
El proyecto de mentorizaje artístico es, sin duda, una de las motivaciones más prometedoras en el cuidado de la cultura joven.
Con este proyecto buscamos establecer un espacio único donde mentores y aprendices se unan para explorar las profundidades del arte y, en este caso, desentrañando los misterios de la narración gráfica y cultivando el talento individual.
Gracias a este proyecto, los jóvenes participantes han ido descubriendo juntos la magia de la composición visual, la construcción de personajes, la creación de mundos imaginarios y la capacidad de transmitir historias a través de la combinación única de imágenes y palabras. Han descubierto, también, la profundidad de desarrollar una profesión cultural, en este caso dentro de la narración gráfica.
A través de la mentoría, los participantes no sólo han afianzado las técnicas esenciales para dar vida a sus historias en viñetas, sino que también han tenido la oportunidad de desarrollar su voz artística, cómo única.
Por todo esto, desde el Ayuntamiento de Santander y, especialmente desde el servicio de juventud, nos llena de orgullo que tengas en tus manos los proyectos ganadores de nuestro programa de mentoría de cómic. Después de un proceso cuidadoso de revisión y evaluación, se han seleccionado con cuidado a aquellos participantes cuyas propuestas destacaron por su creatividad, originalidad y potencial para impactar profundamente en el mundo del cómic.
Gracias a todos los participantes y enhorabuena a todos los seleccionados. Estamos orgullosos y ansiosos por ver cómo estos proyectos evolucionarán y se transformarán a medida que vayáis creciendo profesionalmente. Este es sólo el comienzo de una emocionante travesía que estamos seguros os llevará a nuevas alturas la expresión artística y la narrativa visual.
Agradecemos de nuevo a todos los participantes por compartir su creatividad y dedicación. El compromiso y entusiasmo que hemos presenciado durante este proceso son testimonio del potencial espíritu creativo que impulsa nuestra ciudad.
¡Felicidades a los ganadores y que esta experiencia de mentoría de cómic sea un capítulo inspirador en vuestras carreras creativas! Atentamente,
Noemí Méndez Fernández, Concejala de juventud del Ayuntamiento de Santander
Entre el humo y la niebla comenzaba a intuirse cómo los últimos rayos de sol del día languidecían. Quizá era un poco generoso referirse con ese término a aquellos tenues destellos que surgían entre el espesor de la suciedad cotidiana, pero, tras una semana sin más que completa oscuridad, cualquier atisbo de luminosidad se percibía de forma magnificada. Ajeno a la claridad que intentaba abrirse paso entre las rendijas de su ventana, lo único que le importaba a Oliver en ese momento era que El Nexo no llegase tarde a su cita, pues no tenía ganas de prolongar su estancia bajo esa nube de putrefacción ni un minuto más de lo necesario. A fin de cuentas, éste sería posiblemente su último trabajo y, con ello, su última semana en aquel lugar del que tanto anhelaba escapar.
Desde su apartamento podía escuchar el sonido del noticiero que su vecino, como de costumbre, tenía puesto a todo volumen. Para sorpresa de nadie, las autoridades seguían aconsejando no salir a la calle. Oliver se preguntaba frecuentemente qué utilidad tenían esas noticias más allá de recordarle a la población la obviedad de su desdicha. Cualquiera con un mínimo de sentido común no se atrevía ni a abrir las ventanas durante la mayor parte del año, mientras que, aquellos movidos por la desesperación o el afán de aventura, se enfundaban el equipo necesario para otro día de trabajo en las tinieblas.

A pesar de haberse ajustado la máscara meticulosamente antes de poner un pie en la calle, no pudo evitar sentir cómo el hedor de la decadencia –que, por si a alguien le interesa, se parecía bastante a una mezcla de basura vieja, azufre y ácido- penetraba sin piedad en sus fosas nasales. No sabía si le inquietaba más la idea de que la calidad del aire hubiese empeorado aún más en los últimos meses o, como ya había sucedido con anterioridad, que le hubiesen estafado vendiéndole una burda imitación del producto que había encargado. Fuese cual fuese el motivo, decidió apresurar el paso hacia el lugar de reunión; ya tendría tiempo para toser toda la porquería inhalada una vez iniciase su viaje.
