Pilar Maestro 2020. Relatos e imágenes presentados.

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Índice

Agradecimiento ……………………………………………………………………..... 5 Categoría A …………………………………………………………………………… 7 -

«Mente sana en un cuerpo sano», por Rocío Cáliz Díez ………………... 9

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«SuperJoaquín», por Miguel Huidobro Diego ……………………………. 14

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«Las dos caras de la moneda», por Siomara Salvarrey Abascal ……… 18

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«Aprendiendo a quererme», por Noah Graña Ortiz ……………………... 23

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«Timmoty y el coronavirus (COVID-19)», por I. I. ……………………….. 28

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«Yo quiero…», por Silvia Aja López ………………………………………. 30

Categoría B ………………………………………………………………………….. 35 -

«Escapar», por Carlota Sánchez Reventún ……………………………… 37

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«Mente sana en cuerpo sano», por Kuma ………………………………... 39

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«Mi antídoto» (fragmento), por Lobo Blanco ……………………………... 45

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«Salud en casa», por Marcos Huidobro Diego …………………………… 47

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«Piensa en ti», por Rosa Blue ……………………………………………… 49

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Agradecimiento Antes de presentar los relatos e imágenes de los participantes en el concurso Pilar Maestro de este año, queremos dar las gracias a todos y cada uno de ellos por haber compartido su talento en esta actividad. Nos gustaría, también, agradecer a todos los que nos han permitido publicar aquí sus aportaciones. Pero sería injusto no mencionar que hay dos relatos que faltan en esta

compilación: dos participantes de la categoría B decidieron que no se publicasen sus escritos, al ser estos demasiado personales. A pesar de ello, se merecen tanto reconocimiento como los que sí que quisieron publicarlo. También ha habido quien quería compartir su relato, pero con un pseudónimo. Ese es el

motivo de que algunos de los textos aparezcan sin el nombre completo de su autor o autora. En cualquier caso, queremos resaltar una vez más la ilusión que transmiten los escritos e imágenes presentados bajo el lema elegido este curso.

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«Mente sana en un cuerpo sano», por Rocío Cáliz Díez

Yo creo que esta frase tiene que tener mucho significado en nuestra vida ya que nuestra mente debería estar totalmente equilibrada con nuestro cuerpo para sentirnos bien todos los días, desde que nos levantamos para ir al instituto o a trabajar hasta que nos acostamos. Y el primer paso para conseguirlo es ser felices. No siempre se consigue lo que se quiere pero deberíamos intentarlo por lo menos, esforzarnos cada día en ser mejores en lo que hacemos, en hacer que este día no sea igual que el anterior, pero siempre haciendo lo que te hace feliz en la medida que podamos. Algunos pueden decir: ¿qué tiene que ver ser felices con esforzarnos? En mi punto de vista tiene mucho que ver ya que luego obtendrás los resultados que buscabas y, casi sin quererlo, te saldrá una sonrisa en la cara y te sentirás mucho mejor que antes. Por un momento se te habrán olvidado todos tus problemas, todos los exámenes que tienes en esa semana, las reuniones con tu jefe, etc. Por otro lado, la felicidad se consigue estando con los tuyos o haciendo lo que te gusta. En mi caso lo que me hace feliz es bailar, cuando bailo todos los problemas se olvidan, no te importa nada, es como si estuvieras en tu refugio, como si hay un bombardeo en la calle, tú ni te enteras ni te quieres enterar. Después, cuando bajas de esa especie de nube, te das cuenta de que ha pasado una hora y piensas que han pasado tres minutos de una hora.

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Ahora te toca hacerlo a ti, piensa en tu hobby favorito, en tu mejor amiga o amigo, en tu abuela o abuelo, tu madre tu padre…. ¡Da igual! lo importante es que te haga feliz. Al instante, y tal y como he dicho antes, una sonrisa se te dibujará en tu rostro automáticamente. Es una sensación reconfortante, ¿verdad? Pues ahora tu día no será igual, esa persona a la que normalmente hablas fatal porque no la soportas, hoy va a estar alucinando por lo bien que la has hablado. No es tan difícil sentirse bien con uno mismo, pero todavía quedan varios aspectos que trabajar, ya que ahora solo hemos trabajado una parte de la mente, pero los demás pasos son muy fáciles y van a servir para sentirte mejor. Yo no soy médico, ni psicóloga, pero no hay que ser catedrático para saber que necesitamos una mente sana y un cuerpo sano. Este va a ser un apartado un poco diferente, pero tiene que ver con la salud, no solo psicológica sino también mental. Yo hago baile desde los tres años, es el deporte que más me gusta de todos y no lo dejaría por nada, pero hacer un deporte no es solo ir y pasarlo bien, que, aunque también se trate de eso, hay más detalles. Lo que he dicho antes, EL ESFUERZO, yo es una cosa que valoro mucho en todos los aspectos. No es lo mismo una niña o niño que no tiene una técnica muy buena y le cuesta aprenderse los bailes pero va clase todos los días, pregunta la música a la profesora o al profesor para practicar en casa, que una niña que tiene una técnica perfecta y se aprende los bailes enseguida y con ir un día a la clase y llegar tarde, la sirve. Ser constante también es muy importante, eso se asemeja mucho al esfuerzo, esa mezcla de ser constante y esforzarse puede llegar muy lejos. Hacer el deporte que te gusta, que no te obliguen a hacer algo que no te gusta, haz el deporte que te guste pero lo importante es que hagas algo.

