DOSSIER DE PRENSA 17/05/2023

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Tiempo de historias

Bilbao, la villa de los zapateros, los sastres y los carpinteros

A pesar de su carácter comercial, durante el Antiguo Régimen Bilbao destacaba por el gran peso que tenían los artesanos en su tejido social

Martes, 16 de mayo 2023, 15:59

La imagen de Bilbao durante el Antiguo Régimen, muy homogénea a lo largo de tres siglos, muestra a una población bien diferenciada de su entorno inmediato y que se siente inserta en el mundo comercial europeo, conectada con plazas mercantiles lejanas, donde estudian los hijos de su élite. En la villa los principales grupos económicos tenían que ver con el comercio y el Consulado y la Casa de Contratación -que compartía edificio con el Ayuntamiento- era la principal corporación.

Sin embargo, el grupo social más numeroso no era el de los comerciantes. Aunque los datos son imprecisos, puede asegurarse que los oficios más frecuentes en la villa tenían que ver con las actividades artesanales, seguidas en importancia por las sirvientas del servicio doméstico.

A finales del siglo XVIII Bilbao era una población pequeña, 11.100 habitantes según el censo de Godoy, de 1797. Los datos nos informan de la profesión de 3.800, la mitad de la población adulta. Pues bien: 1.513 figuraban como «fabricantes, artesanos y menestrales», que en Bilbao venían adscritos a un número muy alto de oficios, un total de 54, en su mayoría artesanos de perfil tradicional, aunque también estaban los denominados «fabricantes», asociados a sistemas de producción más mecanizados.

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Manuel Montero Seguir Comenta

Bilbao prosperaba gracias al comercio, pero era fundamentalmente una población de artesanos. Los tres oficios más importantes eran los zapateros (304), sastres (297) y carpinteros (176), que juntos sumaban más de la mitad (51,4%) de este epígrafe.

Otros servicios fundamentales para la vida urbana los realizaban albañiles (24), carniceros (30), peluqueros (29), molenderos de chocolate (21), panaderos (20), confiteros (14), taberneros (12), sombrereros (4) y otros trabajos especializados, pero imprescindible en una población que hacía las veces de capital, como impresores (3) y encuadernadores (3).

Algunas de estas actividades profesionales estaban vinculadas al tráfico mercantil, tales como los mozos de carga, embaladores o toneleros, en total 168. La categoría de fabricantes se otorgaba a los de lana (14), velas de sebo (7), loza (2), hules (2) y quitasoles (2), pero no tendrían un carácter muy distintos los dedicados a la cordelería, jarcias y calafates (23), que seguramente trabajaban en el establecimiento del campo de Volantín.

Y destacaba el gran número de artesanos especializados, que juntos suponían 249, entre los que descollaban cerrajeros (38), plateros (22), canteros (22), basteros (22, que fabricaban o vendían aparejos para las caballerías) y claveteros (21) además de otras ocupaciones, de importancia aunque con menor número de artesanos en la villa, tales como latoneros, herreros, relojeros, curtidores, caldereros, armeros, colchoneros, lapidarios o tejeros, entre otros. Los variados oficios gremiales del Antiguo Régimen estaban bien representados en la villa comercial, que tenía una fisonomía preindustrial. Los artesanos constituían buena parte de la población urbana, más de la mitad de la población masculina: si imaginamos que en el censo faltan los oficios femeninos relacionados con el mercado y agregamos los de cargueras y criadas, cabe establecer que la cotidianidad urbana venía marcada por estos grupos populares, no por los mayorazgos y principales comerciantes.

Los artesanos se organizaban por gremios, que formaban la estructura básica de la ciudad. Por ejemplo, en 1802, durante la zamacolada, corrió el rumor de que se dirigía hacia Bilbao un ejército real con 10.000 soldados. Se convocó a una reunión urgente. Fueron llamados –y acudieron- dos representantes del cabildo, representantes de los conventos de San Francisco, San Agustín y la Encarnación, las dos principales autoridades del Consulado, dos representantes de los hacendados y otros tantos de los comerciantes, así como dos mayordomos de cada cofradía instaladas en la villa, que eran las siguientes: San Antonio de Padua, San Crispín, San José, San Martín, San Cosme y San Damián, San Marcos, San Ginés, Orden Tercia, Buen Pastor y cofradía de muleteros.

