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Javier Mariano Areco

30° Aniversario

GRADUADO

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JAVIER MARIANO ARECO

“Seis veinte, trescientos seis”

STodo estaba dicho: sería Contador Público. “Perito Mercantil con Especialización Contable e Impositiva” en letras mayúsculas ordenadas secuencialmente, se alcanzaba a leer en el diploma del título que recientemente había obtenido y que estaba impreso en papel moneda —o al menos al tacto se sentía así.

Comencé a cursar. El 620 o caminar, hasta la Ruta 3, KM 29. Luego el 86, y a cursar en la Ciudad de Buenos Aires.

Acceder a los libros era otro cantar. Todo indicaba que cientos de alumnos antes que yo habían decidido retirar el mismo libro de la Biblioteca de la Facultad. ¿Qué podía hacer? Vuelta al hogar, mismos transportes, camino inverso.

En Villa Dorrego, a pocas cuadras de casa, se emplazaba la Biblioteca Popular Ceferino Namuncurá. “Probemos ahí”, me dije. “No es universitaria”, respondí. “Probemos igual”, acordamos. Y me dirigí hacia allí.

La tarde estaba soleada, agradable viernes. El ambiente de la Namuncurá estaba algo húmedo, pero lleno de fragancias a papel libro. Realizada la entrevista de referencia de rigor, Claudia, la bibliotecaria, con entusiasmo me dice: —¡Justo tenemos el que buscás!

Haber obtenido la suerte de principiante hizo que le pidiera algunos títulos más. Y, palabras van, palabras vienen, me contó que se había anotado en una carrera llamada “Bibliotecología” en un Instituto de Monte Grande y que comenzaría a cursar al otro día, todo el día.

“¿Una carrera que se estudia maratónicamente los sábados?”, me dije. “Vos tenés los sábados libres”, respondí. “Anotate y andá. Dos títulos, doblemente bueno”, acordamos.

Sin pensarlo mucho, dí el sí. Y, Claudia mediante, la Biblioteca me hizo una carta de recomendación.

Cuan viajero hacia Ítaca, el sábado temprano comencé la odisea. Bueno, no tan temprano. Un corte de luz edenoriano hizo que el radiodespertador sonara más tarde. Salté de la cama, ducha y a correr. Nuevamente el 620, pero bajando en San Justo. ¿A continuación? el 306 por Camino de Cintura, hacia lo desconocido.

Bajate en “los caballos”— me había dicho.

Y así fue. Atento al viaje, noté a otros posibles cursantes de bibliotecología bajando en el

Club Hípico, sobre Boulevard Buenos Aires. Bajé y los seguí un par de cuadras. Los caballos, la avenida de árboles de árboles, las piñitas y el abono, me transportaron inmediatamente a los fines de semana en Carmen de Areco durante mi infancia. Buena señal.

Llegué (llegamos) al Instituto. El portero de “El 35” me dió la bienvenida con un vibrante “Buen día joven”. Ingresé. Observé un pasillo amplio entre paredes blancas y cerámicos marrones, con un ¿ascensor? y puertas con ojos de buey. A excepción del aparato de radio para llamar remises, esos objetos también me daban la bienvenida, pero en silencio.

En la ventanilla, la secretaria me recibió amablemente, escuchando mi consulta necesidad con atención y amabilidad. Sonrisa mediante, me dice: — Esperá por favor que en unos minutos te recibe el Director. Tome asiento joven.

Volteo y veo un banco de plaza rojo naranja. Decido seguir de pie, pues ya había pasado un par de horas largas sentado en los colectivos 620 y 306. No, no era por nervios o ansidad.

De repente, la puerta de la Secretaría se abrió. D’Abramo me estrecha firmemente la mano. Pensé “apretá vos también que es signo de firmeza en las entrevistas laborales” y actué en consecuencia. Pero él oprimió mi mano con más énfasis y convicción, diciendo a la vez: —Pase, caballero. Como en su casa.

Entré. La carpeta con la documentación se la extendí a la Secretaria. Me senté. No reparé que me encontraba frente a frente con el Director Vicente D’Abramo, quién, haciendo un ademán de deme-y-hable, me pide la carta de recomendación que tenía en mis manos e inmediatamente la abre y lee en silencio, mientras le explico —suplico un poco también— que me dé la oportunidad de cursar Bibliotecología, sabiendo que la cursada ya había empezado y que estaba pidiéndole una excepción a la norma y que por supuesto entendía que las normas estaban para cumplir, porque las normas están para cumplirse, no? y que si no se cumplen bla bla bla.

Mis únicos compañeros en esos minutos interminables mientras que esperaba el veredicto final, fueron el reloj que coronaba el recinto y los biblioratos cíclopes.

Se detuvo el tiempo.

—Aceptado, Sr. Areco. Vaya, curse y cumpla con todos los papeles para el sábado siguiente.

—Muy bien, gracias. En serio, gracias, gracias.

Apretón de manos mediante, giré velozmente hacia la puerta, aguantando el aire para posteriormente gritar “¡Vaaamooosss!” ni bien saliese al pasillo. Pero Vicente me bajó del pony en una milésima de segundo. Como docente y pedagogo, tenía que enseñarme algo:

—No crea que va a salir por esa puerta pensando que logró que lo aceptara porque es joven, tiene el don de explicar y porque trajo esta nota de recomendación. No, Sr. Areco, no se equivoque. Lo acepto por la gente que un día Ud. servirá. Por esas personas es que lo acepto. Así que vaya, estudie y sea digno de la oportunidad.

Semanas después, les explicaba a mis padres que había dejado la Carrera de contador público por Bibliotecología. Como era de esperar, me apoyaron incondicionalmente en esa decisión también.

Años después y ejerciendo la profesión, volverían a mi memoria una mil veces las palabras de D’Abramo: “por la gente que un día Ud. servirá”.

Y ahora, pandemia histórica mediante, me encuentro escribiendo estas breves líneas, cayendo en la cuenta, desde otra óptica, de que la CDD también tiene su 306 y 620. Leo: Cultura e instituciones, e Ingeniería y operaciones afines.

¿Será entonces que uno es medio ingeniero y afines, medio gestor cultural en instituciones? Puede ser. ¡Muchas gracias Carrera de Bibliotecología y feliz treintacumpleaños!

Con cariño y afecto,

Javier

Graduado (2002) ex-Profesor y Ayudante de Cátedra del ISFDyT N.35

Director de la Biblioteca y Servicios de Información Documental (UNLa) Lomas de Zamora, 18 de junio de 2021