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Con todo esto puedes conseguir felicidad pero sin darte cuenta también estás haciendo deporte, aunque al principio no parezca tan fácil, esforzándote, siendo constante, haciendo lo que te gusta, y también, no rindiéndose nunca, lo acabarás consiguiendo. Aunque el camino tenga curvas, con todo eso puedes ser capaz de todo y más, solo tienes que creerlo. Yo, haciendo esto he conseguido muchas cosas, he conseguido examinarme de cuatro cursos de baile y aprobarlos todos, he conseguido ir a un Erasmus a Rumanía con cinco de mis compañeros de clase, y sacar buenas notas en todos los cursos de primaria y lo que llevamos de secundaria. Esto también me ha costado mi tiempo, he sacrificado algunas cosas pero no todo va a ser ganar, en algunas cosas también habré perdido, pero lo importante es mejorar, fijarte en los demás, aprender de ellos, y tener muchos valores como ser humilde. Con esto ya hemos conseguido un equilibrio mental y una parte del físico. Pero, como todos sabemos, hacer deporte no es suficiente para estar sano, también hay que tener una dieta variada, equilibrada y con sus debidas raciones. A veces puedes estar cansado de que te repitan todo el rato que hay que comer sano, equilibrado y con sus debidas raciones, pero es que es una cosa muy importante para nuestra salud ya que necesitamos suficientes fuerzas para superar nuestro día a día. Es muy importante que nos metamos en nuestra cabeza que porque no comamos no vamos a adelgazar, ni porque comamos un paquete de galletas o el bizcocho que te han hecho tus tíos vamos a engordar 3 kilos. Si crees que te sobra un poco de peso no busques en internet dietas para adelgazar porque muchas de ellas son falsas, ni batidos con ingredientes extraños, ni saltarse comidas, ni nada de eso funciona, lo que tienes que hacer es pedirles a tus padres que te apunten a algún deporte que te guste, o que te lleven a un nutricionista.

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No es tan difícil comer bien y sobre todo en España que nos caracterizamos por la dieta mediterránea que consiste en el consumo de alimentos frescos y naturales como el aceite de oliva, fruta, vegetales, legumbres, pescados…. evitando así los productos prefabricados y comidas congeladas. En resumen, todo lo que hay que comer para estar sano. Solo falta distribuir las raciones, beber dos litros de agua, unos pocos frutos secos, lácteos... es decir, un poco de todo. ¡Volvamos a lo que nos caracteriza! Es muy importante que nos metamos esas pequeñas cosas en la cabeza y evitaremos enfermedades como la anorexia y la obesidad. También, para hacerlo más fácil, se puede plantear un menú diario para toda la semana. Con una dieta variada, equilibrada, con sus debidas cantidades, hacer un poco de deporte todos los días, y lo último, pero no menos importante, mantener a tu mente feliz y ser feliz tú, conseguirás todo lo que propongas y mucho más.

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Fotografía de Rocío Cáliz Díez

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«SuperJoaquín», por Miguel Huidobro Diego

Hola, soy Joaquín y soy un superhéroe. Obviamente, mi nombre solo lo sabéis tú, mi asistente (Juan), mi padre, mi madre y mi hermano porque, como todos los superhéroes, tengo una identidad secreta. Mis superpoderes son la invisibilidad, la superfuerza y volar. Todo el mundo habla de los superhéroes diciendo cosas como: - ¡Cómo molaría ser superhéroe, salvas vidas y todo el mundo te quiere! Pero no es tan fácil. Imagínate tener que despertarte todos los días y tener que ir a no sé dónde porque Timmy se ha caído al pozo, porque un ladrón ha robado a una vieja o por cualquier otra cosa. También tienes que saber que para ser superhéroe necesitas estar cachas y tener la cabeza bien amueblada. Es muy cansado. Pero, por otro lado, luego te sientes bien después de ayudar. Por eso lo hago. Cuando no soy un superhéroe, trabajo en una fábrica. Hay tantos trabajadores que, si necesito salvar a alguien, salgo y nadie se da cuenta. En realidad, mi jefe me ha pillado un par de veces, pero no volverá a pasar. Bueno, a lo que iba, tengo una historia que me ocurrió hace muchos años, cuando empecé a ser conocido.

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Todo comenzó cuando me desperté aquella nublada mañana. - ¿Quién es? Ah, sí, hola, Juan. Mmmmh. OK, ahora voy para allá. Me puse el traje y salí volando. Tenía que ir a una parada de autobús, a salvar a un anciano que había tenido un ataque al corazón. Cuando llegué, había un barullo de personas alrededor. - ¿Dónde está el señor? – pregunté. La gente me hizo hueco para que yo pudiera llegar hasta el hombre, pero había algo en ese anciano… Me desperté. Estaba tirado en el suelo. - ¿Qué ha pasado? – grité yo. - Como tú te has desmayado, al hombre ya se lo han llevado al hospital. - me dijo una señora. Volví a casa, me quité el traje y fui al hospital. Estaba muy preocupado, igual le había pasado algo grave. El viaje se me hizo eterno, estaba muy agobiado. Llegué, y me dijeron que el paciente estaba muy mal. Me dejaron hacerle una visita. Al entrar en aquella habitación blanca, vi a toda mi familia sentada y llorando. También pude ver mejor el rostro del hombre. - Papá – dije yo con suavidad. Él no respondió. La pérdida de mi padre me inquietó tanto que dejé de ir al trabajo (mi jefe estaría cansado de mí). Me aislé del mundo encerrado en mi casa. Empecé a comer comida basura y a quedarme tirado en el sofá. Pasaba los días entre bocadillos de Nocilla, botellas de refrescos, paquetes de ganchitos y bollicaos. Cada vez tenía menos ganas de moverme. Llegué a reutilizar los vasos sucios para no fregar.

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Estuve varios días así, sin quitarme el pijama ni ducharme, hasta que un día puse la televisión (no la suelo ver mucho) y me quedé alucinado. - No se sabe por qué el famoso superhéroe no está haciendo nada respecto a las catástrofes que están ocurriendo estos últimos días. – decía la presentadora – Superhéroe, si escuchas esto, que sepas que te necesitamos. Yo no sabía qué catástrofes estaban ocurriendo, porque casi no me había comunicado con el exterior y no le estaba cogiendo el teléfono a Juan. Ese mismo día, salí a comprar el periódico para ver qué estaba sucediendo. Al ver la portada pude leer: El número de accidentes que han ocurrido estas últimas semanas ha sido muy elevado, porque el famoso superhéroe ya no está y la policía estaba acostumbrada a no hacer nada. Los accidentes de coche, los derrumbamientos y otras catástrofes están ocurriendo más veces de lo habitual. Solo con leer eso pensé: - No voy a chafarle la vida a la gente, tengo que seguir adelante. Y desde ese mismo día, me puse manos a la obra. Al probarme el traje no me entraba, así que tuve que entrenar duro y volver a la verdura y la fruta. En cuanto recuperé la forma, todo volvió a ser normal. Actualmente tengo 94 años y sigo sano y fuerte.

