Lo que Babel no se llevó Nº15 - Culpa

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ISSN 2347-0399

N 15

CULPA Gratis con El Argentino de Gualeguaychú.

SUPLEMENTO BIMESTRAL - DOMINGO 5 DE OCTUBRE DE 2014


2 | BABEL Nº15 Editorial

POR MI CULPA, POR MI CULPA, POR MI GRAN

O EQUIP

CULPA

Dirección editorial: Mercedes Krause Producción editorial: Sofía Petronio Comité Editorial:

C

uenta el Antiguo Testamento que Dios creó al mundo en siete días, con la luz, las estrellas, los animales y todo lo demás. Luego creó a Adán con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Lo puso a cuidar y cultivar el jardín del Edén y cuando se durmió, tomó de éste una de sus costillas. Así, Dios formó a Eva y se la presentó al hombre. Juntos vivían en el paraíso con la única condición de no comer del árbol del conocimiento, cuyo fruto los haría conocer el bien y el mal. La historia es por todos conocida, Adán pecó y perdió el Cielo. Como castigo, además, Dios le impuso al hombre un cuerpo desobediente respecto de su voluntad. Cargado de apetito carnal, el cuerpo pasó a ser el síntoma del pecado original, separado de la razón y del bien. San Agustín lo interpretaría luego como una enfermedad, a la que llamaría libido, introduciendo una noción que luego tendría una larga historia. Desde aquel día hemos estado acarreando una gran culpa.

Ángeles Barcia Prensa y difusión

Juan Martín Krause Diseño gráfico

Lucía Miranda Ilustraciones

Matías Ayerza

Redacción y corrección

Colaboran en este número:

CONTENIDO Impresiones #1

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CUADRO DE SITUACIÓN

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x Lucía Miranda

No se culpe a nadie* x Matías Ayerza

Cine y porción de muzza

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¿Qué hacés durmiendo la siesta?

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EL REY DEL QUESO

.7

x Alejandro Turano

x Sofía Petronio

Impresiones #2 x Claudio Lencina

La Cuestión Penal x Mercedes Krause

La Culpa

x Diego Ayuste

Nuestra tapa:

"Tips para no comer de más en las fiestas"

. 8-9

. 10-11

Noche Histórica

. 12

Culpa... con Humor

. 13

Popurrí

. 14

x Marcelo Vertua

x Pedro Mancini / Juan Nadalino / Paio

Alejandro Turano Claudio Lencina Diego Ayuste Juan Nadalino Marcelo Vertua Paio Pedro Mancini

Lo que Babel no se llevó Suplemento cultural bimestral. Año 3, Número 15. Domingo 05 de Octubre de 2014. Gratis con el diario El Argentino. babel@diarioelargentino.com.ar www.facebook.com/babelnosellevo

Diario El Argentino s.r.l. 9 De Julio 45, [CP: 2820] Gualeguaychú, Provincia de Entre Ríos. Argentina. Tel: (3446) 42-6164 http://www.diarioelargentino.com.ar/

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IMPRESIONES #1 x Lucía Miranda


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CUADRO DE

SITUACIÓN x Matías Ayerza

NO SE CULPE A NADIE*

–¡Hagan todos silencio! –dijo el Predicador desde los escalones, alzando su brazo derecho y apuntando hacia el cielo con su dedo índice. En plan de intimidar, fruncía el ceño y dejaba ver sus ojos rojizos. –¡Nadie debería desconocer el motivo que nos convoca esta tarde! –la plaza vitoreaba, aunque tímidamente porque la siesta recién terminaba y el viento soplaba fríamente. En un movimiento rápido, el Predicador cambió de objetivo con su dedo índice para pasar a señalar al acusado de la tarde, un vagabundo habitué de la estación de tren. –Nos urge encontrar al responsable por el robo del sagrado diezmo, y encontramos las pruebas suficientes para sospechar de este señor. –¡Se llama Braulio! –gritó un vecino. –¡Silencio! –ordenó el Predicador, y caminó hacia la silla donde el vagabundo esperaba sentencia. Se agachó y, tapándose la nariz, le habló casi al oído. –Díganos su nombre, por favor. El vagabundo sonrió e intentó decir algunas palabras. –¡No sabe hablar! ¡Nunca lo hizo! –gritó otro. –¡Que nos parta a todos un rayo si este hombre no sabe hablar! –gritó el Predicador. –Braulio, si no fuiste, ¿quién fue? ¿No viste a nadie dando vueltas por acá? –preguntó uno desde el patio.

