacó el sombrero y esperó al oso con pie firme como si fuera una batalla. Fue cuestión de segundos el tiempo que tardó el oso en abrazarlo, luego de lo cual Saravia quedó hecho un montón de huesos en el piso. Se le cortó la respiración y a los médicos y enfermeros que estaban entre los asistentes les costó un buen rato reanimarlo. Como la función debía continuar, todo terminó con el dejo de tristeza que producía el hecho de la derrota de un hijo del pueblo ante un forastero, así fuera un oso.

Empezaron a cargosear al Loro Catini para que peleara o luchara contra el Oso, que tenía una hociquera y dos guantes como de box para no lastimar, y finalmente lo convencieron.

En la primera pelea, porque hubo revancha, se notó que el Loro era tan morrudo que el Oso no pudo abrazarlo; después de forcejear, el Loro lo tiró, y el gitano dio por terminada la lucha con el triunfo del local. Los cien pesos del premio, que era todo un mes de trabajo para un mensual, fueron a parar a las arcas del Loro, con la promesa de la revancha, la que se llevó a cabo con la carpa colmada al punto de que tuvieron que alquilar o pedir sillas prestadas, de esas plegables de chapa o madera que había en los bailes de San Martín. El gitano recuperó con creces lo perdido en el primer match, y Catini quedó como un prócer, con gloria y loor, pues volvió a ganar.

Los académicos de Daireaux, como Ruperto, Cayuelita, el Gallego Julián y Fidel Pérez, siguieron discutiendo por años si la pelea estuvo arreglada, algo en que nosotros jamás podremos desempatar, porque quizá la duda es mejor que la verdad resuelta.

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LOS CARNAVALES El Mingo Espinosa pensaba y decía que el hombre vivía para el verano. Sus fiestas de fin de año, desde la Serenata Navideña, pasando por el Día del Inocente, el Amanecer del Nuevo Año y los Reyes Magos, hasta la llegada del carnaval, eran, según sus palabras, lo que valía la pena vivir. El resto del año era sólo vegetar.

El carnaval tenía varias aristas. Una de ellas consistía en las mojadas de la siesta, donde uno se relacionaba con las chicas y no tan chicas, que en esos días parecían enloquecer. Era gente a quien habitualmente uno saludaba de lejos, pero que participaban con placer de la batalla de bombas de agua, baldazos desde balcones, sifones de soda que proveía el Macho Pérez, o un invento de Cachulo o del Pocho Ludueña, pergeñado para arrojar agua a distancia con un compresor. En algún sentido, el carnaval acercaba a niños y jóvenes, aunque a veces se quebraba la frágil línea del respeto, y se requería la intervención de los uniformados para restaurar la cordura. Niños, adolescentes y adultos participaban del festejo durante esas tórridas siestas de carnaval, pero, posteriormente, el miércoles de ceniza nos mirábamos como si nada hubiera pasado. Cosas de los pueblos, donde regía la ley de “a no meterse con las chicas bien” (la historia cuenta que al propio Sarmiento le encantaba en esos días de fiesta ir con su volanta y participar de las mojaduras, aun con su investidura de presidente de la República. Sería tal vez un recreo en su ajetreada vida).

Al atardecer íbamos al corso. No faltaban las transgresiones, razón por la cual a lo largo de las dos cuadras patrullaba la policía montada y a pie, que trataba de imponer paz en la fiesta, aunque nunca faltaba quien con un pomo, un lanza perfume, o una bombita de agua se encargara de violar la tregua. El drama comenzaba con la retirada de los “trajeados”, que iban al corso con sus ropas domingueras, y de las mujeres

PARROQUIANO EN LO DE FORNELLI Al pedir permiso para sacar una foto nos recibió la señora de Don Juan Conchi, con un seco “sin compromiso” para que no reclamemos ningún dinero por la fotografía. Observamos el rostro de la mujer para una tarea muy dura al imponerse sobre los asistentes, trabajo que tradicionalmente ha sido para machos.

Tratamos de ver si el retrato del parroquiano nos decía algo sobre su alma. Habló sobre su vida insistiendo demasiado en que nunca había cometido delito alguno.

El almacén con despacho de bebidas había sido del viejo Fornelli, un inevitable maestro de bandoneón que formó a todos los que querían acceder al arte de Eduardo Arolas.

En el medio del salón, con algún juego de villar, brillaba una antigua bomba de mano, que todavía estaba en uso.

Esta esquina, que hace cruz con la carnicería de Don Paco Herrero, es la verdadera entrada al barrio de Avellaneda, donde vivía el mejor el elemento del mismo.

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LOS CARNAVALES

emperifolladas, que gustaban de lucir sus bonitos vestidos de seda; al toque del último campanazo de medianoche dado por el reloj municipal, se detenía la tregua policial, cesaba la prohibición de mojar y alguna de esas bellezas que minutos antes estaban protegidas por el decoro y la prohibición, era tomada a pleno por un globazo y se retiraba llorando a su casa. En los clubes se hacía la tertulia, desde donde la gente iba al baile popular comentando las alternativas del corso.

Me di cuenta de que el carnaval es una fiesta para gente que se conoce entre sí y que tiene ganas de participar. Aun el disfrazado menos identificable debe dar alguna pauta para que lo reconozcan. Si no nos conocemos, todo carece de gracia. Resultaba muy tonto tirar un globazo en la librería de don Cordido o en la verdulería del Viejo Viñuela. Para los chicos y adolescentes tenía sentido disfrutar del enojo de la gente seria, de los que no les gustaba divertirse, pero que forzábamos a participar. Ya decía don José Ramos que el gaucho se disfraza para que lo conozcan, o reconozcan.

“En el corso de la vida Todo el año es carnaval” Por la tarde de los tres o cuatro primeros días se realizaba el corso infantil, al que nosotros íbamos disfrazados y provistos de serpentinas, papel picado y lanza perfumes que comprábamos en las librerías y puestos de la plaza San Martín. Al llegar la noche aparecía el maestro de ceremonias, don Juan Marchesse (el Cacho Fontana de Daireaux), y comenzaba con sus propagandas: el lavarropas “Niacho”, “El Jardín del Bebé”, “Sebastián el Loco”, los saldos y retazos de Galli y Galver. El palco se instalaba frente al actual hotel Huinca-Loo, y desde allí se podían otear las dos cuadras del corso, muy nutridas de gentes y disfraces. Las mesas de las

LA CARNICERÍA DE PACO HERRERO Muy serio y formal, como la mayor parte de los carniceros, estaba en permanente guerra con las clientas, que no se cansaban de defender el sueldo del marido, por la cantidad de hueso y grasa que iba a la balanza.

La carneada de vaca se realizaba a la mañana en el matadero municipal, de modo que al abrir a la tarde la res estaba caliente, motivo de queja pues también decían las clientas que la carne pesaba más. La lucha contra las moscas era implacable en tiempos calurosos y se la atacaba con trampas para moscas, flit, y los mosquiteros que pueden apreciarse en la foto. En las casas se usaban las fiambreras para orear la carne.

En Daireaux las fábricas de hielo seguían repartiendo y el frío artificial aún no se había generalizado en la población.

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LOS CARNAVALES

veredas de los clubes Independiente, Argentino y la Confitería Gran Sur se ocupaban totalmente. Se bebía Crush y Bidú, la tradicional cerveza Quilmes y bebidas alcohólicas como la Hesperidina, la cubana Sello Verde o Rojo, y los infaltables vinos Arizu o Toro o en damajuana, en sus versiones tinto y blanco. Esto hacía que algunos estuvieran flameando por los efectos de los vapores alcohólicos, pero por lo general eran gentes de buena bebida.

Un aspecto destacado del corso eran los carros adornados, ocupados por músicos con verduleras, bandoneones, guitarras y hasta algún cantor. Algunos disfrazados iban a caballo y otros conducían carros y tractores con acoplado.

Nunca faltaban los simulados caballos hechos con alambre y arpillera, que iban saltando y jugando alegremente de una vereda a la otra por las calles del corso. De todos modos, la estrella fue siempre el oso Mangui, y se oía la voz agitanada del Adrián, que le gritaba “¡Baile, Mangui!” al ritmo de una pandereta que portaba en la mano junto a la cadena con que lo sostenía.

En el Palco Municipal había números en vivo con guitarristas, entre los que se destacaba el dúo Melián-Aguirre, que, a decir verdad, era un cuarteto. El Negro Melián era un excelente músico que le sacaba el jugo a los valsecitos criollos y a la música paraguaya. Su versión de Pájaro Campana era un clásico. Según la ocasión, acompañaban con las guitarras las voces del dúo de mayor trayectoria de Daireaux. Para nosotros, desde nuestro pequeño mundo cultural, representaban los máximos exponentes musicales que pudieran ser escuchados.