El callejón en el que iban a encontrarse no era precisamente un lugar recóndito, pues se encontraba junto a una de las calles principales de la ciudad. Sin embargo, cuando la niebla estaba en su pleno apogeo como aquella noche, era verdaderamente complicado mantener el sentido de la orientación para quienes no eran expertos como él. La suciedad que flotaba en la atmósfera terminaba irritando los ojos hasta el punto en el que las lágrimas emborronaban el ya escaso campo de visión disponible y, aunque algunas compañías habían trabajado en modelos de máscaras que cubriesen el rostro por completo, las partículas que se posaban sobre ésta opacando el vidrio terminaban anulando su función.
Por suerte, Oliver se conocía aquel trayecto hasta el punto de poder hacerlo, casi en su totalidad, con los ojos cerrados. Sara y Jan habían desarrollado esa misma habilidad, por lo que no le sorprendió en absoluto que ya estuviesen en el punto de reunión cuando dobló la esquina para llegar a su destino. Los tres realizaron un sutil movimiento de cabeza y se dieron por saludados. No era buena idea hablar más de lo necesario ya que, aunque la neblina les protegía de las miradas curiosas, la voz era un indicador inequívoco de que había gente merodeando por aquel lugar en un día de contaminación nivel 4. Eso sólo significaba una cosa: delincuentes.
Cuando las calles de la ciudad se volvían intransitables, allí estaban siempre las bandas organizadas y los lobos solitarios dispuestos a otro día de trabajo. A medida que los días de contaminación extrema se multiplicaban, así lo hacía la pasividad de la policía. Era sumamente extraño encontrarse una patrulla por la calle, lo cual resultaba beneficioso para gente como Oliver y sus acompañantes, quienes aprovechaban para adentrarse en los cientos de edificios abandonados a fin de hacerse con cualquier cosa de valor que encontrasen. Quizá las patrullas consideraban que no ganaban lo suficiente para exponer su integridad ante aquel panorama. Esa era una teoría plausible, ya que Oliver estaba seguro de que la figura que se adentraba con paso firme en el callejón pertenecía a dicho sector.






Tras una media hora de conducción, el vehículo comenzó a aminorar la marcha hasta detenerse frente al objetivo: La Central. El edificio, o más bien el conjunto de edificios, no estaba lejos de la ciudad. A decir verdad, Oliver había llegado a ver las luces de éste desde la ventana de su casa cuando la calidad del aire así lo permitía. Sin embargo, llegar allí implicaba un auténtico desafío.
El monstruo de hormigón que se alzaba frente a ellos se encontraba en un área periférica cuyo único acceso era una carretera difícilmente transitable durante la mayor parte del año. Debido a ello, las instalaciones contaban con varios apartamentos en su interior donde residían los trabajadores a quienes su instinto de supervivencia les prevenía de conducir de vuelta a casa entre la niebla. El Nexo había realizado ese trayecto a una velocidad considerable sin apenas ver el camino, por lo que era fácilmente deducible que, o bien trabajaba allí, o bien frecuentaba a menudo el lugar para sus trapicheos - si acaso no ambos.
No era un mal lugar para ninguna de las dos alternativas. La Central era el núcleo de gobierno de la ciudad y sus municipios aledaños. En su bloque principal, cientos de funcionarios dirigían diariamente las vidas de los pobres desafortunados que no podían permitirse emigrar. Junto a esta sección del complejo, se erigía una enorme torre cuyo único objetivo aparente era exhibir en su cúspide el logo luminoso de la corporación que gobernaba la región para ser visible desde todos los puntos geográficos posibles.
Por si la carretera y el aspecto de prisión de máxima seguridad de La Central no eran motivo suficiente para prevenir a la población del riesgo de inmiscuirse donde no tenían cabida, el complejo se encontraba flanqueado por una verja electrificada coronada con concertinas y con decenas de guardias armados en su base. Eso confirmaba, al menos, la presencia de los hasta ahora hipotéticos amigos de El Nexo ahí dentro, pues no parecía viable realizar una incursión o huida furtiva por ninguno de sus flancos.
Precisamente tras el vasto recinto comenzaba “El Bosque”. Pese a lo que daba a entender su nombre, El Bosque no era sino una plantación de miles de hectáreas de árbol vitae, una especie vegetal sintética creada décadas atrás para paliar la deforestación y la polución del aire. Lejos de haber solucionado el problema, la creación de esta especie fomentó la degradación ambiental. A fin de cuentas, ¿qué sentido tiene preservar la vegetación cuando puedes cubrir la superficie de una especie barata capaz de crecer en las condiciones más adversas? Aquellos de la generación de Oliver tenían el dudoso honor de poder decir que jamás habían visto otro tipo de planta.

