

Defender
El abogado penalista y su oficio
78 consejos para la defensa penal
Defender
El abogado penalista y su oficio
78 consejos para la defensa penal
MANEL MIR I TOMÀS
Abogado
VÍCTOR CORREAS SITJES
Magistrado

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los arts. 270, 271 y 272 del Código Penal vigente, podrá ser castigado con pena de multa y privación de libertad quien reprodujere, plagiare, distribuyere o comunicare públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios.
Este libro ha sido sometido a un riguroso proceso de revisión por pares.
© 2025 Manel Mir i Tomàs y Víctor Correas Sitjes
© 2025 Atelier
Santa Dorotea 8, 08004 Barcelona
e-mail: editorial@atelierlibros.es www.atelierlibrosjuridicos.com
Tel.: 93 295 45 60
I.S.B.N.: 979-13-87867-48-5
Depósito legal: B 15845-2025
Diseño y composición: Addenda, Pau Claris 92, 08010 Barcelona www.addenda.es
Impresión: Podiprint
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Arenal
LA LÍNEA DE DEFENSA
PRÓLOGO
En nuestro modelo social la Ley y el Derecho son regla de comportamiento y condición de convivencia. Y para aplicar la Ley resultan esenciales un tribunal independiente y unas normas de aplicación, que habiliten al ciudadano a invocar y hacer valer su derecho. Leyes que tengan por objeto hacer cumplir las leyes. Esto y no otra cosa es el proceso. Y dentro del proceso el ciudadano no está solo, le acompaña el abogado que es su voz y su consejero.
La ley penal quiere ser garantía de protección de intereses esenciales a la convivencia y a quien la ofende el Código Penal castiga con la reacción más contundente, la pérdida de libertad o de derechos.
Es la severidad misma de la reacción penal frente al delincuente la que conduce al sistema de prueba y enjuiciamiento penal a dotarse de un conjunto de garantías que no olvidan que el proceso penal es, probablemente, la más intensa confrontación del ciudadano frente al poder del Estado y que obligan a considerar permanentemente la posibilidad de que el investigado sea inocente. Es meta del proceso penal investigar la verdad y castigar al autor. Pero también absolver al inocente. Se afirma, además, que
la pena es también esencial a la convivencia, tenga aquella un fundamento preventivo general, reeducador, o hasta retribucionista. Pero la pena se reserva al culpable y a tal categórico pronunciamiento solo puede llegarse mediante un acopio de pruebas que balancee con proporcionalidad el sacrificio de derechos. La verdad sí, pero no a cualquier precio. El proceso penal es en sí mismo un sacrificio de derechos. Desde la entrada y registro o la interceptación de las comunicaciones que limitan la intimidad, hasta la citación misma de un testigo al que se impone un deber de comparecencia y de decir verdad. La clase, la extensión, y el presupuesto mismo en el sacrificio de los derechos dan cuenta de la calidad de un sistema de garantías al servicio del proceso y de la pena.
Emerge así el derecho de defensa, como herramienta a disposición del ciudadano para participar activamente en el proceso y hacer valer e imponer su derecho a la presunción de inocencia. La defensa es conquista vinculada a la calidad del Estado de Derecho y a la preservación de un sistema de garantías. No existe Estado de Derecho sin una vertebración normativa del derecho de defensa, sólidamente anclada en el ordenamiento jurídico.
La alta responsabilidad de desplegar la defensa del ciudadano recae en el abogado, depositario de aquel tesoro. No hay Justicia sin abogado.
Y de esto va este libro que me honro en prologar. De la grandeza del oficio de abogado y de su compromiso con el encargo que su cliente le confía. ¿Y es que existe acaso algo más grande, una profesión más libre y atractiva que permite a quien la ejerce vivir mil vidas? Vivir las vidas de sus atribulados clientes, en sus momentos de mayor incertidumbre y zozobra. Pero también en sus momentos de más pletórica felicidad, la declaración de inocencia largamente anhelada.