LA CARNICERÍA DE PACO HERRERO

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EL DEPORTE Los deportistas cambiaban de especialidad según modas y épocas. Había buenos ciclistas, boxeadores, maratonistas, futbolistas, basquetbolistas, pero en la mayoría de los casos se trataba de los mismos practicantes, que cambiaban de disciplina y camiseta. Se ponía de moda algún deporte, pongamos por caso el box, con la exhibición de algún campeón como César Brion o Abel Sestac, y al poco tiempo un grupo de muchachotes se calzaba los guantes. Jorge Rolandi fue un peso pesado muy notable. Hubo célebres tenidas boxísticas como las del Chueco Oroz y el Cholo Orellano, o la de Horacio Giribaldi y el Rengo Goñi. En cierta ocasión, estos quedaron muy magullados después de una pelea, y un mirón los sorprendió tomando una copa de cerveza juntos.

Entonces, el Rengo aclaró: “Una cosa es el deporte, hermano, y otra muy distinta es la amistad”. La pelea entre Carpincho León y Bisignano terminó con una paliza a favor de este último. El pobre Carpincho recibió piñas de todos los colores y ángulos, sin que el jurado se inmutara. Creímos descubrir en Bisignano una nueva figura del boxeo, pero su carrera fue muy corta, ya que le trajeron un rival de fuste que no lo dejó pasar del primer round, y nuestro héroe debió regresar a sus tareas habituales: el martillo y el fratacho, y a la mezcla de la cal con la arena.

No era raro ver a don Domingo Pastormerlo defendiendo la valla de Bulldog, destacarse como excelente basquetbolista e, incluso, desempeñarse como referí o jurado en los partidos de basket. Pastormerlo fue un gran deportista, modelo de comportamiento para sus alumnos de Educación Física. Demostró siempre su caballerosidad y jamás favoreció arbitrariamente a nadie ni realizó jugada malintencionada alguna. Su nombre fue perpetuado en el gran polideportivo, que después de unos años la poesía popular rebautizó como “El Peludo”.

Para el boxeo se improvisaba un ring con tablones de

TRENES DE ÉPOCA

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EL DEPORTE

TRENES DE ÉPOCA Al dejar la presidencia el General Roca en 1904, había al rededor de 42.000 Km. de vía a lo largo del país. “La gente bien” viajaba en estos lujosos coches que eran comedor y camarotes.

Se servía a bordo una comida de primera o internacional como acostumbraba a decir la gente, con varios platos y vinos. En los mismos viajaba la clase alta compuesta por los terratenientes, el alto comercio y la incipiente industria. Hubo un famoso convoy que llegaba de Constitución a La Larga, por el cual el vetusto general fletaba una formación completa con ese destino, en el que acompañaban además de familias y amigos, todo el elemento de servicio y maestranza con rumbo al Palacio de La Larga Grande (deborado posteriormente por el fuego).

El uso de los ferrocarriles era el transporte obligado hacia Capital Federal y pueblo vecinos, no solo para las personas sino también para la hacienda y los cereales. Había otros vagones como el pullman o la segunda con los asientos de madera, que se conocían popularmente como la tablita.

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EL DEPORTE

albañilería sostenidos por tambores de 200 litros, unas sogas ajustadas a postes en cada ángulo, ¡y a pelear! Existió un club de vida efímera y muy intensa que tomó el nombre de “Cal y Grasa”, porque sus adherentes eran en su mayoría herreros, mecánicos y albañiles. Tanto “Cal y Grasa” como “Estrella Roja” fueron clubes deportivos muy destacados en aquellos tiempos. También se armaban cuadriláteros boxísticos sobre el escenario del cine Rialto.

José García, Enrique Ginestet, el Flaco Islas, el Pimienta Guillén y el Rengo Goñi calzaron más de una camiseta de distintos deportes. El Pimienta Jorge Guillén estaba en el podio central de los “chinchudos”, y no faltaban vagos, borrachos, cómicos, cargosos y locos, cada uno especialista en lo suyo. Pero el chinchudo de ley era el Pimienta, sin duda.

También se calzó los guantes, pero con tanta mala fortuna que perdió por paliza. Sabedores del mal carácter, y siguiendo la lógica socarrona del pueblo, le preguntaban: “Así que peleaste, hermano; mirá vos, de haber sabido hubiera venido a verte”. “¿Y cómo anduviste, hermano?”. “Pero ese hombre no te puede ganar”. Y así, entre hermano de aquí y hermano de allá, fue juntando bronca durante los casi seis meses que tardó en llegar la revancha.

Lo que nadie sabía es que Guillen se había entrenado como un profesional, bien a conciencia y en silencio. Sonó la campana, que era una cuchilla de arado viejo, y salió como una fiera. No pasó el primer round, en el que Pimienta ganó por knock out técnico. El perdedor quedó arrodillado de espaldas a él, quien lo calzó de un tremendo voleo de empeine, al tiempo que le decía: “Tomá por h… de p…”, ante la algarabía del público, que recordó por años aquel final tan pintoresco, en el que el protagonista expresara sus sentimientos de forma tan directa y espectacular. Nadie notó que la procesión había ido por dentro.

CASA ACERA El negocio con el cartel luminoso es el de Casa Acera, que vendía bicicletas y artículos para el hogar. El señor Acera concurría a todos los trenes para recoger las encomiendas y las cartas en una extraña carretilla con ruedas de goma con una carrocería en ele, donde se colocaba la carga.

Para no salir de la historia, las dos damas de la foto son nacidas en La Larga, las señoras Menéndez y Subiza, que proceden de la gran corriente migratoria de La Larga a Daireaux.

La cuadra va desde el Banco Provincia hasta la tradicional oficina de la casa Monasterio, es la primera cuadra de la calle Rivadavia que nace en avenida Roca, a diferencia de la San Martín, que nace en el mismo punto pero con dirección contraria.

En esa cuadra vivían y tenían los consultorios los doctores Pedro Romanazzi y Clemente Di Carlo, con su vivienda detrás. Al lado vivía el varias veces intendente Don Luis Copié, a la sazón promotor del cordón cuneta donde se apoyan las dos damas.

Vivíamos en el corazón del barrio Bulldog, a una cuadra de la madre de todos los Flores —la gallina de los huevos de oro—, que podía armar con sus propias crías un equipo de fútbol casi completo. El Negro dicen que fue arquero; había otro, full-back, que se fue a Buenos Aires; el más chico, Carlitos, era “güin”; el Rodolfo, con su endiablada gambeta, mediocampista al igual que el Cacho; y el Tololo, goleador impenitente. Pocos jugadores más y se armó el equipo cam38

EL DEPORTE

CASA ACERA

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EL DEPORTE

peón, con Bertoni al arco, Gonzalito y el Turco en defensa, el Coco Rodríguez de “jaz” y Héctor Actis Grosso de “güin”, que jugaba bien pegado a la raya y mandaba los centros precisos al medio del área.

Nuestro rival en serio y por siempre fue el Club Villa Guglieri, con ellos se forjó el legítimo clásico de Daireaux.

Tuvo un excelente equipo cuando incorporó a los hermanos Juan y José García, más la dirección técnica el Ñato Coronel, que parecía un capataz que les controlaba si salían de noche y si chupaban más de la cuenta. Se les sumaban el Chon Coronel, el Guasca Fernández, el Chingüe, Bosso, los hermanos Fredes, el Petiso Donatti y el Cordobés, un full-back que podía dejar pasar la pelota, pero al jugador jamás. El resto de los equipos tuvo vida efímera, como el imbatible Estrella Roja, que guiado por el Gordo Licatti hizo memorables campañas e impuso el trabajo durante la semana —entrenamiento nocturno—, que le permitía marcar una diferencia brutal durante los segundos tiempos.

Teníamos una pelota rodando en la cabeza; en los recreos y después de clase, por la tarde. Hector Gagliardi dice en el poema dedicado a la maestra:

EJEMPLEAR PUR SANG DE LA IRENITA “mujer al fin, no entendía de una volea”

REPRODUCTOR DE LA ESTANCIA Y ARAS LA IRENITA DE LA FAMILIA PARKINS

Las mujeres no entendían una palabra de nuestro deporte, más bien trabajaban para sacarnos los vicios. Los varones éramos monotemáticos, a lo sumo agregábamos automovilismo, boxeo, básquet, ciclismo y alguna otra disciplina competitiva menor en popularidad. Éramos despectivos con aquellos a quienes no les gustaba jugar o mirar fútbol. Quedaban fuera de nuestro círculo. Para unas vacaciones de invierno me regalaron una pelota de tiento; durante dos semanas jugamos en horario de comercio, con un alto para comer al mediodía. Destruimos el regalo en pocos días, a pesar de los cuidados que le prodigábamos, ya que la engrasábamos toda y la guardábamos debajo de la cama.

Fueron propietarios del célebre Atlas que ganó el gran premio Carlos Pellegrini y pagó alrededor de cien pesos el boleto, sin que prácticamente ningún deroense se enterara del dato.

El otro padrillo muy famoso fue Gran Atleta.

La carrera de reproductor se define por la calidad de las crías, de modo que hay que esperar los triunfos de las mismas.