El Nexo condujo hasta el control de seguridad para vehículos, el cual logró pasar con tan sólo una mirada cómplice con el guardia de seguridad. Primer compinche detectado. A los pocos metros el coche se detuvo y, sin necesidad de mediar palabra, los tres sujetos uniformados comprendieron que era hora de comenzar su misión. El trabajo que les habían encargado no parecía entrañar mucha dificultad. Su objetivo era dirigirse hacia el Módulo 7 de La Central, dentro del cual se encontraba una planta de producción de chips para pasaportes. Estos componentes eran posiblemente uno de los bienes más codiciados en la actualidad, puesto que representaban la única vía de escape hacia un mundo mejor.
No era de extrañar que el hecho de que estos chips se fabricasen en la propia sede de gobierno de la ciudad no fuese información pública, pues tanto los falsificadores como sus clientes potenciales se contaban por miles. Tan sólo una persona con los contactos de El Nexo podría haberse hecho no sólo con los recursos necesarios para acceder al recinto, sino también con el número suficiente de aliados para una tarea que, en caso de torcerse, llevaría a todo implicado a una cadena perpetua. A cualquier persona ajena al plan posiblemente le resultaría extraño que tres jóvenes sin más experiencia que un poco de pillaje fuesen los elegidos. El Nexo era, sin embargo, buen conocedor del esfuerzo que estos habían hecho para hacerse con los componentes que se dirigían a robar tras bajar del coche.
Contando con los uniformes y la documentación reglamentarios, el acceso al edificio fue sumamente sencillo. Nada más entrar, el que dedujeron que se trataba de un segundo cómplice les entregó discretamente un pequeño trozo de papel con numerosas ristras de flechas apuntando en varias direcciones. No había que ser muy astuto para adivinar que esas flechas indicaban el camino dentro del laberinto kilométrico de pasillos y puertas que uno se encontraba al cruzar la puerta de entrada. A decir verdad, era muy probable que ni tan siquiera la mayor parte de trabajadores del lugar supiesen que las instalaciones de chips se hallaban en uno de los recovecos próximo a sus despachos. Las autoridades no eran conocidas por pagar salarios generosos a los burócratas de La Central, por lo que era mejor no correr el riesgo de depender de su discreción.
El trío de falsos operarios emprendió su camino hacia el punto designado. A pesar de que El Nexo les había provisto con todo el material y la ayuda necesarios, cada paso traía consigo una sensación de angustia que no habían experimentado en ninguno de sus trabajos previos. Los buzos de personal de mantenimiento que habían tenido que enfundarse hacían que el calor, ya abundante por la ansiedad, se multiplicase exponencialmente, al tiempo que cada mirada distraída de los trabajadores que vagaban por los pasillos sin prestarles especial atención se tornaba en la duda de una sospecha.

Por suerte para Jan y Oliver, los nervios de acero de Sara y su buena memoria para recordar direcciones les dirigían con paso firme hacia su destino. Ubicarse dentro de aquel recinto, incluso con unas direcciones claras, era realmente complicado. A medida que uno se adentraba en el complejo, las estancias recientemente reformadas se convertían en pasillos cada vez más angostos, con sistemas de iluminación obsoletos y un olor insoportable a humedad y polvo. Podía decirse, al menos, que el edificio era una buena metáfora de la ciudad a la que decía representar: una fachada de modernidad y progreso que trataba de esconder sin éxito múltiples capas de podredumbre y decadencia.
En el momento en que las indicaciones de Sara les condujeron a diez pisos bajo el nivel del suelo a través de tramos de escaleras sólo accesibles mediante sus tarjetas de identificación, fue fácil intuir que se aproximaban a la meta. Jan, quien era conocido por romper los silencios con su inagotable lista de datos y curiosidades varias, no tardó en indicar a sus acompañantes que la profundidad en la que se hallaban, así como el grosor de las paredes en torno a ellos, se debía a que aquel espacio había sido utilizado décadas atrás como búnker de una institución financiera precursora de la actual corporación gubernamental. Oliver y Sara no pudieron evitar poner los ojos en blanco de forma simultánea y soltar una carcajada para enfado de Jan. Desde luego, nadie más aparte de él podría haber salido con una información de esas características en una situación como aquella.
