DELIRIO 8 CINE

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Pet Shop. Lena Yau

Un rosetón móvil, pensó. Torció la muñeca suavemente para que la luz rompiera el agua en colores.

“- Quién sabe - dijo la Maga-. A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz. (...) - Pero el amor también podría ser eso- dijo Gregorovius-. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas”. Julio Cortázar. Rayuela.

O un tiovivo herido por un arcoíris… Giró sobre sí, balanceando el paquete en alto, casi rozando la lámpara del techo. El espectro tornasol tembló para luego lamer las paredes, el suelo, la camisa de Suso. Una voz lo devolvió a este mundo: ¿Efectivo o tarjeta? Pagó con dos billetes. No quería hacer esperar a Lisette. Aprovechó que ella consultaba la cartelera del cine para observarla. Parecía una bailarina de Degas. Hombros hacia atrás. Vientre contraído. Mentón apuntando al sol. Absorta, los rizos enmarcando su rostro, los labios en puchero y el peso de un ave en reposo. Era perfecta. Sintió pena. Sacarla de sí era romper el momento. La función de las ocho estaba a punto de comenzar. Se acercó en silencio.

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