El crimen de woodrow wilson

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El crimen de Woodrow Wilson



05/Enero/05 por María Felix

El crimen de Woodrow Wilson

Carlos Pereyra

® Asociación Pro-Cultura Occidental, A. C. Guadalajara, Jalisco, México


Primera edición 1917 Imprenta de Juan Pueyo-España

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualesquier medios, ya sea mecánico o digitalizado u otro medio de almacenamiento de información, sin la autorización previa por escrito del editor.

Impreso en México. Printed in Mexico.

© Copyright Derechos Reservados Segunda edición Marzo de 2005 Editorial APC Avenida Américas # 384 C. P. 44600 Tel. (0133) 3630 6142 Guadalajara, Jalisco, México www.editorialapc.com.mx 0308


Índice Prólogo a la segunda edición ........................... 7 Prólogo a la primera edición ........................... 13 Nota ............................................................... 17 El crimen de Woodrow Wilson Los antecedentes sociales del sistema ............ 21 Los antecedentes personales del agente ......... 27 Una interinidad y un monólogo ....................... 33 Amo y criado .................................................. 39 El suave Taft, digno predecesor del histérico Wilson ........................................... 47 El cultivo de la anarquía .................................. 53 La nuez que encontró Wilson .......................... 59 Un espermatozoide que no vio Sterne ............. 65 Críticas injustas contra el virtuoso Wilson ....... 69 Sobre la conciencia Woodrow Wilson ............. 73 They shall take help when help is needed ........ 79 La redención de México .................................. 83 El bloqueo financiero ...................................... 89 Más allá de Alarico .......................................... 97 La obra de Woodrow Wilson .........................103 La filosofía del crimen de Woodrow Wilson ....................................... 107 La crisis del contubernio Wilson-Villa La autentificación del contubernio ................ 111 La ruptura ..................................................... 113 El pacifista a caballo ..................................... 115 ¿Por qué es pacifista el norteamericano?....... 120 Las dos deidades yanquis: la hipocresía y el miedo ................................................. 121 Las ametralladoras que no hacen fuego, el telégrafo que no funciona y los aeroplanos que no vuelan.......................... 123


Los laureles del coronel Dodd....................... 124 El combate del Carrizal ................................. 126 La retirada definitiva ...................................... 127 El enigma político de Wilson ......................... 128 El arte del desnudo en la política y en la diplomacia de los Estados Unidos El criminal confeso ....................................... 131 Una santa alianza de pieles rojas ................... 134 El loco juzgado por su compatriota Root ...... 137 Wilson denunciado por todo el partido republicano ................................... 148 Nuevos cambios de dirección ....................... 153 El imperialismo corruptor en la República de Nicaragua El papel de la moral en el tráfico de conciencias centroamericanas .................. 155 Taft da el pie para que Wilson haga la copla ............................................. 158 El tratado Bryan-Chamorro ........................... 164 Costa Rica se anexa a Chamorro .................. 168 Los últimos atentados contra la República Dominicana y la de Haití La maniobra del silencio ............................... 171 La receta de Mr. Vick ..................................... 173 El tratado de Davis Beale-Borno ................... 174 La legalidad que se llamó Jiménez ................ 177 El Dr. don Francisco Henríquez Carvajal ........ 178 El mayor Bears ............................................. 180 Un clavo más en la crucifixión dominicana ... 182 El supremo regulador moral del Universo ..... 184


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Prólogo a la segunda edición La historia se repite “Pero en vosotros pudo más la ingeniosa astucia y seducción de los impíos demonios que las providencias justas de hombres sensatos, de donde se infiere necesariamente que los males que hacéis no queréis imputároslos a vosotros; pero los que padecéis los imputáis a los tiempos cristianos”: San Agustín

San Agustín cuenta la historia de un pirata capturado por Alejandro Magno, quien le preguntó: “¿Cómo osas molestar al mar?” “¿Cómo osas tú molestar al mundo entero? –replicó el pirata–. Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Tú tienes toda una flota por eso te llaman emperador”. La respuesta del pirata fue “elegante y excelente”, dice San Agustín. Sin duda refleja con bastante precisión las relaciones entre Estados Unidos, el nuevo imperio, 7


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y naciones de casi todas las latitudes, pero muy especialmente las de América, y peor las de su débil vecino del sur: México. Don Carlos Pereyra escribió una joya intelectual en su libro El crimen de Woodrow Wilson, en el que demuestra la manera cínica, corrupta e hipócrita con que actúa el nuevo imperio. Es un análisis psicológico profundo, incisivo y sustancial de los autores principales de la época revolucionaria. No se trata de un presidente yanqui, sino de cómo funcionaba y funciona el sistema norteamericano en general, desde su alabada democracia, “en el que sólo los necios creen”, dice don Carlos Pereyra, es en realidad un gobierno de mecanismos electorales bien organizado. Y bástenos ver las últimas elecciones. Al texto del insigne historiador y diplomático, sólo hay que cambiar los nombres y las fechas para que embonen perfectamente con los hechos actuales. Es realmente grande la capacidad de análisis del autor. Él penetra hasta la esencia del sistema del imperio yanqui. Cuando a él le tocó vivir, ya intentaban por cualquier medio imponer su sistema a todo el mundo, no para mejorarlo, sino para dominarlo. Lo llamaban democracia y capitalismo, ahora hablan de democracia y neoliberalismo, pero las prácticas depredatorias son las mismas. Nada ha cambiado. Cuando menciona: “El irrelegible fue reelecto, por trampas y casualidades. Poco a poco irán saliendo a luz los misterios sucios de la campaña, que se mantuvo dudosa hasta el último instante, y que se decidió por menos de una docena de votos comprados en Califor-