FIN.

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Ilustraciรณn de Miguel Huidobro Diego

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«Las dos caras de la moneda», por Siomara Salvarrey Abascal

La doctora Milagros Sánchez estaba en su consulta, cuando le llegó un WhatsApp de una prima que necesitaba consejo para su hijo, pues estaba llevando la cuarentena fatal. La doctora le dijo que se le había ocurrido una idea. Y le dijo si le parecía bien hacer una videollamada más tarde, cuando su hijo pudiera estar presente y así escuchar un cuento que le ayudaría. También le dijo que ella tenía un sobrino de la misma edad y que sabía que se conocían. Además, su sobrino lo estaba llevando bastante bien. A su prima le pareció una idea fantástica. Cuando la doctora Laura pudo llamar a su prima y su hijo, les dijo que escucharan atentamente, pues iba a contarles un cuento que decía así: Hace mucho tiempo había 2 chicos, uno que se llamaba Sergio y otro que se llamaba Jorge. Sergio siempre estaba preocupado de sí mismo, de su vida y de su propia felicidad. Solo quería celebrar grandes fiestas, ir de bares, hacer comilonas sin preocuparse por una dieta saludable, tener el último móvil,

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la tele más grande, el último videojuego, la ropa de marca, y además no era nada responsable ni ordenado. Sus “amigos” eran igual que él, pensaban como él, vestían como él, tenían las mismas aficiones y los mismos gustos. Mientras que Jorge era un chico ordenado, responsable, inteligente, amable y feliz. Siempre estaba preocupándose de cómo ayudar a los demás, su móvil era sencillo, compraba solo lo necesario, no le daba importancia a la marca de la ropa, vestía con ropa sencilla, práctica y cómoda. Le gustaba aprender y no dejaba de estudiar, a pesar de que le encantaba su trabajo. Su felicidad se basaba en cosas sencillas, como las manualidades y practicar deportes. Estos dos chicos eran compañeros de trabajo, pero eran las dos caras de una moneda, mientras que Sergio hacía lo justo y necesario para cobrar,

haciendo

el

vago

e

intentando

esquivar

trabajo

y

responsabilidades, Jorge era trabajador. Intentaba ayudar siempre a sus compañeros, además sus jefes y jefas estaban muy contentos con él. Sus ganas de ayudar no siempre estaban relacionadas con el trabajo, ayudaba a sus compañeros fuera de él. Si alguien tenía el coche en el taller, le acercaba a casa con su coche, si otro estaba de obras en casa y se tenía que ir a un hotel, Jorge le llevaba a casa y lo trataba a cuerpo de rey. Un día sus jefes avisaron que debían hacer un viaje de negocios y que la empresa cerraría unos días, así que les concedieron esos días de vacaciones. Cuando se fueron de viaje, Sergio y Jorge, sin saberlo, escogieron el mismo crucero. Un barco enorme y lujoso. Al tercer día de viaje, el barco fue sorprendido por una enorme tormenta, que hizo que el barco se hundiera. En el momento de abandonar el barco con los botes salvavidas, Sergio salió corriendo sin preocuparse de nadie más que él mismo, pero

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se resbaló y cayó de la cubierta al agua. Jorge ayudó hasta el final con la evacuación de los pasajeros, hasta el último instante, y como no pudo llegar a los botes se cayó al agua y se agarró a los restos que flotaban del barco a su alrededor. El barco naufragó en una zona de grandes corrientes y cada uno de ellos fue arrastrado en direcciones distintas. Cuando despertaron, cada uno se encontraba en una isla desierta, muy frecuentes en aquella zona. Se asustaron al darse cuenta de su situación. Jorge no esperó ni un minuto de brazos cruzados, se puso manos a la obra y empezó a buscar supervivientes o botes salvavidas, pero no encontró nada. Solo pequeños restos que habían llegado con él a la isla. Así que, como sabía que preocuparse por el problema no era la solución a los mismos, comenzó a buscar lo necesario para sobrevivir, porque no sabía cuánto estaría en esa isla. Buscó agua dulce, buscó alimentos, y materiales para construirse un refugio. Sergio, sin embargo, al despertarse y ver dónde estaba, el miedo y la preocupación le paralizaron. Solo podía pensar en el hambre, la sed, el calor, sin hacer nada para solucionarlo. Solo se lamentaba de las cosas que no tenía, como comida, crema solar, Coca-Cola. Y de las cosas que no podía hacer como jugar a la consola, comer comida basura, su favorita, estar con sus amigos, o ver la tele… Así pasaron los días. Jorge sobrevivía muy bien, con su esfuerzo y su ingenio, trepaba a los árboles por fruta, recogía agua y además se había fabricado un refugio resistente y acogedor. En la playa tenía una hoguera con madera para hacer señales por si aparecía un barco. Sergio estaba adelgazando alarmantemente y lo estaba pasando fatal. No se esforzaba lo más mínimo y las fuerzas le fallaban.

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Una mañana, el equipo de rescate llegó a la isla de Jorge gracias a la columna de humo de la hoguera que había encendido. Le dijeron que era el segundo rescatado, pues habían encontrado a otra persona en muy malas condiciones en una isla lejana. La doctora Milagros, al terminar esta historia, preguntó al hijo de su prima si había entendido la moraleja. Si tu mente está sana, es decir, que te sientes bien contigo mismo, tu cuerpo también lo estará. Si tu mente está sana, podrás hacer lo que te propongas, y si cuidas tu cuerpo te será más fácil. ― Mi sobrino está como tú, pero sabe que si se queda en casa, aunque no pueda hacer lo que quiera, sabe que está ayudando. En cambio, tú solo te estás preocupando de ti mismo. Busca maneras de deshacerte del aburrimiento y piensa que estás ayudando a las personas. Toma como ejemplo a los chicos de la historia y piensa quién de ellos tenía la mente sana y el cuerpo sano. Sobre la filosofía de vida, a quién de los dos se le puede aplicar la expresión “mens sana in corpore sano”.