Cuando ya estaban próximos a su destino, tras lo que había sido probablemente un trayecto kilométrico, Oliver se detuvo en seco al escuchar el tenue sonido de unas gotas de agua cayendo sobre el suelo. Mientras Sara y Jan continuaban con su marcha sin percatarse de que Oliver se había quedado atrás, éste siguió el ritmo constante del ruido hasta dar con un pasillo sumergido en la más completa oscuridad. Al encender una de las linternas con las que El Nexo les había provisto en sus bolsas de trabajo, Oliver vio cómo las gotas provenían de una tubería en el techo. Nada sospechoso a simple vista... si no fuese por el hecho de que hacía ya varios pisos que Oliver no veía ningún elemento similar a una instalación de esas características.
Nunca había sido una persona conocida por su impulsividad, y lo más probable es que muchos le hubiesen incluso tachado de pecar de una prudencia exacerbada. A pesar de la vida que llevaba, cada paso que daba estaba meticulosamente calculado para llevarle hasta su meta. Esta vez, por algún motivo que desconocía, sentía que había algo diferente; algo merecedor de abandonar la sensatez. Completamente sumergido en sus pensamientos, su cuerpo se fue moviendo de forma instintiva hacia el fondo del pasillo. Éste estaba rematado por una inmensa puerta de metal que se abrió sin oponer resistencia en cuanto Oliver acercó su tarjeta al lector que se encontraba a su lado.



Por primera vez en sus más de dos décadas en el mundo, Oliver advirtió que experimentaba la sensación de estar vivo. Frente a sus ojos se abría un universo desconocido, plagado de colores intensos que sólo recordaba haber visto en las pantallas publicitarias. El aire que le llegaba a través de la escafandra tenía un aroma diferente a nada que hubiese olido antes, y la luz, aunque obviamente artificial por la profundidad a la que se encontraba, fulgía con una intensidad mayor que en el día más despejado que había presenciado. Su cuerpo se encontraba totalmente paralizado, posiblemente porque su mente se hallaba demasiado ocupada tratando de procesar semejante volumen de información desconocida.
Cuando su cerebro por fin pareció sosegarse, Oliver comenzó a dar pequeños pasos adentrándose en el recinto que se extendía frente a él. A pesar de seguir aturdido por la intensidad de la luz y los colores, prontamente percibió que la superficie que pisaba distaba mucho de los suelos de asfalto a los que acostumbraba. Sus pisadas eran amortiguadas por verdes briznas de hierba, un mero recuerdo de un pasado apenas vivo en la memoria de aquellos suficientemente afortunados para alcanzar la senectud en aquellas condiciones, pero demasiado desafortunados para haber tenido la oportunidad de emigrar hacia un lugar mejor.
Oliver no había visto nunca en persona el aspecto de la vegetación natural, pero las descripciones que habían llegado a él a través de los escasos documentos escritos y gráficos a los que tenía acceso le bastaron para identificar rápidamente que eran árboles y flores lo que tenía frente a él. El aspecto imperfecto de los troncos y las raíces, retorcidos en torno a sí mismos, le resultaba curiosamente mucho más estético que la simetría artificial de aquellas especies sintéticas que le mantenían todavía con vida. Mientras su mano acariciaba el agua que se posaba sobre las grandes hojas de una de las plantas, sintió como una sombra pasaba sobre su cabeza. Al alzar la vista, no sin algo de temor, reconoció la inconfundible silueta de un ave.
Ese momento le trasladó a una tarde de hace al menos quince años. Por aquel entonces, no era más que un niño con demasiada curiosidad en un mundo que no tenía tanto para ofrecer. Uno de sus vecinos, cuyo nombre no lograba recordar, lo había invitado a su casa para enseñarle una jaula con varios gorriones en su interior. Durante un mes, Oliver visitó religiosamente a su vecino para ver a las aves, las cuales recibieron nombres ya borrados también de su memoria. Sin embargo, sí que recordaba aún cómo los pájaros fueron mostrándose cada vez más débiles hasta que, uno por uno, dejaron un sitio libre en la jaula. Con el paso de los años, Oliver comprendió que el motivo por el que nunca volvió a ver otro animal similar era que estos provenían del tráfico ilegal de especies y que, también por ese motivo, jamás volvió a ver a su vecino.

