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Ediciones Alfa Eridiani Órbitas tandrelianas

ra aquí y allá sobre su cuerpo. No le gustaba que intentaran abortar con razones acciones que sabía ya habían sido bendecidas por sus Vrilnikz. Pero reconocía que Akradio estaba en lo cierto. El alquimista de su parte no se inmutó por las señales de descontrol metabólico que transmitía el cuerpo del rey. Él mismo era una figura imponente. De los pocos tandrelianos cuya biogeología adoptó una cristalización metálica tanto en su textura como su aspecto. Parecía haber sido modelado de silicio, con un matiz grisáceo oscuro y brillante; armonía que sólo rompían sus dos ojos: esmeraldas inmóviles, engastada en un rostro que aparentaba ser aún más artificial que el de su interlocutor. —Pero claro… —continuó Akradio—, mis Vrilnikz, al igual que los tuyos, tienen sus propias ambiciones... Ya tengo una idea que podría tornar esas criaturas en aliados, o al menos, en instrumentos bélicos aún en contra de su voluntad. —¿Sí…? Entonces soy todo oídos —respondió Kleastroll mostrando con una sonrisa sus afilados dientes de ónix, que solían arrojar sus crepusculares destellos más allá de sus labios marmóreos, en muy contadas ocasiones

III Drolkz ¿qué tipo de energía se condensó para formar su materia? Las leyendas hablaban de un cuerpo celeste que impactó a Tandrel después que este ya había sido definido por los Vrilnikz en toda su morfología biogeológica. Sombrías especulaciones afirmaban que el planeta asimiló la estructura molecular del cuerpo extraño integrándolo a la suya, como solía hacerlo en los tiempos en que aún uno que otro meteorito venido del interior del sistema planetario de Zerpx, impactaba su superficie. Pero las leyendas dudaban que el cuerpo celeste que cayó en el bosque austral de los Violks haya tenido un origen local, o incluyo haya sido escupido cual gota de veneno cristalizada por Zerfix, la Constelación de la Serpiente Cíclope que preside sobre el Polo Norte del planeta. No, susurros que se deslizaban espectrales a través del tiempo que corría por la estructura hipercristalizada de la memoria del planeta, apuntaban a otras dimensiones o universos paralelos. Lo cierto es que los siete Drolkz emanaron del bosque austral muchos eones después de su conformación; por lo que se dudaba que fueran criaturas creadas en los primeros ciclos vitales del planeta como aquellas que constituían la fantástica galería de biogeología fosilizada. En otras palabras, no eran originarios de Tandrel. Surgieron como sombras fulgurantes desde el Sur, recorrieron, guiados por la luz de Felgedril, las regiones occidentales del reino de Dranveriz y continuaron avanzando tiñendo la línea ecuatorial con su rastro de partículas luminosas hacia la noche que se calienta a la lumbre fluorescente de la ciudad de Ankraft. Se detuvieron allí, sólo el tiempo suficiente para asombrar a sus habitantes –como lo habían hecho con los dranverianoz– con sus enormes figuras cristalizadas que, contrario a la forma de vida biogeológica antropoide nativa, no ostentaban una morfología de curvas sino de Página 31


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