El Predicador levantó una cruz de un metro de alto, se paró de espaldas a Braulio y de frente al público, sobre uno de los escalones, miró hacia el cielo y oró: –Exaudi, Domine, libera nos a peccatis tuis, et benedic hoc propitius terra. –Yo no estoy seguro de que haya sido Braulio. Nunca jodió a nadie –interrumpió el mismo que había recordado su nombre. El Predicador seguía rezando. Braulio dormitaba. –¿Cuánto pudo haber robado? Era el diezmo del jueves a la tarde –dijo otro. Se improvisó una ronda entre los vecinos para seguir el debate. Todos daban su opinión mientras el Predicador se concentraba en una nueva plegaria. El orden nunca se alteró y cierto escepticismo se apoderó del patio de la capilla, junto con nubes cada vez más negras que el viento atraía. El Predicador esparció agua bendita sobre la pequeña multitud y después lo hizo sobre el cuerpo de Braulio, que seguía dormido. –¡Cárcel común para el profanador de diezmos sagrados! –sentenció, con los brazos abiertos y mirando al cielo. Las primeras gotas empezaron a caer y los vecinos se agruparon debajo de un frondoso ombú. La silla y Braulio estaban a la intemperie, mojándose, lo mismo que el Predicador, que no

parecía molestarse por la lluvia ni por el viento cada vez más frío. Encontraba abrigo en sus plegarias, ahora de rodillas, implorando por la muerte del pecado y el triunfo de la paz y del amor sobre la Tierra. ¿Por qué Dios permitiría que estos enviados de Satanás interfirieran con la misión cristiana de erradicar el mal? ¿Sería un Dios benévolo aquel que dejaba impune el robo de un sagrado diezmo? –¿A dónde se van? ¡Todavía nos debemos un veredicto! –protestó el Predicador. –¿Acaso no fue Jesús quien dijo: “El que esté libre de culpa que arroje la primera piedra? –cuestionó uno, yéndose. –¡Sí! -gritaron otros. –¿Dónde está el amor del que habla la Biblia? ¿Dónde está la palabra de Dios? La tormenta trajo alivio al clima hostil que comenzaba a imperar en la capilla. Los vecinos terminaron por irse a sus casas y el Predicador encontró refugio en la capilla. Braulio siguió dormitando en la silla, empapado. Sólo después de que amainó la tormenta y un rayo de sol se coló entre las nubes, Braulió despertó y notó que nadie lo esperaba alrededor. Se paró, casi tambaleándose, y se fue.

*Por si faltase aclararlo, el título del cuento es un sutil homenaje a Julio Cortázar.


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C I N E

Y P O RC I Ó N D E M UZ Z A TODO LO QUE USTED SIEMPRE QUISO SABER SOBRE EL CINE PERO NO SE ATREVIÓ A COMER, POR EL RUIDO. x Alejandro Turano

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oy usted tiene dos caminos para elegir… Continuar leyendo y aumentar sus opciones para cuando llegue aquella pregunta frecuente “¿Qué película vemos?”, o bien relajarse y disfrutar de una dulce siesta bajo un árbol o frente a la TV. Siesta que acompañará con este mismo diario sobre su panza, dejando así la culpa a un lado. Si decidió proseguir de esta manera, en este momento está leyendo sobre uno de los textos más antiguos, que trata sobre culpas que son a veces tapadas y yacen a nivel inconsciente. Culpas negadas, como las que transita el personaje de Edipo en Edipo Rey (1967) de Pier Paolo Pasolini. Una película basada en el texto teatral de Sófocles, que fue por primera vez actuado en el año 429 AC. Sin dudas, uno de los relatos matrices

blancos que Hollywood nos ha vendido durante un siglo entero… Sin embargo, la idea de culpa como encierro resulta más interesante, ya que en este concepto sí podemos reflejarnos en la cotidianeidad de nuestros actos y nuestras experiencias de vida. Si no, todavía tiene la opción de la siesta…

No lo voy a contar, porque se trata de un acto de autocastigo terrible y prefiero que lo vean en el film. El tipo de culpa que estamos tratando atrapa al individuo en un sentimiento introspectivo, se esconde a veces en el inconsciente, y provoca una profunda angustia. En muchas películas nos muestran aquellos momentos en que el personaje se libera de esa energía producida internamente, como en el film de Pasolini. Son culpas que se encierran como las de la película La piel que habito (2011) de Pedro Almodóvar. Muchas veces Almodóvar, más que filmar, parece pintar cinematográficamente el tema de identidades sexuales utilizando un exquisito universo simbólico. Y lo hace desde los títulos, en los cuales las cadenas de ADN danzantes están formadas por brillantes y gemas preciosas, símbolos del glamour, de performance, y de manipulación biológica. El director realiza una sustitución simbólica que suscita la idea

sobre el incesto, la culpa y la negación con el cual un tal Jacques Lacan se haría un festín psicoanalítico unos siglos más tarde. Edipo, sin saberlo conscientemente, mata a su padre y luego tiene relaciones sexuales con la viuda, o sea, su madre. Tras un largo período de negación, descubre la verdad de su origen e identidad. ¿Qué hace Edipo al enterarse? No lo voy a contar, porque se trata de un acto de autocastigo terrible y prefiero que lo vean en el film. Es el resultado de su negación extrema antes y después de cometer incesto ya que él nunca quiso escuchar la profecía que vaticinaban varios personajes durante la película. Edipo se libera de sí mismo provocando aún más su propio encierro en una oscuridad eterna. No toda historia sobre la culpa es tan oscura como las aventuras de nuestro amiguito Edipo. Están las películas policiales, o en su sentido más literal, las de juicio oral y público. Ni hablar de las de jueces con peluca de rulos