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nia”, parece que describe con toda su fuerza los sucesos de 2004. Cada año los yanquis publican una lista donde los países del mundo ocupan un lugar según el grado de corrupción de sus gobiernos. Don Carlos Pereyra da en la llaga: La corrupción en grado superlativo reina en el imperio, donde las grandes corporaciones financian a sus políticos para después cobrar los favores. La inmoralidad en Estados Unidos no es un accidente, sino un atributo esencial de su sistema. Los dos partidos “nacionales” reciben de los mismos consorcios grandes sumas, de manera que gane quien gane, es realmente la plutocracia quien tiene el control del gobierno, el control de la política. Esa es la verdadera corrupción. La depredación de otras naciones por esos plutócratas se da de distintas maneras. Cuando pueden y quieren por medio de la invasión, la guerra injusta, por medio de la fuerza. Pero cuando no se sienten preparados provocan que las naciones que les interesan se desangren, fomentando la rebelión, el motín, la revolución, la guerra civil. Eso le ocurrió a México a principios del siglo XX. Aun con el “cambio”, los mexicanos celebramos el 20 de noviembre como el inicio de la Revolución Mexicana, aunque el 20 de noviembre de 1910 no sucedió nada a las “6 de la tarde” como lo proclamó Francisco Indalecio o Ignacio Madero. Lo que sí sucedió fue que, once años después, en el censo de 1921 faltaban por lo menos tres millones de mexicanos, y no uno como dicen los textos revolucionarios de 9


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historia, ni el “cambio” que ha llevado el retrato de Madero al lugar de honor en “Los Pinos”. Entonces, ¿cuál fue la causa de la “Revolución Mexicana” y cuáles sus consecuencias? Las causas no fueron la “justicia social”, el progreso económico, el problema agrario. Las causas que provocaron la destrucción de un país tan miserable en lo económico no fueron internas. Fueron causas externas, y son las mismas que llevaron a la destrucción de países como Afganistán e Irak, la antigua Babilonia o Mesopotamia: el petróleo, la plata, el hierro, el cobre... La ambición de los depredadores para extraer la riqueza de otros países en beneficio del imperio. El libro de don Carlos Pereyra, escrito cerca de la época revolucionaria, tiene la agudeza de interiorizarse en la esencia del imperio y dar a conocer su rapacidad y avaricia. El que conozca la historia de México sabrá que don Porfirio Díaz, el “dictador”, salió de Veracruz el 31 de mayo de 1911, con rumbo a París, donde murió. Don Porfirio renunció a la presidencia y se exilió para evitar que se derramara sangre de mexicanos por su culpa; terminó con los pretextos de los revolucionarios, pero las hienas acechaban. El baño de sangre siguió cuando la democracia se instaló en la presidencia de la República. “El gobierno de la democracia sembró la muerte, barriendo con sus fuegos la extensa plaza que en un momento quedó cubierta de centenares de cadáveres, no de conjurados, sino de inocentes”, describe don Carlos Pereyra. Sigue vigente la obra de don Carlos Pereyra al analizar el sistema actual impuesto por el Imperio como el único que debe regir los destinos del mundo: 10


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la democracia. Actualmente impuesta, ya no sobre las bayonetas del invasor, sino bajo la lluvia de sus modernos bombarderos, y sobre los despojos de países antiquísimos. El mismo discurso del gobierno yanqui: hay que llevar la paz, la democracia y el progreso, a esos países. Así lo proclamó Woodrow Wilson para armar a los chacales que destrozaron México, así los proclaman los actuales amos del mundo. Hay que reconocer al gobierno constitucional, legal o de jure, y por lo tanto, procurar la caída del usurpador. Y con ello, el baño de sangre de una nación. Los recursos no han cambiado, sólo las palabras, entonces era el “usurpador”, luego el “fascista”, ahora el “terrorista”. Así no importa cuántos miles o millones de ciudadanos no-yanquis perezcan, hay que establecer la “legalidad”. Es la eterna dialéctica del imperio yanqui y, sobre todo, de sus amos. La hipocresía en su máxima expresión, jurando sobre la Biblia y destruyendo naciones, siempre y cuando sean más débiles que el imperio. “¿Por qué nos odian?”, se preguntan hipócritamente los actuales amos del imperio, cuando saben que no hay nación sobre la tierra que no tenga una herida, un baño de sangre, una invasión por parte del imperio. “México es un país pobre, endeudado, hipotecado. Pero sus riquezas potenciales son el gran atractivo de los cuervos de la usura y de los buitres de la invasión. ¿Qué te dice de esto tu Biblia, puritano?”, son las frases lapidarias que no pierden vigencia. Hoy siguen teniendo la misma significación y se las debemos a don Carlos Pereyra. José Antonio Rolón Velázquez Diciembre de 2004

