Lo que Babel no se llevó Nº2 - Miradas (Parte 2)

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E LO QU

N 2: MIRADAS - PARTE 2 -

Gratis con El Argentino de Gualeguaychú.

SUPLEMENTO BIMESTRAL - DOMINGO 22 DE ABRIL DE 2012


2 | BABEL Nº2

O

EQUIP Dirección editorial: Camila Majul Letras

Comité Editorial: Ángeles Barcia

Comunicación periodística

B

abel es una propuesta estética que invita a volver la cara al hombre para poder así, entender la realidad que construimos y por qué. Lo que Babel no se llevó son aquellas cuestiones inherentes al ser del hombre y una de ellas es la mirada. A través de ella se abre un misterioso mundo entrelazado con las raíces mismas del ser donde no media el lenguaje. La cuestión es cómo vemos el afuera y cómo el afuera nos ve a nosotros. La mirada del otro nos da entidad, nos configura como sujetos.

Mercedes Krause Sociología

Sofía Petronio

Diseño de imagen y sonido

Diseño Gráfico: Juan Martín Krause Colaboran en este número: Alejandro Turano Juliana Arrellano Lucía Miranda Pedro Antonio García

Hasta Paul Cézanne, la psicología pensaba que los sentidos reflejaban fielmente la realidad. El pintor francés posimpresionista llega al mundo de la pintura para revolucionarlo. La idea que quería plasmar en su obra era que de cara a la realidad el ojo no basta: además hay que pensar. Mirar es crear lo que vemos, la mente fabrica la realidad exterior. Cuando miramos nuestro cerebro está permanentemente creando. Por medio de la interpretación unas capas de pinceladas se convierten en un autorretrato. El neurólogo y terapeuta inglés, Oliver Sacks, en su libro Un antropólogo en Marte, cuenta la historia de Virgil: un ciego que, a los cuarenta y cinco años, se le concedió la vista tras una operación. Pese a las negativas de sus familiares, su mujer insistió para que la operación se realizara. El “don” de la vista fue para este hombre, como para muchos otros, una maldición. Después de la operación Virgil pudo ver pero lo que veía no tenía sentido. Él no contaba con experiencias y recuerdos visuales que pudieran ayudarlo a organizar el mundo exterior. Sacks termina de narrar la historia de su paciente y concluye: “Ver no es insuficiente, también se debe mirar”. La mente fabrica el mundo, los hombres nos fabricamos mutuamente con el sólo hecho de mirarnos. Nuestra posibilidad de trascender está en aprender a traducir miradas… Camila Majul

CONTENIDO INSTANTÁNEAS #1

Mamushka de Luz

.3

x Alejandro Turano

Vuelo a Martín García

.4

¿Que sabrá el chancho de aviones, si nunca miró para arriba?

.5

“Por nada, por no tener un Ramo”

. 6-7

x Juan Martín Krause

x Mercedes Krause y Sofía Petronio x Mercedes Krause y Sofía Petronio

Rapsodia de Hechos

.8

Hablando con los Ojos

.9

x Lana

x Todas

BONUS TRACKS

Miradas que matan

. 10

x Sofía Petronio BONUS TRACKS

La Miopía con que se mira

. 10

x Pedro Antonio García

GUALEGUAYCHENSES FOR EXPORT

Crónica de una Excusa

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x Juliana Arrellano INSTANTÁNEAS #2

La Mirada del Oeste x Sofía Petronio

. 12


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MAMUSHKA DE LUZ x Alejandro Turano

INSTANTÁNEAS #1

Esta impresión reflectocorneana nada tiene que ver con la optografía, que es la técnica de capturar la última imagen que percibió un muerto, y que vive para siempre en su retina. Sí en cambio, con el espejo que llevamos sobre la superficie de la córnea, en todo momento que la luz la alcance. Una imagen especular de todo lo que miramos. Sobre la córnea de la imagen reposa una amplia playa desértica, un acantilado que aterriza sobre una delgada laguna en el horizonte y un tipo sosteniendo una cámara con una

mirada, que es reflejada en una cornea que es reflejada en un sensor digital, que se imprimió en un diario en el que ahora la luz es reflejada, y así, en este momento, vive en tu cornea todo lo que ha sido mencionado. De esta manera portamos colecciones de luz, espejos de miradas que se forman en los ojos de todos. Olvidándola, la imagen que vemos no sólo está en nuestra interpretación cerebro química, sino además reflejada en todo momento, allí, en la córnea, a la vista de todos...los que saben observar.


VUELO A

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MARTÍN GARCÍA UNA MIRADA DESDE LO ALTO x Juan Martín Krause

Secuencia de fotogramas de la filmación del río desde el avión.

