Abuelo

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ABUELO

Orlando Burgos Ilustrado por Lucía de la Torre

PREMIO CARMEN

LYRA DE LIT. INFANTIL, COSTA RICA

Jueves, 19 de junio de 1969

Abuelo, hoy es mi cumpleaños.

Cuando apagué las velas y recibí los regalos de los tíos, tú te dirigiste al armario. Sabía que traías algo y me alegré muchísimo al ver la carretilla que fabricaste para mí en el banco de carpintería. Algún día tendré tantas fuerzas como tú para trabajar. Siempre dices que los árboles son más fuertes cuando crecen y… ¿qué más? ¡Ah! Que los ríos son más poderosos cuando han recorrido mucho camino. He

visto que el río Virilla es un pequeño riachuelo aquí detrás de la finca, pero un día vi una fotografía de su paso por Heredia y ¡es tan grande! Los niños se bañan en sus pozas. Bueno… tal vez algún día yo también llegue a ser como el Virilla.

Son apenas nueve años. ¿Cuándo tuviste nueve años, Abuelo? Me respondiste que allá por los tiempos de Jonás y del paciente Job. Estabas tan contento cuando me regalaste la carretilla que lo adiviné en tus labios, porque los apretabas como cuando tienes ganas de reír. Yo también me sentía muy contento.

Viernes, 20 de junio de 1969

El martillo que me dio el tío me gusta mucho. Es pequeño y estoy haciendo

una casita para Copito. Los clavos entran muy lentamente cuando les doy en la cabeza, aunque preferiría usar unos más gruesos, como los que tú utilizaste para hacer el ordeñadero.

¿Cuándo tendré fuerzas para clavar esos grandes con tu martillo, Abuelo?

Sí, ya sé que para todo hay que tener paciencia en la vida, aunque no me gusta esa palabra.

Sábado, 21 de junio de 1969

Abuelo, te escribo estas líneas para regalártelas. No te rías, todo lo que te cuento te da risa, porque lo que quiero es hacer un librito como los que hay en el armario del cobertizo.

Si escribo todos los días, lo tendré, Abuelo. ¿Cuánto habrá tardado el se -

ñor Verne en escribir Veinte mil leguas de viaje submarino ? ¡Uf! ¿Como diez años, dices?

¡Puñeta! Me lo leíste en un mes. ¡Pobrecillo el señor Verne! Seguro que fue porque utilizó una pluma de ganso; con lápiz es más fácil, o con la máquina Remington que te regaló el bisabuelo para los tiempos de la Gran Guerra. ¡Qué rápido escribes con dos dedos! Yo lo hago con todos, pero muy despacio. En la revista Selecciones de 1941 que hay en el armario se ve una máquina mejor, ¡y la muchacha rubia que está escribiendo, dice el tío que es muy bonita! Si escribo todos los días, terminaré el libro; y yo quiero, cuando sea viejo como tú, recordar este tiempo y leerte sobre él por las tardes, después de que vengamos del trabajo, Abuelo.

Domingo, 22 de junio de 1969

¡Me despertaste! Sabes lo que me gusta levantarme un domingo por la mañana, pasarme a tu cama y escuchar música ranchera mexicana en la radio. ¡Y aún es más lindo cuando llueve!

¡Noo, Abuelo! A mí no me gusta cómo canta Pedro Vargas; prefiero a Miguel Aceves Mejía.

Si sigue lloviendo como hasta ahora, no podremos ir a misa.

No me confieso, a pesar de que la tía diga que me va a mandar todo el día a apilar leña en el cobertizo, y que el Pisuicas me llevará al fuego eterno. El padre Conall me regañó el otro día al contarle lo del gato. ¿Te acuerdas? El gato no se quitaba del fogón, ¡qué pecado! Entonces, le eché una olla con agua para ale-

jarlo, y como era tan pequeño no paró de temblar. Al día siguiente, amaneció enfermo. ¡La reprimenda que me dio la tía! Y me puso a rezar como diez padrenuestros que se me trabaron; pero lo bueno es que Tatica Dios no me castigó porque Él sabe que fue sin querer.

¡Esta canción sí me gusta, ¡Abuelo!, la de Ramiro Sierra. Me recuerda a los vaqueros del viejo Oeste: «La nieve estaba cayendooo, los pinos se congelabaaan en el risco del magroñooo, unas armas apuntabaaan… Solo las plumas de nieve, aquellas miras nublaban…».

Cuando sea mayor seré vaquero, un justiciero. Me iré al viejo Oeste o al norte de Chihuahua, luchando por la justicia.

No, no, Abuelo, no me digas que deje de hablar tonter í as y que me vaya para misa.

Está bien, está bien, como digas, es un deber ir a la iglesia; dices que si Tatica Dios siempre se acuerda de nosotros, nosotros nunca debemos olvidarle.

Yo no me olvido nunca de Tatica Dios, Abuelo, pero me gusta escuchar contigo la música ranchera los domingos al levantarme. (La tía dice que canto requetehorrible. Cuando venga de la iglesia seguiré cantando).

Lunes, 23 de junio de 1969

¡Oh , no! Mira, esto es lo que me molesta: la tía quiere que siempre, apenas esté amaneciendo, sea el primero en bañarme para ir a la escuela. ¿Por qué me dices que vaya rapidito? Son las cinco y media y tiemblo de frío. Y no, no soy lo fuerte que quieres que

sea; tampoco sé si entrar al baño con este frío me servirá para enfrentar los problemas de la vida; lo que sí sé es que me voy a resfriar y tendré muchos mocos.

Martes, 24 de junio de 1969

«Reza, reza… », me dices cuando te levantas por las mañanas. Te escucho siempre hablando con Tatica. ¿Sabes? Siempre rezo cuando lo veo en ese cuadro acostadito, junto a su escalera por donde baja del cielo a visitarnos y su… ¿cómo se dice, Abuelo? Eso, su báculo, con el que manda y vigila el mundo. Lo quiero mucho, pero a veces me asusto porque no sé si seré bueno o malo. Sin embargo, siempre me protege, y si está muy ocupado, lo hace el ángel

En las páginas de su diario, un niño nos sumerge en la vida apacible en los campos, donde la figura de su Abuelo se alza como un pilar fundamental. A través de pequeños detalles cotidianos, el protagonista desentraña las grandes preguntas que han inquietado a la humanidad: la profunda conexión con la naturaleza, el valor del trabajo y el sentido mismo de la vida.

Este diario es un reflejo íntimo de la existencia libre, de sus acciones, ideas y creencias que lo moldean, expresando sin tapujos su valentía y sus temores. Se percibe el gusto por hacer las cosas y el deseo de conocer el mundo a través de las aventuras de sus autores preferidos. En su universo interior, la vida real y la maravillosa se entrelazan en una experiencia única e irrepetible, una que todos poseemos a nuestra manera.

Valores Implícitos

Esta obra celebra la vida sencilla y honesta, mostrando cómo la conexión íntima con la naturaleza permite al ser humano sentirse una parte intrínseca de ella. A lo largo de sus páginas, se inculca el respeto mutuo por todo lo que nos rodea, junto a un profundo amor por el trabajo bien hecho. Además, el libro enaltece la curiosidad innata como una ventana inagotable hacia el conocimiento del mundo y el autodescubrimiento.

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