del disfraz, del travestismo, del cambio de piel. A su vez, su estética dialoga con la atmósfera de las películas de Stanley Kubrick. Estamos ante Almodóvar, pero en clave de suspenso. Utiliza los blancos fríos, blanco con celeste y verde

pastel, así son las paredes del cuarto en el que se haya encerrado el personaje de Vera (Elena Anaya). Lo mismo que el quirófano en el que practica ciertas ilegalidades genéticas el Dr. Ledgard (Antonio Banderas). Una historia fantástica sobre prisión y liberación, sobre venganza. El juego de culpas y encierros es perfecto. Culpas que conectan a los personajes con deseos sexuales. Ledgard es quien da identidades sexuales mediante sus prácticas, actos de manipulación de los cuerpos tan extremos que resultan en este cruce de deseos entre él y sus víctimas. El desenlace es así la liberación de las culpas de todos los personajes. En esta película, todos pagan el precio de la culpa con el cuerpo.

El profundo encierro de la angustia es toda Erika Kohut (Isabelle Huppert) en La profesora de piano (2001) de Michael Hanneke. Y lo construye con cada gesto y centímetro de su ser. Una mujer pulcra, rígida, lavada, de aguda concentración, de rígida espalda, que no logra canalizar el placer de las formas tradicionales sino a través del masoquismo. Película muy recomendada para los amantes de films con personajes de una gran elaboración psicológica. A Erika la caracteriza la angustia de seguir durmiendo en la misma cama con su madre aún después de los 40 años. Retrata una prisión de gran espesor. Los primeros planos que sostiene la talentosísima actriz sin emitir un sólo sonido durante minutos son la expresión de encierro en imágenes. Sus micro-movimientos faciales dibujan la intensidad de la tensión interna sobre su propia jaula. Se zambulle una y otra vez en la culpa que le produce una forma de relacionarse que resulta insoportable, hasta volverse imposible.


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¿QUÉ HACÉS DURMIENDO LA SIESTA? x Sofía Petronio

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amos por el tercer día de gripe. Mi marido, además de su dolor corporal, tiene mal humor. Cada dos por tres larga una catarata de insultos dirigidos a sus mocos, que no lo dejan respirar ni mucho menos trabajar. Él es de esos locos que piensan que la “actividad” es todo, que trabajar duro es lo más importante en la vida, y que “tirarse” está prohibido. Imagínense su estado en el tercer día de inactividad. Se siente muy mal y a su vez siente culpa porque todos están trabajando y él, en cambio, boludeando. –Estás enfermo, ¿cómo “boludeando”? ¿Te podés acostar? Mauro… ¡Mauro! Y así todo el día, un tire y afloje entre sus mocos y el remordimiento de no estar haciendo lo que debe. A esta altura, ya lo entiendo, lo mamó desde chico. Su familia se hizo, como se dice, “desde abajo”. Sus padres trabajaron mucho para lograr todo lo que tienen y mantener el negocio familiar. Desde chico le enseñaron que se trabaja hasta los sábados a la noche, que no está bien dormir hasta el mediodía y que los domingos también hay que hacer algo productivo. Nada de quedarse haciendo fiaca. Fue creciendo, trabaja, disfruta de lo que hace, pero se siente culpable de sólo pensar en relajarse.

ya me levanto”. Mientras él corría preparando el mate, vistiéndose, arrancando la camioneta, etc., yo hacía un acting en el que parecía que me iba a levantar. Iba al baño, acomodaba la cama, me vestía y, ni bien me saludaba, volvía corriendo a la cama hasta, por lo menos, las nueve. Si arrancaba a trabajar a las diez ¿por qué no podía quedarme un poco más en la cama? Con lo lindo que es dormir…

Se siente muy mal y a su vez siente culpa porque todos están trabajando Se ponía el despertador temprano y y él, en cambio, boludeando. por culpa mía lo íbamos estirando. Recuerdo los primeros tiempos de convivencia. Se ponía el despertador temprano y por culpa mía lo íbamos estirando. Cuando había pasado una hora del primer pitido, se levantaba exaltado diciendo que el día había arrancado hace rato y que no podíamos ser tan haraganes de levantarnos a las ocho. “¿Vas a seguir durmiendo?” Gritaba. Y yo con mi mejor cara lagañosa “no no,

Lo mismo durante la siesta, cuando aprovechaba a tirarme media hora antes de volver a trabajar. Mauro, no sé si lo sentía o qué, pero siempre me llamaba cuando iban quince minutos de esa hermosa siesta. “¿Qué haces? ¿Estabas durmiendo?” “Pero no, ¿cómo se te ocurre?”. Me hacía sentir tan culpable que ya no podía volver a dormirme.