Uno cree que un avión es una máquina de suma precisión. Nada más alejado de la realidad. En esencia no es más que un burdo triciclo de metal con alas y un motor que de un tirón nos arrastra por toda la pista hasta que alcanzamos la velocidad suficiente para que pase a ser el aire quien nos sostenga, en lugar de la tierra.

moneditas que tiene en su pequeñísimo bolsillo una diminuta personita para pagar el boleto dentro de un ínfimo colectivo. Y esa máquina va a poder decir si esa moneda es verdadera o falsa. Desde acá nunca imaginaríamos que diferencias como esas existen.

Abajo el río marrón refleja por momentos un espejismo de sol. Unos pocos minutos más tarde ya podemos distinguir la isla. Claramente nuestra idea de la distancia era incorrecta.

Las ruedas se despegan del suelo antes que nosotros. Como un misil salimos para arriba derecho a tocar el cielo.

Todo parece automatizado. Vemos un auto y es difícil creer que quien lo maneja tiene conciencia. Es difícil creer que quien lo maneja sea una persona como yo. Es imposible. Porque en este momento somos otro. Porque me niego a ser algo tan insignificante. Lo que vemos no es el mundo en el que nos movemos todos los días. Vemos una réplica. Una réplica en miniatura. Otra dimensión. Es una maqueta con definición infinita y vida, para rematar.

Ahora el aterrizaje es otra cosa. El avión no sigue ningún trayecto trazado matemáticamente. En cambio, al acercarse a la pista se decide medio al tuntún el momento de bajar y así como si nada reducimos potencia y encaramos derecho hacia abajo directo a sufrir un accidente que ya podemos visualizar. Ahora ya no estamos volando, estamos cayendo. Y la velocidad aparentemente reducida que llevábamos arriba, en tierra es mayor a lo que hemos andado en auto jamás. Entonces nuestro accidente sufre un cambio de escala. Ni hablar que estamos por aterrizar en una isla cuyo diámetro no es mucho mayor a la distancia que necesitamos para frenar.

Las ruedas se despegan del suelo antes que nosotros. Como un misil salimos para arriba derecho a tocar el cielo y nuestro peso descansa sobre el respaldo. Haciendo unas fuerzas extrañas que ni siquiera entendemos, intentamos inútilmente no hacerle peso al avión. Queremos que vuele lo más liviano y tranquilo posible, nuestras vidas dependen ahora de él. Sentimos una constante adrenalina de saber que nos sostiene la sustancia más intangible para el ser humano.

Lo que vemos no es el mundo en el que nos movemos todos los días. Vemos una réplica.

A último momento nuestra caída se torna paralela al suelo y empezamos a flotar sobre la pista moviéndonos en todo sentido posible y lo único que vemos ahora es el cielo. Las ruedas tocan el suelo después que nosotros y sólo queda un pacífico rodaje hasta perder la velocidad. Todo terminó.

Y esas personas tienen problemas, o por lo menos creen que los tienen. Porque yo de acá no veo ninguno. Ni siquiera los míos. Y tal vez así sea.

Volvemos a nuestro mundo, a nuestro tamaño normal. Estamos en tierra firme sanos y salvos. Y sólo queremos volver a despegar.

Tan pronto como abandonamos la tierra y pasamos a volar sobre el agua la turbulencia desaparece mágicamente.

Y por supuesto…si volar es perfectamente seguro y un avión es una máquina de suma precisión.

En un instante somos omnipotentes. La ciudad entra en la palma de una mano y lo vemos todo. Todo parece tan insignificante. Los autos, las casas, los árboles, más las

Nos sorprende que un sistema como el correo en verdad funcione en un entramado tan caótico como es la ciudad.


x Mercedes Krause y Sofía Petronio Fotos por Sofía Petronio – Enero 2012.

E

l pobre chancho que no puede estirar lo suficiente el cogote como para mirar el cielo encuentra así una limitación en su mirada, y por lo tanto, en su conocimiento. El indefenso cerdito nunca ha visto, pues, un avión, una gaviota, un parapente, salvo que se encuentren en el horizonte, a lo lejos, rozando la tierra. Muchas veces decimos esta frase en una reunión cuando creemos que alguien no sabe de lo que está hablando y así remarcamos ese límite que padece el cerdito pero que también padecemos las personas…

¿cuántos hijos tenés?”, luego nos afilamos con un “Marga, ¿vos te deprimís? ¿Por qué te deprimís?”. Llegamos a la cima de nuestra carrera periodística con la hipotética pregunta “¿Qué harías con un millón de dólares?”. Ella se quedó pensando y contestó “Me compraría un carro”… A lo que nosotras insistimos “Pero, ¿qué más? ¡Mirá que tenés un millón de dólares!”. Y como imaginándose el futuro, dijo “Y… arreglaría el puesto y me compraría un carro”. Ella no quería otra cosa. Su entorno, su lugar en el mundo, la forma de mirar y qué mirar, la llevaron a tener cierto horizonte de expectativas ligadas a lo que ella conoce y cree que es necesario.