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Ilustraciรณn de Siomara Salvarrey Abascal

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«Aprendiendo a quererme», por Noah Graña Ortiz

Hola, yo soy Emma, tengo 19 años y esto que os voy a contar ocurrió hace apenas dos años. Por aquel entonces, yo empezaba 2º de bachillerato en un nuevo instituto, y mi padre había muerto de un infarto hacía apenas unos meses. Desde principio de curso sentía que no encajaba con los demás compañeros de mi clase, que era un bicho raro al que nadie quería acercase; la verdad es que lo prefería porque no podía parar de ir a llorar al baño por la repentina muerte de mi padre. No era la primera vez que esto me pasaba, había estado en tres institutos diferentes, de los cuales me tuve que cambiar a causa del acoso escolar que sufría (pero no lograba comprender qué les había hecho yo para que me tratasen así). En ningunos de ellos llegué a sentirme cómoda, al contrario; no tenía amigos, me aislaba, estaba todo el tiempo sola... por ese motivo soy antisocial, prefiero estar sola que mal acompañada. Este nuevo curso no fue nada diferente a los demás, no conocía a nadie y pasaba los recreos enganchada a mi móvil. Pero un día, cambió mi vida por completo...

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Era un recreo normal, estaba ensimismada en mis pensamientos; lo único que cambió fue que, mirando las redes sociales, encontré fotos de chicas muy delgadas (en ese instante, para mí, eran perfectas). Esto me hizo pensar que mi aspecto tenía la culpa de que la gente de mi alrededor no se fijase en mí, “¿quizás soy demasiado gorda?” pensé. Ese pensamiento me estuvo rondando en la cabeza durante todo el día. Y en cuanto llegué a casa, comí, hice los deberes, me pesé en la báscula del baño y, desgraciadamente, me di cuenta de que había ganado algo de peso. Busqué información sobre como bajar esos kilos de más y alguna dieta baja en calorías (aunque me daba un poco de pereza hacer ejercicio o empezar alguna dieta). Encontré algo muchísimo mejor (o es lo que pensaba en aquel momento): podía bajar de peso sin hacer ningún tipo de ejercicio ni ninguna de esas dietas raras; podía comer como siempre, simplemente, debía provocarme el vómito después de cada comida. También debía ponerme ropa ancha para que mi madre no se preocupase por mí, ya que tenía suficiente con todo lo demás. Empecé esa misma noche, después de cenar me dirigí al baño para coger mi cepillo de dientes e intentar vomitar. Luego de eso me sentí muchísimo mejor, más aliviada; descubrí que era la única manera de olvidarme de todos mis problemas (de que apenas veía a mi madre porque ahora tenía que trabajar el doble para mantenernos, de que en el insti Marta me robaba dinero, de que Sofía me insultaba cada mañana a la hora de entrar...). Yo era totalmente consciente de que me estaba haciendo daño a mí misma, a mi propio cuerpo, pero era mi forma de escapar de mis penas y malos pensamientos. Pasé dos meses con esa rutina, después de cada comida; pero no aguantaba más así y tuve que cambiar de estrategia, buscar otra manera de bajar de peso, ya que de tanto devolver tenía la garganta muy irritada. Este tema de adelgazar se había convertido en algo personal, en una obsesión, no podía parar y tampoco quería.

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Decidí dejar de comer, al principio solo comía dos veces al día: el desayuno y la cena (ya que eran las dos únicas comidas en la que estaba mi madre, y no quería que sospechase nada). Luego pasé a solo comer dos manzanas al día, con eso me parecía suficiente, porque frente al espejo me veía muy gorda. Durante los siguientes cinco meses seguí mi dieta, y logré bajar de mis 46 kilos a los 37 kilos, a pesar de mis 17 años. De momento mi madre no se había parado a fijarse en mí, tenía muchas cosas en la cabeza; pero casi que mejor. Sé que yo, al principio, pensé que sería más popular en el instituto si bajaba de peso (pero no me explico cómo podía pensar así en unos momentos tan difíciles para mi madre y para mí). Aunque nada fue como me imaginaba, la verdad es que todo seguía igual en mi vida social, no había avanzado. Eso no me detuvo, mi objetivo era llegar a pesar 31 kilos o menos. En uno de esos días de mi dieta me desmayé, debido a que mi cuerpo no tenía fuerza porque yo comía muy poco. Mi madre se dio cuenta muy pronto de lo que estaba pasando, no le gustaba verme en ese estado, por eso me llevó a un hospital. Lo que había empezado como una pérdida de peso, acabó en anorexia y bulimia; sin embargo, yo las conocía por unos nombres diferentes: las solía llamar “Ana” y “Mía”. En el hospital me dieron una medicación, controlaban la comida que ingería, me recomendaron ir al psicólogo del hospital... Pude hacer la tarea online mientras estaba ingresada y graduarme el último día de curso. A pesar de que papá no estaba junto a nosotras, mi madre y yo decidimos pasar por esto juntas. Dejó de trabajar como secretaria, para empezar a trabajar como diseñadora de interiores (lo que ella había soñado y estudiado). Además, con su nuevo trabajo podría estar más en casa (lo cuál era mucho mejor), y así podíamos ir las dos al centro de rehabilitación al que me habían mandado ir.

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En el centro había muchas personas que habían sufrido o estaban sufriendo lo mismo que yo. Entre todas esas personas estaba Claudia, una chica de mi misma edad con la que hice muy buenas migas. Nos hicimos muy amigas (pero todavía no me acuerdo cómo), y nos dimos cuenta de que habíamos pasado por algo muy similar: a las dos nos hicieron bullying, y eso era lo que nos había llevado a esa situación (solo que ella tenía a su madre y su padre y no había llegado a provocarse el vómito como yo, ella tan solo dejó de comer). Además, ella y su familia nos ayudaron a mi madre y a mí a superar la muerte de mi padre. Nos conocimos y estuvimos todo el verano juntas. Nos lo pasamos genial, dentro de lo que cabe. Todos los días nos veíamos en el centro de rehabilitación. Decidimos hacernos las mejores amigas y nos prometimos que íbamos a estudiar en la misma universidad. Íbamos a estudiar en una escuela profesional de repostería en Buenos Aires (Argentina), ya que a las dos nos gusta cocinar postres, lo cual es un poco raro que nos guste cocinar, habiendo llegado a este punto tan extremo, pero nosotras somos así. Estuvimos un año (aproximadamente) en el centro de rehabilitación, recuperándonos. En cuanto terminamos nuestra terapia, decidimos convencer a nuestros padres (que también se habían hecho muy amigos), de que nos dejasen ir a estudiar a la escuela de Sudamérica. Y después de algunas semanas, aceptaron nuestra petición y se hizo realidad nuestro sueño. Ahora mismo estamos en el avión, llegando a Argentina, donde, en el aeropuerto, nos está esperando un chico de la residencia en la que nos vamos a alojar. Bueno, os dejo, que ya vamos a aterrizar.

