Despensa de Recuerdos

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Cierto es que en los pueblos, las familias iban saliendo adelante como podían y los ingresos que obtenían trabajando como temporeros del campo los complementaban realizando cualquier otra faena para poder llevar el pan a la mesa. En este sentido, muchas fueron las niñas a las que la necesidad robó la niñez y, con la temprana edad de siete u ocho años, se vieron obligadas a abandonar la escuela y los juegos y ponerse a servir “pa quitá una boca de la casa”.

Los barquilleros desataban el griterío de los niños y los “afilaores” animaban las calles con su musiquilla pegajosa. El paso de las bestias acompasaba a los arrieros de pico y pala que se dejaban la piel en las riberas de los ríos cargando de tierra los serones de sus mulos para surtir de arena las casas del pueblo y retirar los escombros. “Mi padre fue arriero primero con los burros y luego con una moto. Tenía cuatro burro con los serones y los cargaba de arena, lo llevaba a una casa que estaban haciendo y le retiraba los escombro.”

Muchas fueron también las mujeres que se dedicaron a coser por los campos a cambio de harina o de lo que les quisiesen dar y otras, las más osadas, se arriesgaron a pasar mercancía de estraperlo.

(Mª Carmen Gordillo García - Arcos de la Frontera)

Mágico es el halo que envuelve el recuerdo de latoneros y lateros y son muchos los que recrean con añoranza la figura del Tío de las latas: el entrechocar herrumbroso de las latas servía de reclamo a los chiquillos que, en un santiamén, le salían al paso y se arremolinaban ante aquel viejo de pasos cansados que cargaba a su espalda un enorme saco atestado de latas. El Tío de las latas las cambiaba o las vendía y, el que podía, adquiría alguna lata para poder meter el azúcar, la sal… Esas latas formaban parte del menaje convirtiéndose en las fiambreras de antaño pues antes de que llegase a nuestras vidas el frigorífico, y el vidrio y el plástico las relegasen al olvido, esas viejas latas junto con las tinajas fueron las reinas de la despensa del pasado.

“…luego ya mi marío vendía y trasperlaba el tabaco. Eso estaba prohibío pero no nos fartaba de comé. Aquí en la cochera había un autobús que salía a las cinco de la mañana pa Jeré y yo, con una barriga, tenía que llevá unos fardos asín puestos en el cuadrí y con un mantón echáo por lo alto y lo llevaba al Comes… A Granada lo llevaba mi marío en caballos y cogía por la Sierra de Ronda, como los bandolero y una noche de niebla se perdió en er monte, en la sierra de Granada. Y cogió y se echó la pelliza por lo arto y dejó al caballo a rienda suerta… y el caballo fue el que lo sacó…” (Inés Luna Román - Aldogonales) Por las calles de los pueblos trasegaban lecheros, “aguaores” y carboneros despachando las cuartillas de leche del día, los cántaros de agua para abastecer las necesidades de la casa y el cisco para la candela. Al voceo de los recoveros las mujeres acudían a proveerse de salazones, aceite, azúcar, arroz y retales de morselina.

Como la historia es de quienes la cuentan, por los testimonios rescatados se podría afirmar que en los pueblos no eran tantos los que podían disfrutar de un pequeño huerto y, menos aún, de un provechoso corral. Los más afortunados poseían algunas colmenas para abastecerse de miel y, con suerte, unas cuantas cabras, algunas bestias para la carga y las labores del campo o algunas aves de corral.

“El aceite lo traían los recoveros… Y me mandaba mi madre a comprá un octavo de aceite, un octavo de azúca, un octavo de arró, lo del día… Esos eran los mandaítos… Y con dos peseta te traías una compra” (Rosario Castaño Ríos - Arcos de la Frontera)

“Los pollos y los pavos los criábamos en el corral porque antes todas las casas tenían gallineros y para criarlos le echábamos maíz, trigo y pipas además de hojas de lechuga y cáscaras de sandía del huerto. Cuando cogía varios kilos los matábamos para el consumo de la casa y una parte de ellos los dejábamos para el cocido, normalmente las gallinas y el resto se hacía en salsa.” (Rafaela Pérez Pérez - Prado del Rey)

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