¡Chsss!... ¿Oís ese ruido?

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«¡Tutú-tutú!», sonó la trompeta de Chej.

«¡Tín, tín, tín!», sonaron, envidiosos, los platillos de Salama.

«¡Fiu, fiu!», resopló la flauta de Rahaf.

—¡Esperad un momento!, falta el arpa de Shifa, ¿alguien sabe dónde la ha podido meter? —replicó Marouf refunfuñando.

Mientras todos los niños y las niñas, concentrados, buscaban el instrumento perdido, a la pequeña Shifa se le ocurrió que podría ser una buena idea pensar un nombre para la banda.

—Pero si ya todos y todas nos conocen como la banda de «ShahidBola» —indicó Marouf.

—Me refiero a un nombre que nos definiera, algo con lo que nos identificáramos —contestó Shifa.

—Así el público lo gritaría antes de cada concierto —añadió Rahaf.

—Mmm…, ¿«Los sonidos del desierto»? —propuso Salama, emocionado.

—Demasiado típico —contestaron los niños y las niñas.

—Podríamos llamarnos «La banda del Talha» —dijo Rahaf, emocionada.

El talha es el árbol simbólico del Sahara, y en él se escondían, de los potentes rayos del sol, las familias nómadas saharauis.

—Mi abuela me contó que con sus hojas podían prepararse infusiones para el dolor de estómago —contó Marouf.

—Mi padre contaba una leyenda en la que muchos poetas y poetisas se inspiraban en las diversas ramas del talha para escribir sus hermosas obras —añadió Salama.

—¿Os convence entonces? —preguntó Rahaf. En ese momento se escuchó un SÍ tan fuerte que hacía daño en los oídos.

—Por cierto, todo parecen buenas noticias, ¡acabo de encontrar mi arpa! —dijo Shifa mientras se sacudía la arena de su ropa.

—¿Qué te dije de ensayar fuera? —comentó, enfadada, Rahaf.

—Sí, sí, lo sé... Debemos tocar dentro para que nuestros instrumentos no se estropeen, pero me gusta imaginar que toco para todo el desierto mientras las cabras escuchan impactadas el sonido de mi música —replicó Shifa con un gran brillo en sus ojos.

—Venga, dejaos de tanta charla y preparémonos, ¿o acaso se os ha olvidado que esta noche damos nuestro gran concierto en Bojador?… —dijo Marouf con gran energía.

En ese momento sonó el claxon del coche que llevaría a los niños y a las niñas hasta el campamento.

Fueron saliendo hacia la puerta a medio preparar; Marouf no se había peinado, Rahaf aún iba descalza, Shifa, con el pijama puesto, y Salama comiéndose su plato de macarrones.

—¡Allá vamos! —dijeron los niños y niñas, fatigados de haber corrido tanto.

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