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Ilustración de Noah Graña Ortiz

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«Timmoty y el coronavirus (COVID-19)», por I. I.

Érase una vez un niño que tenía coronavirus, más concretamente de llamaba Timmoty. Timmoty era el paciente cero, un día le dieron la grata noticia de que ya se podía ir y le dijo al doctor: ― ¡Qué ganas tengo de poder ver a mis amigos! Entonces el doctor le dijo: ― Te va a hacer gracia . Estamos en cuarentena y no vas a poder salir de casa. Espera, espera, que se me olvidó presentaros a sus amigos: Ángela: Una niña muy lista, de diez, alta, cariñosa y muy valiente. Anabel: baja y miedosa, pero con unas habilidades increíbles para resolver problemas. Javier: un niño nada miedoso, valiente y con unas habilidades increíbles para la escalada. Por último, pero no menos importante… Timmoty: alto, gracioso, valiente y muy listo para crear planes.

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Timmoty, cuando llegó a casa, se puso en contacto con sus amigos y les dijo que ya estaba bien, pero también que tenían que acabar con el virus. Entonces esperaron a que acabase la cuarentena. Y para combatirla cogieron: mascarillas, guantes y geles desinfectantes. Armados hasta los dientes, todos (pero todos) se reían de ellos, pero cuando llegó la hora de la verdad fueron ellos quienes derrotaron al virus. Y entonces, tras el discurso de Nochebuena, el rey Felipe VI les entregó la medalla a la valentía. En ese momento, todos lloraron de alegría y esa fue la historia de sus vidas. Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.

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«Yo quiero…», por Silvia Aja López

Hace tan solo unos poquitos años, Nora era tan solo una niña, tenía once años, jugaba con sus amigas, vivía con sus padres, iba a la escuela, realizaba sus deberes, etc., al igual que una niña cualquiera. Bueno, en realidad es lo que era, una niña cualquiera, como podrías ser tú o yo. Pero Nora tenía algo que se puede decir que la diferenciaba un poco del resto de sus amigas. Ella era muy caprichosa, y en ocasiones algo egoísta, si no tenía lo que quería se enfadaba, y si la dabas lo que quería, pedía más. Sus padres, ya algo desesperados, siempre le decían: “Nora, no puedes comer tantos dulces, vas a acabar enfermando” o: “Nora, no tenemos suficiente dinero para comprarte esa videoconsola”, pero Nora gritaba y gritaba hasta conseguir lo que quería, sin importarle los daños que podrían causar a su salud o el dinero que podrían gastar sus padres. En fin, así era Nora…, se pasaba todo el tiempo que podía comiendo dulces y jugando a videojuegos, y lo único que sabía decir era “YO QUIERO”. Un día, Nora estaba sola en casa. Aquel día, como sus padres no estaban, se pasó toda la tarde jugando a videojuegos, pero sobre todo comiendo dulces, ¡se comió muchísimos!, le dolían mucho la barriga y la cabeza y comenzó a llorar y llorar. Al cabo de un rato, salió a la calle a dar un paseo, pensó que tomar un poco el aire no la vendría mal.

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La niña decidió tomar un camino que no había visto nunca, el estrecho sendero estaba algo embarrado, pero aun así siguió caminando. Pronto se dio cuenta de que se había perdido, y como no estaba acostumbrada a hacer deporte, se encontraba muy cansada, aunque solo hubiese recorrido unos cuantos metros. A lo lejos vio algo que brillaba con un fuerte resplandor y decidió acercarse, ya que no tenía nada mejor que hacer. Pronto se dio cuenta de que era una joven, pero era muy extraña, tenía el pelo largo, unos enormes y preciosos ojos y un hermoso vestido. Nora quedó paralizada de lo que estaba viendo, la chica no parecía real, era de oro y sus pies no tocaban el suelo, estaba suspendida en el aire y no se movía. Nora, asustada y con poca confianza, decidió hablarla: ― Hola…, ¿quién eres? La joven respondió con una voz muy dulce: ― No tengas miedo, me llamo Gilda, mi nombre es inglés, en español significa “cubierta de oro”, ya que así es, soy de oro, nadie me fabricó ni nada de lo que debes estar pensando, yo nací así, mis padres nunca me quisieron, debido a mi extraña enfermedad, no puedo moverme y solo viviré cinco años más, pero tú eres muy afortunada, ya que si quisieras podrías tener una salud perfecta, pero si quieres yo podría concederte tres deseos. La niña aceptó con una bonita sonrisa y comenzó pidiendo el primer deseo: “Yo quiero muchos, muchos dulces” y Gilda asintió con una sonrisa. Nora, sin pensarlo dos veces, pidió el segundo deseo: “Yo quiero muchos, muchos videojuegos”, la joven asintió con la cabeza y dijo a la niña: ― El último deseo puedes guardarlo para cuando lo necesites, pero recuerda que debes usarlo antes de cinco años, sino no tendrá ningún efecto. La niña sonrió, se despidió y se dirigió hacia su casa, un poco preocupada porque no sabía muy bien el camino, pero no le costó mucho regresar.

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Entró en su habitación y vio que estaba llena de dulces y videojuegos que la durarían tres años. ¿Por qué tres años?, pues sí…, efectivamente, Nora enfermó y sus padres tuvieron que retirar todos los dulces y videojuegos de su habitación. Nora llevaba ya casi un año en el hospital, tenía un fuerte y complicado cáncer, ni siquiera estaban seguros de si iba a sobrevivir, esto ocurrió ya que la niña no había cuidado su salud en mucho tiempo, así que se dijo a sí misma que si después de aquello seguía viva, cuidaría mucho su salud y su cuerpo para que no volviera a ocurrir. Al cabo de un año, afortunadamente la niña se recuperó y comenzó a hacer ejercicio y a comer sano. Pasó casi otro año más, la niña (bueno, ya no tan niña) había olvidado durante todo este tiempo aquel deseo que aún conservaba, afortunadamente lo recordó a tiempo, así que decidió volver al sitio donde encontró a aquella chica, Gilda. No tardó mucho en encontrarla, ya que estaba en el mismo sitio de hacía casi cinco años, la joven estaba muy débil y tenía muy mala cara, no podía hablar y Nora recordó que ya la tendría que quedar poco tiempo para morir, ya que casi habían pasado cinco años. Nora pidió el último deseo y rápidamente dijo: ― Yo quiero que tu salud mejore y que puedas ser una chica como yo. Y así fue, Gilda mejoró a lo largo del tiempo, se convirtió en una chica normal y la familia de Nora la acogió.