La cría de animales de pedigree se completaba con la Estancia La Larga Vieja de la familia Fontecha, dedicada a los toros Averdeen Angus. En ambos casos se trabaja los trescientos sesenta y cinco días del año pues los animales deben ser atendidos permanentemente.

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LOS MÉDICOS

EJEMPLAR PUR SANG DE LA IRENITA

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Los médicos eran personajes de mucho peso entre la población; su opinión era muy tenida en cuenta, aun en temas ajenos a la medicina. Eran verdaderos apóstoles. Había entre ellos algunos celos, pero que no dañaban la cuestión profesional. Trabajaban, si era necesario, en las frías noches de invierno y recorrían el pueblo visitando pacientes después de atender el consultorio, que siempre estaba lleno.

Cuando llegaba a casa el Dr. Julián Carlos Tajada con su extraña risa, mejorábamos la salud y hasta nos bajaba la fiebre. El médico oficiaba de componedor, consejero familiar; una suerte de sacerdote laico. El Dr. Lawezari, de nacionalidad peruana y moreno de tez, se expresaba de un modo muy castizo, usando los verbos como en la escuela: “tienes”, “vienes”, “defecas”. Fue un caudillo conservador de gran influencia en el pueblo, pero a pesar de su ideología, murió pobre. Tenía una casona con techo de chapa a dos aguas pintado de rojo frente a la vieja comisaría, en la vereda de la Iglesia San José. Era también muy andariego, y a cada pobre que lo abordaba le daba un peso moneda nacional: “Es el último que tengo, y no pidas más”. Probablemente la afición desmedida por el poder, como lo hubiera hecho cualquier otro vicio, lo llevó a despilfarrar fortunas. Nosotros teníamos predilección por el Dr. Tajada, radical igual que mi viejo, con quien siempre se hablaba de política.

En las diversas veredas en que se divide el pueblo, en la de enfrente, por así decir, se encontraba el Dr. Alberto Barceló, rival de Tajada en la interna radical, en la que unos van para un lado y necesariamente otros para el otro. Barceló era también, a su manera, un caudillo a la antigua, pero tenía para nosotros, los puritanos, afición excesiva por las carreras y el juego. Era en definitiva un pecado pequeño, casi sin importancia. Tenía, eso si, muy pocas pulgas el activo y eficiente doctor. Su trágica muerte, al caerse el avión en que viajaba, conmovió al pueblo en sus entrañas. Para colmo, conducía el avión un experto pi-

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MOCOSADA DE BARRIO

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LOS MÉDICOS

loto. El accidente ocurrió a raíz de la presión ejercida por el aire al entrar por arriba del monte de la estancia “L’Aveyron”, de los Ginestet, y murió en el acto. Fue tan impresionante su fallecimiento que hasta se suspendió espontáneamente la función del cine Rialto, al igual que el día en que se produjo el dantesco incendio en la herrería de Perico Galli.

Todo el pueblo acompañó a este abnegado médico de campaña, los de ambas veredas, sin distinción. Para que esto ocurriera, como decían las viejas, “algo bueno habrá hecho”.

El cuarto médico era de otro estilo: pausado, reconcentrado y, a diferencia de los anteriores, no lo interesaba la política. Al Dr. Pedro Romanazzi lo acompañó de por vida la tonada riojana. Parecía lento en sus movimientos y habla, pero tenía un andar parejo de más de 10 horas de trabajo diario, que incluía los feriados. Su apostolado fue el más duradero, ya que sobró los 60 años de ejercicio de la profesión.

Siempre me pareció un razonador impecable y muy mesu-

MOCOSADA DE BARRIO El pastito que invita al partido de fútbol, donde en invierno se acarreaba en la ropa un polvillo de paja propio de los pastos cortos y las peligrosas ortigas y abrojos. Se puede entrever la pelota de fútbol en la mano de uno de ellos y la ambicionada bicicleta para pocos chicos.

Allí en esos potreros se jugaba todo lo que se podía y era la formación de la calle en la que se hacía el arco a arco a los base y al apreciado picadito que podían durar horas, hasta que la luz decía basta pues la pelota se perdía entre los yuyos.

Allí se pitaban los primeros puchos, se hablaba de escabrosos temas sexuales más imaginados que reales, y se podía aprender el truco y otros juegos de barajas españolas como el chinchón, codillo, el mus, o la escoba de quince.

Uno creía que todos estos vicios, más algún trago, era todo a lo que podía aspirar un ser humano.

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rado en sus juicios. Tuve la fortuna de tenerlo de profesor en Física de cuarto y quinto, y puedo asegurar que su enseñanza no le fue en zaga a ninguno de aquellos profesores de abundante currículum que conocí a lo largo de muchos años en la universidad. Charlábamos sobre la casi imposible aparición de los satélites artificiales, los Sputnicks soviéticos, causantes del conjuro contra la maldición de los físicos que, valiéndose de la ley de la potente gravedad, condenaban al hombre a no poder salir de la Tierra.

La armonía la rompió el joven Dr. Bianchi, que parecía un adelantado, un fanático de los progresos de la ciencia médica. Como en los relatos de García Márquez trajo al pueblo la penicilina, y, como dice el dicho, “remedios nuevos curan bien”. Le curó a mi madre una afección pulmonar que ya era crónica. Ocurrió otro tanto con numerosos pacientes, lo que le hizo criar fama. Si alguien quería ponerlo de muy mal humor, y en Daireaux sobraban los socarrones, había que hablarle bien del mal de ojo, la culebrilla o el empacho. Pocos segundos bastaban para verlo montar en cólera hecho un basilisco. Los nuevos avances de la medicina tenían en Bianchi a un defensor insobornable, casi un fundamentalista.

El otro médico que al igual que los primeros cayó en las tentaciones de la política fue Jorge Carlé, a quien todo se le estaba permitido por ser hijo del pueblo. Solía atender en el club Independiente, en medio de una partida de cartas, donde repartía remedios, recetas y consejos. Heredó el consultorio de Tajada, que estaba cada día más repleto de gente. Lo que caracterizó al Dr. Carlé es algo que Salamanca no presta: el ojo clínico, virtud que lo convertía en un verdadero chamán. Parecía un mago, ya que venían de todas las latitudes a consultarlo. Al igual que a Barceló, le gustaban el juego y las carreras. Para cualquier cosa que emprendiera llegó a tener lo que en el comité se llamaba más de mil votos al firme, lo que electoralmente lo volvía inexpugnable, pues él mismo fue intendente del pueblo que tanto trajinó.

GRANDES SILOS La fotografía parece simbólica, pues la sombra indica que Daireaux vive bajo la vida de los granos y a merced de la naturaleza. No solamente de parte de los chacareros, sino el pueblo todo, pues la producción afecta a todos los sectores, y en tiempos de la bolsa de arpillera toda la gente trabajaba en la misma.

Al comienzo de la siembra se esperaba algo de humedad para hundir la reja o pasar el disco. Después las heladas tardías que podían afectar los primeros brotes. Sigue el tema cotidiano de la lluvia, a las que se les pide equilibrio y mantenerse a lo largo de toda la siembra.

Termina el campesino rogando contra el exceso pluvial después que los granos están maduros, para que pueda entrar la cosechadora, y finalmente la lluvia puede dificultar la cosecha. Por último, puede aparecer en los veranos resecos, alguna amenaza de incendio.

La fiesta llega cuando son los carnavales y se nota que hay dinero en calle. Oficios desaparecidos como los lechuzones (cargadores), changarines (hombreadores), prolijos apiladores, tractoristas, haradores, cosedores de cosechadoras y finalmente maquinistas.

Mucho han transpirado nuestros abuelos en las cosechas finas y gruesas de todo el pago.

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GUAPOS, MUERTOS, HERIDOS Y ENTREVEROS El primer hecho de guapeza, si así se lo puede llamar, fue la violenta muerte de la chica de Parra, prima de mi amigo el Bocha. Fue en manos de su pretendiente, un tal Aragón, que terminó su condena suicidándose en Sierra Chica, por la dureza de la vida carcelaria.

Lo cierto es que la muchacha le había prometido salir con él en los días de carnaval, pero cuando Aragón llegó al pueblo se encontró con que otro gaucho le había soplado la dama. El final del drama terminó cuando Aragón vio que su prometida se reía, y creyó que se estaba burlando. Este hecho agotó la paciencia de este Otelo que, al igual que en el teatro, terminó degollándola.

Recuerdo que el cadáver fue cargado en el camión de Fioravanti Botta, debajo de una oscura frazada. No tenía Daireaux ni ambulancia, ni bombero, ni nada que se le pareciera.

VIVIENDA CON BOMBA DE MANO

En 1951 llegó a la Escuela N° 1 un alumno nuevo de apellido Castro, a quien lo llamamos el Negrito. Se peinaba con gomina un alto jopo cruzado detrás de su abundante cabello. Por ser forastero, venido de la populosa Carhué, le preguntábamos vida y milagros de su pueblo, y creo que los exageraba.