Así remarcamos ese límite que padece el cerdito pero que también Su lugar en el mundo, la forma de padecemos las personas… mirar y qué mirar, la llevaron a tener Con él se encontró Margarita. Una colombiana de cin- cierto horizonte de expectativas. cuenta y tantos, nacida en Cartagena pero residente de la Isla Barú. Margarita tiene un puestito en la playa para los turistas, donde se puede comer y dormir. Su hospedaje consta de cuatro hamacas paraguayas y un agujero en la tierra donde hace el fuego para cocinar. Pasar a visitarla es como una inyección de relax, pero también una oportunidad para explorar su visión del mundo. Como en un programa de preguntas y respuestas, y a pesar de que no teníamos una respuesta correcta ni un premio para los ganadores, empezamos a interrogar a la primera concursante, Marga. Abrimos carrera con un tranquilo “Marga,

Según el filósofo austríaco Alfred Schutz (1899-1959) esto se llama stock de conocimiento a mano, una especie de archivo de recetas que nos dicen cómo actuar frente a ciertas situaciones conocidas, cómo manejarnos en el mundo. Este recetario lo vamos recolectando a lo largo de nuestras vidas, pero también lo heredamos de nuestros padres, maestros y amigos. Nos ilumina sobre cómo actuar frente a situaciones que están o estuvieron a nuestro alcance en el pasado. Pero frente a situaciones nuevas, en cambio, lo más probable es que encontremos un vacío de informa-

ción en el archivo ya que nuestro stock de conocimiento a mano depende de nuestro lugar en el mundo. Margarita vive en una isla, nunca volvió a la costa, lo único que la une con el otro mundo allá ajetreado y ambicioso es el mar, pero claro “no, yo no me meto al agua porque me da miedo, no sé nadar”. El mundo a su alcance encuentra ahí su límite. Ella elige quedarse en la isla, es su mirador panorámico del mundo. Vive tranquila, se levanta en una playa paradisíaca todas las mañanas, cocina unas arepas riquísimas y se toma un café. A la tarde busca la pesca del día y se pone a preparar la cena, el clásico pescado con arroz de coco. No tiene reloj, dice que con ver el sol ya sabe qué hora es. De acuerdo a nuestra recopilación de conocimiento, todos, hasta el cerdito, tenemos una interpretación del mundo, con distintos hábitos y motivaciones. A través de la mirada que nos deja la evidencia de todo lo que nos rodea, creamos diferentes realidades, que nos tienen como protagonistas de nuestra propia biografía. A veces prendemos la computadora y navegamos por horas hasta encontrarnos caminando con el Street View por Río de Janeiro, recorriendo un museo londinense o hablando con un primo que está en Catamarca. Con esto creemos que recolectamos más experiencias que Margarita en su Isla, pero ¿no es este un punto de fuga virtual de nuestra visión del mundo real?


ENSAYO FOTOGRÁFICO

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“POR NADA, POR NO TENER UN RAMO” x Mercedes Krause y Sofía Petronio

Nadie como Julio Cortázar supo contar tan intensamente cómo funciona nuestra mente ante la mirada ajena, cómo nos sentimos juzgados hasta el punto del acoso en un viaje fantástico por las calles de Buenos Aires. La imaginación vuela, y con ella las ganas de acompañar con imágenes ese recorrido que se inicia desprevenidamente, tomando el 168 un sábado

En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batalla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo […]

1.

a la tarde. Un detalle insignificante basta para alterar la cotidianeidad y despertar las miradas amenazantes hacia La diferente: Clara, la que no lleva un ramo de flores a Chacarita. Presentamos un ensayo fotográfico inspirado en el cuento “Ómnibus”, originalmente publicado en el libro Bestiario en 1951.

5.

2.

Por la calle vacía vino remolonamente el 168, soltando su seco bufido insatisfecho al abrirse la puerta para Clara, sola pasajera en la esquina callada de la tarde […]

En el fondo del ómnibus, instalados en el largo asiento verde, todos los pasajeros miraron hacia Clara, parecían criticar alguna cosa en Clara que sostuvo sus miradas con un esfuerzo creciente, sintiendo que cada vez era más difícil, no por la coincidencia de los ojos en ella ni por los ramos que llevaban los pasajeros; más bien porque había esperado un desenlace amable, una razón de risa como tener un tizne en la nariz (pero no lo tenía); y sobre su comienzo de risa se posaban helándola esas miradas atentas y continuas, como si los ramos la estuvieran mirando […]

3.

4.

Dos veces le dijo Clara: “De quince”, sin que el tipo le sacara los ojos de encima, como extrañado de algo […]

Ocupada en guardar su boleto en el monedero, observó de reojo a la señora del gran ramo de claveles que viajaba en el asiento de adelante. Entonces la señora la miró a ella, por sobre el ramo […]


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Quiso hacerles bajar los ojos, mocosas insolentes, pero eran cuatro pupilas fijas y también el guarda, el señor de los claveles, el calor en la nuca por toda esa gente de atrás, el viejo del cuello duro tan cerca, los jóvenes del asiento posterior, la Paternal: boletos de Cuenca terminan. Nadie bajaba […]

7.

