María Florencia Cammajó
Ilustraciones de Anahí Echeverría

Me llamo Bruno y nací en una familia de dragones.
Siempre debí tener mucho cuidado, porque si hablaba o hacía algo que a mis papás no les gustaba…, «¡PUM!».

—¿Escuché bien, Bruno? ¿Cómo dijiste? ¡Ven para acá, ahora! —me decía mi padre, muy enfadado.
Se podían enojar. Y cuando se enojaban, empezaban a volar por la cueva rompiendo todo a su paso. ¡Y a escupir fuego!
—¡Cuidado, mi historieta! —alcancé a gritarle a papá. Pero llegué demasiado tarde. Escupió tan rápido y con tanta fuerza que el fuego había consumido mi historieta preferida.
Sacudían las alas y las enormes colas rojas, que eran tan largas que llegaban a alcanzarme.
¡Ay! ¡Eso sí que dolía!

Como podía, corría hacia la cama a esconderme debajo de las sábanas, y si el dolor no me dejaba dormir, me abrazaba llorando a mi pelota de trapo.
«Algún día voy a poder irme de aquí», pensaba. No me acostumbraba a vivir entre dragones.

Otras veces sentía que el cuerpo y los ojos se me ponían calientes, tan calientes como bolas de fuego, y quería gritar «¡Basta, no peleen más!».
Pero ahí mismo empezaba a sentir un nudo en la garganta porque no me salían las palabras. Es muy difícil enfrentar a los dragones.

Un día golpearon la puerta. Desde la ventana, reconocí a un señor que siempre venía a casa. Pero esta vez lo acompañaban dos policías.
—¡Ya te dije que no volvieras nunca más! —dijo mi padre.
—¡Nadie va a entrar a mi casa! —agregó mi madre.
Mis papás empezaron a gritar y a lanzar llamaradas, pero ellos no se fueron.