Un día le tocó ocupar el centro de la escena, pues su padre había protagonizado un hecho de sangre en el “Despacho de bebidas del Gran Sud”. Según nos enteramos, como siempre a medias, o por un relato dividido en opiniones diversas, el padre de Castro, apellidado en el pueblo Castro Bolmene (era hermano por parte de madre del Quito, el potente full-back de Bulldog), concurría habitualmente al Gran Sud. Allí fue subiendo de tono una disputa, a raíz de que un grupo lo cargaba, sobre todo por ser forastero —ya decía mi abuela que “Los gallos entran en el gallinero de noche, si no, los matan a picotazos”.

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GUAPOS, MUERTOS, HERIDOS Y ENTREVEROS

Castro Bolmene, en su casa, afiló cuidadosamente el cuchillo. Al verlo su madre, él le dijo: “Tengo un asao”, pero ella sospechó lo peor, porque le leyó el cuerpo, y estaba en lo cierto. Una de esas noches, al llegar al boliche, estaban los hermanos Recaray y uno de los tantos bigotudos de los Sabatini. La escena se desarrolló a gran velocidad: Castro, cuchillo en mano, ensartó a uno de los Recaray, a lo que Sabatini respondió manoteando una tranca de la puerta, pero ya era demasiada ventaja el cuchillo contra una arma tan primitiva y, desistiendo de su propósito, sacó la bandera blanca de la rendición.

Fue muy comentada la puñalada dada en el bajo vientre, que pasó al lado de las arterias principales y los órganos fundamentales. Afortunadamente, después de muchos días de lucha contra la muerte, los abnegados médicos de Daireaux le salvaron la vida.

La mujer de Recaray pasaba todos los mediodías con sus hijos por la vereda de la estación de servicio Shell y, como una estrella requerida por los periodistas, respondía con infinita paciencia los interrogantes sobre la salud de su marido.

Se curó finalmente y volvió a repetirse una vez más el dicho de los paisanos: “Desgracia con suerte”. Castro zafó del penitenciario y el Negrito fue por unos días la figura del colegio, por la valentía de su padre.

Cosa que desde chicos tenemos los argentinos, esto de celebrar el delito. Será por eso que nos gusta tanto Moreira, Fierro, Bairoleto, Gil y todo gaucho que se le atreva a la policía o la gendarmería.

Otro que tenía patente de guapo, del otro lado de la sociedad e integrante de las fuerzas del orden, era el Vasquito Eguía, policía de alma. De figura menuda, rostro bonachón, casi lampiño, se caracterizaba por las “misiones imposibles” que emprendía cuando perseguía y detenía a delincuentes

VIVIENDA CON BOMBA DE MANO La bomba de mano a sopapa era la toma de agua de la mayor parte de la población. Pues el bombeo eléctrico fue muy posterior. Nunca supimos si el agua que tomábamos era potable, hasta que se instaló el servicio de agua en Daireaux y se fue extendiendo por los barrios.

Debido a sus propiedades físicas, el agua salía después de bombear un rato cálida en invierno, siempre que la helada no congelara el caño. Y fresca en verano ya que junto a bolsas de arpillera se enfriaba la bebida o se tomaba el agua directamente.

Junto a la bomba puede apreciarse el piletón de lavar la ropa, tan evocada por los poetas del suburbio. La cortina multicolor permite regular la luz de entrada y es una barrera para las moscas y mosquitos del verano. El tamaño grande los ladrillo y la argamasa denuncian la larga vida de esta vivienda.

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GUAPOS, MUERTOS, HERIDOS Y ENTREVEROS

peligrosos en cualquier lugar. Vuelta a vuelta aparecía uno de frondoso prontuario capturado por el Vasco de la forma más artesanal que se pueda imaginar. Era algo así como el agente Medina de los programas de radio, un insobornable justiciero.

En otra oportunidad, en el Hotel de Soula, vi dos milicos capturar a un borracho; uno de ellos era de apellido Ríos y el otro, Cuadrado. Peor delito que guaranguear con las mujeres no sé si había en el viejo Daireaux, pero su verdadera gravedad radicaba en que podía desatar hechos de violencia, como la reacción de algún familiar o pretendiente.

Algo ocurrió esa tarde de verano. Un hombre entrado en copas, con la alpargata sobre la pared de ladrillo del hotel, hacía sus gracias con un coro que lo festejaba. Desde el teléfono de cajón, dándole manija, se vio al dueño del hotel, don Luciano, hacer un llamado. A los pocos minutos llegaron los mencionados Ríos y Cuadrado, se arrimaron al paisano como haciendo otra cosa y uno de ellos le manoteó el facón con la vaina, que lucía atravesado en la espalda. Le dieron orden de arresto, cosa que el borracho desobedeció. Como el caballo de tiro iba el paisano altanero, dispuesto a no rendirse, pero entre empellones y piñas se lo llevaron, a la vez que no dejaba de levantar la voz e insultar. Pronto lo vimos doblar por detrás del boliche de Martino, después de Cambas y finalmente de Zentringen, en dirección a la comisaría de la avenida Roca. Todo muy bien actuado por los policías bravos y el gaucho altivo y rebelde. La obra de teatro y el picadero se repetía en la calle.

CASA CON GALERÍA CUBIERTA

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GUAPOS, MUERTOS, HERIDOS Y ENTREVEROS

CASA CON GALERÍA CUBIERTA Puede también denominarse la casa chorizo que podría tener puertas internas para pasar de un ambiente a otro.

La construcción parece sólida, con puertas vidriadas y pisos de ladrillo.

Los fieles eucaliptos están enmarcados por dos importantes chimeneas, en tanto que el alero se afirma en grandes postes donde también aparecen los caños de chapa de los desagues pluviales.

Un banco alargado era muy común en la campaña, en especial donde había familias muy numerosas.

El gato con su andar displicente nos hace alejar del trajinar de la vida moderna.

Las cubiertas enllantadas y el balde de plástico nos permite datar el año de la foto en los alrededores de los años ochenta.

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CAMPITOS Y CLUBES Recuerdo al jefe de la estación del ferrocarril que sucedió al padre de mi amigo, el Bocho Domínguez, y que su mayor mérito fue el de ser el padre de la muy premiada por su belleza, Marisa González. Se le ocurrió a este buen señor alambrar el campito del Ferrocarril Sur, que daba frente a la casa de los Flores, en el cruce de la calle Newbery y la vías, para poder poner unas vacas que ayudaran a su magro salario. Hoy veo como muy razonable tal medida, pero no pudo contener nuestro odio infantil al ser echados de ese paraíso que era el campito de fútbol —en esos campos no dejábamos que brotara un solo pasto, como verdaderos Atilas—.

Desconsolados buscamos nuevos rumbos, un descampado cerca del cementerio, al lado del galpón de chapa del ferrocarril. Otro lugar fue la quinta del viejo Pichilla, después de que éste falleció, a la que le colocaron dos arcos. También se hizo una canchita al lado de la casa de la viuda de Frutos y otra en lo de Parra, en los fondos de la panadería de los hermanos Peralta. Había todavía muchos baldíos para poder terminar con nuestra vocación futbolera, donde también se instalaban los diversos circos que llegaban al pueblo. Lo que sí escaseaban era las pelotas, que nos resultaban prohibitivas por sus precios; solamente accedíamos a ellas en la versión más barata de tiento.

En la barra estaba el Bocho Domínguez, el único que festejaba los cumpleaños, en la casa de su abuela. En una oportunidad se le ocurrió a mi madre festejar los 15 de mi hermano mayor. Se juntaron unos “nenardos”, en el decir de Martillito, como el Víbora Fraile, el Chilanda Tabares, el Chequeto Canullán y el Colorado Aboal; tomaron algo de alcohol e hicieron una cantidad impresionante de pavadas adolescentes. Mi vieja, con pocas nociones psicopedagógicas, juró de por vida no hacer más fiestas de cumpleaños, lo que cumplió a rajatablas.

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CAMPITOS Y CLUBES

LO DE ALUTIZA En verano aparecía el dueño (que está posando en la foto) a levantar las sucesivas cosechas con un camión sin acoplado de alrededor de ochenta bolsas.

A pesar de su estructura de rancho no lo es su material que es chapa y ladrillo.

Se encontraba sobre la mano izquierda en la entrada de la calle San Martín, en dirección al fondo del barrio Avellaneda.

Los moradores se dispusieron con mucha satisfacción posar para la foto con cierto aire de propietarios.

El campito era la segunda casa y también la escuela o el largo recreo de la tarde, que terminaba cuando las madres llamaban a comer, o cuando bajaba el sol y se empezaba a perder la pelota entre los yuyales. Con la débil luz del alumbrado público continuábamos jugando a los naipes, lo que no podíamos hacer en los clubes y boliches hasta la llegada de los pantalones largos. Borges hace decir a uno de sus guapos en El hombre de la esquina rosada: “Vos siempre estorbando, pendejo”. Era lo que siempre se nos venía encima; por eso el campito era nuestro lugar propio, sin madres, maestras, policías ni mayores.