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Ilustraciรณn de Silvia Aja Lรณpez

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«Escapar», por Carlota Sánchez Reventún

Coger mis auriculares, recogerme el pelo, y empezar a correr. Doblar la calle, cruzar la carretera, y atravesar el campo. Sentarme sobre la hierba, húmeda y acogedora. Observar el cielo y escuchar el zumbido de las abejas pasando a mi alrededor. Cerrar los ojos e imaginar, por un momento, que esto no es efímero, que, por una vez, durará. Eso es para mí la “mens sana”. Ser capaz de admirar la belleza que reside en la sencillez de las cosas; en su simpleza. En la risa de un recién nacido, en el beso de un padre en la frente de su hijo cada mañana antes de ir a trabajar, en el pelo cayendo sobre tus hombros después de un largo día recogido, o en la palabra nosotros. Tendemos a complicarnos tanto que se nos olvida cuán simple es vivir, cuán simple es disfrutar de un abrazo con ese amigo al que tanto tiempo extrañaste. A veces lo más simple no es lo más sencillo, y estamos acostumbramos a creer que lo complicado nos hará felices, porque nos sentimos atraídos por el caos. Ese sentimiento que nos hace asomarnos a un acantilado y no sentir el vértigo, que hace que creamos que necesitamos algo más, cuando en realidad no es así.

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Todo ese caos que creemos necesitar sólo sirve para alejarnos de lo que realmente ansiamos, y es que la mens sana está ahí, solo nos hace falta quitarnos la venda de los ojos para ser capaces de verla.

Fotografía de Carlota Sánchez Reventún

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«Mente sana en cuerpo sano», por Kuma

Desde “aquello” no volví a dormir, a soñar, a reír… cambié y ya no sabía si era yo o quién era… Antes de comenzar esta historia me presento. Soy Min Sooju, aunque la gente me conoce más por Suni. Como se puede ver en mi nombre, soy coreana, de tez blanca y ojos oscuros al igual que mi pelo. Me crie en Daegu, Corea del Sur, junto a mis padres. Siempre había sido una niña muy unida a mi familia, pero eso pronto se iba a acabar. La empresa de mi padre quebró, y tras ello un importante empresario la compró y demolió para construir un gran supermercado. Mi madre entró en depresión y un par de meses después le detectaron una extraña enfermedad poco conocida, que solo se podía tratar en Estados Unidos. Mi padre, con sus pocos ahorros que le quedaban, decidió que todos viajásemos junto a mamá para que no se sintiera sola durante el proceso. Pero desafortunadamente, esos ahorros que teníamos no llegaban para comprar los tres billetes. Él insistió en que fuese yo con ella, pero no podía dejarle solo. Últimamente estaba muy mal y no quería que sufriese más, así que, tras largas horas insistiéndole, le convencí de que la mejor persona que podía estar al lado de mamá en ese momento era él, y yo mientras me quedaría con un amigo suyo.

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El día de su viaje sentí una gran tristeza por tener que separarme de ellos. Después de despedirme de mis padres, me dirigí a casa de su amigo, la cual estaba a 30 minutos caminando. Al llegar, me presenté ante su mujer, Park Jisoo, una mujer bastante agradable. Necesitaba despejarme, por lo que decidí salir a dar una vuelta por la ciudad y cuando regresé a casa me encontré con la peor situación del mundo. ― No me creo que hayan muerto, ¿ahora cómo se lo decimos? ― dijo la mujer preocupada. ― No lo sé, pero debemos hacerlo cuanto antes― habló un señor de la edad de mi padre―, y decirle que fue un accidente, había muchas turbulencias y el motor falló… Y ahí fue cuando lo descubrí todo, ―mis padres…―, dije en un susurro inaudible. Salí corriendo de la casa dejando todo atrás. Corrí, grité, lloré… hasta llegar a un oscuro callejón en el que apenas se veía un par de hombres bajo la tenue luz de la luna llena. ― Pero mira a quién tenemos aquí― dijo uno de ellos dirigiéndose a mí. ― ¿Qué hace una chica tan hermosa como tú por aquí? ―dijo el otro acercándose con una mirada que daba mucho miedo e inseguridad. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo de allí dejando atrás a aquellos dos borrachos riéndose como locos. Seguí corriendo hasta llegar a otra calle oscura, no sabía dónde estaba, no conocía nada, creo que me había perdido. Me apoyé contra la pared y me deslicé suavemente ahogando mi llanto entre mis rodillas. De repente, el sonido de un motor se escuchó, asustada levanté rápidamente mi cabeza. Vi a dos hombres salir vestidos con trajes negros muy elegantes y gafas de sol del mismo color. Se dirigieron hacia mí y, sin decir una palabra, me llevaron a la fuerza hacia la furgoneta, de nada sirvió mi esfuerzo. En el camino me tuvieron que sujetar con una cuerda, ya que no me estaba quieta, y uno de ellos, el más pálido, ya cansado, levantó su mano y antes de poder pegarme, el otro le detuvo y dijo:

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―Recuerda que la queremos viva, o el jefe nos matará. El pálido, soltando un gruñido, bajó la mano y me miró de malas maneras. De repente, la furgoneta frenó en seco. Al salir de ella pude ver que estábamos completamente rodeados de árboles, a mi derecha, a mi izquierda… por todos lados. Estaba asustada, unos hombres me habían secuestrado sin darme ninguna explicación, ¿cómo no iba a estarlo? Caminamos bastante hasta llegar a una vieja y cutre cabaña, la cual estaba rodeada de personas con armas de aspecto poco fiable. Una vez dentro, entramos a una sala que parecía ser un despacho. Tenía un oxidado escritorio con una silla a ambos lados. Me forzaron a sentarme en una de ellas, mientras que en la otra se sentó un hombre que apareció de repente detrás de nosotros. ― Usted es Jeon Lalisa, ¿no? ―dijo el hombre con una mirada oscura. ― No. Perdone, ¿pero me puede decir qué hago aquí? ―pregunté. ― Jajaja ―soltó de repente una estruendosa carcajada―, no me haga reír, sé que es usted, Jeon Lalisa, 23 años, guapa, sin estudios… y cómo no, lo que más me interesa: casada con un mafioso. Cuando dijo eso último mi cara dio un cambio drástico. ― ¡¿Cómo!? Perdone, señor, pero no entiendo nada, todo lo que ha dicho anteriormente es falso ―dije algo confusa y asustada. ― ¿Se cree que soy tonto? ―me alzó la voz al igual que su mano― Pagará por lo que han hecho usted y su marido. En ese momento todo lo que estaba a mi alrededor desapareció tras el fuerte impacto que recibí en la cara de aquel señor. Desperté en una esquina de una habitación diminuta. Solo había un roñoso cubo y una tela vieja. Como pude, me levanté de allí e intenté abrir la puerta, pero como supuse, estaba cerrada.

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Me senté en el suelo a esperar, ¿a qué?, no lo sé… nadie sabía dónde estaba. Aunque me busquen no me encontrarán jamás… estaba acabada. Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose. Con temor miré y vi a un hombre de mediana edad que en cuanto me vio me agarró fuertemente del brazo y me arrastró por los oscuros pasillos hasta llegar a una sala. Una vez allí, me amarró a una silla brazos, piernas y cuello y se fue dejándome sola en aquella horrible sala, muerta de miedo. De la nada, al igual que la otra vez, apareció el mismo hombre que vi horas atrás, quien parecía ser el jefe y afirmaba que yo era Jeon Lalisa, pero esta vez traía una perturbadora sonrisa dibujada en la cara. ― Volvemos a vernos, ¿eh?, jeje ―amplió más su sonrisa―. Ahora, calladita, o si no será peor ―cogió en su mano una cuerda con pinchos en su parte inferior y… creo que ya podéis deducir lo que pasó. Tras largas luchas contra mis gritos no aguanté más, mis lágrimas salían a más no poder ahogando el tremendo dolor que hacía aquel metal duro en mí. Cesó, paró ese dolor, tiró el arma al suelo y me miró desafiante. ― ¿Crees que esto es todo? ―al no obtener respuesta siguió―. Pues déjame decirte que esto no ha hecho nada más que empezar. No creo que haga falta mencionar todas las armas e inventos que me tocó probar, cada uno más doloroso que el anterior. Me rendí ante semejante tortura, no podía más, cerré los ojos para no volverlos a abrir nunca más. ― Perdone, ¿está usted bien? ―se escuchaba a los lejos―. Señorita, ¿puede oírme? ―abrí poco a poco los ojos, pero una tremenda claridad me lo impedía. ― ¿Eees…toy vi…va? ―dije como pude con mi débil voz. ― No por mucho tiempo si sigue ahí, ¡está en medio de la carretera! ―respondió.

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De repente, un terrible sonido hizo que me exaltase. No pude ver nada, ya que mis ojos no aguantaron más, y se acabaron cerrando mientras escuchaba voces muy lejanas de personas que gritaban. Desperté algo aturdida, estaba en una cama con sábanas blancas al igual que las paredes y armarios ―¿el cielo?― pensé, no puede ser, ¿y todas estas máquinas? no entendía nada. De repente la puerta se abrió dejando ver a una joven mujer con bata y una enorme sonrisa. ―Soy Julia, tu doctora. ¿cómo te encuentras? ―preguntó amablemente. ―Algo cansada… ―apenas pude contestar. ―Vamos a hacerle unos análisis, pero pronto le daremos el alta. Ya llevaba varios días en aquel hospital y no podía quitarme de la cabeza todo lo ocurrido. De repente, Julia entró a la habitación más feliz de lo normal. ― Señorita Min, ya le hemos hecho todas las pruebas necesarias y le vamos a dar el alta ―iba a irse, pero antes se giró y me dijo:― ¿Sabe, Sooju? … espero que se recupere pronto ―y se fue. Esas palabras me dejaron algo pensativa… ¿que me recupere…? Pero si ya estaba sana y me iba a dar el alta, ¿no? Eso creía yo… Habían pasado semanas, meses, años y todavía seguía con ese miedo. ¿Quién era Lalisa? ¿Por qué me hicieron eso? ¿Volverán?... Voces en mi cabeza constantemente no me dejaban dormir, vivir, ni ser feliz… Entonces fue cuando descubrí que aquella doctora estaba en lo cierto. A pesar de que ya no tenía aquellas horribles cicatrices en mi cuerpo, tenía unas más grandes en mi interior que me impedían estar curada del todo.

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Fotografía “Mi cuerpo lo está…pero mi mente no”, por Kuma

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«Mi antídoto» (fragmento), por Lobo Blanco

[…] Este último párrafo se acerca mucho al presente. Este presente claustrofóbico en el que estamos encerrados entre cuatro paredes. Este presente que da miedo y que está afectando a la salud mental de mucha gente. Los adolescentes tenemos miedo y tenemos el horario roto, no nos podemos dormir hasta las tres de la mañana con lágrimas en los ojos y nos despertamos a la hora de comer. Mientras tanto nuestros profesores nos saturan con trabajos. ¿Para qué? No estamos aprendiendo nada y no tenemos ni tiempo para gestionar esas emociones que tenemos tan desordenadas. Pero claro, a ellos no les importa la ansiedad que tenemos, no les importa lo que pasa en nuestra mente, y nunca les importará. Y sí, yo también me siento así. Menos mal que, al menos, tengo mi antídoto al frívolo veneno de este virus, de esta situación y de este egoísmo hacia los estudiantes. No va a hacer que esos horribles sentimientos desaparezcan, pero es la única forma de gestionarlos. Le doy a “play” y se para el tiempo, un poco de calma, un poco de salud mental. La música siempre será mi vida.