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Prólogo a la primera edición El Sr. don Carlos Pereyra, autor de El mito de Monroe, obra que también pudiera titularse El timo de Monroe, es un espíritu de gran distinción. Socialmente es también hombre de pro, y no le falta ni ese grano de sal conservador y purificador que se llama carácter. Antiguamente profesor de sociología en la Universidad de México, su patria, y miembro del Tribunal de La Haya, don Carlos Pereyra ha representado el papel a que lo disponían su capacidad de intelecto y su varonía moral. Como escritor, don Carlos Pereyra posee una pluma tan audaz como amena: gusta este prosador de condensar sus pensamientos, aun los más altos y solemnes, en frases de suprema agudeza, reveladoras de superior mentalidad, porque si bien las frases son frases, es decir, cosa de poca monta, según imaginan los que intentan desvalorar las bellas expresiones intencionadas, se da la coincidencia, como ya se observó, de que semejantes frases sólo se le ocurran a hombres de talento. El autor de El mito de Monroe publica ahora una segunda edición de El crimen de Woodrow Wilson. 13


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¡Cómo sale el pobre farsante, el hipocritón pedagogo, con su transitoria presidencia y su permanente y luterana felonía, de manos de este cirujano de la decadencia yanqui! ¡Ni Apolo despellejó con más destreza al sátiro Marsyas! Pero en este folleto se escoge a Wilson, no como una finalidad, sino como un paradigma de la política yanqui en sus relaciones con América. La gran lección de este Crimen de Woodrow Wilson consiste en divulgar lo que nunca debemos perder de vista en la América Latina: que no es Wilson, ni Taft, ni el ridículo Roosevelt, ni ningún presidente, ni los republicanos, ni los demócratas, ni ningún partido presente o futuro, el enemigo de América, sino que el enemigo tradicional, presente y futuro, de América, es la República de los Estados Unidos. Están frente a frente dos razas: la de origen latino y la de origen sajón; dos Américas: la que nació de la Europa meridional y la que nació del Norte europeo; dos concepciones de la vida: la idealista y la sanchopancesca; dos religiones: el catolicismo y el protestantismo; dos ideas sociales: el individualismo y la solidaridad; dos civilizaciones: la del Mediterráneo y la de mares y tierras hiperbóreos. Cuando Colombia se queja de Roosevelt por la secesión y rapto de Panamá; cuando Nicaragua maldice de Taft por escalamiento con fractura de la soberanía nicaragüense; cuando México increpa a Wilson por el desencadenamiento y mantenimiento de la anarquía en suelo mexicano; cuando Santo Domingo acusa al mismo sonreído y cartilaginoso luterano de que hable de libertad, de derecho, de vida, mientras dispone expediciones militares que llevan a esa Antilla la 14


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esclavitud, la barbarie y la muerte, prueban Santo Domingo, México, Nicaragua y Colombia, que no conocen el problema de que son víctimas, y que mientras no lo conozcan y comprendan, los Estados Unidos de la América sajona invadirán, descuartizarán y reducirán a coloniaje a los Estados desunidos de la América Latina. Cuando la Argentina, por estar un poco más distante del ogro, cree –Zeballos es legión allí– que nada le va ni le viene con lo que hagan los yanquis en el resto del continente, prueba Argentina que su visión política es limitadísima, y que no tiene derecho a vivir dentro de medio siglo, pueblo que no columbra su destino con medio siglo de antelación. La presente obra de don Carlos Pereyra, que hace pensar en estas cosas, que obliga a abrir ojos e inteligencias, debe ser divulgada por América. Ya es una prueba de conciencia americana el que América la busque y la lea, como buscó y leyó, y sigue buscando y leyendo, El mito de Monroe. El modo de encarar las cuestiones internacionales en El crimen de Woodrow Wilson es el que conviene a un hijo de la América Latina, y el autor de estas líneas se rompe las manos aplaudiendo. No aplaude con el mismo entusiasmo el modo de encarar los actuales problemas de la política interna y externa de México, y no aplaude con el mismo entusiasmo, por dos razones: 1ª, porque el autor de estas líneas desconoce la política mexicana de los últimos años; 2ª, porque supone que habiéndose mezclado a esa política don Carlos Pereyra, como factor importante, tal vez no conserve absoluta ecuanimidad al juzgarla.

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Por lo demás, el autor de El mito de Monroe es al presente uno de los publicistas de lengua española con más preparación y mejor acondicionados para abrir sumario a Yanquilandia y poderla juzgar. Y don Carlos Pereyra no ha tenido la flaqueza de sustraerse al deber de desenmascarar a un pueblo de tartufos, que lleva en los labios la Biblia, y la codicia y la mentira en el corazón. R. Blanco-Fombona

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