


El mes de marzo recibió al pequeño Casimiro, un campurriano nacido en Matamorosa, Cantabria, y el último de diez hermanos. ¡Ni más ni menos!


Por eso, creció siendo un niño muy querido y arropado por su familia. Responsable, disciplinado, discreto y haciendo sentir a sus padres muy orgullosos de él.

Según iba creciendo, demostraba cada vez más su pasión por la pintura: pintaba las paredes, los suelos, las mesas…
—¡Quiero pintar! ¡Ahora! —gritaba.
—¡No es hora de pintar, Casimiro! ¡Es hora de comer! —contestaba su padre.

