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José López Yepes

30° Aniversario

Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid

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JOSÉ LÓPEZ YEPES

“El acto de acordar y el acto de recordar”

Algunas palabras compartidas con vosotros en ocasión del 30.° aniversario de la Carrera de Bibliotecología del ISFDyT N° 35

Hace años que una de mis principales preocupaciones en el campo de conocimientos que nos ocupa es el concepto de documento. Si para el biólogo la célula es el punto de referencia, para el profesional de la información es el documento la base de todas sus actividades. El documento es, pues, la piedra angular de nuestros afanes y no solo de los nuestros sino también de todos los ciudadanos. El ordenador o el teléfono móvil son elementos distintivos y operativos, de los ciudadanos, de la sociedad de la información, así llamada porque en la misma disponemos de dispositivos para crear inmensas cantidades de información, almacenarla, transformarla y difundirla a distancia en las mejores condiciones de veracidad y de utilidad para permitir que la misma se constituya en base para producir nuevas informaciones y tomar decisiones. Todo ello es posible porque existen los documentos, es decir, soportes donde objetivamos o vehiculamos mensajes transmisibles en el espacio y en el tiempo y transformables en fuentes de información para producir, como antes decíamos, nuevas informaciones. De hecho, el documento es una especie de manus longa o prolongación de nuestro cuerpo y espíritu, instrumento que permite depositar en él los pensamientos, las ideas, las sensaciones, etc, documentos que, al transmitirse, conservan o nutren mensajes destinados a otras generaciones, a transmitir conocimientos o a forjar, en suma, la cultura y la memoria humana. Se trata de un concepto que, aunque aparentemente sencillo, se llega a su definición por diversas vías que hemos tratado de explorar en un librito titulado La ciencia de la información documental. El documento, la disciplina y el profesional en la era digital (Ciudad de México, Universidad Panamericana 2015) que pueden solicitarme a través de mi correo electrónico.

Tras su publicación, y acostumbrados todos a la habitual facilidad en la creación de documentos externos y a su disfrute, me he preguntado cual era la actitud del ser humano cuando no disponía de códigos (por ejemplo, la escritura u otros símbolos) para insertarlos en soportes físicos y así permitir

su conserva y transmisión. Y he imaginado una escena en que el cazador primitivo regresa al campamento o cueva y le cuenta a su compañera y sus hijos en común que ha cazado y visto un nuevo tipo de bisonte; que ha oído su mugido, que lo ha olido; que ha pasado su mano a lo largo de su piel y que ha gustado su carne en el asado con el resto de sus compañeros. Este hombre primitivo solo ha dispuesto de la oralidad como instrumento descriptivo, con la única excepción de que algún miembro de la tribu haya utilizado las paredes de la cueva o la de los abrigos naturales para dibujar los bisontes y añadir otros dibujos que expresen ideas o sensaciones.

Les invito a que cierren los ojos para imaginarse la escena que acabo de sugerir y tal vez se adhieran conmigo a pensar en las capacidades con las que venimos al mundo y a un autor -cuyo nombre lamento muchísimo no poder recordar- que decía que las siete maravillas del mundo eran: poder ver, poder oir, poder oler, poder gustar, poder tocar, poder sentir y poder amar. En este contexto, creo que, en ausencia de la posibilidad de construir documentos externos al ser humano, son los cinco sentidos los tentáculos con los que percibimos la realidad concretada en mensajes visuales, auditivos, táctiles, etc, que incorporamos a la memoria como soporte y repositorio de tales mensajes constituyendo los documentos-memoria.

Veamos ahora cómo se produce el proceso de incorporación a la memoria de los mensajes que los cinco sentidos captan de la realidad y de su posterior aprovechamiento. Distinguimos dos acciones: el acto de acordar y el acto de recordar. En el primero, los mensajes procedentes de la realidad se acogen al corazón. Efectivamente, la expresión acordar se basa en la etimología del término corazón y ello se debe a que, tradicionalmente, corazón ha sido sinónimo de memoria. En español antiguo, saber de memoria es saber de cor; en inglés se dice by heart. El evangelista Lucas en 2, 41-51, narrando la búsqueda que José y María hacen de Jesús, aparentemente perdido, Jesús justifica su ausencia al encontrarse en el templo y el evangelista escribe: “Su madre conservaba todo esto en su corazón”.

Así pues, si acordar es el acto de llevar al corazón, esto es, a la memoria los mensajes extraídos de la realidad mediante los cinco sentidos, el acto de recordar consiste en despertar, esto, recuperar o sacarlos de su latencia o potencialidad y hacerlos actuales, los mensajes conservados en la memoria, mensajes que despiertan con facilidad mediante la evocación de un perfume, una música, un objeto, un paisaje, etc, mensajes a veces difíciles de olvidar cuando contienen penas pero siempre como pretexto o capacidad de generar nuevos mensajes al pensar y repensar sobre ellos. Todo esto nos lleva a apuntar que procede hablar de lectura del pensamiento; de lectura de la oralidad cuando el sujeto transmite sus ideas mediante la palabra o lde ectura del documento cuando ésta se ejerce en la lectura de documentos externos al sujeto, esto, en los documentos tal y como lo hemos contemplado habitualmente. Estas reflexiones están ampliadas en mis trabajos Reflexiones sobre el documento-memoria y Lectura y pensamiento. Ambos puedo facilitarlos si los solicitan a mi correo electrónico. Muchas gracias por la atención que han dedicado a mis palabras.

José

Madrid, 13 de junio de 2021