6.

8. A Clara le costaba apartarse de un paisaje que el brillo duro del sol no alcanzaba a alegrar, y apenas si una vez y otra se atrevía a dirigir una ojeada rápida al interior del coche. Rosas rojas y calas, más lejos gladiolos horribles, como machucados y sucios, color rosa vieja con manchas lívidas. El señor de la tercera ventanilla (la estaba mirando, ahora no, ahora de nuevo) llevaba claveles casi negros apretados en una sola masa casi continua, como una piel rugosa.

La miraba inexpresivamente, con una blandura opaca y flotante de piedra pómez. Clara les respondía obstinada, sintiéndose como hueca; le venían ganas de bajarse (pero esa calle, a esa altura, y total por nada, por no tener un ramo) […]

Sin detenerse el 168 entró en las dos curvas que dan acceso a la explanada frente al peristillo del cementerio. Atrás había un grupo confuso y las flores olían para Clara, quietita en su ventanilla pero tan aliviada al ver cuántos se bajaban, lo bien que se viajaría en el otro tramo […]

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10.

11.

- ¡Chacarita! – gritó el guarda La puerta seguía abierta. - Chacarita – dijo, casi explicativamente. - Voy a Retiro – dijo, y le mostró el boleto.

—Nunca me pasó una cosa así — dijo, como hablándose. Clara quería llorar. Y el llanto esperaba ahí, disponible pero inútil. Sin siquiera pensarlo tenía conciencia de que todo estaba bien, que viajaba en un 168 vacío, y que toda protesta contra ese orden podía resolverse tirando de la campanilla y descendiendo en la primera esquina […].

Fin


Rapsodia de Hechos • x Lana

MIRALO DE LEJOS

A L A V U E L T A D E L D I A L II Cada sonido que emitía el celular era motivo para que su corazón acelerara las palpitaciones y sus manos comenzaran a sudar. Un mail, un mensaje de texto, uno del Messenger o de mensajería Blackberry, cualquier pip podía ser una señal de Pedro. Finalmente llegó la noche y con ella la afirmación de su decepción...él nunca llamó. El despertador sonó a las seis am. Sentía que su cuerpo estaba más pesado que lo habitual, fue al baño y el espejo le devolvió una imagen nefasta. El pelo le pedía a gritos un baño de crema, sus ojeras eran tan profundas como sus conflictos existenciales y los labios más secos que su caja de ahorros en el banco. Cepilló sus dientes, se tiró todo el polvete en la cara y se fue a vestir. Se sentía gorda, la pollera la hacía sentir una vaca australiana encallada y con las sobras de grasa en los laterales de su cuerpo podría haber salvado las vidas del noventa por ciento de los muertos del Titanic. Para días como ese, dónde sus treinta años de soltería le empezaban a pesar y dónde su estado no estaba de ánimo, Marisa contaba con su “equipete comodín”: pantalón negro, remera negra, camisa y chatitas. Salió al palier del edificio y el portero la miró. Obviamente la mirada del portero era mecánica y vacía de sentido. Ella le respondió con dos balas que salieron de sus ojos y se dirigieron directamente a la frente de José, lo cual lo obligó a seguir mirando el agua que salía de la manguera con la que regaba la vereda. Puteó catárticamente todo el viaje en subte y finalmente llegó a su oficina. Su compañero de cubículo, Juan, nunca pensó que la frase que estaba a punto de pronunciar iba a causar tan inesperado efecto. La miró con la comisura de los labios entornada y le dijo: “Marisa, estás linda hoy”. Luego de un “me estas cargando, pelotudo”, corrió al baño y se empezó a ahogar en un llanto acompañado de unos ruidos similares a la respiración de un chancho. Ese día, hasta “el puma” (apodo que hace alusión al hecho de que la laguna Estigia y todo el mundo de los muertos habitaban en su boca) era más inteligente y linda que ella. La idea de venganza comenzaba a germinar poco a poco en su cerebro. No quería vengarse de Pedro sino de los mandatos familiares de encontrar un novio que cumpla

