Foto instantánea. Recuerdo de Brasilia. Joaquim Paiva

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Travestis, gente disfrazada, enmascarados, solos o en grupos, carteles irreverentes, sátira política, exhibición erótica: el pueblo se divierte. Para tomar esas fotografías, Joaquim utilizó una tela lisa y clara como fondo, para sus imágenes en blanco y negro. La fotografía también es homenajeada al abrir esa serie con el retrato de un fotógrafo encima de un carro alegórico, con su cámara en mano. Muchos retratos. Transeúntes anónimos y populares, vendedores ambulantes, niños, unos alegres, otros graves y tristes, son la materia prima del rico paisaje humano que hace de Brasilia una ciudad de carne, que da vida a los lugares públicos que fotografía a colores: la Torre de Televisión y la terminal de autobuses. Casi siempre el fotógrafo busca un fondo, lo que esté a la mano: los plásticos y lonas de las barracas, las superficies de los autobuses y de las paredes, los paños saturados de color –azules, ocres– de los espontáneos rayados concretistas, lo cual apoya los retratos y hace más interesante la imagen. En contraste, otros paisajes: paisajes de la tierra, esplendor de los castaños rojizos; paisajes del cielo, otras nubes rosadas. Pero la cúspide de la poesía se encuentra en las densas cortinas de lilas de los ipés en flor; tapicerías lujosas por el color que concentran, por las texturas, por los filtros que penetran intensamente a través de los ojos, de la piel. Esa es una capacidad que tiene la imagen de devolver el ambiente, algo tan vago y difícil de definir. La atmósfera es siempre multi-sensorial. Está hecha en primer lugar de luz, pero también de velos, sonidos, silencio. Posee también una dimensión táctil, acaso háptica, contradictoriamente, la menos palpable, pero que puede ser percibida en el modo en que nuestro cuerpo reacciona a ciertos espacios. Arquitectura o jardín, espacios públicos, en general, lo que esas imágenes nos traen son modos de ser de Brasilia. Tal vez sea simplemente eso: fotografía. La etimología de la palabra afirma con precisión el gran invento del siglo xix: escribir con la luz. Una simple máquina para captar imágenes que incidiría en el conjunto de las artes visuales y en el propio concepto de realidad. Debido a sus múltiples funciones, documentales, rituales, y por la rapidez con que se difunde, la fotografía suscitó, desde sus inicios, encendidos debates entre críticos, estetas y artistas sobre su estatuto estético. Las vanguardias de principios de siglo xx hicieron de ella un tema de expresión legítima, con los fotomontajes de los dadaístas y surrealistas, con los grafismos de los concretistas rusos y de la Bauhaus, con los experimentos futuristas de representación del movimiento. En Brasil, un poco más tarde, el fotoclubismo –movimiento de expansión del interés por la fotografía– favoreció el surgimiento de trabajos de Geraldo de Barros, Athos Bulcão, José Oiticica Filho. De todo eso, y mucho más, fue capaz la fotografía, consolidándose como lenguaje autónomo.


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