Revista La Barra Edición 25

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OPINIÓN

por MARÍA de JESÚS JESÚS mariajj@revistalabarra.com

La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la posición editorial de la revista LA BARRA

MALOS COMENSALES V

ivo entre restaurante y restaurante y me aterro de ver a muchas de mis amigas y amigos departiendo en los nuevos establecimientos, normalmente reventados de la risa y pidiendo platos y platos para compartir; seguramente para tratar de minimizar el aporte de cada cual. Me enfurezco con los comentarios de las unas y los otros, pues son de lo más destructor que uno se pueda imaginar, como si toda su vida hubieran sido clientes de restaurantes. Pues no, yo soy cincuentona, y recuerdo que en Bogotá había muy pocos restaurantes y todos tenían un carácter especifico y normalmente eran atendidos por sus propietarios, lo que no es usual hoy día. Resulta que las mismas y los mismos son también los que asisten a cocteles y recepciones, y valga la verdad, pareciera que no tuvieran otro tema que el de los restaurantes. Por lo general los destruyen, acaban con el menú, despotrican del servicio, rematan con la decoración y, por supuesto, todos les parecen carísimos. ¿De cuándo acá saben tanto? ¿Quién dijo que tenían el derecho de asesinar de entrada al uno o al otro? ¿Qué saben de comida estas cincuentonas o cincuentones que se educaron con arroz, carne, papa y maduro, también con torta de macarrones y arroz atollado? Es infame; he tenido más de un agarrón con mis amigas, algunas ni me dirigen la palabra, por defender nuevos sitios que recién abren sus puertas y no han tenido la oportunidad

de afilar sus menús y su servicio. Sostengo en mis trifulcas que las cocinas deben curarse, como las pipas de los señores (me refiero a las pipas de fumar, no a las de las tripas, que horrendas son); que los chefs, cocineros, auxiliares y demás personal de servicio deben coger el ritmo y que sazonar mesa y bar con cocina, es una difícil salsa por poner a punto. Pero no, mis amigas son letales y sus maridos aún peores; pero más triste aún es saber que casi ninguna y mucho menos ninguno saben cocinar siquiera un “buen” huevo frito. Ellas no cocinan, ellos hoy asisten a cursos de cocina y se creen chefs, y cuando invitan a cenar a casa, se les escapa bajo la bandeja de servicio la etiqueta de la casa de banquetes, del club o del restaurante tal. Es genial, además entre ellas y ellos se intercambien recetas cual swingers tan de moda hoy. Eso sí, la clave del éxito es el precio promedio: no llamo a tal porque es carísimo, y fulanita de tal lo prepara idéntico por sólo tanto. Observan detalles como “el vino pásenlo servido, nadie lo notará y es baratísimo en Carrefour”; el whisky trasvásenlo en el flask que nos regaló Pepe de matrimonio, eso ni se dan cuenta. Obviamente Rosaura de delantal negro y, así se enfurezca, de cofia; y que se traigan a la hermana que está trabajando donde Pepita desde hace un tiempo y ya sabe servir”. Pero así es la vida, los unos se esfuerzan para que los otros no admiren; y a veces y muy lamentable, es que quienes sí admiran, se dejen llevar por las opiniones de quienes no entienden - en este caso - ni papa.

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