Con el tiempo me fui amoldando a sus hábitos y fuimos criando a nuestras hijas de la misma forma. Con tan sólo diez y doce años, las niñas ya sabían crochet, coser, cocinar, hacer origami, decoupage, lo que se me ocurría para que no estuviesen “al pepe”. Pobres santas. Hoy, con sesenta años, tengo una familia hermosa, hijas que me dieron nietos, un trabajo ameno, un marido que se desvive en el comercio como el primer día, demasiado para su edad, diría yo. Y me es inevitable pensar cuándo llegará el día en que podamos relajarnos, en que podamos disfrutar de lo que hemos conseguido, en que podamos compartir un viaje o, aunque sea, una siesta tranquilos. Me pregunto cuándo vamos a entender de una vez que trabajar duro significa darle la atención que el trabajo merece, en el momento en que lo merece, y no dedicarle todas las horas de los 365 días del año. Lo voy a charlar con Mauro. Este domingo podríamos empezar, luego de levantarnos temprano para ordenar la casa, por supuesto.


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EL REY DEL QUESO

IMPRESIONES #2 x Claudio Lencina

A GAN LA FEL R A P C S L I E C U N I D AD COMO UNA C HAY QUIE


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La cuestión penal. x Mercedes Krause

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scucho al juez de la Suprema Corte Eugenio Zaffaroni publicitando su nuevo programa televisivo. Se va a tratar sobre la prisión como forma de castigo: “¿siempre fue así?” La publicidad termina, el programa no empieza y en vez de esperar ese análisis deglutido, me dirijo a las fuentes. Sin dudas, quien primero se me viene a la mente es Michel Foucault. Filósofo francés, pareja de Gilles Deleuze según las malas lenguas, historiador de grandes temas como la sexualidad, el poder, la prisión.

Su método, la genealogía. O sea, cuestionar las categorías asimiladas, sospechar que exista un único sentido que explicaría todo en cada etapa de la historia. Los acontecimientos son singulares, dispersos, series. La historia es un saber en perspectiva acerca de documentos: ¿en qué condiciones fue producido el discurso?, ¿cómo circuló el documento?, ¿cuál es su contexto de relaciones?, ¿fue olvidado o reactivado?, ¿por quiénes?, ¿con qué efectos?


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Se pregunta por el surgimiento, la emergencia, por el momento en que lo que ahora nos parece normal, no existía o no se entendía en el sentido actual. La genealogía pone en evidencia la arbitrariedad del estado de las cosas. En definitiva, ¿cuál fue la relación de fuerzas que permitió la aparición y aceptación del concepto de la prisión como tecnología válida del castigo? Foucault pone el acento en las grietas, las fisuras entre los encadenamientos aparentemente necesarios.

¿cuál fue la relación de fuerzas que permitió la aparición y aceptación del concepto de la prisión como tecnología válida del castigo? El trabajo de investigación llevado adelante en Vigilar y Castigar ejemplifica este proceso de análisis. Foucault no pretende hacer una historia del derecho penal sino comprender cómo se ha construido el objeto de la delincuencia. El comienzo de esta historia lo encuentra en la desaparición de los suplicios. Hasta fines del siglo VII, observa Foucault, los crímenes estaban cargados de altos niveles de violencia. Los castigos, también. La tortura se dirigía hacia los cuerpos (no hacia sus almas), hacia la carne sobre la que había que dejar cicatrices.

Durante el siglo XVIII, en cambio, los juzgados y la policía tuvieron que adaptarse a unos delitos más suavizados, provocados por el crecimiento demográfico, la multiplicación de las riquezas y la propiedad privada. Los cambios en el derecho penal, asegura Foucault, no tuvieron que ver con cuestiones de humanidad, equidad, benignidad. Nada de eso, fue un ajuste, un acercamiento hacia nuevas prácticas y delitos. La genealogía de la prisión nos muestra un momento histórico de cambio. Un antes, en que el Estado demostraba un poder soberano, ilimitado y despiadado, que va perdiendo su sentido. Y un después, en el que inculcar con el ejemplo resulta mucho más fácil y efectivo. Un momento en que la venganza es reemplazada por la legítima defensa.

UNA MEJOR DISTRIBUCIÓN DEL PODER Desde los primeros meses del año, ante la posibilidad de una reforma del Código Penal, hemos asistido a un ferviente y excedido debate sobre la inseguridad. Mientras que expertos de diferentes universidades nacionales realizan sus aportes al Anteproyecto, las miradas y, sobre todo, los minutos al aire lograron redirigirse hacia las polémicas declaraciones del secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, acerca de los inmigrantes que cometen delitos. Muchos episodios más se agregaron luego a la cadena de detonantes, pero la frutilla del postre llegó, sin dudas, hace algunas semanas con la reapa-

“Una Nación de Presidiarios”

El gobierno federal y 26 estados aprobaron leyes del tipo “tres golpes y estás afuera”, que encarcelan de por vida a los que reinciden, sin derecho a salida bajo palabra.

Es el título de una nota que publica The Economist en su edición del 4 de abril de 2009, referida a Estados Unidos. De la misma extraigo algunos datos, que tal vez ayuden a algunos a reflexionar. Es una realidad que el sistema estadounidense es el modelo en el que se inspiran los que, en Argentina, piden “mano dura” y más represión para acabar con los robos y crímenes.