Profesión grande, pero también preñada de servidumbres y sacrificios, conformada con la humildad y serenidad que da saber que la decisión está en manos de otros, que, aunque abrigue el abogado la certeza de la justicia que propone y la razonabilidad técnica de su planteamiento, el pronunciamiento de su acierto habrá de ser dictado por otros que han asumido la (dura) responsabilidad de decidir (recuerdo a un profesor, muy poco abogado, que
no resistió el ejercicio profesional al no soportar someter su ciencia a la decisión de otros).
Los autores de esta magnífica obra consiguen que su trabajo y la descripción que hacen del oficio de abogado destile dignidad. Pero no es un libro topográfico, descriptivo. Se trata de un libro de consejos escrito desde la honestidad. Desde la libertad de a quienes ya les aprobó la vida, de quienes ya aprobaron también con nota el ejercicio de la profesión, que la han ejercido con tanta intensidad que es imposible distinguir en ellos vida y profesión.
Un libro de consejos escrito desde la experiencia. Pero que nada impone. Martillazos suaves de sabiduría que aprehendemos como amables sugerencias escritas desde la generosidad y el compromiso en la transmisión de conocimiento. Consejos expuestos como reflexiones en voz alta, pero cargadas de posición ética frente al mundo y las cosas de este mundo.
Y así, la apuesta por la lealtad procesal, la cordialidad. La apuesta por el prestigio de la abogacía clásica, romántica, ejercida desde la soledad frente a los nuevos modelos tayloristas de las grandes marcas.
La necesidad del estudio constante del Derecho, más sin caer en la hipertrofia dogmática, y sin descuidar la formación en humanidades, como necesarios compañeros del rigor en el conocimiento profundo del caso.
Sin dejar de abordar la respuesta a las grandes preguntas. Aquellas que hacen al abogado en la panadería y se hace este en la soledad de su despacho. Así, acerca de la posibilidad de defender a un culpable, y que los autores resuelven haciéndonos una larga cambiada (en términos taurinos) acudiendo a una anécdota del foro.
Pero también se adentran con audacia en consejos de las cuestiones procesales prácticas más cotidianas: el derecho al silencio en los diferentes escenarios y fases procesales, la logística de preparación práctica del juicio oral, la técnica en el interrogatorio de testigos y peritos, con perlas como las de evitar el enfrentamiento o la concreción en la pregunta frente a la invitación genérica a hablar de lo que pueda saber el testigo, que da alas al declarante y nos lanza al abismo de lo imprevisible, y, acaso, al resultado per-
judicial. La prudencia en el interrogatorio sin abrir ventanas a lo desconocido. No insistir en repreguntar aquello que ya había quedado bien dispuesto. En suma, siempre hacer una pregunta menos, y, en ocasiones, no hacer ninguna. Los autores conocen, sin duda, que el arte del proceso no es esencialmente otra cosa que el arte de administrar las pruebas.
Y, por último, sabios consejos sobre el informe final en Sala ante el Tribunal, que debe evitar toda elocuencia teñida de erudición empalagosa. Nuestras viejas salas de las históricas Audiencias Provinciales invitaban a la solemnidad y a la ornamenta. Las actuales salas de enjuiciamiento, funcionales y poco pomposas, sin embargo, tampoco nos pueden conducir a la informalidad tabernaria. El rigor semántico sigue siendo necesario y el lenguaje jurídico tiene sus exigencias innegociables, de las que no podemos prescindir. Encontrar el equilibrio entre el rigor y la sencillez.
Los autores representan lo mejor del panorama jurídico. Me une a Manel Mir una amistad y admiración de largo recorrido. Sencillamente, un gigante de la abogacía. Le acompaña en este trabajo, con idéntico brío, Víctor Correas, que aporta la visión de quien fue abogado antes que Juez, engrandeciendo la perspectiva.
Y me une a ambos nuestra profunda admiración por el maestro Pérez-Vitoria, personaje en el foro, en las aulas, y en la vida. Elevó la anécdota a categoría. Aun nos alumbran sus enseñanzas no solo sobre el Derecho Penal y el oficio de abogado, sino también sobre las grandezas y miserias del alma humana. El mejor elogio que puedo hacer de esta obra es que al maestro Pérez-Vitoria le habría entusiasmado.
Cristóbal Martell Pérez-Alcalde