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FotografĂ­a de Lobo Blanco

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«Salud en casa», por Marcos Huidobro Diego

Felipe es un universitario, está estudiando Derecho, y vive con sus dos compañeros de piso, Jorge y Daniel. Estudia Derecho todos los días, durante 14 horas al día. Y el resto del tiempo lo usa para ver la televisión, comer y dormir. Su horario es el siguiente: se levanta, se ducha, desayuna y se sienta a estudiar hasta la hora de comer, come, y vuelve a estudiar hasta la cena, cena, ve la televisión durante un rato y se va a la cama a dormir. Eso quiere decir que solo sale a la calle para ir a la universidad, para recoger el correo y para hacer la compra. Jorge y Daniel siempre le preguntaban que si quería ir con ellos a dar un paseo, al gimnasio, o a jugar al baloncesto, pero como la respuesta de Felipe era siempre negativa, dejaron de hacerlo. Pasaron las semanas, y Felipe engordó 10 kilos y sus compañeros se empezaron a preocupar. Le preguntaron si quería salir a la calle con ellos, pero él puso una excusa mal hecha y siguió trabajando. Felipe también comenzó a alargar el tiempo entre ducha y ducha, y comenzó a dejar de comer verdura y fruta.

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Cada vez se preocupaba menos por sí mismo, y como su peso y problemas aumentaban, la preocupación de sus amigos también, porque Felipe estaba dejando de preocuparse de hacer sus cosas y cada vez estaba más deprimido. Jorge y Daniel hablaron con él seriamente sobre esto, pero Felipe se enfadó y les dijo que no se metieran en su vida. Los días pasaban y la salud de Felipe decaía rápidamente. Así que un buen día sus padres aparecieron en su casa para hablar con él, y aunque intentó negar que se encontraba mal, rápidamente se desmoronó. Pidió perdón a sus amigos por ser tan borde con ellos, y también se disculpó a sus padres por preocuparles tanto. Felipe comenzó a ir al gimnasio a hacer deporte con sus compañeros, comenzó a cuidarse otra vez, y volvió a comer sano. No solo mejoro su salud física, sino que también se sintió mucho mejor mentalmente. Perdió peso de nuevo, sus estudios mejoraron, y sus relaciones sociales florecieron en ese momento. Gracias a sus compañeros de piso y a su familia su vida mejoró de nuevo. Hoy en día, Felipe es médico en un hospital de Madrid, y trata con personas que han dejado de cuidarse a sí mismas. Él les repite una frase que deban recordar: «Mens sana in corpore sano».

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«Piensa en ti», por Rosa Blue

Esta cuarentena nos está haciendo pensar mucho a todos. Pensamos de todo, pensamos en cómo llegamos a esta situación, pensamos en cómo y cuándo saldremos de ella, pensamos en nuestras situaciones sentimentales, en nuestras relaciones sociales y amorosas, pensamos en todas las vidas que nos está arrebatando esta epidemia, pero no pensamos en nuestra vida, no pensamos en nosotros mismos, ni en nuestra mente, ni en nuestro cuerpo, ni en nuestra esencia, en nosotros. Es verdad que durante el confinamiento, hay personas que han empezado a hacer ejercicio, una cosa muy buena para nuestra salud mental y física, otras que lo han dejado porque no tienen espacio en casa para realizarlo, por ejemplo, incluso hay personas que ni lo practicaban ni lo practican. A esas personas les diría que nunca es tarde para empezar. No importa que no tengas espacio en tu vivienda, porque al fin y al cabo eso es una excusa. Puedes hacer ejercicio en todas partes, lo importante es que tú quieras y te sientas cómodo haciéndolo. Con esto lo que quiero decir es que, bajo mi punto de vista, el deporte es vida. Te ayuda a estar mejor contigo mismo y con los demás, en algunas situaciones te ayuda a encontrarte a ti mismo, en otras a motivarte y entre otras muchas, hay veces que te ayuda a no pensar. No es que esté mal pensar, ni mucho menos, pero en esta situación, hay momentos en los que tenemos que desconectar, porque si no, nos vendremos abajo.

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Yo tengo la suerte de vivir en una casa grande, todas las mañanas cuando me levanto, escucho a los pájaros cantar y a los perros ladrar, a algunas personas esto les parecerá molesto, pero a mí me da vida. Más tarde, después de desayunar, vestirme y hacer tareas entre otras cosas, me gusta salir a la terraza, a respirar aire puro. Cuando estoy allí pienso en la situación que estamos viviendo, y la que va a venir cuando se acabe el confinamiento. También pienso en la gente, ¿cómo lo estarán pasando algunas familias durante este confinamiento?, pienso en mis amigos y las tremendas ganas que tengo de volver a verles. Pienso en mucha gente, pero volvemos a lo mismo… ¿Cuándo pensamos en nosotros? Probablemente, estarás pensando que pensar en ti mismo es egoísta, pero la verdad es que no lo es, es bueno para nosotros. Tienes que pensar en ti, para decidir lo que está mal y los que quieres cambiar, para observar tus defectos y tus virtudes, porque sí, todos tenemos defectos y virtudes, pero lo más importante es pensar en ti según tú. Es decir, lo que acabo de comentar sobre lo que te recomiendo pensar, son cosas que dependen la sociedad. Nadie te tiene que decir cuáles son tus defectos o cuáles tus virtudes, nadie te tiene que decir nada que dependa de comentarios o pensamientos subjetivos de otros. Tienes que pensar en ti tú y solo tú. Como decía antes, a mí, el hacer ejercicio me ayuda a desconectar, pero también me ayuda a estar bien conmigo. A otras personas les ayuda pintar, dibujar, leer, estudiar, investigar, probar cosas nuevas… os recomiendo que probéis muchas cosas siempre. Yo siempre he sido una persona que solo escuchaba un género de música, el pop, no me gustaba ninguno más, los odiaba. Durante esta cuarentena, he descubierto que me encanta el rap, el trap, el blues, el rock, y muchos géneros, he descubierto la música que me gusta, he descubierto una parte de mí. Simplemente, os pido que penséis un poco en vosotros, pero desde vuestro punto de vista, no desde el de otros. Si tenéis un cuerpo sano, tendréis una mente sana, pero siempre desde vuestra perspectiva.

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FotografĂ­a de Rosa Blue

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