El número de personas en prisión por cuestiones de drogas subió de 41.000 en 1980 a 500.000 en la actualidad; es el 55% de la población de las prisiones federales y el 21% de las prisiones estaduales. Tres cuartas partes de los presos por temas de drogas son negros.

Estados Unidos tiene menos del 5% de la población mundial, pero casi el 25% de los presos del mundo. Están en prisión 756 personas cada 100.000 habitantes, una tasa casi cinco veces superior al promedio mundial. En 1985 había 331 presos cada 100.000 habitantes; en 1997 la cifra era 648. Aproximadamente uno de cada 31 adultos está en prisión, o en libertad bajo palabra. La probabilidad de que la gente de color esté en prisión en algún momento de sus vidas es de una en tres.

Más del 20% de los internos dice que ha sido objeto de agresiones sexuales por parte de sus compañeros o de los guardias. Las prisiones federales están operando a más del 130% de su capacidad. Un sexto de los prisioneros sufre alguna forma de enfermedad mental. En las prisiones hay cuatro veces más enfermos mentales que en los hospitales para enfermos mentales. Dos tercios de los ex presos han sido vueltos a arrestar dentro de los tres años de haber sido liberados. El castigo se extiende a las familias de los presos. En Estados

rición del ex galán de telenovelas, Ivo Cutzarida, y sus propuestas de asesinato. Ahora bien, ¿por qué nos convoca tanto la inseguridad y la delincuencia?

El miedo y la culpa son poderosos dispositivos de control, cuya función es preservar un orden social... Según Foucault, el poder es una relación de fuerzas que se extiende por todo el cuerpo social y hace funcionar a la sociedad de una determinada manera. Fabrica a los sujetos, nos tiene como blanco en cada una de nuestras relaciones sociales. El miedo y la culpa son poderosos dispositivos de control, cuya función es preservar un orden social, una forma de vida a la que dedicamos nuestros esfuerzos cotidianos. Normas en las que estamos todos inmersos desde aquella vez que la maestra se dio vuelta y preguntó furiosa “¿quién fue?”. La culpa es un mecanismo de vigilancia que incluso dirigimos hacia nosotros mismos, porque definir, prevenir y perseguir desviaciones sociales es una tarea que hacemos entre todos.

Unidos hay 1,7 millones de “huérfanos de las prisiones”, quienes tienen seis veces más probabilidades de terminar en prisión que el resto de los niños. A veces los castigos continúan después de que los presos son liberados. Estados Unidos es uno de los pocos países que impide votar a los presos, y en algunos estados esta prohibición es de por vida. El 2% de los estadounidenses adultos y el 14% de la gente negra están privados de derechos civiles a causa de fallos criminales. La nota señala: “Pocos de los políticos de primera línea tienen el coraje de denunciar algo de esto. La gente que abraza la causa de la reforma carcelaria usualmente termina en el cementerio político. No existe un lobby organizado para la reforma carcelaria. La prensa ignora el tema. Y aquellos que tienen experiencia de primera mano acerca de las fallas del sistema –presos y ex presos– pueden no tener el derecho al voto”. Cordialmente, Rolando Astarita Abril de 2009


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L A C U L PA x Diego Ayuste

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s una costumbre pedir perdón por cualquier cosa. “Disculpame”, solemos decir, para poder pasar en medio de una multitud, o antes de preguntar una dirección en la calle. Parece lógico, ya que al sentir que molestamos, pedimos disculpas. No parece tan lógico mantener esta costumbre, si es a uno mismo al que molestan. Como la vez que le pedí perdón a mi novia luego de que a ambos nos robaran mientras tomábamos algo. ¿Se puede ser tan absurdo? ¿Y por qué? Nunca voy a olvidarme de la cara que puso. Tal vez por eso, empecé a investigar. Y después de varias lecturas, llegué a la conclusión (seguramente falsa, pero conclusión al fin), que cargo con un sentimiento de culpa heredado, previo a las eventuales moles-

tias que yo pueda causarle a alguien (previo, incluso, a las que puedan causarme a mí), que no tiene mucho que ver con un sentimiento de culpa circunstancial. No. Se trata de una sensación permanente, que no siempre me paraliza, pero nunca deja de angustiarme, porque no depende de que yo moleste a alguien para tenerla. Ella está, ella acecha, como un sátiro que me persigue a todos lados y no me deja respirar. Y tampoco disfrutar ningún momento. Ni siquiera los más placenteros. De hecho, cuando parece no estar, igual remuerde mi conciencia lenta y disciplinadamente, a la manera de un sátiro-termita. ¿Seré víctima, entonces, de esa culpa antropológica, que nació con la renuncia de la humanidad a sus instintos, en pos de civilizarse?