Continuando con su paseo, a Oliver le llamó la atención una estantería ubicada al fondo del recinto, sobre la cual unas flores blancas crecían dentro de cápsulas cilíndricas de cristal. En aquel momento le hubiese gustado que Jan estuviese junto a él aportando algún dato como el nombre de aquella especie. También en aquel momento reparó en que se había olvidado por completo de sus amigos, de su trabajo, y que estaba completamente incomunicado. Los sudores fríos que le recorrían el cuerpo no hicieron sino empeorar cuando, de repente, una alarma comenzó a sonar.
Presa del pánico, Oliver introdujo dos cápsulas en su bolsa y echó a correr hacia la única vía de escape: la puerta por la que había entrado. Por suerte para él, la adrenalina le hizo correr como nunca antes en su vida, llegando a la salida antes que la seguridad y logrando esconderse dentro de un almacén situado en el mismo pasillo en el que se encontraba. Era evidente que el lugar estaba repleto de cámaras y que no tardarían mucho en dar con su paradero. Tenía que actuar rápido, pero el pánico le consumía y le impedía pensar con claridad. Sentado con la cabeza entre las rodillas en una esquina del almacén, se preguntaba cómo estarían Sara y Jan. No sólo les había dejado enteramente a su suerte, sino que además cabía la posibilidad de que por su culpa se encontrasen ahora arrestados sin posibilidad de huir. El ruido de la puerta del almacén siendo derribada de una patada le sacó de sus ensoñaciones. Contemplando todavía en estado de shock a los dos guardias de seguridad que sostenían un arma apuntando a su cabeza, sintió que todo había terminado cuando, súbitamente, uno de ellos lo levantó de forma brusca del brazo y tan sólo abrió la boca para decir: “corre”.
Oliver recorrió de vuelta los diez pisos que le separaban de la salida de La Central. No era ni siquiera consciente del dolor que sentía en sus músculos, ni tampoco de la falta de aire que le sofocaba. El pánico que le invadía en aquel instante, así como la complejidad del trayecto que tenía por delante, provocaban que fuese incapaz de recordar cuál era el itinerario que había seguido con anterioridad. A pesar de ello, cuando tomaba el camino equivocado, uno de los guardias emitía un grito que le hacía recular. No sabía qué estaba ocurriendo, pero no le quedó otra que acostumbrase rápidamente a aquella dinámica e implorar que ese día, quizá el primero en el que se sintió vivo, no fuese el último de su existencia.
No podía evitar sentirse como un auténtico idiota. Había invertido años en un trabajo de riesgo que le había llevado a tener que lidar con un estado de pánico continuo y, por un momento de imprudencia sin razón aparente, se encontraba corriendo por su vida sin saber aún si saldría airoso de la situación. Tras lo que le pareció el trayecto más extenso de su vida, una puerta le mostró de repente el exterior del recinto, al tiempo que los guardias dejaron de correr tras de él y un fuerte estruendo le sobresaltó.

En el instante en el que la bala le rozó la pierna, Oliver volvió a sentir su cuerpo. Notaba cómo la sangre comenzaba a brotar, cómo sus pulmones estaban al borde del colapso y cómo sus músculos estaban completamente agarrotados después de la carrera. Quizá el único motivo por el que no cayó inconsciente en el acto fue la visión, ya borrosa por la fatiga y el dolor, de un vehículo que lo esperaba. Ni siquiera se cercioró de quién era el conductor; tan sólo le importaba tener un lugar donde caer rendido finalmente.
Entrando al coche en un estado de semiinconsciencia, el brusco arranque de su chófer lo hizo volver parcialmente a la realidad.
-¡¿Qué cojones ha pasado ahí dentro?! ¡Respóndeme de una puta vez o te lanzo a la carretera en marcha!
Incluso tras la bajada de tensión súbita posterior a la adrenalina, a Oliver no le costó reconocer que se trataba nuevamente de El Nexo. Éste le arrojó con brusquedad la ropa que llevaba antes del robo y una pequeña caja.
-Es un botiquín. La bala parece que tan sólo te ha rozado. Eres un hijo de puta con suerte, desde luego. Intenta limpiarte esa herida como sea mientras me das una explicación.
Mientras Oliver se quitaba dificultosamente el mono de trabajo para proceder a limpiarse la herida que la bala le había hecho en el muslo, comenzó a tratar de explicarse. -Yo... ya sabes... el edificio era muy grande y perdí de vista a los demás... luego sonó una alarma y me comenzaron a perseguir...
