forme como trazo, pero vertiginosa como forma, que el perfil ofrece al mundo para que el mundo reconozca su pusilanimidad. Es un joven de capa abierta sobre un traje negro de cuello de levita circundado por una franja de piel grisácea; por el cuello asoma la camisa blanca de hilo. Trae en la cabeza un turbante con una cola que cae sobre la espalda. La capa y el turbante son del mismo color: siena. El rostro es una línea de perfil perfecto: la nariz aguda, casi filosa y el ojo izquierdo clavado en la eterna paralela del vacío: y la mirada, la mirada sabe que ese ojo no mira nada, porque a él todo lo está viendo, todo está clavado ahí, en esa superficie de un centímetro cuadrado, así como el ojo está clavado o confundido en la eterna línea que va paralela al horizonte: ahí se reúnen todas las líneas, ahí se juntan todos los puntos, es la boca de la espiral por la cual la mirada (caída como un 8 en infinito) se diluye en todo lo que es porque todo nos está mirando. Da lo mismo que ese Uccello estuviera antes en el Musée Benoit-Molin o que ahora esté aquí en una galería subterránea de la colonia Juárez, el ojo ubicuo de la perspectiva recoge al pasado como al futuro, recoge todas las líneas de todos los objetos en el mundo que siempre es nuestro presente atravesado como lanza de San Jorge clavada en el ojo del dragón. La mirada como piel recubre los objetos y el espacio y el tiempo y el ojo oleáceo paralelo a la línea tendida del lienzo. La mirada hunde más su punta en aquel ojo, la mirada abre el lienzo todavía más, el fondo de la espiral aún más, para que todo siga diluyéndose en ella como todo se diluye en lo que es todo. Y quizás por tomar el punto de fuga en la perspectiva resulta tan sorpresivo encontrar que la siguiente luz, sexta y última, se desparrama en un espacio vacío del terciopelo rojo. La mirada para asirse a algo agudiza sus entrañas, agudiza su voluntad y ve el soporte de donde colgará el cuadro ausente: puede incluso ver que José Dziadeck ya le ha puesto la pequeña placa identificatoria: La Anunciación de Simone Martini, óleo 1.25 m. por 1.83 m. (antiguamente en el museo de los Uffizi en Florencia). Pero cuando la mirada comienza a abarcar a todos los cuadros presentes, cuando trata de apresar su veracidad, siente que algo comienza a surgir de cada uno de los cinco óleos, algo que se va definiendo poco a poco como el rostro de un cadáver que emerge del agua turbia, y la mirada se siente falsa, la mirada se está viendo como postura falsa, como postura sobrante en aquel recinto. Algo la rechaza como presencia indeseable de autenticidad. La córnea le pregunta al iris, y el iris le pregunta al cristalino, y el cristalino le pregunta a la retina, y la retina se va dejando hundir en el punto ciego, se deja ir por la mácula, por la mácula pura, se deja ir, olvidando, se deja ir por la mácula, y la mirada desaparece como si ella misma fuera una migraña, un espejismo, una alucinación.
Jorge Aguilar Mora. Fragmento del capítulo 2 de la novela Si muero lejos de ti. México: Joaquín Mortiz, 1979.
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