¿Sabes por qué estás aquí?
La Lobita Solitaria

U n joven como yo bien merece un buen divertimento tras una agotadora semana de trabajo. ¡¡¡Qué despistado soy, qué mala educación parece que he recibido, cuando de ninguna manera ha sido así!!! Me presento, me llamo Marcus Fox, tengo cuarenta años, soy licenciado en medicina, aunque elegí la especialidad de medicina forense, siguiendo la estela de mi difunto padre. Durante toda mi vida he residido en Kenosha (Wisconsin), y la verdad es que no cambio ningún lugar como el de mi nacimiento. Kenosha es una ciudad que no llega a los cien mil habitantes, es muy industrial, en tiempos pretéritos solía haber mu-
chos accidentes, algunos fatídicos y letales, y es aquí donde intervenía mi padre, recabando información sobre las causas del fallecimiento, mientras sus auxiliares adecentaban al finado. Pues bien, hace dos años me hice cargo de la Funeraria Fox, pero obviamente tengo ayuda. Una recepcionista, Xandra, sí, con x, le gusta distinguirse con mucho orgullo, y Leo, un joven al que le veo maneras de ser un posible sucesor en el negocio, es auxiliar en el turno de noche, mientras por las mañanas va a la universidad de medicina. Los tres nos compenetramos a la perfección, y puedo decir que formamos un gran equipo.
Hoy es viernes, y por tanto he salido a divertirme con mis amigos, los conozco de toda la vida, y también, por qué no, he flirteado, uno aún está en edad de merecer, así que todo salió a la perfección durante mi noche de viernes. Aunque he dejado a Leo en la funeraria a cargo de todo, no he querido llegar tarde a casa, por eso, a las dos de la mañana me he despedido de mis amigos. La noche no era especialmente fría, pero he querido aligerar el paso hasta llegar al coche. Sin embargo, mientras abría la puerta, solo pude percatarme de que una inmensa oscuridad se abatió sobre mí, sin poder hacer nada al respecto o defensa alguna hacia mi persona.
¿Sabes por qué estás aquí?
Intento abrir los ojos, pero el dolor de cabeza es tremendo e insoportable. Poco a poco los párpados van cumpliendo su función, pero el fulgor de una luz impide que los abra totalmente. Abro el derecho con esfuerzo y ¡¡maldita sea, es un flexo en el techo que cuelga y está a tope!!, menuda gracia, entre la cabeza y la molesta luz no soy capaz de moverme. Hablando de movimiento, no puedo hacerlo, algo me está impidiendo que mueva las extremidades. Levanto un poco mi dolorida nuca y observo con horror que mis dos piernas están sujetas por dos cadenas gruesas de hierro. ¡¡¡Dios, cómo molesta esa luz, si la bajaran un poco… por favor, que alguien me diga qué estoy haciendo aquí!!! Por intuición, miro mis brazos, y… joder, les pasa lo mismo que mis piernas, ambos están sujetos por las mismas cadenas de hierro, que impiden el normal movimiento, y espera, abriendo el otro ojo, noto en mi piel unos electrodos en el pecho, hombros y los músculos de las piernas. No entiendo nada, mi desesperación es absoluta, empiezo a protestar, a gritar, a sacudir las cadenas que me impiden la libertad, pero por más que me desgañito, nada sucede, al contrario, me doy cuenta enseguida que… nadie acude en
mi ayuda. Estoy solo, y con quien me está haciendo pasar el peor fin de semana de mi vida. Decido tranquilizarme, sé que la adrenalina desemboca después en un cansancio extremo, y debo mantenerme sereno, o al menos intentarlo. Calibro la situación, no estoy en una cama, tampoco en el mismo suelo, giro la cabeza a ambos lados, y veo que me encuentro en lo que parece un… ¡¡¡no puede ser, es una maldita broma, ¿verdad?!!!, ¡¡un féretro transparente!!, donde salían las asas, ahora están las malditas cadenas. ¡¡¡Jesús, ¿qué está pasando aquí, quién demonios me ha traído al espantoso lugar en el que me encuentro?!!! Comienzo a llorar, a volver a suplicar, a insultar por momentos, pero solo consigo quedarme dormido, extenuado.