Allí también pitamos los primeros cigarrillos robados, como los Fontanares 12, el Brasil (La hija del Toro) o algún rubio con boquilla de corcho. Probamos algún licor de viejas, como los 8 Hermanos o la grapa con miel. En muchos amigos se instalaron los vicios del campito; yo, en cambio, le tuve asco al tabaco por aquellas pitadas infantiles. Todas nuestra travesuras, más el robo de alguna fruta, parecen ahora historias del paraíso perdido.

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LA RADIO Y EL CINE Solíamos escuchar las novelas radiales de las tres de la tarde, encabezadas por Pichirica (Humberto Lopardo) o la compañía de Juan Carlos Chiape, con la locución de Riverito, que al comenzar agradecía el envío de regalos por parte de los oyentes (pollos, lechones, corderos, etc.). Al grito de “Gracias, Riverito; gracias, corazones amigos” comenzaba el drama o melodrama, que era continuado y, por lo general, duraba todo el mes. Así pasaban El lobisón de Villa Macedo, Una cruz entre dos madres, En las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya. En las casas de Camilo Garín, el Bocha Parra o el Corvina Oliva se nos abrían las puertas para que siguiéramos la novela y no nos perdiéramos los detalles.

Los grupos de fanáticos de los equipos grandes también escuchábamos los partidos del domingo. Esto se solía complementar con mate dulce y juego de truco, de cuatro o de seis.

El domingo comenzaba con el fútbol local y seguía con la vuelta del perro en la plaza San Martín, para ver el desfile de las jóvenes tomadas del brazo y saborear algún sándwich de dulce de leche o mortadela en lo de Calvo o, en verano, un helado de los cuatro gustos. Fisgoneábamos con insistencia los bailarines de la tertulia de los clubes, hasta que alguien de nosotros, lleno de horror, se animara a salir a bailar, lo que era toda una proeza. Y no había cartón lleno si la cosa no terminaba en el cine Rialto; si las

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LA RADIO Y EL CINE

FRENTE DE LA CASA CONSTRUIDA POR DON JUSTO PÉREZ AL NACER LA CALLE SAN MARTÍN La persiana pertenece a la Farmacia Comas que está en la esquina. Por rara coincidencia la placa conmemorativa fue colocada y descubierta por el hijo del propietario de las casas Don Justo (Tito) Pérez, siendo intendente en 1950 en el año del “Libertador General San Martín”.

La puerta sobrepasa los cuatro metros de altura, como era el estilo, y abundan las molduras y ornamentos.

Llama la atención que reservaran un lugar para los avisos.

cosas andaban bien, era casi una obligación. Los lunes había que tener conversación extraída de todos los eventos ocurridos, como las gracias del flaco Cambón de los Cinco Grandes del Buen Humor, el gol del Tololo Flores, las andanzas de Errol Flyn o Gary Cooper, las rubias platinadas o las morochas provocativas, indefensas muchachas, impecables, recién pintadas y maquilladas, como Lana Turner o Grace Kelly.

El Mudo Pérez, hijo de don Justo, nunca faltaba a la función del cine. Se sentaba en las primeras filas y producía como una suerte de alarido ante cualquier escena subida de tono. Con el tiempo aparecieron imitadores, que hacían que Pablito y la Turca salieran en busca del infractor con sus policiales linternas en medio de la oscuridad de la sala. Más de algún romance se tejió en la penumbra; promesas de amor eterno, besos y caricias, y a dormir cada cual a su casa.

TROVA Y LOS NUEVOS TIEMPOS La nueva confitería bailable con su voluminosa música y luces psicodélicas dejó atrás los viejos bailes populares que amenizaba las típicas y características de don Pepe Canullán y Pepe Márcico, con sus luces mortecinas.

El sulqui es como un símbolo del pasado, con su cabestro atado al árbol, por falta de palenque y con su bozal tejido en cuero. Un muelle cojinillo sirve de asiento para el conductor y acompañante, como si el pasado y futuro se dieran la mano.

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LOS SUPULTUREROS Y LA TRACCIÓN A SANGRE Daireaux, de andar cansino y siestas arrobadoras y sin turbulencias; los borrachos en los boliches, alegres o taciturnos. Los sulquis levantaban en la sequía una leve polvareda, y sus ruedas, una leve arenilla en su obligado andar zigzagueante. Las sequías eran muy fuertes y a veces nos visitaba en verano la tucura saltona. También se hacían presentes los infernales incendios con su secuela de devastación y muerte, de personas y de animales. La mayoría de la gente se manejaba con la tracción a sangre, por lo que los caballos eran mayoría en los entierros (eran poquísimos lo automotores que seguían el cortejo). Los propios finados eran tirados por unos padrillos negros tapados, al igual que el carro de las coronas y los coches de los dolientes. Al final iban las volantas, los sulquis y hasta hombres montados a caballo, como ocurrió en el entierro del abuelo de los Rodríguez Marcos o don Justo Pérez.

El obligado maestro de ceremonias era el Chengo Colombo, tercera generación de funebreros, quien parecía involucrarse en todos los entierros como si fuera un familiar más del difunto. El Lechuza Farías, muy bien ataviado, elegante, de guantes blancos, conducía el carro que llevaba a la última morada (cualquiera sea tu nombre, el propio pueblo de Daireaux te rebautizará con un apodo por el que la gente te reconozca). Arribaba a un lugar para hacer cualquier tipo trámite, los muchachotes, y a veces también los grandes, empezaban a imitar al tan temido animal de mal agüero. El propio Farías se reía de la misión que le había encomendado Dios; entraba y pegaba el grito: ‘’Guarda, que acá vengo yo”, como si llevara la guadaña y el reloj de arena de los cuadros de Brueghel. En los talleres mecánicos, almacenes de ramos generales, herrerías y hasta en la propia comisaría se escuchaban las risotadas, plegarias, gritos y piedrazos con un “Juera diablo, juera lechuza”, imitando el chistido del ave y haciendo la cruz con los dedos. Traía, salvo en los entie-

INTERIOR DE LA FARMACIA COMAS La más tradicional botica de Daireaux mantiene su antiguo mobiliario, con su muestrario de frascos de las recetas magistrales, todavía en uso, con el agregado de los remedios envasados y la perfumería.

Atendido por su idóneo, el Sr. Cambas, se ve en primer plano la antigua caja registradora con su complejo teclado.

Hubo una apuesta en su balanza entre el ñato coronel y el señor Alejo San Román de la Colonia el Fortín Tordillo, apostando un cordero para ver quién pesaba más. Todo terminó en asado con abundante vino en damajuana.

rros, el mejor de los humores, junto a su temida amenaza.

Una verdadera tragicomedia deroense. Con inundaciones o sequías, la paciente huesuda se llevaba dos parroquianos por semana, los catorce que enterraban Colombo y Galván, cuando competían.

Los sulquis y caballos tenían palenques o argollas estaqueadas en el piso, no sólo en los boliches como el de Durizoti, Juan Conchi o Armani, sino también en los almacenes de ramos generales, las talabarterías, las herrerías; la tracción a sangre superaba el noventa por ciento del padrón vehicular. Era muy común ver entrar un paisano montado en un caballo chúcaro y escarceador, buscando que alguna china querendona saliera a barrer la vereda y, de paso, echara el ojo 54

LOS SEPULTUREROS Y LA TRACCIÓN A SANGRE

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LOS SEPULTUREROS Y LA TRACCIÓN A SANGRE

al brioso corcel guiado por tamaño jinete. En reiteradas ocasiones pude observar la chata de ruedas gigantes conducida por el vasco Juan San Román; iba cargada con alrededor de ciento cincuenta bolsas, y sólo podía despachar un viaje por día, lo que mostraba su tremenda lentitud que la hizo muy antieconómica.

En las estaciones de ferrocarril o en las estancias, las bolsas se apilaban a gran altura dentro de los galpones de chapa y mampostería, o en improvisadas pilas cubiertas con lonas para evitar las lluvias y la humedad sobre el cereal. Había un changarín de apellido Basualdo que era un maestro en la materia de apilar bolsas; tenía una gran pericia que le permitía moverlas con un mínimo de energía y realizar grandes apiladas, con una gran perfección constructiva y a una altura de más de cinco metros. También era artístico el cierre que realizaba, que semejaba un techo a dos aguas.

Uno de mis changarines predilectos, que trabajó más de cincuenta años en la bolsa haciendo burro y planchada, fue don Domingo Vicente, quien pasó los 90 años de vida.

Don Domingo se tomaba un litro de vino Arizu, Toro o de damajuana por comida, con un sustancial puchero o guiso, tal era el alimento de casi todos nosotros. Llevaba una vida de lo más sobria y ordenada, sin colesterol, ni ácido úrico, ni estrés, y se bañaba al final de cada media jornada. Ya no se escucha más “el pare y largue, tenga mano” —para no alterar la balanza en su peso— y “hago punta” —para rumbear hacia el apilador—. Con la desaparición de la bolsa de arpillera, también desaparecieron aquellos que evoca la milonga sureña Señor de la galponada.

