El Viaje Hacia el Real de San Felipe

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repartir golpes a diestra y siniestra, confiados en que, dada la abundancia de enemigos, alguna habrían de acertar por fuerza. Y así fue. El pañol se llenó de chillidos de ratas y maldiciones de humanos, y en pocos momentos el gris de paredes y objetos empezó a teñirse de rojo. Felipe sintió como el escalofrío que le había erizado la piel al bajar a la bodega volvía a recorrerle la espalda, pero era ahora una sensación embriagadora la que lo poseía. Borracho de rabia y alegría, aplastaba los diminutos cuerpos de las ratas con certeros golpes, o los lanzaba contra las paredes a patadas. A su lado, Antonio gritaba fuera de sí mientras atizaba sonoros garrotazos. -¡No las acorrales! -¡Déjalas que corran, que ya son nuestras! -gritaba Felipe. -¡Toma, hideputa! -exclamaba su primo a cada golpe que daba. Así estuvieron los tres durante el poco tiempo que emplearon las ratas en escabullirse hacia la bodega central, donde cestos de pan bizcocho, tinajas de agua, pellejos de vino, sacos de granos y churlos de especias les proporcionaban abundante escondrijo y alimento. Cuando hubieron desaparecido todas de vista, aunque sus agudos El Viaje Hacia el Real de San Felipe

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