BOCA DE SAPO Nº6

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¿Es decir, que ahora soy más libre? No lo sé. Ya aprenderé. Samuel Beckett, Molloy.

¿Pero cómo es que llegamos hasta aquí, si hablábamos de Borges, de Averroes…? De las fotografías de Beatriz Viterbo que una y otra vez el narrador recorre intentando recuperar el recuerdo de la amada pero también de sí y del tiempo ido, o incluso del mismo “aleph” que es el punto imposible del universo donde confluyen todas las imágenes existentes e imaginadas, así de este modo, para Averroes –lector/comentador de Aristóteles– el lugar de la personalidad no será nuestra humanidad sino las imágenes que nos pueblan y que nos unen a la sustancia de todo aquello que pueda ser pensado. Porque –recordemos– es en virtud de la imaginación y la memoria que los individuos despliegan el intelecto posible y se “individualizan”; es a través de sus “fantasmas” que el intelecto material, no personal, distante del individuo, se hace actual en tanto potencia del pensar y devenir productor de imágenes. Como se sabe, el filósofo árabe Ibn Rushd –más conocido por el seudónimo cuadrático de Averroes– fue desterrado y aislado en la ciudad de Lucena, España, a finales del siglo xii, cuando la ola fundamentalista almorávide invade Al-Ándalus. Aunque meses antes de su muerte, fue reivindicado y llamado a la corte en Marruecos, muchas de sus obras de lógica y metafísica se extraviaron definitivamente y gran parte de sus textos solo han podido sobrevivir a través de traducciones en hebreo y latín, y no en su original árabe. Leído con fervor por Ramón Llull, Leibniz y Renán, a tal punto Averroes influenció la ontología medieval cristiana que en 1512 el Concilio de Letrán prohibe expresamente la sola mención de su nombre. Pero los siglos de proscripción no hacen sino potenciar, como un susurro denso y constante, la interrogación en torno a las obras y los enigmas averroístas. Curiosamente, en estos tiempos en que se debate el estatuto social, simbólico y mnemónico de la imagen, su pregnancia y espectacularidad, es que el pensamiento averroísta resulta de una inquietante actualidad. En diálogo con Walter Benjamin y, principalmente, con Georges Didi-Huberman (otro filósofo que en los últimos tiempos ha hecho de la imagen el eje de su reflexión, retomando lineamientos de Aby Warburg y Carl Einstein), y bajo la forma genérica del “comentario filosófico”, el libro de Emanuele Coccia, Filosofía de la ima­ ginación. Averroes y el averroísmo14, reescribe para nosotros, con extremo rigor, los tópicos centrales del pensamiento averroísta: la unicidad del intelecto humano, las relaciones intersubjetivas como relaciones fantasmáticas, la

| Quizá sea en el descubrimiento de esta singular exigencia de la mente –la exigencia de fantasmas y de imágenes– que la especulación averroísta encontró su más original y secreto aporte al pensamiento moderno. |

imaginación como aquello que define propiamente al hombre, el pensamiento como un ser de pura potencia que busca la individuación a través de las imágenes y que, por ende, es solo pasión y receptividad… Desde Dante hasta Spinoza, de Baudelaire a Artaud, hoy se diría averroísta todo aquel que pudiera suscribir a la célebre tesis: “No soy Yo quien piensa lo que pienso” o, yendo aun más lejos: “Pienso irregularmente, con agujeros, con intermitencias, discontinuidades.” Así, asistimos a la formulación de un singular problema: el de la alienidad, el de la enajenación de los cuerpos y de las mentes, el de la irreparable fisura entre el sujeto que vive y que habla (el sujeto de la experiencia) y el sujeto del pensamiento, entre la potencia del vivir y la potencia del pensar, o tal vez el de la astucia del pensamiento –diría Averroes– que necesita no ya de este cuerpo sino de cualquier cuerpo para poder realizarse y se sirve del historiador, del amante o del poeta para volver a ser actual, una vez que el cuerpo en el que conseguía serlo se esfuma. Quizá sea en el descubrimiento de esta singular exigencia de la mente –la exigencia de fantasmas y de imágenes– que la especulación averroísta encontró su más original y secreto aporte al pensamiento moderno. Aporte que Borges –hay que decirlo– supo explotar con premura. Porque si en lo formal fue Averroes quien, a comienzos del primer milenio de la era cristiana, introdujo en la filosofía el “comentario” (“tafsir”), fue el escritor argentino quien en el siglo xx hizo de esa figura retórica el pilar problemático y fecundo de su poética. Según enseña el islam sunnita, el tafsir desarrolla un sistema de exégesis metódica del texto del Corán; a la muerte del profeta Mahoma se constituyó como un esfuerzo interpretativo que intentaba afrontar la ambigüedad de textos y pasajes defectuosos y contradictorios de la escritura sagrada. Como buen jurista, Ibn Rusd practica el tafsir pero le adhiere una impronta filosófica que hace que el comentario constituya una práctica del todo diferente a la hermeneusis. En el comentario averroísta (y borgeano) la voz del comentarista se confunde con la voz del comentado, el tiempo se contrae, pasado y presente se condensan, encarnan el momento de la enunciación para modular con boca nueva palabras viejas y decir, al fin “…en el instante en que yo dejo de creer, Averroes, Borges o el Terror, desaparecen.”

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Ibn Rushd y las imágenes

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