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EL MAESTRO Y EL PODER DE SU PALABRA GM Manuel Echevarria
El Maestro y El Poder de su palabra
GM Manuel Echevarria
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EL MAESTRO Y EL PODER DE SU PALABRA
La tarea del maestro involucra muchas dimensiones, pero podemos reconocer que una de las más importantes es su ejemplaridad. El maestro debe ser consciente de que él constituye un ejemplo de vida para sus alumnos. Al asumir esto, él puede conducir todos sus esfuerzos hacia su perfeccionamiento y hacia la manera en que el trabajo de su autotransformación pueda tener un impacto positivo en sus alumnos. Cuando el alumno inicia su camino en el arte marcial tiene en su experiencia lo que podemos llamar una “tesis”, una afirmación sobre sí mismo. La enseñanza del maestro se presenta entonces como otra afirmación que pone a prueba la del alumno al exigirle confrontarla a otra manera de pensar, sentir y hacer, a esto llamamos “antítesis”. Entre la tesis del alumno y la antítesis que aporta el maestro se da una interacción, un diálogo fructífero en que ambas resultan enriquecidas, a esto lo llamamos “síntesis”. El maestro parte, desde su experiencia y sus propias búsquedas formativas, de una visión, un ideal o un concepto, para provocar un proceso de cambio en el alumno. Este proceso se sostiene, muestra, demuestra y se lleva a la experiencia en el lenguaje. El lenguaje es importante para saber quiénes somos. El lenguaje es lo que nos hace humanos, como decía el filósofo alemán Hans Georg Gadamer: “saber entrar en diálogo, es lo que nos hace realmente humanos.” Para este pensador, vivir es interpretar. Leemos el mundo en diálogo con los otros. Y formar parte de este diálogo, en que podemos enriquecer nuestra experiencia, es lo que nos humaniza. Si pensamos en el desarrollo de los niños, podemos ver cómo se va formando su identidad a medida que los vamos iniciando en el lenguaje. Adquieren palabras y cada palabra nueva les permite descubrir el mundo y tomar su propia postura en él. Reflexionan en la medida en que el lenguaje les abre la posibilidad de darse cuenta de sí mismos, de su entorno y de los otros. Por eso es tan emocionante y significativo escuchar sus primeras palabras, el mundo vuelve a nacer con ellas. Así, cada que nosotros, al entrar a una nueva disciplina, tenemos que aprender sus palabras, sus tecnicismos. En el arte marcial tenemos muchas palabras que vamos haciendo nuestras para ampliar nuestra experiencia y enriquecerla. Esas nuevas palabras, nos permiten pensar, sentir y hacer el arte de nuevas maneras. Se van integrando como trasfondo de nuestro vivir, como parte de nuestra identidad y de la comunidad que somos. Los valores: como el honor, el servicio a los otros, la lealtad, el respeto y la integridad, por mencionar algunos de nuestros más importantes ejes de desarrollo, y los principios éticos, nacen de esas semillas que son las palabras. Las palabras son el comienzo, de ellas tendrán que surgir conceptos y acciones coherentes. Porque si digo una cosa y hago la contraria, entonces pierden todo valor y sentido mi decir y mi hacer. El maestro cuida sus palabras porque son esas semillas que necesitan ser óptimas, para cultivar en sus alumnos lo que los hace mejores. Tienen la máxima importancia porque son el primer indicio del camino que construimos. Podemos entonces preguntarnos: ¿cómo deben ser esas palabras?, ¿cómo se expresa el maestro para dar sentido a la educación? Compartimos algunas claves a continuación, con el afán de abrir el diálogo y que cada uno de nosotros contribuya con sus propuestas. 1. La palabra del maestro se basa

en la honestidad y es honorable. Expresa la identidad del maestro, nace de sus principios y de sus valores. Por ello el maestro se esfuerza en pensar antes de hablar. Busca que sea lo mejor de él lo que salga a la luz al dirigirse a su alumno. Evita que el apresuramiento o las emociones del momento lo puedan arrastrar a un decir que traicione sus valores. El maestro se esfuerza en cumplir con sus valores, por eso se requiere un trabajo constante en realizarlos. El maestro trata de que sea su reflexión la que guíe su decir. 