Empiezo a ser consciente de la situación. Más me vale, razonando y a fuerza de ser sincero, cuanto más me desgañite, grite y patalee, peor será para mí, aunque por momentos me rebele, soy médico, pero también humano. Mientras me encontraba interiorizando y asumiendo mi situación, de repente un ruido me llamó la atención. Por fin, pensé, este individuo o quienes me hayan retenido aquí, se pondrán en contacto conmigo.
¿Sabes por qué estás aquí?
Una voz metálica y distorsionada, de manera alta y clara se dirigió a mí… iniciamos bien el día, sin poder deducir de quién se trata o qué demonios quiere.
«Hola, escoria —me dijo—, llevo observándote desde que te he traído a tu nuevo… aposento, llamémoslo así, y debo decir que eres penoso. Sí, tanta carrera, vida prometedora y alardes en tu vida diaria y, sin embargo, actúas como un ratón asustado. Mira, vas a estar aquí una larga temporada o no, dependiendo de tu colaboración. No has sido buena persona, Marcus, y has de decirme quién soy y el por qué estás aquí. En cuanto me respondas a dichas preguntas, te dejaré salir a que sigas disfrutando de tu idílica vida burguesa. ¿Eh, qué me dices? Mientras te encontrabas en los brazos de Morfeo, te he dejado un par de elementos, para que vayas haciéndote la idea de la estancia que te espera. Verás, son dos botellas de agua de dos litros. Una está llena y la otra no. La primera es para que te hidrates y la segunda es para que hagas ahí tus necesidades más perentorias. Te aconsejo que dosifiques bien la botella de agua, cada domingo te la cambiaré. En cuanto a la otra, te digo lo mismo, tú sabrás para qué la utilizas, no habrá salidas a ningún tipo de baño, así que tendrás que gestionar y educar tu intestino. Así es la vida que tendrás a partir de ahora. Marcus, todo finalizará si me
respondes sobre todo a la segunda pregunta, te la repito por si tienes lagunas: ¿Sabes por qué estás aquí? Escucha, hijo de papá, tengo que salir, pero confío en que des respuesta a mis preguntas en cuanto vuelva, porque si no, vas a pasarlo muy, muy mal».
Ante la declamación de mi secuestrador, me quedé mudo. No pude tragar ni saliva, las palabras se me quedaron en lo más profundo de mi garganta, y una agonía emergió en mí en forma de preguntas, del estilo: ¿Voy a estar aquí mucho tiempo si no respondo a sus preguntas? ¿Cómo narices voy a saber quién es, si distorsiona su voz? ¿Qué voy a saber por qué estoy aquí?, y lo más importante, ¿quién es mi interlocutor, en qué momento de mi vida tuve contacto con él? Mientras me hacía eco en mi interior de todas estas dudas, con mi brazo derecho palpé la botella llena de agua, y aún con dificultad motivada por las cadenas, pude dar unos sorbos de agua. Despacio, Marcus, dosifica, este tarado te dará agua de siete en siete días, sé más listo que él. Con mi brazo izquierdo, toqué la botella vacía. Je, qué gracioso, «ya sabré para qué la utilizo», el muy patán encima me habla con sorna, mientras sigo pensando, analizando, tratando que la desesperación no me llegue a un límite total. ¡¡Jesús, espero que Xandra ya diera parte de mi desaparición, ya debe estar la Policía de Kenos-
¿Sabes por qué estás aquí?
ha buscándome!! Muevo algo las piernas, lo que me dejan las dichosas cadenas, temo atrofiarme, perder la movilidad y Dios sabe cuántas cosas más. Piensa, Marcus, piensa, por lo que más quieras, ¿quién es este maldito, dónde lo conociste?
La sacudida fue enorme. No la vi venir. Mi cuerpo se arqueó como nunca lo había hecho y mis extremidades se tensaron tanto que creí que se me iban a descoyuntar. ¡¡Maldito tipejo!!, me ha despertado con corriente eléctrica, ha sido una sensación espantosa, la peor que he tenido en mi vida. A continuación, tras este castigo infligido, y aún respirando sin resuello, la voz distorsionada se dirigió a mí con sorna y de una mala educación que algún día se lo haría pagar, como Marcus Fox que me llamo, este individuo se va a acordar de mí.
«Veo que los electrodos funcionan de maravilla, Marcus, ha sido un despertar algo movido, pero confío en que te acostumbres, porque si no obtengo las respuestas correctas, no será la única vez que tu cuerpo se ponga rígido como una tabla. No intentes quitártelos, no podrás, y si lo intentaras, ahí estaré yo para recordarte lo que no debes hacer… como acabas de comprobar.