ESCUELA PROVINCIAL N°1

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A COMER La leche se vendía suelta en tarros de aluminio o de chapa galvanizada y se vertía en un vaso de un litro con una larga manija, donde el lechero, que iba casa por casa, acostumbraba dar una yapa, por las dudas de que el litro no estuviese perfectamente medido (los lecheros, mi padre lo fue, tenían fama de agregar agua a la leche). Esa leche, plena de crema, era la base de nuestro desayuno y de otros tantos alimentos, como el flan, las tortas, el dulce de leche, los panqueques, el arroz con leche, etc.

En ocasiones, la cocina sorpresa aparecía en las tardes lluviosas. Si había buen ánimo y en especial una abuela, se cocinaban tortas fritas, maíz pisingallo, rosquillas, churros, buñuelos, etc.

Otro que iba a domicilio era el verdulero. El nuestro era un italiano de bigote tupido que, con su lenguaje cocoliche, parecía salido de un sainete de Vaccareza. Se llamaba don Marino Mattioli y, según mi madre, era muy formal en el comercio.

Traía su producción propia, arrancada o cortada de su quinta.

Salvo los frutos y verduras que se mantenían frescos naturalmente, como la papa, el ajo, la cebolla, las nueces y las almendras, se comían sólo las verduras de estación, ya que no había cámaras conservadoras de alimentos. Para el resto, como los duraznos, peras y picles estaba la salmuera o el almíbar. La fruta era muy cara, casi un lujo.

El carnicero también pasaba por la puerta de casa. A nosotros nos tocó el rengo Belisario, quien se encargaba del desposte final de la vaca y, a pedido de las patronas, de cortar las costeletas (bifes anchos y angostos) y la carne para milanesas. Tenía Belisario en su carro, cubierto de chapa —esto no impedía la entrada de las moscas, sobre todo en verano—, una mesa con una sierra carnicera manual que le permitía cortar los huesos. El caracú era lo más ambicionado por los chicos, como si fuera una golosina.

FRENTE DE LA ESCUELA PROVINCIAL N°1 La antigua escuela donde cursamos toda la primaria tenía esta puerta como entrada principal. Hacia la calle daban las aulas de Quinto y Sexto grado.

Seguía una galería donde estaban la temida Dirección, dando sus pasillos al patio de las niñas y sobre el salón el otro patio. Sus porteros eran don Manolo Arana y Tomasito Gómez que oficiaban de anfitriones.

Recuerdo el rostro de las maestras y autoridades, siempre tan serias y convencidas de su función de maestras. Hebe Ariceta, Maruca González, las hermanas Marrón y Mimí Ruíz, formaban en el recuerdo la larga pleya de quienes imponían respeto y en algunas ocasiones temor.

Sin llegar al rigor de doña Felisa Meaca, se imponía muy buena música folklórica con el acompañamiento al piano de Chita Ábalos.

En un friso estaba pegado alrededor del aula las inmortales estrofas del Martín Fierro, con buenos dibujos gauchescos alusivos a la obra.

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A COMER

Con el tiempo desapareció el reparto y teníamos que ir a la carnicería generalmente por la tarde. La vaca había sido despostada al mediodía, de manera que no estaba plenamente fría y oreada. Los clientes, sobre todo las mujeres mayores eran muy exigentes. Demasiado hueso, mucha grasa, no tiene uno más chico... Por lo general, Merni, Perazzo y el Paco Herrero tenían cara de pocos amigos y se mostraban molestos ante tanto reclamo. Solían terminar la disputa con un “si no le gusta, déjelo” o “vaya a otro lado”.

Desde la carnicería o el carro, la carne iba a la fiambrera, donde se oreaba al sereno, libre de moscas y fresca hasta el otro día. Después era la base del futuro guiso, puchero, churrasco a la plancha o al horno. La gente tenía una dieta muy parecida, a pesar de las diferencias en el poder adquisitivo (Yrigoyen y Rosas comían asado o puchero como base alimentaria; eran criollos hasta el detalle, aunque a ambos les sobraba dinero para degustar la mejor cocina internacional).

Costaba un perú zafar de la sopa de cabellos de ángel o moñitos, que había que pagar como un peaje en el camino al churrasco o huevo frito, con papas fritas o puré. Daría lo que no tengo por volver a aquellas sopas preparadas con verduras y carnes frescas. Juguetes del destino, cuando tenemos la ocasión no la sabemos aprovechar.

El panadero Terrile caía al atardecer con un carro cerrado, pero de formato distinto al del carnicero. Muchas veces entraba a la cocina a gozar del calor y de algún mate. Se conversaba sobre los hijos, proyectos, ideas, etc. Nosotros observábamos todo esto en silencio, una suerte de psicología pueblerina.

También a la noche, después de un largo viaje en tren, llegaban los diarios de la Capital: La Prensa y La Nación para la clase media; Mundo, Noticias Gráficas y Crítica, más futboleros y sensacionalistas, para el resto. Recuerdo que el mayor de los Oliva, el Negro, se quedaba al igual que el panadero a conversar, y de paso comía uno de los tantos preparados que había en casa. Nos contaba acerca de sus ideas de irse a vivir a Buenos Aires, como ansiaba la mayoría de los

ESQUINA DE LA TIENDA GALVER, CON VISTA AL MASTIL DE LA PLAZA SAN MARTÍN Frente a lo de Sánchez y Bedeotou en esta esquina terminan las Carreras de Sortija y las restantes de embolsados y tres patas.

En la tienda eran célebres las disputadas telas en la liquidación de los saldos y retazos.

El mástil servía para los solemnes actos patrios donde hacían uso de la palabra autoridades y docentes. También allí se realizaban actos políticos con la presencia de algunas figuras nacionales como Balbín, Allende y Zabala Ortiz. Por lo general el peronismo se manejaba con oradores locales.

El sulqui con ruedas de automóvil representa el último grado de comodidad en la materia. El gaucho que lo conduce, vestido de fiesta, apura el último pucho.

jóvenes, y de otros proyectos y problemas familiares. Toda la gente tenía un rato libre para la plática.

Por la noche, al igual que al mediodía, se concentraban todos alrededor de un gran cajón lleno de luces, que era la radio, como si ésta fuera un miembro más de la familia. A menudo los ruidosos motores de la corriente continua no nos dejaban escuchar, pero sabíamos qué vecino nos interfería y a esa hora no había radio. Las novelas preferidas de los mayores eran La malquerida y Dios se lo pague. Otra audición predilecta era El tribunal de la vida, donde se trataban amores no correspondidos o conflictos entre padres e hijos; una suerte de Los Perez García, pero no teatralizados, con un 58

A COMER

tribunal que terminaba dando la razón a una de las partes.

Era la época de apogeo del tango, con el Glostora Tango Club como emblema. Allá aparecían las encumbradas orquestas de Canaro, Troilo, Pugliese, Basso y una pléyade de cantantes que surgían de ellas. El folklore buscaba su cumbre, con la Tropilla de Huachi Pampa, don Atahualpa Yupanqui —en la escuela cantábamos sus canciones, como El Arriero—, don Andrés Chazarreta, Hugo Díaz —fantástico con su armónica— y Eduardo Falú. Algunos tuvimos la oportunidad, Cal y Grasa de por medio, de ver a Falú y a don Abel Fleury —las paredes del teatro Colón escucharon a este destacado compositor, exponente de la guitarra criolla clásica, uno de los mejores del mundo—. El jazz no le fue en zaga a los demás estilos musicales: la Porteña y la Antigua Jazz Band y Oscar Alemán lograban adeptos a través de la radio y el disco. El Fakir Cordido era un aficionado al jazz de primera fila. En su casa, nos hacía escuchar el jazz negro y el blanco yankee. También era muy popular Feliciano Brunelli, un maestro del acordeón a piano con su orquesta característica. Antonio Tormo y Alberto Castillo eran los dueños del mediodía dominguero. Este último les cantaba a los Cien Barrios Porteños y tenía un gran éxito con el candombe Siga el Baile. Los italianos mandaban la música ligera de Nicola Pavone, con el éxito de La Cafetera que hacía “blu, blu”.

Este ambiente musical se complementaba con la propaladora, fundada por don Juan Marchesse, que, con parlantes voluminosos, al anochecer inundaba de sonidos todo el centro emitiendo las mismas o parecidas versiones que la radio.

Mucho menos marketinera, y por poca plata, la bocina del Loco Ubaldo recorría pacientemente las barriadas del pueblo. A paso firme y a puro pulmón anunciaba las liquidaciones de “Sebastián el Loco” y los saldos y retazos de las casas “Galli” y “Galver”, para que los lunes, con el arbitraje de alguno de los Peralta y de don Andrés Marino, las mujeres se mataban por un pedazo de tela que habían visto primero.