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Ella está, ella acecha, como un sátiro que me persigue a todos lados y no me deja respirar. Y tampoco disfrutar ningún momento. Se supone que los habitantes de la Grecia Arcaica, al traicionar el verdadero culto a Dioniso, signaron el comienzo de la Grecia Clásica, dominada por Apolo. Pero luego se sintieron culpables por el sacrificio que habían realizado y, para expiar ese sentimiento, empezaron a ingerir la carne cruda del carnero sacrificado. De esta forma, mediante su propio sufrimiento, buscaban compensar el sufrimiento causado al dios. Se supone, también, que durante las fiestas dionisíacas, aún en el período apolíneo, la música, entre otros estimulantes, siguió funcionando como una especie de motor de los instintos, porque promovía la pérdida del yo y su confusión en la Naturaleza, con todo lo que esto implicaba. Por eso, la música y el sentimiento de culpa siempre estuvieron relacionados para los griegos “sin vergüenza”. Aquélla los libraba de éste y, al mismo tiempo, liberaba sus instintos. ¿Y nosotros, que ya ni tenemos vergüenza, estamos dispuestos a expiar de verdad nuestras

La música, entre otros estimulantes, siguió funcionando como una especie de motor de los instintos. culpas? Entiendo que, hoy por hoy, ajenos al espíritu trágico de los griegos, después de siglos y siglos engrosando una culpa ya atávica, no es posible una purga semejante. A lo sumo, se pueden alcanzar estados de inocencia fugaces, menos pretenciosos que los antiguos, como el que viví hace un tiempo durante un viaje en colectivo. (A esta experiencia me remito, y a nada más, para sostener mi verdad. Seguramente, porque ésta no tiene el peso de las grandes verdades. Pero también, porque hay que respetar el estilo de ciertos dioses. No se puede afirmar a Dionisos mediante un sistema lógico de argumentaciones.) Era lunes. Llovía. El caño para discapacitados se me clavaba en la espalda, pero no me quejaba. Algunos no tenían de dónde agarrarse; otros sí, pero debían estirar un brazo y ponerse en puntas de pie. Estaba angustiado esa mañana. Sentía la culpa en el pecho y me costaba respirar. En eso, me puse los auriculares y… Jazz, me dejé llevar. Tema uno, dos, el viaje era largo y la música, desconcertante. Por algo, empecé a ver con otros ojos, tanto empujones

como forcejeos, e incluso con ojos detallistas: una mochila trabada entre dos caderas, un brazo que atravesaba hombros y cabezas para aferrarse a un caño, lo de siempre, pero aquella vez, yo escuchaba y me entregaba a una improvisación asimétrica, una tras otra, y entonces veía, un señor que se contorneaba para llegar a la puerta, una señora que se daba maña para hablar por teléfono sin soltar la cartera, un grupo que se movía en bloque cuando el colectivo frenaba, la música no paraba, los vidrios se empañaban, los caños mantenían el calor de manos y manos, me acuerdo, había olores, y silencios, y ruidos, y caras de frustración, entre otras cosas que veía, tocaba, olía y además, escuchaba, porque justo había bajado el volumen, lo que me permitió oír un ‘perdoná’, un ‘disculpame’, una y otra vez, ya que a todos les llegaba el momento de tener que bajar y molestar al resto. Son varias las causas, varias las culpas. En eso, vi a una chica con auriculares, una diosa que cerraba los ojos y movía la cabeza, y no parecía

Sin música, todos seguirían paralizados, sintiéndose cada vez más culpables. angustiada como los demás. De hecho, bailaba con una soltura disruptiva, como si no se hiciera cargo de la situación, y me dije: “Está en otra, parece ida”. No me olvido, porque en ese momento, sentí un impulso, algo parecido al deseo, que me llevó a divagar. Y pensé, que sin música, el resto de los pasajeros sería incapaz de liberarse de semejante opresión. Que sin música, todos seguirían paralizados, sintiéndose cada vez más culpables. Así lo expresaban sus caras al menos; así lo expresaban, cuando pedían disculpas, o perdón. A diferencia de la chica de los auriculares, que reía con la gracia del inocente y no se disculpaba si pisaba a alguien, si cantaba demasiado fuerte, si molestaba a otro cuando se movía a voluntad. ¿Entonces? ¿Ella se sentía inocente? Sólo sé que la vi bajar y caminar en dirección contraria al colectivo. Su andar era liviano, casi levitante, y parecía marcado por un ritmo propio, acaso refrenable al momento de apagar la música, por su mala consciencia. Era lunes. Llovía. Y acaso porque ya no quería pensar, me puse de vuelta los auriculares. Y otra vez, jazz. Aún faltaba para llegar. Temas y temas, aún, escuchando, mientras cerraba los ojos y movía la cabeza, sin saber qué sonaba, quién lo interpretaba, quién, ahora más liviano, era yo. Esto es lo último que recuerdo. Esto, y que el colectivo se fue vaciando de a poco, a tal punto que llegué a moverme con cierta libertad, y algo de entusiasmo incluso, como si ya no cargara con mi sentimiento de culpa.


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NOCHE HISTÓRICA x Marcelo Vertua

T

enía diecisiete años, vivía en estado de revolución hormonal, y había bebido.