con todos los requisitos necesarios para ser “digno de ella”, casarse y echarse en cría. Hace un año que no iba a visitar a su abuela porque la pregunta “y, mija, ¿no ha conseguido novio?” de la anciana paqueta la tenían al plato. En eso estaba cuando apareció Martín, del área de sistemas, y le avisó que los del primer piso iban al After office a las siete. Nunca había ido a uno pero se le ocurrió que ese lugar sería el escenario perfecto para su venganza. Cuando se acercaba la hora, solucionó las consecuencias de un nuevo abandono, se peinó y bajó al primer piso a buscar a Sandra. Se encaminaron a su casa para que se produzca la necesaria transformación. Marisa sacó del fondo del placard unos zapatos aguja rojos sin uso que se había comprando hace unos años, una pollera que de tan ajustada parecía un body painting y una camisa blanca que dejaba ver el florecimiento de sus modestos pechos. Ya arriba del sesenta, Sandra, una mujer petisa, pechugona y más rápida que los autos de turismo carretera, le enseño algunas técnicas del arte de la conquista momentánea y entre ellas la infalible: el sostenido. Ni bien entraron al reino del saco, la corbata y las polleras tubo, Marisa identificó a su presa: camisa desabotonada hasta el pecho, pelo pantene cuidadosamente desprolijo y nariz roma. Se acercó, le busco la mirada y cuando la encontró se la sostuvo alrededor de tres segundos. Según las indicaciones de su amiga, si él le sonreía luego de esos tres segundos el “sostenido” había sido exitoso. El chico pantene dejó mostrar sus dientes y empezó a caminar en su dirección. Se sentía una femme fatale arriba de esos tacos y adentro de esa pollera que atentaba contra el movimiento de sus piernas. Cuando los separaban sólo unos pasos bajó un poco la mirada, mostrándole al pretendiente ese grado de dificultad que significa un anzuelo para los donjuanes. Cuando levantó un poco la vista lo vio pasar y arrojarse a los brazos de una rubia natural, sin medias simula nalgas ni señales de push up. Asumiendo que no iba a encontrar al amor de su vida en un After Oficce salió en busca del sesenta. Se acostó tranquila, pese al piropo poco oportuno del colectivero: “que hace sola a esta hora una mujer tan linda”.

ATRACCIÓN FATAL Todo empezó en un inofensivo lunar. Un sábado cualquiera me levanté y ahí estaba él, tan sexy como el de Cindy Crawford. Era la fiesta de apertura de Old House y decidí ir para presentarlo en sociedad. Siempre que entro a un lugar las miradas vienen a mí como las moscas al dulce de leche. Sé que todos me miran, lo siento en el rabillo de mi ojo, pero disimular es parte de mi encanto. Desde chica vengo gozando de los beneficios de ser la cara de la belleza. Durante el colegio fui la líder de mi grupo y ser líder en la adolescencia es como portar un título de nobleza. Cuando fui más grande el don de Afrodita me concedió trabajo de secretaria en una multinacional y años después, con tan sólo veintisiete años, me convertí en socia luego de obnubilar al hijo del dueño de la prestigiosa firma. Ese día me sentía más yo que nunca, mientras caminaba por el boliche el camino se abría, hombres y mujeres me admiraban. Cuando frenaba para saludar a alguien podía ver mi lunar en el reflejo de las pupilas de sus ojos. La noche terminó y me fui a casa sabiendo que mi nueva adquisición facial había causado un verdadero furor. Eran las diez, llegaba tarde a la misa dominguera. Me puse lo primero que encontré, me lavé los dientes y salí para la iglesia. Florcita, mi sobrina, me había elegido para que sea su madrina de confirmación. La misa ya había empezado, caminé por el pa-

sillo a paso acelerado y finalmente llegué a los lugares reservados para los familiares. Experimenté una sensación extraña, en las caras de las personas podía traducirse el horror. Sentía culpa por haber llegado tarde a la Iglesia y me acordé del pedido de mi madre el día anterior: “no salgas esta noche, tenés que llegar temprano a la ceremonia, acordáte que sos la madrina”. Las dos horas que duró fueron un calvario, de vez en cuando alguien me miraba disimuladamente y al encontrarse con mis ojos bajaban la cabeza. Mi mamá me miraba como con ganas de preguntarme algo, pero como nunca le gustó el cuchicheo se aguantó. Llegó el momento de la Eucaristía y, a pesar de sentirme juzgada por haber llegado tarde, hice la cola para comulgar. Cuando llegó mi turno, Martín, el cura, agarró la hostia, la bendijo y levantó la cabeza para dármela. Me encontré frente a frente con mi cara en el reflejo de los anteojos de Martín. Al lado de mi boca, en lugar del sexy lunar estaba la maldita mancha que traía escrito mi fatal destino. Ocupa gran parte de mi cachete derecho, más cerca del ojo que de la pera. Poblada de pelos blancos y negros, y muy parecida a una alfombra de cuero de vaca, ella fue invadiéndome y arruinando mi vida.


22 ABRIL 2012 | 9

HABLANDO CON LOS OJOS

MOMENTOS D IFÍCILES

x Todas

No hay consig na hacete la sorp más lapidaria que “te lo di rendida”. No era día de peña go pero cuando lo cuente timbres y un . El a bombear tant bomba lista para detonar. la nos convocó. Quince a sangre, los ne rvios atrofiaro Mi corazón sudaba de n mis oídos. Li sto, lo contó.