Has sido malo, Marcus, pero no te preocupes, vas a tener días y horas para reflexionar y pensar en qué has fallado. Cuando esa cabecita de sabelotodo y aparente buen gestor de empresa dé con la clave, te dejaré ir, lo juro. Solo quiero la verdad, así que te vuelvo a recordar la preguntita que espero ronde ya en tu maltrecho cerebro. ¿Sabes ya por qué estás aquí? Quiero que seas tú, Marcus, quien me aporte la respuesta. Ahí te dejo, escoria, volveré más tarde y nos relajaremos en una apacible charla o… no. ¿Hace, Marcus?».
Este tío está mal de la chaveta, lo digo desde el principio y lo sigo manteniendo. Grito con todas mis fuerzas para que me deje salir, me desgañito hasta que mis pulmones parece que se salen de su cavidad, pero solo oigo risas, carcajadas de ese animal que me tiene aquí encerrado, atado con cadenas y torturado, y pretende que después hablemos «relajadamente». Pues lo lleva claro. Giro a mi derecha y bebo un gran sorbo de agua. Despacio, Marcus, despacio. Este tipo no me dará mi nueva botella hasta… ¡¡¡Jesús!!!, pierdo la noción del tiempo, y eso es peligroso, he leído en un manual que la pérdida del paso del tiempo convierte a uno en un animal, así que mantendré la cordura ante mi secuestrador. Miro hacia mi izquierda, allí está la botella para mis necesidades más íntimas, que pensándolo bien, de-
¿Sabes por qué estás aquí?
jan de serlo si ÉL está mirando. He hecho uso de ella, pero debo aprender que cuanto más beba, más tendré que recurrir a ella. Les voy a poner hasta nombre. Sí, las llamaré Thelma y Louise, ¡¡Ja!!, menuda ocurrencia, Marcus, lo malo es que no estás en una película, pero sí la vida horrorosa en directo, en manos de un psicópata con intenciones perversas, y una maldita luz que jamás se apaga. Me tranquilizo, pongo a «Thelma» a mi izquierda y a «Louise» en el costado inverso y cierro los ojos, intentando huir mentalmente de mi dramática situación, esperando que me rescaten pronto, porque… me estarán buscando, ¿verdad? Respondiéndome a mí mismo, siendo positivo y optimista, no puedo evitar que se deslice una lágrima por mi cara.
MARTES
No vino. El tarado que me tiene aquí amargado, no regresó. Si pretende asustarme con esas argucias de estrés al límite, lo está consiguiendo. El maldito sabe que, si a él le pasa algo, yo estoy perdido. Olvidado. Atado a estas cadenas, sin saber dónde estoy, desorientado como empiezo a estar, hambriento como saben mis tripas y muy limitado por muchas razones, más le vale que solo
esté jugando conmigo, porque si no, Marcus, mal te veo, colega. Me empieza a picar la espalda. Mal asunto.
Solo puedo restregarme y esperar que pase el escozor. Mientras no dejo de pensar, de darle al coco, diciéndome: Piensa, Marcus, piensa, algún familiar descontento de algún cliente que hayas tenido, una mala mirada, un comentario equivocado, un desacuerdo en las tarifas.
¡¡Algo, maldita sea!! En algún momento, por breve que fuera, has tenido que encontrarte con el enemigo que aquí te tiene atado, dolido, hambriento. Aaaah, si fuera
Xandra, seguro que habría dado con él, es una chica lista y parece una agenda andante, pero ni ella está aquí, ni yo puedo recurrir a mi querida empleada. Tomo un poco de agua, sigo con mi particular racionamiento, bebiendo lo indispensable, para no miccionar con tanta frecuencia.
¡¡Pero es tan difícil!! Cuando vuelva, porque confío que regrese, le diré que baje el nivel del flexo en el techo, me tiene frito, sudo constantemente y no ceso de entrecerrar los ojos, por pura supervivencia física y mental, aunque forma parte de esta tortura. ¡¡Aaaaay, Marcus, en menudo lío te has metido, je, y sin saber el quién y el porqué te tiene aquí!! Vuelvo a restregarme, sin dejar de tragar saliva, y conteniéndome las ganas de seguir bebiendo agua.