-Sí, entiendo, la alarma se activó para tu desgracia al mismo tiempo que otro infiltrado en el edificio de máxima seguridad del gobierno se dedicaba a robar secretos de Estado.
Oliver tragó saliva. Era evidente que El Nexo era conocedor de toda la situación y, claro está, aquellos guardias que lo llevaron hasta la salida fingiendo una persecución eran dos de sus compinches.
-¿Cómo están Jan y Sara? - preguntó Oliver con la voz rota y lágrimas asomando por sus ojos.
-Están bien. Por suerte para ti, tienes unos amigos bastante más inteligentes que tú. Siguieron el plan con normalidad a pesar de tu imprudencia y ya están de camino al aeropuerto.

El aeropuerto. Los pasaportes. Oliver recordó de pronto por qué estaba allí y cómo lo había echado todo a perder.
- Aquí tienes, lo prometido es deuda – dijo el Nexo mientras le hacía entrega del pasaporte.
-Pero no he cumplido con mi palabra.
-Digamos que es un favor a tus amigos; se han comportado de forma intachable. Además, le dije a mis colegas que te pegasen un tiro para mantener las apariencias y aquí estás. Tomémoslo como una señal del destino y una oportunidad para que no tenga que volver a verte nuca más por aquí.
El plan había sido ciertamente una obra maestra. El Nexo era, a pesar de su dudosa moralidad y su carácter furibundo, una persona sumamente inteligente. En muchas ocasiones, Oliver se había preguntado por qué un hombre con esos atributos había escogido quedarse en tierra en vez de coger uno de los pasaportes a los que tenía acceso y labrarse un futuro en otro lugar. La verdad era, a pesar de todo, que tanto él como muchos agentes sumidos en el mundo del contrabando y la delincuencia tenían en esa ciudad un poder que jamás podrían replicar en las nuevas colonias, cautelosamente vigiladas por las autoridades y con demasiada competencia capacitada. Quizá a veces valía más ser el rey de la basura que un esclavo atrapado en la burocracia.
Tras más de una hora de recorrido, el coche llegó al aeropuerto. Oliver se quedó mirando pensativo a través de la ventanilla.
-¿No piensas bajar? No tengo todo el día. Gracias a ti tengo que deshacerme de este vehículo que, por así decirlo, he tomado prestado de un amigo – dijo El Nexo.
-Esto... Sí, claro. ¿Seguro que estarás bien?
El Nexo estalló con una sonora carcajada.
-Créeme, no es por mí por quién te tienes que preocupar. Estás a una estupidez más de pasarte la vida entre rejas. Recuerda que a partir de ahora no nos conocemos. Ah, y antes de que se me olvide... Yo que tú escondería bien esas cápsulas que llevas y trataría de ser discreto; no quiero verme salpicado por tu imprudencia después de todo lo que he tenido que hacer para arreglarlo.
Nuevamente, aquel hombre le llevaba milenios de ventaja. Esta vez, sin embargo, Oliver no pudo evitar sonreír de forma sincera. En el fondo, tantos años de trabajo juntos le habían hecho cogerle cariño. Cuando se bajó del coche y se disponía a darle las gracias, El Nexo arrancó sin mirar atrás y emprendió su marcha. A pesar de sentirse agradecido, Oliver también esperaba que sus caminos no volviesen a cruzarse.

En cuanto Oliver se dio la vuelta, vio a Sara y Jan plantados frente a él. Su amigo tenía los ojos rojos de haber estado llorando, y Sara, a pesar de mostrarse claramente preocupada, no dudó en cruzarle la cara con una bofetada. El propio Oliver la consideró bien merecida.
-¿Qué diablos te pasa por la cabeza? ¿Cómo se te ocurre dejarnos tirados en mitad de la operación? - dijo Sara más enfadada de lo que nadie la había visto jamás.
A pesar de ello, y ante la falta de respuesta de un Oliver que no sabían qué podía decir en una situación así, Sara le dio un abrazo.
-Pensábamos que no íbamos a volver a verte. No sabes lo mal que lo hemos pasado. Anda, prepara el pasaporte y vamos hacia el embarque. Ya hablaremos una vez dentro.
-No, yo me quedo aquí - respondió Oliver.
Sus dos amigos se encontraban perplejos. Tras unos segundos de silencio, Jan se río nerviosamente.
