Desacuerdos 6

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72 - El reverso. Arqueología del filósofo en pantuflas

Agustín García Calvo. Es más que posible que el reverso se haya institucionalizado, colectivizado con las exitosas sagas metaliterarias del presente. Pero la culminación en imagen de esta genealogía la encontramos sin duda en el Kamus de la extraña y, cómo no, precursora película de Nemesio Sobrevila, El sexto sentido, de 1929. El largometraje está disponible en el catálogo en línea de Europa Film Treasures desde la copia cedida por la Filmoteca Española. Como Max Aub decía, es pasmo y pasto de eruditos, e incluso algún profesor universitario ha puesto esta película a la luz de las reflexiones de Walter Benjamin sobre la crisis de la representación y el montaje tras la llegada del cine. La película narra una historia al más puro estilo del vodevil. Dos jóvenes, uno optimista y otro pesimista, una de las novias corista, su padre es capaz de cualquier cosa por no perderse la última corrida de toros. Y todo el equívoco lo media Kamus. “El atrabiliario Kamus, mezcla de artista, borracho y filósofo, cree haber descubierto en el cinematógrafo un SEXTO SENTIDO”. Este acabará apaleado por todos al aplicar su sistema de “precisión mecánica” para mostrar la verdad. Kamus está interpretado nada menos que por Ricardo Baroja: calvo, en su gabinete, agarrado por igual a la cámara que a la botella, en bata y alpargatas, con la arrogancia del inventor, del filósofo, del artista. Parece la encarnación viva de El doctor Lañuela. La historia, una adaptación libre de la obra de Ros de Olano. En el nudo de tan chusca trama todo un ejercicio de cámara objetiva, cámara oculta, falso documental, cámara libre y metacine que puede echarse a pelear con Ruttman o Vertov y viene a desmontar las teorías del nuevo objetivismo. Con el reverso, con el precursor, siempre pasa lo mismo que ya censuraba Menéndez Pelayo sobre “lo contradictorio, antinómico y vago de ideas generales que informan aquella brillante literatura romántica, donde todo acierto parece como instintivo y donde se procede siempre por atisbos, vislumbres, adivinaciones y fantásticos caprichos mucho más que por principios lógicamente madurados”.

Notas 1. “Hijodedios Estiércoldeldiablo de Nosesabedónde”, según la última traducción al español, directa del alemán y realizada por Miguel Temprano, Alba, Barcelona, 2007. 2. Las innumerables referencias de Borges a las estrategias de reescritura, metaliteratura y juego autorial en prólogos y algunas de sus piezas maestras (El otro, el Menard, el prólogo a El jardín de senderos que se bifurcan) están tamizadas por la referencia e influjo constante del “sastre” de Carlyle. 3. El calibre de este “prólogo a Silverio Lanza”, que diría Juan Ramón Jiménez, no sólo fascinó al propio Juan Ramón que, en señal de admiración, asegura que hubo de leerlo varias veces, sino que seguramente motivó el que Jorge Luis Borges seleccionara este tomo, de entre toda la obra de Ramón, para su magna biblioteca universal. 4. Aunque poco mencionado, un bisabuelo suyo, Francisco Amorós y Ondeano, fue introductor de la pedagogía de Pestolazzi en las academias militares y “escuelas normales”, por instrucciones del mismísimo Carlos IV, y también pionero de la Gimnástica como “Educación Física y Moral”. 5. Mas y Pi (1878-1916), catalán exiliado, además poeta, está considerado el receptor más entusiasta del futurismo en Argentina e introductor de vanguardias artísticas en el ámbito sudamericano. Tuvo estrechas relaciones con Macedonio Fernández y otro catalán, Carlos Malagarriga, todos ellos verdaderos agitadores de la escena cultural por aquellos lares. 6. Una vez más se intuye la presencia de Jean Paul, que en su primera novela, La logia invisible, también incluía un consolador “evangelio” destinado a sus lectores titulado “Siete palabras”. Ramón siempre vio en Lanza un continuador de la “idea aniquiladora” de Jean Paul. 7. Unamuno estuvo trabajando en 1900 en traducciones de Carlyle, a razón de “cuatro o cinco horas diarias”, y realizó una tentativa sobre el Sartor resartus. Más tarde Lázaro Galdiano intentó retomar el proyecto y fue Unamuno el que lo rechazó. De todas formas, no es casual que la primera traducción al español de esta obra de Carlyle la realizara, de la mano del traductor Edmundo González Blanco, la editorial de Amor y pedagogía, Heinrich y Compañía, en 1905.


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