2. La palabra del maestro es eficaz. Ser eficaz es alcanzar su objetivo. Siempre que el maestro habla, persigue un objetivo y este objetivo es el criterio para definir lo que se debe decir y cómo se debe decir. Si buscamos el desarrollo de nuestro alumno, la palabra eficaz es la que lo alienta, no la que provocará su renuncia o su repudio hacia el camino que estamos andando. Si siempre tenemos en mente nuestro objetivo, nuestra meta educativa, podemos medir nuestras palabras, llevarlas por el cauce que las hace fuertes para calar profundo en la memoria y ser plena de significado para nuestros alumnos. En resumen, que la palabra debe ser útil, estar al servicio del alumno. 3. La palabra del maestro es inspiradora. Cuando el maestro habla a sus alumnos está encarnando todo el arte marcial, debe decirles lo que esta tradición tiene para ellos y hacérselos accesible. Recordemos cuántos adultos odian las matemáticas o cualquier otra disciplina porque alguna vez un maestro se las hizo intolerable. Así, nosotros debemos ser el camino prometedor que despierte la curiosidad, el interés, la pasión y el asombro en nuestros alumnos. Para eso hay que repensar las maneras de tratar con el alumno para llegar al fondo, involucrar la imaginación y las razones para facilitar la experiencia. Nuestra palabra debe ser para ellos una puerta a un mundo nuevo, a realidades valiosas y a logros en su propia vía. Inspirar, es compartir un aliento vital. Lo que compartimos es una mirada fresca y actual sobre nuestra antigua tradición. 4. La palabra del maestro es para el alumno. El maestro no habla para sí mismo, ni para deleitarse con el eco de su voz. Por el contrario, el maestro habla para su alumno, su palabra está al servicio del crecimiento del alumno. Jamás hay que dejar que se pierda de vista que el maestro es en razón del alumno. Son las necesidades del alumno las que nos van a exigir dar respuesta y a ellas encaminamos nuestro decir. Mientras el maestro habla está abierto, atento, a su alumno. El alumno se expresa mientras escucha: con su corporalidad, con su gesto y, si tenemos suerte, también con sus palabras. Hay que alentarlas. Necesitamos encontrarnos en el diálogo. El maestro debe estar atento a detectar las reacciones. Descubrimos el asentimiento o el acuerdo, la duda, la ausencia a veces cuando se distrae, el compromiso o el desinterés, la emoción o la angustia cuando el maestro no está siendo claro. En la medida en que podemos descubrir cómo el alumno está recibiendo nuestras palabras, podremos ayudarlo. Si se distrajo, buscaremos atrapar de nueva cuenta su atención, no nos rendiremos, seremos más creativos para alcanzar nuestro objetivo. Si notamos dudas, lo animamos a expresarlas para tener más pistas sobre lo que hay que trabajar. También es muy valioso para el maestro si el alumno no está de acuerdo, porque nos dará la oportunidad de desarrollar nuestras razones y mostrarle que no improvisamos, que hay un saber en nuestras palabras. El maestro conduce al alumno (este es el significado del Dao) a adquirir una experiencia valiosa para hacer las cosas bien. El alumno cuando haya desarrollado la experiencia quiere decir que hace las cosas bien. Y la diferencia del alumno con el maestro es que el maestro sabe por qué se hacen las cosas, y en eso consiste su sabiduría. Y la humildad de dar razones y de estar al servicio del otro, es parte de su virtud. 5. La palabra del maestro siempre es respetuosa y digna. Gestiona su emoción, pues el maestro administra, controla y utiliza sus propias emociones. No es títere del descontrol. Su responsabilidad ante el alumno le exige estar consciente de sus emociones y dirigirlas de manera fructífera para los objetivos educativos. Nuestro alumno puede quizás enfurecernos o frustrarnos, pero sigue mereciendo lo mejor de lo que somos capaces. Nos da la oportunidad de poner a prueba nuestra vocación y nuestras virtudes. La palabra del maestro, respetuosa y útil, aun en el peor momento, debe tener la dignidad de ofrendar lo mejor al otro y marcar el contraste. Ubicar al alumno en la situación y el contexto educativo, para que valore la enseñanza, es algo que se debe hacer siempre con firmeza, pero con sumo respeto. Esto son algunos de los principios que permiten al maestro ejercer eficaz y éticamente el poder de la palabra. La palabra es poderosa, puede arrancar de raíz lo mejor de una persona o sembrar en ella grandes e importantes transformaciones para su desarrollo integral. Como maestros, ejercemos este poder. Hagámoslo de modo eficaz y ético, es decir, útil y conforme a los mejores valores de nuestra tradición de arte marcial. Nuestra recompensa estará en los propios resultados del proceso educativo, en la capacidad de ayudar al alumno a ser mejor.

