

Érase una vez un joven agricultor que regresaba de la guerra en busca de un lugar en el que comenzar de nuevo.
Cansado de luchar, solo quería vivir en soledad y tranquilidad.
El azar hizo que se encontrara con un pequeño pueblo oscense, a orillas del río Aragón
Subordán y a la sombra del monte Mon.
Agotado de peregrinar sin rumbo, decidió descansar allí para recuperar fuerzas.
Pero las acogedoras calles y la vieja iglesia del pueblo le invitaron a quedarse unos días más.
Paseando por el valle, descubrió un campo en venta, de fértiles tierras de color marrón oscuro.
Observó que era lo suficientemente pequeño para cultivarlo él solo y lo suficientemente grande para poder ganar dinero.
Ilusionado por la oportunidad, decidió quedarse en ese bonito lugar.
Y por fin sintió que había encontrado donde vivir en paz.

El agricultor hizo amistad con las personas del pueblo y pidió un préstamo para comprarse la porción de tierra que había encontrado.
Con el dinero sobrante, compró también una bonita mula de pelaje azul como un día de verano.
El animal, mezcla de burro y yegua, era fuerte y vigoroso, y siempre estaba dispuesto a trabajar.
Con la ayuda de su mula, el agricultor lograría cosechar mejor, podría vender más cultivos y devolver el préstamo antes.
El agricultor calzó a la mula con duras herraduras de metal y le consiguió un viejo apero de labranza.
Desde entonces, nuestro amigo agricultor la peinaba con esmero y la alimentaba abundantemente.
Algunos días también le daba zanahorias como premio para tenerla contenta por su duro esfuerzo.
Tras cuidar a su mula, todas las mañanas el joven agricultor emprendía su camino hacia el campo que trabajaba.
Y siempre se detenía a sentarse en la misma piedra para coger fuerzas comiendo su almuerzo.


La enorme roca gris marcaba los límites del pueblo donde ahora vivía el agricultor, junto a un cruce de caminos.
Durante años, la piedra se había mantenido en el mismo sitio, sin preocuparse de los problemas de las personas que la rodeaban.
El agricultor, educadamente, le pedía permiso todos los días a la roca antes de sentarse sobre ella.
—Puedes hacer lo que quieras —le respondía la piedra—, a mí me da igual.
El agricultor, una vez sentado, almorzaba contemplando las hermosas vistas del valle.
Desde allí podía ver el río y las ruinas de un convento, abandonado años después de sufrir un incendio provocado por el ejército invasor francés.
La vida del agricultor era dura y solitaria; sin embargo, se sentía feliz por primera vez desde hacía muchos años.
Hasta que todo cambió para él.
Un día, cuando llegó hasta la roca, descubrió que una jovencísima víbora del Pirineo estaba tomando el sol sobre ella.
Un lugar soñado, una compañía
inesperada y una elección que lo cambiará todo. Una fábula sobre el respeto, la convivencia y el miedo a lo desconocido.
El equilibrio de morfeo
ISBN 979-13-87982-25-6