ME TRAGA

TI

TRAGA , A R R E

ME LA LEGENDARIA BATALLA DEL HOMBRE CONTRA EL MERENGUE

a la vuelt dando visar tu s e t n a di bit mpre: mil ha e te é, cien ace lo de sie rgüenza qu as u z n U v e h e , v s u e e q la S t r a . a hs. P s cada tres scondiendo ta y dos m que el 7 1 o g e e y trein viejo hace Domin o. Dos mat u dirección ce z autos s orbido rr del pe desfilar en espués de die aíz de un sau ad de ser abs do y y r la grupo llegar solo. D o cuando la imposibilid e el disimu atura t la n r m i a e t e e r t s c r e de . An iones: ha gen la p do a tu tu cara idad, c imera. arriban oque contra dan dos op ir, con dign tas por la pr ando, r h e r p suelo c tierra te qu cajada o suf n general, o uación espe it r por la na falsa ca izquierda. E dido de la s hecho. u a n l largar a de tu palet omo desente ercatado de i p c ausenc tas rápido, adie se haya n n Te leva mente, que a absurd

“TE” ODIO

golosas ando el té. Hordas de manos 5 pm. Cuatro personas tom Última res. colo los y tortas de todos utos saqueando las masitas secas min s uno e hac de Des ea. des la ahí masita. Está casi desesperado, Y o?. com la ¿no ma: ¿la como?, no y se anidaba en su cabeza el dile ma una rece apa , ago mp relá o un por fue cuando rápidamente, com tador de esa mano se mantiene, se la lleva. El odio al bípedo por el té. lo menos, hasta que termina

¿Por qué acepté ese pancito saborizado? Como si estuviera a punto de morir, todas las imágenes pasaron delante de mis ojos. Cuernitos de grasa, pastelitos caseros, las tortas fritas de lo Carro. Y ahí estábamos, como dos rivales enfrentados, la balanza y yo.

EL ÚLTIMO O REJÓN DEL TARRO

Para el 90 po r ciento de un trauma. Y esta estadí los chicos el colegio se cundario es stica es más referimos a es sign e ningún depo tipo de personas que no vi ificativa cuando nos rte, las apodad no al mundo para hacer dos equipos, as “ojotas”. Pa el ra dividir un elegía dos capi profesor de educación físi grupo en ca ta usaba esta di estos conform nes (altos, flacos y hábile s) y el resto es námica: aran sus equi pe que la ojota, pos a gusto siempre gord y piacere. Er raba que a inevitable ita y petisa, qu material desc edara para lo artable. Esto es úl curso era yo. ¡Gracias, peda aún más triste cuando la timo, era rellenita del gogos!


BONUS TRACKS

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MIRADAS QUE MATAN x Sofía Petronio

Era una noche despejada de verano. Bastaba con una remera y una bermuda para enfrentar lo alto de la tribuna repleta de gente. Sonaba la música de Papelitos. Julián, junto a seis amigos, estaba sentado tranquilo en la fila más alta. Le tenía respeto porque sentía un poco de vértigo. Portaba una pluma en la cabeza, estilo indio, y una remera negra estampada con la cara de “Scream”. Sus amigos cargaban vasos de cerveza y lo acompañaban con las plumas en la cabeza. El carnaval estaba a punto de empezar. La música de Papelitos sonaba muy fuerte y la carroza apertura ya pasaba frente a ellos. Los chicos saltaban, se empujaban, se gritaban en la cara la parte más pegadiza de la canción. Ellos querían

llamar la atención de las bailarinas, quienes por lo general miraban siempre a las sillas delanteras y no hacía arriba donde estaban ellos. Terminando la primera escuadra, una bailarina por fin miró a uno de ellos y le tiró un beso con la mano, extendiendo el brazo. El salto desesperado del amigo y un meneo seguido de un grito, expresó su alegría. La comparsa siguió pasando y todos los amigos de Julián tuvieron su beso a la distancia con alguna integrante de la comparsa. El único que no lo lograba, hasta ese momento, era Julián. Se lo notaba muy desesperado. No quería ser el único no visto. Quería una mirada y un saludo, nada más.

Quedaba la última escuadra, la batucada repleta de hombres y sólo una mujer, una oportunidad. Cuando Julián vio a la joven, la pasista, una luz imaginaria en la cabeza la iluminó. Ella, con sus caireles exuberantes, movía la cadera como ninguna en toda la comparsa. Los ojos de Julián estaban a punto de explotar. El tiempo parecía correr en cámara lenta. Los amigos saltaban alrededor de él con excitación, también en cámara lenta. Julián estaba pasmado. Quieto. Mirándola. Ella rodeada por la batucada, como poseída, mirando al cielo, movía su cuerpo y su pelo en sincronía con el ritmo de cada golpe. Julián seguía inmóvil, pero en su mente corría desesperada una sola idea: “miráme, por favor,

miráme”, como queriendo hipnotizarla. Justo en el último golpe del redoblante, ella pegó el último caderazo. La gente en silencio rompió en aplausos. La hermosa mujer miró directamente a Julián, en esa pose final y estática. Miró directamente a Julián. Como si la hipnosis hubiese funcionado. Ella le clavó la mirada. El tiempo se detuvo, todas las personas que estaban a su alrededor lo miraron. Julián se estaba llevando la mejor mirada. Era el protagonista. Pero, inexplicablemente, cayó de la tribuna tumbado, de espaldas al el piso. Dicen que hay miradas que matan y Julián murió, punto.

