La bruja Petronila

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Es 31 de octubre. Las doce en punto de la noche. Las brujas de la ciudad tienen su reunión anual en el cementerio. Hay luna llena y todo está en silencio, solo se escucha el ulular de los búhos.

Las brujas van llegando y van aparcando sus escobas como de costumbre, a la entrada del camposanto. Como es una noche especial, lucen sus mejores galas. Todas visten ropas negras y sombreros picudos también negros.

Petronila ya aparcó la suya; en vez de negra y gris como las demás, es morada y con un lacito amarillo. Y es que Petronila no es como las demás. A ella, desde pequeñita, le gusta vestirse de colores. Sus vestidos son como un arcoíris, sus zapatos siempre coordinados y, eso sí, nunca sale de casa sin una flor en su sombrero.

Mientras se preparan para que dé comienzo la fiesta, Petronila recuerda la primera vez que intentó asustar a alguien. Para ello urdió un plan completo. Asustaría a Susanita, la niña más protegida y miedosa de la ciudad. Lo haría al atardecer, mientras la niña se columpiaba sola en el jardín de su casa.

Apareció de repente ante ella con su escoba, y emitió un grito que hizo huir a todos los animales que se encontraban cerca. Con ese grito hubiera asustado a cualquiera, pero no a Susanita, que después de mirarla detenidamente le preguntó:

—¿Dónde has comprado ese vestido tan bonito?

Petronila se quedó atónita, sin palabras, sin poder responder. Entonces la niña, sin quitarle ojo, empezó a gritar de un modo ensordecedor:

—Mamá, papá, ¡yo quiero un vestido de colorines como ese! ¡Aahh! Y tal fue el grito, que Petronila cogió su escoba y se fue lo más rápido que pudo, porque eso sí que no había quien lo aguantara.

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