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Las instituciones educativas y su función de guardería Marlon Yezid Cortés Palomino

LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS Y SU FUNCIÓN DE GUARDERÍA

Marlon Yezid Cortés Palomino*

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Muy fácilmente las personas que estamos en el ámbito educativo, hemos escuchado a una profesora de preescolar, corrigiendo a alguien que nombró como guardería a su preescolar. El corregido se disculpa, y dice: “Eh, perdón. Preescolar”. Esto sucede porque en la historia de la educación para los niños menores de 7 años, lo que tuvo más consistencia hasta hace muy poco, fueron precisamente las guarderías del ICBF o las de instituciones privadas. Solo hasta 1994, el preescolar se convirtió en un nivel obligatorio para el sistema educativo colombiano, con una planeación académica clara. El efecto de esto, fue ubicar a las guarderías en un cierto nivel inferior al de los preescolares que tenían una instrucción educativa clara.

Bien. En todo caso, la escuela, en la mayoría de las apuestas didácticas actuales, ha implicado que el alumno salga de casa a la espacialidad escuela. Los padres de familia confiamos el cuidado de nuestros hijos a la institución educativa, además de que esperamos procesos formativos en la vía de lo académico. Es decir que sin importar si creemos que la labor de guardería sea de menor o mayor valor, la escuela también cuida unas horas a nuestros hijos. Los guarda, tal vez podríamos decir. De hecho, nos aseguramos los padres de familia que los niños no tengan posibilidad de salir de la institución; nos aseguramos que estén bien guardados.

En estos tiempos de cuarentena, queda evidenciado que la función de guardería que tienen la mayoría de las instituciones educativas (no solo preescolar) es mucho más importante que un simple asistencialismo, que, en el ámbito académico, pareciera ser un asunto de poco valor. En estos tiempos, los padres de familia (sobre todo en la educación primaria y preescolar) estamos mediando entre los niños y sus profesores; es decir, los profesores envían talleres y los padres de familia finalmente somos los que armamos la escena para que el niño realice la actividad propuesta.

En tiempos de cuarentena, la función de guardería que tiene la escuela, desaparece. Y con dicha desaparición, llega la ola de situaciones curiosas, conflictivas y preocupantes, que suceden, por el exceso de cercanía entre los padres y sus hijos: el padre de familia que no tiene paciencia para enseñarle a su hijo las tablas de multiplicar, la abuela que no sabe qué hacer pues el nieto no se concentra en el computador mientras la profesora habla y silencia los micrófonos, la mamá cuyo nivel educativo es más bajo que el del niño mismo y por lo tanto no entiende lo que la profesora dice, etc. Y entonces en el chat de los padres de familia del colegio, aparece la queja imposible de manifestar

* Profesor Departamento de Pedagogía, Facultad de Educación, Universidad de Antioquia.

en la normalidad presencial del pasado: “Estoy cansado de tener que ser el profesor de mi hijo. Yo no tengo paciencia para eso. Si los niños no vuelven a clases, me volveré loco y traumatizaré a mi hijo obligándolo a que haga las tareas”. Y entonces con la queja, aparece de manera clara que esa función, para algunos invisible, es absolutamente importante.

Pero, entonces, ¿en qué consiste dicha función de guardería?

Consiste en separar, por unas horas al día, a los padres de los hijos; y esto, pone en operación otros asuntos fundamentales para la crianza y formación de los niños, tales como:

1. Los padres se ocupan de su posición de hombre o de mujer, en lo profesional o en lo amoroso. La separación ayuda para no ser padres 24/7; y esto, favorece la convivencia entre padres e hijos. 2. Los niños socializan con otros adultos y por lo tanto entran en contacto con otros referentes de vida. 3. Los niños socializan con sus pares, que es una dimensión privilegiada por la escuela en su formación como sujetos. 4. Los niños habitan otro espacio alterno al hogar.

Si no sucede tal separación, lo que hemos visto en estos meses de confinamiento es una profundización de los conflictos entre padres e hijos, al punto de que ya en las noticias se habla de un aumento de lo que llaman “maltrato infantil”. Con el encierro, viene el efecto cárcel, que no es otra cosa sino lo insoportable que se convierte la convivencia cercana y permanente entre sujetos, pues dicha convivencia constante hace difícil sostener las herramientas que cada quien tiene para hacer un vínculo medianamente armonioso con los otros.

Al parecer, en la dimensión amorosa, es necesario introducir algo de ausencia para que luego suceda un alegre reencuentro, que es lo que vivimos los padres de familia cuando nuestros hijos llegaban del colegio por las tardes, con sus rostros iluminados por la nueva aventura que tenían por contarnos, y que solo podía suceder en nuestra ausencia. Confieso que escribo este texto con algo de nostalgia por el colegio de mi hija y su función de guardármela por unas horas al día.

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