LA MIOPÍA CON QUE SE MIRA x Pedro Antonio García

Es un binomio conocido: mirada y sonrisa. Después todo es cuestión de tiempo. Quiero decir que en cualquier lugar, en un bar o en la iglesia, los ojos recorren rostros hasta encontrar aquel con que las pupilas se dilatan, el pulso se acelera y el cuerpo transpira. Si después de esa mirada hay sonrisa, ya sea como iniciativa o como respuesta, entonces todo está hecho para que el mundo cambie: brillarán más los dientes, el cuerpo se embellecerá, desaparecerán los nudos en la espalda y las caricias sacudirán los tortuosos domingos. Todo comienza con la mirada, pero, ¿qué hay de nosotros los miopes?. La miopía ha sido mal valorada demasiado tiempo y ya es hora de su redención. Soy miope desde que nací. Sin lentes todo pierde definición, las formas se

agrandan y hay que fruncir el ceño para definirlas. Con esos tipos de ceguera hay que poner más atención a otras delicias: el perfume cadencioso, la voz tintineante, la palabra reveladora. Las personas se descubren, aunque no podamos verlas; pero, ¿en verdad es bueno ver las cosas como son? Yo tengo un don. Lo descubrí de pequeño, pero no comprendí su poder hasta que fui adulto. Todo puede empezar en un bar, como el viernes pasado, por ejemplo. Siempre al entrar me quito los lentes, esos que hacen a mis ojos como peces diminutos en lo hondo de un pozo. La gente me mira pensando que es por vanidad, pero yo, entonces, ya no puedo verlos. Me acompaña mi amiga Juli. Nos pedimos un par de cervezas en la barra y hablamos de lo

que sea. Ambos venimos de levante. Para Juli es fácil. Primero: es una chica, y las mujeres siempre disponen, nosotros nos la pasamos proponiendo; segundo: es una chica guapa, entonces las propuestas compiten a su alrededor, hacen malabares, reescriben cuentos de hadas, aparecen copas gratuitas por doquier. Juli termina yéndose con el que se parece a Robert Downey Jr. y que promete ser un príncipe azul desechable. Las mujeres quieren, muchas veces, puro sexo saludable y terapéutico. No lo dicen para que el hombre saque lo mejor de sí mismo; aunque les mintamos y ellas lo sepan. Anaïs Nin decía que “las mujeres nunca han separado el sexo del sentimiento”, por eso hace falta el despliegue de fantasía, la magia, el riesgo y, quizás, el delicioso dolor de la despedida

que tiene que acompañar al extraviado placer del sexo con desconocidos. Es mucho mejor acostarse con alguien con sentimientos, por sórdidos que sean. Yo no soy Robert Downey Jr., ni de lejos… pero sí lo soy si me difuminan con un poco de miopía. ¿Qué hago entonces? ¡Difumino mi alrededor!. Por eso, aquella noche del bar me fui a la cama con Scarlett Johansson. Ella dominaba el español, fue muy simpática y se había teñido, seguramente, de castaño el pelo. Al día siguiente, cuando conté mi conquista, nadie me creyó. ¡Qué más daba! Scarlett había estado fabulosa. Y es que, parafraseando a Ramón de Campoamor: en este mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según la miopía con que se mira.


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GUALEGUAYCHENSES FOR EXPORT † El plagio (o el intento de plagio, porque es claro que la distancia es enorme) es a un texto muy lindo de Pedro Mairal que pueden leer en Revista Orsai: http://orsai.es/ blog/n1/pedro_mairal/ ‡ Soy hija de Carlitos y Graciela. Y hermana de Federico y Juan. Fui a la Villa, después a la UBA y ahora vivo en México, por un rato.

CRÓNICA DE UNA EXCUSA Voy a plagiar a alguien†. Lo digo de antemano para que más tarde no haya reclamos. Pero sinceramente espero que después de leer lo que sigue, entiendan el porqué de mi decisión. x Juliana Arellano‡

H

ace unos días abrí los mails y ahí estaba. Un mensaje pidiéndome que escriba algo para Babel. Para ser honesta, no entiendo bien el porqué del pedido. Si bien laburo escribiendo, los textos que hago poco tienen que ver con la literatura. Es más, decir que “laburo de escribir” es bastante ostentoso: laburo, en el mejor de los casos, de corregir lo que otros escriben o de poner por escrito lo que otros dicen.