Ese, al día de hoy, es todo mi alegato. El mismo al que vuelvo una y otra vez, cada vez que cierro los ojos para dormirme. Luego de cinco años, en esa noche no habría ausencias, ni llegadas tarde, ni nudos de corbata mal hechos, ni tráfico de exámenes resueltos. Esa noche era La Despedida, el festejo, la salida final de un grupo de sobrevivientes de un colegio católico. Después de esa última noche, habría tiempo para todo lo que no importaba: reencuentros forzados, actualización de biografías, cervezas con sabor a nostalgia y la vida que nos empujaría al fuego cruzado de la adultez: estudio, trabajo, familia… Pude haber ido a la cena y terminar ahí: alegre por el tinto y triste porque ya nunca podríamos triunfar en Feliz Domingo o en Jugate conmigo… Pero siempre estaba el subgrupo, gente festiva con argumentos implacables. Gente afín que se colgaba del último hilo de la noche para llegar despierta al amanecer. Horas antes, por teléfono, Luciana me había dicho “pasala lindo, disfrutá”, y yo sentí que me daba una granada para que me explotara en el bolsillo. Nos conocíamos hacía poco, pero fue intercambiar datos básicos (nombre y colegio) y sentir que habíamos crecido juntos. Teníamos la misma inocencia y la misma sensación de que las estrellas crecían en nuestro jardín. Los chicos me convencieron. La plata no era excusa, ellos me prestaban. En cuanto al debate interno, esa noche Luciana no me esperaba en la puerta de la casa de sus padres. Ya habría tiempo, toda una vida para ella. En cambio, con mis compañeros… Nos amontonamos en el auto del padre de uno y fuimos a Dimensión. Apenas nos cortaron el ticket, nos sumergimos en la multitud y, como de costumbre, la marea humana se encargó de separarnos. Fui a la barra, pedí un fernet y di vueltas con el vaso en la mano, concentrado en que nadie me lo volcara. En eso vi a Franco, uno de los que más me había insistido con eso de “vivir el momento”. Cigarrillo entre los dedos, hombro izquierdo apoyado en la pared y, frente a él, una chica. Conversaban desde cerca y, cada tanto, se reían y establecían contacto lingual. Respetando la ley de “No molestarás al que está con una mina”, me mantuve a distancia. Pero cuando notó que yo andaba suelto, me llamó. “Te presento a Griselda”. Veintipico. Narigona. Pelo castaño, enrulado. Minifalda. Cinco puntos de cara y siete de cuerpo (bonus por la minifalda). Le di un beso en la mejilla y, antes de esfumarse, Franco me sopló: “Transátela”.

Le pregunté la edad y el signo, le juré que yo era más listo que mi amigo y la invité arriba, a los reservados. La tomé de la mano y subimos las escaleras. Dimos vueltas, encontramos un sillón y apenas nos sentamos, me paré, le dije que enseguida volvía… y desaparecí.

Los graves de la música retumbando a mis espaldas, la avenida de frente, la agresión de los caños de escape, el olor rancio de la basura en la vereda, el eterno retorno de los ciclos escolares… Pensé en una nueva retirada, como se piensa en una nota fraguada para retirarse antes de clase.

Tomar whisky puro era correr una maratón sobre arena movediza: cada pequeño sorbo, un gran avance hacia el hundimiento.

Esa tarde me desperté con una Moulinex en la cabeza. Era la mezcla de bebidas, pero también el sabor amargo de los atajos: en tan sólo un rato había conseguido con una extraña aquello que con Luciana llevaba meses de fracaso. La foto mental de la gorda jadeando, contrastaba con la de mi chica, diciéndome que iba a extrañarme y yo respondiéndole que también, que la quería mucho, que no podía dejar de pensar en ella.

Abajo, de nuevo Franco. El tipo tenía mi misma edad y, a la vez, era más viejo: sabía más de mí que yo mismo. Me interrogó y no pude evitar decepcionarlo. De inmediato me llevó a la barra, me regaló un whisky nacional, se dio media vuelta y se puso hablar con una rubia. Tomar whisky puro era correr una maratón sobre arena movediza: cada pequeño sorbo, un gran avance hacia el hundimiento. Las minas se veían cada vez más lindas y, a la vez, cada vez más accesibles a la hora de un teórico abordaje. Empecé a yirar. La pista tenía varios niveles. En la parte superior había una chica que brillaba como un pase VIP: tomaba cerveza y le sonreía a todos los que la miraban. Morocha, alta, rellena, pelo enrulado. Bordeaba los treinta. Cara: cuatro puntos. Cuerpo: cinco. Actitud: diez. Me acerqué. Apenas me vio, sonrió y me hizo un bailecito de bienvenida. Le sonreí, me sonrió más y comencé a seguirle el paso al ritmo de We can dance if we want to… Al siguiente tema, me agarró de la mano y bailó una especie de lambada, usando mi cuerpo de caño.

La llamé, le pregunté qué había hecho a la noche y me dijo que nada. Le conté que me había emborrachado y me preguntó si ya me sentía bien. Me dijo: “Espero que te hayas divertido”. Entonces arranqué con: “¿Ves? A vos no te importa nada de lo que yo haga. Todo te da lo mismo. Seguro que cuando vos salís con tus amigas...” y seguí hasta hacerla llorar y colgar. Entonces volví a llamarla. Como me daba ocupado, llamé a Franco: “Al toque que nos separamos me transé una pendeja hermosa. Tengo el teléfono. Es para ponerse de novio…”, me dijo. Nos quedamos en silencio y decretó: “Fue una noche histórica”. Es que él había hablado con los demás y, al parecer, todos habíamos transado. Inédito. Lo mío había sido más que “transar”, pero me lo guardé. De enojado nomás. “Cinco a cero. Goleamos”, festejó. “Seis –corregí– vos hiciste doblete”.