-Venga, tío. No es momento para bromas. Tenemos que embarcar ya.
-Lo digo en serio - insistió nuevamente Oliver.
Ni Sara ni Jan sabía qué estaba sucediendo, y antes de que pudiesen volver a intervenir, Oliver retomó la palabra.
-Cuando estuve allí dentro vi algo que no tenía que haber visto. No tengo tiempo para explicároslo, pero de camino aquí os he escrito un par de cartas. Es muy importante que las leáis. Sé que nada tiene sentido ahora mismo, pero cuando hagáis lo que os digo lo entenderéis todo. Simplemente hay preguntas que necesito responder, y no puedo hacerlo huyendo de aquí.
Jan estaba apretando los puños para tratar de contener las lágrimas provocadas por la rabia y, aunque extraño en él, comenzó a alzar la voz.
-¡No puedes hacernos esto! ¡Llevamos años trabajando juntos para llegar a este preciso instante y ahora lo quieres mandar todo a la mierda!
Sara, no obstante, pareció entender que Oliver tenía alguna razón de peso, por lo que, tras hacerle entender a Jan con una mirada que tenía que hacer caso a Oliver, los dos amigos se fundieron en un abrazo de despedida. Cuando Oliver se acercó a Sara para despedirse también de ella, la tomó de las manos y, tras años de espera, posó un beso en sus labios al tiempo que una voz anunciaba por megafonía la última llamada para los pasajeros.
Antes de que sus amigos iniciasen su partida, Oliver sujetó la bolsa de Sara e introdujo en ella una de las dos cápsulas sin que ésta tuviese tiempo de ver qué era aquel misterioso paquete.
-Lee primero la carta y, cuando nadie pueda veros, abre la bolsa. Sé que algún día nos volveremos a encontrar y espero que, para entonces, todo esto haya valido la pena.
A pesar de que ambos se quedaron con las ganas de un último adiós, Jan tomó a Sara del brazo y ambos emprendieron su viaje mientras Oliver les contemplaba marchar entre la niebla. Una parte de él aún sentía la tentación de correr en dirección a la puerta de la aeronave, olvidar todo lo que había sucedido en las últimas horas y permitirse un nuevo comienzo. Era consciente, de todos modos, de que aquellos deseos procedían del miedo a un futuro que se tornaba nuevamente desconocido, y que su lado racional jamás le proporcionaría el regalo del olvido.
Mientras la silueta de Oliver se iba perdiendo entre la bruma, Sara y Jan procedieron a ocupar sus respectivos asientos antes del despegue. Tras asegurarse de que ningún otro pasajero iba a ocupar los lugares colindantes, y con la señal que indicaba permanecer sentado encendida, ambos entendieron que era hora de desvelar el misterio que yacía en aquellas cartas que les habían sido entregadas.

Querida Sara:
Como bien sabes, nunca he sido bueno expresándome en persona, así que espero que esta carta consiga hacerlo mejor de lo que yo habría sido capaz. En estos instantes me encuentro de camino a reunirme con Jan y contigo y, ya que no tengo tanto tiempo como me gustaría, intentaré ser breve.
Posiblemente ahora estarás rumbo a tu nuevo hogar, el cual siempre pensé que también sería el mío. Hemos luchado durante años para conseguirlo, por lo que has de sentir una inmensa decepción ante mi actuación durante nuestro último trabajo y mi repentino cambio de parecer. Sin embargo, todo tiene una explicación.
Mientras vagábamos por los pasillos de aquel lugar, mi curiosidad me llevó a adentrarme a un lugar que jamás tendría que haber descubierto. Desde que era apenas un niño, siempre sentí que faltaba algo en mi vida, algo para completar el puzle que me permitiese entender el mundo en que vivimos. Ese vacío, que nunca llegó a irse del todo, fue poco a poco escondiéndose tras la ilusión de poder empezar una nueva vida contigo lejos de aquí.
A pesar de todo, finalmente he comprendido que la respuesta a este vacío no la podré encontrar huyendo. Durante mi particular aventura hallé uno de los múltiples resquicios de mi pasado, de nuestro pasado. Por primera vez contemplé la vida misma ante mis ojos, y no puedo sino pensar que existe todavía la oportunidad de recuperar aquello que un día nos fue arrebatado.