“puedo escribir algo en relación a eso… tres o cuatro boludeces sobre lo que me viene a la cabeza cada vez que recuerdo las palabras del oculista”

fui, uno de los asistentes (hombre, aproximadamente 50 años, de traje y cerveza en mano) que estaba cerca de mí le grita al árbitro: “¡Estás viendo y no ves!”. Y me pareció grande la verdad. Porque era tal cual lo que sucedía y no había otra forma de expresarlo. El referí, ahí parado, a 30 cm. de los luchadores, pasaba por encima falta tras falta. Y no había que ser un experto en el tema para darse cuenta. Me dispongo entonces a arrancar con la redacción del artículo sobre las luchas, porque de paso cañazo cuento algo del lugar donde vivo. Pero no sé, no me termina de convencer la idea. Tengo miedo de no poder poner en palabras las imágenes y sonidos propios de las luchas y que el resultado sea un cuadro falso y ridiculizado de un espectáculo que nada tiene que ver con el 100% Lucha de Leo Montero. Qué se yo... podría intentarlo, pero no lo voy a hacer.

El tema del suplemento es la mirada. En cuanto leo eso lo primero que pienso es que justo a mí me lo pide, que veo poco y nada. Literal. Aunque para hacer honor a la verdad, nunca me pesó el hecho de ver bastante menos que el promedio. Será que siempre fue así, con lo cual ver bien no es algo que extraño, es algo que simplemente no conozco. Entonces pienso: “puedo escribir algo en relación a eso… tres o cuatro boludeces sobre lo que me viene a la cabeza cada vez que recuerdo las palabras del oculista “Vos, como máximo, vas a lograr ver el 70% de lo que ve alguien que no tiene miopía”. Pero sobre que pienso eso, descarto la idea: ¿a quién le importa lo que imagino que me estoy perdiendo en ese 30% que no veo?

La hoja sigue en blanco. No tengo una puta idea y la no presión está ahí.

Sigo en la búsqueda de una posible idea que haga que la página de Word no siga en blanco y me acuerdo de algo que escuché hace poco. Estoy viviendo en México, desde hace unos meses y por un rato. No sé si sepan, pero acá es bastante popular la lucha libre. Las luchas son eventos familiares, donde hay una rivalidad a lo Boca-River entre luchadores rudos y luchadores técnicos. La última vez que

Entonces me meto a Facebook (a nada, como de costumbre) y ahí está, la solución a mi incapacidad para escribir algo: mi amigo Felipe. Escribe con horrores de ortografía, pero a mano alzada y de forma tan honesta que cuesta saber si sus escritos son autobiográficos o pura ficción. Le cuento lo que pasa y le propongo que arme algo, que yo lo adorno un poco para que los errores no sean tales.

Pero nuevamente rechazo la idea. Porque ésta vez la posibilidad de no encontrar las palabras adecuadas implicaría algo distinto a ridiculizar un evento como son las luchas.

Y ahí nomás, Felipe se pone manos a la obra y me manda, en tiempo récord, un pequeña historia que narra, básicamente, la escena en el interior de un transporte público donde un hombre prácticamente viola a una mujer con la mirada. Lo titula “Miradas lascivas”. Lo leo. Y pienso que a veces Felipe no es precisamente un autor para la familia y pienso también en un cartelito al que hace referencia en el texto: “Se prohíben las miradas lascivas”. Pregunto y me dicen que sí, que realmente existen esos carteles en algunos transportes públicos de la Ciudad de México, que fue una campaña en contra de la violencia que sufren las mujeres. Y entonces me surge otra idea: escribir sobre eso, sobre el lugar de la mujer en México, sobre el machismo que hay en muchos sectores de la sociedad. Pero nuevamente rechazo la idea. Porque ésta vez la posibilidad de no encontrar las palabras adecuadas implicaría algo distinto a ridiculizar un evento como son las luchas. La violencia de género es, en el mundo en general, un problema que afecta a millones de mujeres y que muchos otros millones prefieren no mirar. Y yo no me siento capacitada para hablar de ello. Así que vuelvo a cero. Y la fecha en la que tengo que mandar el artículo está encima. Entonces decido decir la verdad. Ser honesta y sacarme la presión. Y escribo un mail, cortito y al pie: “Chicas!, antes de que sigan esperando algo de mí que no va a llegar, les soy sincera: no se me ocurrió ni una idea relacionada con las miradas. Así que eso, se los digo hoy, a ver si todavía hay tiempo de que le pidan el artículo a algún otro. Mil disculpas. Las quiero, Juli”.


LA MIRADA DEL OESTE

INSTANTÁNEAS #2

x Sofía Petronio

¿DÓNDE FUE SACADA ESTA FOTO? Este ojo espía y registra miles de situaciones por día. Personas, autos, bicicletas, animales, vida, son grabados en su retina. Los gualeguaychenses se llevan a diario sus miradas cuando van a la escuela, a tirar pelotitas al golf o en caravana a un casamiento. El “ojo” está ubicado en el lugar correcto. Nunca deja de verse movimiento a través de él.

(Artista del mural: Gurí)

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E LO QU

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Próximo número: Miedos

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