–¿Cuántos años tenés? –me dijo. –Veinte –arriesgué. –Ay, qué lindo. Sos un bebé. Al siguiente tema nos dimos un beso corto. Después, otro más largo, y yo ya no era responsable de mis manos. Para mí, transar era todo: lo máximo que podía pasarme con una mujer a la que recién conocía. Al rato, deslizó: “Ya sé lo que vos querés”, y me llevó hacia la salida. Mientras esperábamos un taxi, me preguntó si tenía novia. Respondí: “hace poco empecé a verme con una chica, pero todavía no la considero novia”. –¿Ya le dijiste que la querés? –… Faltaba el gallo cantando tres veces.

...en tan sólo un rato había conseguido con una extraña aquello que con Luciana llevaba meses de fracaso. Con Luciana estuvimos varios días peleados. Terminé llorando y pidiéndole perdón por esos celos que, en realidad, eran algo peor. Ella aceptó las disculpas, pero no me alcanzó. Cada vez que tenía oportunidad, la lastimaba. La lastimaba para lastimarme. Suponía que esa era mi forma de pago. Suponía que si ella me dejaba, yo iba a liberarme de la culpa. Cuando Luciana decidió terminar, traté de mantener la calma, de no dar pena. Pero cada vez que me voy a dormir, cierro los ojos y me quedo despierto, barriendo los escombros de la noche histórica.


5 OCTUBRE 2014 | 13

Chiflete x Juan Nadalino

Copitas x Paio

CULPA... CON HUMOR

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14 | BABEL Nº15

ENTRE LA BIOLOGÍA Y LA SOCIOLOGÍA

En agosto 2014 se publicó en castellano El superorganismo. Belleza y elegancia de las asombrosas sociedades de insectos, libro de Bert Hölldobler y Edward Osborne Wilson. Maravillados por la idea de una sociedad sólida y regida por reglas inflexibles, pero seguidas por seres cuyo cerebro no es mayor que un grano de sal, los ex profesores de Zoología de la universidad de Harvard dedican esta obra a los llamados insectos sociales (abejas, hormigas, avispas y termitas, entre otros), a los que investigaron durante más de veinte años. Se fascinan por una "civilización" de la cual están ausentes la conciencia, la razón y, por supuesto, la culpa.

¡ÚLTIMA OPORTUNIDAD! ¿QUERÉS ESCRIBIR EN NUESTRO ÚLTIMO NÚMERO DEL AÑO? En diciembre publicaremos el número dedicado a “Viajes” y estamos recibiendo textos, ilustraciones, aportes de todo tipo y género. Sumáte y mandános lo tuyo por mensaje privado en Facebook o a babel@diarioelargentino.com.ar. Tenés tiempo hasta el 1 de noviembre.

EL MAQUINISTA

El Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, invita a las y los estudiantes secundarios de todo el país a participar del Concurso Fotográfico: "Tomala vos, dámela a mí". Esta propuesta busca generar un espacio de discusión sobre los lugares y las formas de participación política en las que intervienen los y las jóvenes a través de imágenes. Pueden participar estudiantes de escuelas secundarias, de todo el país, tomando fotografías y compartiéndolas.

Cada imagen compartida en el Grupo Facebook “Tomala vos, dámela a mí” podrá ser comentada, completada, contrastada o reinterpretada por otro participante con una nueva fotografía, generando así un diálogo visual. Se puede participar hasta el 30 de noviembre y en el mes diciembre un jurado seleccionará las fotos ganadoras. Más información y Bases del concurso: www.parquedelamemoria.org.ar F/ “Tomala vos, damela a mi”

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“El Maquinista” (2004) es un thriller oscuro y atmosférico dirijido por Brad Anderson. Narra la historia de Trevor Reznik (Christian Bale) que soporta un sentimiento de culpa que literalmente lo consume. A lo largo del film Trevor investiga los extraños sucesos que están convirtiendo su mundo en una pesadilla. Pero cuanto más descubra, menos querrá saber. El director se vio influenciado por clásicos de la literatura como Kafka y Dostoyevsky. Y en el campo cinematográfico, Hitchcock, Polanski y David Lynch. El look de la película se ha inspirado en la austeridad expresionista de los primeros films de terror como “El Gabinete del Dr. Caligari”, “Nosferatu” y “Vampyr”.

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5 OCTUBRE 2014 | 15

Este suplemento cuenta con el apoyo de:

Dr. Carlos Alberto Petronio M.P. 6137 Médico Especialista en Cardiología Ex-Residente Fundación Favaloro-Güemes Ex-Presidente del Distrito Uruguay de la Sociedad Argentina de Cardiologia (SAC) Médico Recertificado en Cardiología S.A.C.

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