


Érase una vez, en las lúgubres cascaditas de un pequeño riachuelo, había un joven ornitorrinco pensativo que no entendía por qué nadie se interesaba por él.

Una calurosa y acogedora mañana se iluminó el pensamiento del chiquitín y decidió dejar atrás todos esos sentimientos negativos, negativos como su corazón, corazón herido por el viento, viento afín a palabras invisibles y dolorosas que nunca había entendido.



Un cinco de junio decidió emprender un nuevo viaje lleno de ilusión, dispuesto a cruzar las negras noches llenas de luz oscura y a conocer nuevos animales dispuestos a darle el cariño que necesitaba.