Algunas cofradías tenían un cariz sólo religioso, pero la mayoría constituían asociaciones de artesanos y de oficios. Tenían advocación religiosa y compromisos de este tipo, pero servían también para la asistencia mutua, además de encuadrar a las distintas profesiones en el orden social de la villa. Las más importantes eran la cofradía de San Crispín y Crispiano, que agrupaba a los zapateros, alpargateros y abarqueros, el gremio más importante; y la de San José, formada por carpinteros, entalladores, cuberos y albañiles; la de San Cosme y San Damián, con fama de recursos escasos, era la de médicos, cirujanos y boticarios.

Las cofradías gremiales tuvieron también sus conflictos con la Iglesia, otra muestra de las difíciles relaciones de los bilbaínos con el cabildo. Por ejemplo, en 1610 este exigió que le entregasen libros y enseres, pues «se habían alzado con los cálices, limosnas, ornamentos y otros pertenecientes al culto, sin causa ni razón alguna». El asunto fue a mayores, porque los cofrades se resistieron, discutiendo que las parroquias tuvieran tales derechos sobre sus propiedades. El cabildo nombró autoridades eclesiásticas para las cofradías. Éstas se resistieron, pero se vieron obligadas a ceder cuando llegó la amenaza de excomunión.

La que más se resistió fue la cofradía de San Crispín y San Crispiano –las imágenes bilbaínas de los dos mártires pueden verse en la iglesia de San Nicolás-. Argumentó que estaba compuesta por seglares y tenían ordenanzas seglares, «que lo que hacían era para los pobres de la hermandad y para sus entierros, y que para eso contribuían los cofrades», por lo que no dependían de la Iglesia ni cabía que se les sancionase eclesiásticamente. Se veía como una asociación gremial de asistencia mutua. La Iglesia argumentó que los cofrades pedían limosna para sus pobres, por lo que era ya una asociación religiosa, a lo que se añadía que celebraban una misa los lunes, además de la de su patrono. Los zapateros tuvieron que rendirse, no por ceder a tales razones sino por las amenazas de que inmediatamente les «pusiesen en tablillas» como excomulgados.

El papel de los gremios

Desacuerdos y excomuniones

De 1630 es el reglamento de la hermandad de San Crispín y Crispiano. Especificaba que cualquiera que en Bilbao tuviese «tienda pública de maestro de hacer calzado o çurrador, sea obligado de entrar en esta cofradía». Su principal objetivo era pagar el funeral de los cofrades, mujeres e hijos, que se sobreentiende era un gasto muy gravoso, en misas que se harían en la iglesia de San Nicolás, frente al altar de los santos patronos, con asistencia de cinco eclesiásticos. Los artesanos querían también funerales de prestancia y los cofrades quedaban obligados a contribuir económicamente al acto y acudir personalmente.

Un siglo después volvieron los problemas, por desacuerdos del cabildo con lo que pagaban los cofrades a cuenta de los oficios religiosos que encargaban. Llegaron a ser excomulgados cuatro miembros de la hermandad de San Crispín y San Crispiano, por algunas palabras fuera de tono.

De esa época es el reglamento de la cofradía de San José, que se aprobó en 1728, y que tenía su sede en la iglesia de Santiago. Daba culto a su patrono, pero su principal finalidad residía en costear el entierro de los cofrades pobres, para lo que los miembros pagaban una cuota. También celebraban misa solemne el 19 de marzo y podían pedir limosna, pero no dentro de la iglesia, por oposición expresa del cabildo –que defendía lo suyo a cualquier costo-, sino en mesas que tenían que colocar fuera. Fueron muchas las discrepancias sobre el costo de las misas para esta Cofradía. No se terminaron hasta un acuerdo en el que intervino el Nuncio Apostólico, Alejandro Aldobrandini, obispo de Rodas, hasta allí llegó el asunto.

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