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EL FÚTBOL INFANTIL Y ADOLESCENTE Dos Frutos, dos Parra, dos Soler y Carlitos Gil formaron el equipo campeón de Avenida Roca, con el aporte del director técnico, entrenador y único dirigente, el Quico Peralta. Mi hermano, que cargaba veinte kilos más que el resto, era la estrella del equipo, y pateaba la pelota con fiereza en la pequeña cancha del club San Martín, que con dos arcos portátiles servía de improvisado escenario para que el fútbol infantil se desarrollara.

Cierta vez, en verano, apareció un porteño muy piola, apodado el Bagre, que se constituyó en la nueva estrella del equipo contrario. En una oportunidad le pusimos un cerrojo con el gallego Carlitos Marrón; lo marcamos en toda la cancha y logramos ganar ese célebre encuentro. El ambiente se había puesto muy caldeado, pues aparecieron hinchas dema-

siado fanatizados de los distintos equipos, y finalmente nos bajaron del podio. En la tristeza de la derrota aprendimos tanto o más que en la dulce victoria.

Cuando adolescentes, llegados los quince años, organizamos un equipo para jugar con Bolívar y después nos quedó el entusiasmo de participar en el campeonato anual de Daireaux. Nos pusimos casacas verdes —a mí me tocó el nº 4— y mi tarea era la de pegarme al “güin”; los demás se encargaban del resto.

Jugábamos en la cancha de Guglieri, cuyo abandonado chalet servía de vestuario. Nuestra campaña fue pobre, entre otras cosas, porque éramos demasiado jóvenes para enfrentar a equipos como Bulldog o el mismo Guglieri, constituidos con gente veterana y preparada.

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LA POLÍTICA EN EL PAGO CHICO La política se vivía como un reflejo menor de lo que ocurría en la metrópoli (Buenos Aires y La Plata). Se le adjudicaba a don Domingo del Pesco la frase que decía: “Las cosas vienen de adentro”. El peronismo nos producía algo de temor, por sus amenazas que felizmente nunca se cumplieron.

Me quedó grabada la experiencia de la enseñanza religiosa en la escuela. Esto contribuyó a que inclinara mis preferencias hacia próceres anticlericales, como Moreno, Castelli, Rivadavia, Sarmiento y José Ingenieros, o, en su reemplazo, los españoles republicanos y antifranquistas que caían por casa a despotricar contra los curas. La enseñanza religiosa me resultó tediosa y dogmática. Tenía además la opinión de toda mi familia en contra.

De esa microsociedad de ateos y agnósticos recuerdo al francés Denler, a Luisito Díaz —de la Esso—, a mi hermano Juan y a mí, que constituíamos un minúsculo ejército para luchar contra el vicario de Cristo en la tierra. Aún recuerdo el gesto duro de la maestra, que nos hacía salir con la frase: “Los niños que no estudian religión salen al patio”. Allí nos reuníamos los cuatro ateos, en situación confusa, sin saber qué hacer o pensar. En el secundario la enseñanza religiosa era una materia obligatoria de la que no se podía zafar. Nos hacían calcar un ojo enorme —creo que sería Dios— que representaba uno de los misterios más difíciles de comprender: la Santísima Trinidad (según supe después, fue motivo de discusión en diversos Concilios). Ese ojo estaba enmarcado por un triángulo equilátero y representaba al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Hoy, después de tantos años, sigo sin comprender tal misterio, pero en aquel tiempo tuve que calcar el ojo ante las risotadas y burlas de mi viejo y del Gallego Miranda, que era comunista y ateo.

Resulta muy doloroso percibir las contradicciones de los mayores en temas tan delicados.

RANCHO CON TECHO DE CHAPA La foto está tomada desde el gallinero, que en este caso particular tiene un pato, junto al jefe del gallinero y macho reproductor. Las gallinas ayudaban al sostén de la casa con sus pollos y huevos.

La casilla posee una puerta que permite la protección de todas las aves del corral de posibles depredadores. El alambrado se muestra como una segunda protección.

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Creíamos que Perón había entrado en razones cuando se enemistó con la Iglesia, aunque hubo que reconocer que se le fue la mano y que las consecuencias políticas fueron negativas. También nos pareció un gran adelanto la ley de divorcio y, muy por sobre todo, la supresión de la enseñanza confesional en las escuelas, que rompía con toda la tradición clerical.

La Iglesia resultó ser un rival muy peligroso, pues salió a hacer proselitismo político; con ese fin, llegó a Daireaux la Virgen de Fátima, que copó las calles del pueblo. En la iglesia se escuchaba al sacerdote, que invocaba a la Virgen para protestar por el azúcar negro, el pan de mijo y el aumento del costo de vida, como si se hubiera formado un comité de izquierda revolucionaria. El fondo de la cuestión era que había opositores y oficialistas con un fuerte sentimiento católico, que tuvieron en algunos casos que optar entre la fe y la política. El asunto trascurrió sin conflictos para el mayor de los Viñuela, radical de toda la vida, al punto de que luego de estas controversias le quedó el sobrenombre de Fátima Viñuela. Al Sr. Di Meo no le fueron tan bien las cosas, pues el conflicto ideológico le partió el corazón en dos y terminó optando por la ortodoxia católica. Se armó una suerte de guardia pretoriana para cuidar la iglesia después de que se escuchó a una militante peronista decir en la Unidad Básica que iban a castrar al Padre Andrés Koenig. Como el Sr. Di Meo, haciendo uso de su ferviente catolicismo, debía proteger al cura, los vagos del club Independiente lo rebautizaron con el burlón apodo de “Avestruz Clueco”, que es el que cuida los huevos en la pareja de avestruces. A su hijo le pusieron Charito, y, como don Di Meo sabía de marketing, el almacén también recibió la misma y tierna denominación.

Fue ésta la consecuencia más visible que tuvo la dura lucha, previa a la caída de Perón.

La iglesia se llenaba de fieles como nunca, pero, en cuanto la cuestión se resolvió, estos nuevos militantes abandonaron para siempre las enseñanzas del Divino Maestro, que tanto había insistido en la piedad y el amor. Los sacerdotes, 62

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RANCHO CON TECHO DE CHAPA La foto está tomada desde el gallinero, que en este caso particular tiene un pato, junto al jefe del gallinero y macho reproductor. Las gallinas ayudaban al sostén de la casa con sus pollos y huevos.

La casilla posee una puerta que permite la protección de todas las aves del corral de posibles depredadores. El alambrado se muestra como una segunda protección.

olvidados del cielo en la tierra, se habían metido de lleno en las cuestiones del César, es decir, del gobierno mundano.

Los peronistas cantaban:

“Salite de la esquina, contrera loco.

El pueblo no te quiere.

Perón tampoco”.

Era el cántico popular que murmuraban entre dientes, sobre todo habiendo un radical cerca. La fotos del general y su difunta esposa figuraban en los despachos y en los actos, así como en el sello de las boletas y en todos los documentos públicos que indicaban “Año del libertador general San Martín”. Retrotrayendo la mirada sobre este tema, me acuerdo que el 17 de agosto de 1950 quedé muy impresionado con los tres golpes del reloj de la Intendencia que indicaban las tres de la tarde, hora en que supuestamente había muerto el Padre de la Patria. La ceremonia continuó en un tono solemne durante todo el acto. El Sr. Risso, director de la Escuela Nº 1, un maestro de los duros, habló como uno de los oradores de fondo. Al público le resultó extraño escuchar a un maestro decir su discurso sin papel. Sentado en un charré se encontraba el padre de Juan Latorre, quien, por la emoción patriótica o algo por el estilo, comenzó a gritar: “¡Bien por 63

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el director, que habla sin leer el papel; bravo, ése es un hombre!”. La gente trató de llamarlo a silencio, pero nadie podía acallarlo. La solemnidad del acto no permitía tal desborde, pero también era de necios pretender que tales sucesos no dieran lugar a genuinas expresiones de sentimientos.

Se fue debilitando el Gobierno Justicialista, sobre todo después de la muerte de Evita. Cuando se cumplieron los fastos después de la muerte el 26 de julio de 1952, en todos los pueblos y en Daireaux se crearon capillas ardientes que se instalaron en los municipios. El primer día se lloró a mares, y la capilla debía ser visitada por comerciantes y fuerzas vivas.