Dentro de tu bolsa encontrarás el motivo de mi ausencia y, espero, la creencia en que existe todavía un futuro por el que merece la pena luchar en este lugar tan aciago en el que se nos asignó nacer. Necesito encontrar respuestas, y sé que Jan y tú, más que nadie, entendéis lo que esto significa para mí.
No puedo evitar sentir que, con tu partida, se marcha el único motivo que he tenido durante estos años para seguir adelante. A pesar de ello, tengo ahora una nueva razón para hacerlo: la esperanza de poder darte un futuro que alguien hace mucho tiempo creyó que no nos correspondía.
Espero que, cuando contemples este pequeño tesoro, te acuerdes de mí y de todos los momentos que pasamos juntos. Algún día, si la fortuna me acompaña en mi tarea, volveremos a encontrarnos en un mundo impregnado por el olor de las flores.
Con amor, Oliver


Todas las fotografías en las que se veía a la gente pasear junto a los árboles, o las cartas en las que alguien narraba a sus allegados lo mucho que había disfrutado nadando en el mar durante las vacaciones, podían ahora de verdad pertenecer a su ciudad. Quizá aquel entorno artificial creado a tantos metros bajo tierra era demasiado idílico para pertenecer incluso al más remoto de los pasados, pero, en cierto modo, le recordaba mucho más a los papeles que tenía apilados que a lo que veía al asomarse por su ventana.
Oliver era consciente de que tenía frente a él lo que posiblemente serían años de trabajo. Quizá podría revender su pasaporte para subsistir durante un buen periodo de tiempo. A fin de cuentas, lo más probable era que más pronto que tarde tuviese que volver a los viejos hábitos, pero, esta vez, como un lobo solitario. La idea no le agradaba en exceso, pero no se fiaba de los nuevos compañeros que pudiese reclutar y, con El Nexo al acecho, no quedaría otra que mantener un perfil bajo.
Abrumado por todo lo que se avecinaba, y aunque quizá no fuese la decisión más prudente para mantener la discreción, Oliver decidió enfundarse nuevamente su máscara y salir al balcón de su apartamento. Aquella vista, que hasta entonces tan sólo le había inspirado un deseo irrefrenable de huir, ahora le parecía un lienzo lleno de posibilidades. Se podía imaginar aquel cielo teñido de azul y su reflejo en las aguas hasta ahora enturbiadas. Sería también agradable ver aquellos edificios semi derruidos renovados y con familias viviendo en su interior, mientras que las aceras resultarían más placenteras si estuviesen flanqueadas por algunos árboles para proteger a los viandantes del sol que quizá volvería a brillar en lo alto del firmamento. Ciertamente, aquel apartamento debió tener en su tiempo una vista privilegiada. Todo ello, sin embargo, se tornaba por lo pronto un objetivo demasiado ambicioso. Tendría que trabajar arduamente para recomponer aquel rompecabezas centenario y, quizá, exponerse a otra aventura que podría resultar fatal. Hasta ese día, no podía más que soñar con el momento en que Sara regresase y, tras aguardar el amanecer de una plácida mañana de domingo, ambos pudiesen asomarse a un balcón cubierto de flores esperando la visita de algún gorrión.



Ana Romano Galdó, Santander, 1999
Desde siempre, mis inquietudes se han centrado en descubrir y contar nuevas historias. Este interés por la narración y el mundo de las humanidades me llevó a estudiar el Grado en Historia, dentro del cual pude compaginar la producción de textos académicos con la de aquellos de carácter más creativo. En la actualidad, mi objetivo profesional sigue siendo el de contar historias, tanto ficticias como reales, a través de la narrativa gráfica y literaria.
Inés Merino Madrazo, Santander, 1999
Graduada en Diseño de Moda, mi vocación nunca estuvo clara. Siempre hubo muchas cosas que me gustaban, varias de ellas enfocadas en el arte y el dibujo. Llegado el momento de escoger mi futuro profesional, y tras probar en diferentes áreas del mundo del diseño, la ilustración terminó siendo el camino a seguir. Desde entonces, no he parado de trabajar en proyectos, desde la creación de una revista hasta participar en varios concursos, algunos de ellos premiados. Actualmente, mis objetivos se centran principalmente en el mundo editorial, ilustrando historias de diversa índole.
Otras publicaciones producidas en el Proyecto de mentorización artística “Óscar Muñiz” para Jóvenes autoras/es de cómic Santander