La sacudida fue todavía más fuerte que la de hace unos días. Intensa, vibrante, dolorosa y molesta, su-
¿Sabes por qué estás aquí?
mamente molesta. Creí que mi cuerpo se rompía al tensarme de manera grotesca, mis dedos se convertían en garras, mis piernas parecían cuerdas de violín del dolor que padecía. Lo peor era la boca. La mandíbula se estiraba hasta el absurdo, mis dientes rechinaban, parecían que estaban en constante movimiento, y la lengua, oh, la lengua, qué esfuerzos hago para no morderla. Cuando me «despierta» de tal guisa, sé qué está ahí, disfrutando, sediento como yo, pero por otros motivos, esperando para darle alguna satisfacción. Pues lo lleva claro, no conoce a Marcus Fox, su valentía y espíritu de supervivencia. A ver por dónde sale ahora, estaré atento…
«Bueno, Marcus, ya es hora de despejarse, ¿no crees? Sé que crees que te he dejado abandonado, pero no ha sido así. Ayer estuve ocupado, aunque creo que no tenías intención de ir a ningún lado, jajajaja, me tomé la jornada para observar a quienes te rodean, y su reacción ante tu prolongada ausencia. Verás, quiero que sepas que el mundo sigue sin ti. He acudido a tu trabajo, y esa chica tan mona y diligente que tienes en recepción, cree que te has tomado unas vacaciones. Sí, le dije que era amigo tuyo, que estabas pasando unos días en mi casa, querías desconectar del mundanal ruido de vivos y muertos,
así que ha decidido no interponer esa denuncia por desaparición, cosa que a mí me ha venido de perlas, me da cierto margen, y a ti una lógica intranquilidad.
¡
¡ Pobre Marcus, sin familia a la vista y empleados a lo suyo!! Muy correcto también el otro colega tuyo, amable y discreto, espera qué lo estés pasando bien, porque, ¿lo estás pasando de cine, verdad Marcus?, y me transmite que no te preocupes, que goces todo lo que desees, que te relajes, porque él se encargará de todo. Ya ves, Marcus, te tengo para mí todo el tiempo que quiera, hablaremos largo y tendido del porqué te encuentras aquí, ardiendo en deseos que me respondas a mi pregunta original, ¿sabes por qué estás aquí? ».
Ante toda la parrafada que tuve que digerir, solo pude gemir y dolerme en lo más hondo de mi ser. El tarado había acudido a mi trabajo, engañando a mis empleados y cercenando toda posibilidad de ser buscado. Nadie me encontraría, Xandra seguiría con su trabajo administrativo y Leo recibiendo y adecentando a nuestros clientes, de cara a su destino final. ¡ ¡ Jesús, desde mi garganta, dándome toda la fuerza del mundo las cuerdas vocales, solamente pude decirle, saliéndome del alma:
«¡¡¡ Eres un hijo de putaaaaaaaaaaa!!! ».
¿Sabes por qué estás aquí?
« Marcus, Marcus, has sido un mal chico. Ayer no me gustó c ó mo me llamaste. Sé que puedes estar incómodo, iracundo, a veces triste, pero te aseguro que todo terminará en cuanto me digas lo que quiero saber. Verás, Marcus, nadie más que yo quiere que esta situación acabe de una vez, de verdad, quiero que sigas con tu fabulosa vida, tu trabajo tan rentable y, sobre todo, olvidarte, porque la escoria como tú no me satisface, así que pido por enésima vez que te comportes, seas educado conmigo, y yo realizaré lo propio contigo. Para que veas mis buenas intenciones, desde que eres mi huésped, he notado que tienes las uñas de los pies muy largas, y eso, querido Marcus, es muy incómodo, o sea, que vamos a arreglar esta pequeña incidencia. No te preocupes, no pongas esa cara de pasmo, de un horror indescriptible… bueno, o no tanto, al menos, solo quiero que estés cómodo en mi presencia. Verás c ó mo te alivio » .
¿Cortarme las uñas?, este tío está más majara de lo que creía. Desde mi posición, solo pude ver cómo una sombra se acercaba, con una capucha que le tapaba todo
Marcus, un joven emprendedor en la industria funeraria, es incapaz de entender la situación en la que se ve abocado, cuando es secuestrado por faltar a la verdad, en un momento de su vida.
La verdad, ese concepto tan poco conocido e infravalorado.