Mi viejo tuvo que hacerse presente y escuchar el monólogo del concejal Coloroso, de La Larga, que repetía como en una letanía: “Qué mujer capaz, qué mujer capaz”. Mi padre por las dudas asentía con la cabeza, pero era radical del treinta y no hacía más que tragar saliva. Lo cierto es que el pueblo estaba de luto; sin cine, ni clubes, ni boliches. La gente del barrio Avellaneda no tenía otro camino más corto que el que pasaba por la calle San Martín, por lo de Albanese y lo de Fornelli. Y, como en Daireaux la gente va donde va Vicente, formaban corrillos en cualquier esquina o se quedaban a hablar humedades en la estación de servicio Shell, que con todas las vidrieras apagadas se sumaba al velatorio. Se charlaba de lo inimaginable: los patadones del Turco Bolmene; el juego de la dupla de Huracán de La Larga, con el Gordo Cameroni y el Rengo Goñi; las hazañas de Cacho Moreno con su Ford T (La Blanquita) con sus triunfos sobre los hermanos Emiliozzi; las hazañas de Fangio en Europa, junto a Froilán y Benedicto Campos. Después venían los cuentos, chistes, peleas, guapos, matones, pelotaris y locas. El argentino es respetuoso pero no soporta mucho el duelo; se arman corrillos hasta en los propios velatorios y entierros.

En aquel entonces, a la mamá de Peti Córdoba, para pasar las frías noches de julio de 1952, se le ocurrió hacer una lotería en su propia casa. Vivían al lado de la primitiva casa de remates de Monasterio. La segunda noche, la reunión

se convirtió en un bingo multitudinario que ocupó hasta el garaje. Allí corría el mate y el té con jarro y bombilla, y flotaban unos limones en trozos. En la fría noche deroense, la gente no hablaba de política y se mantenía atenta a las alternativas del juego.

Con el paso de los años, mi familia se fue reconciliando con los de la vereda de enfrente, como si todo hubiera sido una película o un sueño profundo del que de pronto se despierta. Como decía Sábato, los ponchos colorados y azules se habían vuelto grises. Los posteriores juicios a los intendentes, que eran Ricardo y Tito Pérez, pasaron a ser una acusación casi ridícula ante la severa mirada de las comisiones investigadoras, que se llamaron a silencio. En general, Daireaux tuvo diputados de varios partidos, intendentes de distinto signo, pero nadie apareció con la carretilla llena de dinero en su casa. Tanto nos conocemos, que generar delitos es casi imposible; todo quedó como mentidero político.

COQUETA ESTACIÓN DE DAIREAUX El vagón del medio nos recibe este panorama. La oficina del Jefe de Estación, el banco tipo placero, la Sala de Espera y boletería y su prolijo patio de lajas.

Se observa la campana que despide al tren.

De imprescindible asistencia en los trenes de pasajeros de la tarde y la noche, terminó siendo un paseo muy concurrido durante la tarde y la noche.

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¡QUÉ PARES NI IMPARES...!

(SORTIJAS Y ALGO MÁS) Como en todo albor cultural el de Daireaux tuvo a sus primeros poetas, que como el Coto Aguirre penetraron más la picaresca que la poesía profunda. El gallego Marco realizó algunas diatribas no carentes de sentido poético, en sus denuestos antigobernistas, siguiendo el camino de Camilo Charó, que fue el primero.

Las carreras de sortija, al igual que los bailes y la música folklórica, habían contribuido al hastío de los habitantes de Daireaux. Sin quizás quererlo, los jóvenes observaban con algo de nostalgia a los últimos gauchos, y el grueso del público se distribuía en las esquinas de las carreras de sortija, que se hacían sobre la tierra, frente al lugar mítico de la Municipalidad.

Grupos de curiosos rodeaban los paisanos que con cuchillos, rastras, sombreros levantados con retrancas y ponchos calzados por la cabeza, algunos pocos con chiripá y polainas.

Muchos habían entrado cansando sus caballos atravesándolos en las calles, al punto que no se sabían si se fatigaban por ariscos o los cansaba el jinete por hacer pura pinta.

La sortija era algo bivalente, el jinete acertaba o erraba.

La única provocación para el espectador era que alguien se lastimara o que un caballo se encabritara. Pero el espectáculo era el paisanaje, sus actitudes, sus risotadas, el pucho, hermanito, cuñao, tanto tiempo, pa’ los vicios, pagate algo.

La fiesta estaba en las esquinas con el gauchaje.

De allí que como en todo el grupo, habían gauchos taciturnos, depresivos, alegres, gritones y de voz aguardentosa. Sus prendas y caballos eran protagonistas de todo lo que ocurría. El emprendado, bozal, recados con bastos en plata y a veces oro. García, Ánderson, Gómez, Bulloqui, nombres gringos con gauchos capacitados para la doma y algunos hasta para el cuchillo.

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También quedaron de estos pensadores algunas aporías que no eran otras que las clásicas del pensar griego. A una de ellas la hizo célebre Maruco Gómez, y se conoció la historia como la Aporía de las dos esquinas, y allí salieron las dos co-

de formas puras y planteó que el 2, 4, 6, 8, 10, 12 y 14 irían a la esquina de la Tienda Galver, y el 1, 3, 5, 7, 9,11,13 y 15 a la esquina de Oscar González. Allí fue donde Maruco Gómez, a quien se conoce por su frase más efectista que de técnica filosófica balbuceó “qué pares ni impares... A mí me dicen Maruco Gómez y yo salgo a los piques!”, y empleó una palabra mucho más surera, diríamos más guasa, que el lector sabrá imaginar y pronunciar en voz baja para dar estilo al conjunto. Esto hizo sonreír socarronamente a muchos que como “Sandrini” Pérez y el Peto Villanueva no tomaron partido en la polémica y observaban los hechos algo alejados, criticando más bien las expresiones idiomáticas de los contendores, que su contenido, pronunciando a su vez la u de Maruco al modo cuasi de la pronunciación francesa, o de la u alemana con diéresis, pero tendiendo a la e.

Lo cierto es que Marchesse mencionó un problema arduo o un pseudo problema que Maruco solucionó al mejor estilo empirista o sensualista, que afirma que el discurso significa cuando tiene marco de referencia concreto y que el mundo de las puras formas es inadecuado para manejarse en la realidad, o por lo menos en una carrera de sortija.

A la luz del desarrollo de nuevas investigaciones, puede afirmarse que la solución de Gómez es la más práctica, y que Marchesse quedó confinado en un planteo idealista del que resulta muy difícil escapar pero al que nos vemos tentados constantemente.

Sería objeto de nuevos estudios ver aspectos y enfoques diversos de la problemática en el terreno social, psicológico y antropológico, que se realizarán en nuevas entregas.

rrientes que rellenaron el pensamiento occidental, como la del empirismo preconizada por Gómez, y la del racionalismo de Juan Marchesse, que fundamentó su teoría como los pitagóricos en los números naturales. Lo cierto es que Marchesse, antiguo bastonero de las fiestas patrias durante las sortijas, locutor de oficio y verba medida, indicó al gauchaje que debería ubicarse los números pares a la derecha del palco y los impares a la izquierda. Tamaña afirmación produjo en el gauchaje el consiguiente pánico, puesto que sentía el criollo individualista reducido a número o que es lo mismo a cosa u objeto.

No inútilmente habían predicado los Martín Fierro y Juan Moreira el individualismo pampeano. Allí aparece la ley sociológica que consiste en que el gauchaje sigue a los hombres y no a las ideologías o a lo abstracto.

De allí que algunos paisanos como el gaucho e’ las Cortaderas, Juan Bulloqui o el gallego García, siguieron a los más experimentados para ubicar su esquina, y no la hallaron.

Marchesse, hijo de gringos, comprendió su error en el planteo del problema, y comenzó a entrar en la concretés para agregar que los números 2, 4, 6, 8, 10, 12, y para no toparse con el problema del infinito mencionó al 14 como expresión de cierre, e hizo la misma enumeración para los impares que subrayó a continuación como conjunto finito, ya que mencionó a todos los impares presentes, pero insistió a la derecha del palco los pares y a la izquierda los impares.

Pero había una petitio principii (o petición de principio), y aquí está el problema que no vislumbró Juan Marchesse, que izquierda y derecha son relativos, y que como afirmaba Arquímedes y en otro plano Descartes, se necesita un punto fijo para pensar. Poco tardó en convencerse y de allí que descendió como Platón a la concretés sensible de su universo 67

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EPÍLOGO Esta incompleta y subjetiva evocación de mi pueblo es la respuesta a la insistencia de mis hijas, mi mujer, sobrinas y cuñadas, que quisieron ver plasmados en el papel mis recuerdos de infancia y adolescencia. Comenzó a tomar forma a partir de las charlas que mantuvimos durante las fiestas de fin de año, cuando surgía una necesidad de identificación en cuanto al origen de las personas y su historia. He recibido también, sobre el pasado de Daireaux, muy valiosa información de Caíto Pérez y del hijo de don Salvador Cioffi, quienes han trabajado el tema por años.

Es muy posible que en esta “búsqueda del tiempo perdido” haya distorsiones y errores, que iremos corrigiendo en la medida en que los amigos mejoren los datos. En estos días toda mi familia se arremangó para realizar la tarea de corrección, que es la más tediosa.

No hay que olvidar la frase de Maruco Gómez, quien cada vez que le leían mi relato sobre “los pares y los impares” de la carrera de sortija, donde él fue protagonista, decía: “Tengan cuidado con el más chico de los Soler, que es muy bolacero”.

Ricardo Soler

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