Historia de la Medicina en Colombia, Tomo III © 2010 Tecnoquímicas

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HISTORIA DE LA

MEDICINA EN

COLOMBIA

TOMO III

HACIA UNA PROFESIÓN LIBERAL

(1865-1918)



HISTORIA DE LA MEDICINA EN COLOMBIA

TOMO III

HACIA UNA PROFESIÓN LIBERAL (1865-1918) Emilio Quevedo V. Germán Enrique Pérez R. Néstor Miranda C. Juan Carlos Eslava C. Mario Hernández A. María Cristina Acosta B. Laura Cadena A. Juan Carlos Ferrero O. Abel Martínez M. Orlando Mejía R. Hugo Portela G. Pedro Rovetto V. Rita Sierra M. Jairo Solano A.

Lisa Priscila Bustos J. Claudia Cortés G. María Fernanda Durán S. Diana Marcela García S. Carolina Manosalva R. Elquin Morales L. Diana Farley Rodríguez M. Marlín Téllez P. William Manuel Vega V.


v. 1 Prácticas médicas en conflicto, 1492-1782. v. 2 De la medicina ilustrada a la medicina anatomoclínica, 1782-1865. v. 3 Hacia una profesión liberal, 1865-1918. v. 4 De la práctica liberal a la socialización limitada, 1918-1977. v. 5 La medicina en la encrucijada, 1977-2010. Autores Emilio Quevedo V. Investigador principal. Coordinador general de la obra, del tomo III y del área de conocimientos. Germán Enrique Pérez R. Coinvestigador. Coordinador del tomo I y del área de prácticas médicas. Néstor Miranda C. Coinvestigador. Coordinador del tomo II y del área de relaciones entre medicina y sociedad. Juan Carlos Eslava C. Coinvestigador. Coordinador del tomo IV y del área de desarrollos institucionales. Mario Hernández A. Asesor científico y metodológico. Coordinador del tomo V. María Cristina Acosta B. Coinvestigadora regional (Antioquia). Laura del Pilar Cadena A. Coinvestigadora regional (Santander del Norte y del Sur). Juan Carlos Ferrero O. Coinvestigador regional (Tolima y Huila). Abel Fernando Martínez M. Coinvestigador regional (Boyacá). Orlando Mejía R. Coinvestigador regional (Caldas, Risaralda y Quindío). Hugo Portela G. Coinvestigador regional (Cauca y Nariño). Pedro Rovetto V. Coinvestigador regional (Valle del Cauca). Rita Sierra M. Coinvestigadora regional (Bolívar). Jairo Solano A. Coinvestigador regional (Atlántico). Lisa Priscila Bustos J., Claudia Cortés G., María Fernanda Durán S., Diana Marcela García S., Carolina Manosalva R., Elquin A. Morales L., Diana Farley Rodríguez M., Marlín Téllez P. y William Manuel Vega, Investigadores asistentes. Edición a cargo del Grupo Editorial Norma, división Libros de Referencia Dirección editorial: Mabel Pachón Rojas Editora: Ana María Lara Sallenave Coordinación gráfica: María del Pilar Villa Clavijo

Cubierta Microscopio del siglo xix. Nachet et fils, París. Propiedad del doctor Nicolás Osorio. Colección privada José Félix Patiño. Página viii Antonio Vargas Reyes, médico nacido en Charalá. Al regresar de París, en 1846, se convirtió en el adalid de la mentalidad anatomoclínica francesa en Bogotá. Ideó y lideró un programa de profesionalización de la medicina que incluía la creación de una facultad, la publicación de una revista y la conformación de una academia o sociedad médicas. Antonio Vargas Reyes, pintura de Fernando Sánchez Torres, 2007. Facultad de Medicina de la Universidad Nacional.

Corrección de estilo y lectura editorial: Martha J. Méndez y Mercedes Ranjel B. Dirección de arte: Doris Caicedo Salcedo Diseño: Rolando Herrera Diseño de cubierta: ® Marca Registrada Diseño Gráfico Ltda. Coordinación de arte y armada electrónica: ® Marca Registrada Diseño Gráfico Ltda. Diagramación: Juanita Giraldo y Alan Felipe Rodríguez Fotografía: Juan Diego Duque y Ernesto Monsalve Fuentes fotográficas: Academia Nacional de Medicina, Academia de Medicina de Medellín, Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de la Universidad Nacional de Colombia, Biblioteca Luis Ángel Arango, Biblioteca Nacional, Biblioteca Pública Piloto de Medellín, Casa de la Cultura de Pamplona, Casa de Nariño, Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Fototeca Histórica de Cartagena, Fundación Casa-Museo Pedro Nel Gómez, Colección Banco de la República, Colección privada Emilio Quevedo V., Colección privada Francisco Montoya Pardo, Colección privada Gustavo Arbeláez, Colección privada Jorge Ernesto Cantini, Colección privada José Félix Patiño, Colección privada Tomás Quevedo, Cruz Roja Colombiana, Harvard Art Museum/Fogg Museum, Hospital de la Misericordia, Hospital San José, LatinStock Colombia/Corbis, Instituto Nacional de Salud, Museo de Antioquia, Museo de Historia de la Medicina – Claustro San Agustín, Museo Histórico de Cartagena, Museo Nacional, National Library of Medicine, Papel Periódico Ilustrado, Parque Nacional del Café, Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, The Francis A. Countway Library of Medicine, Universidad de Antioquia, Universidad de Cartagena, Universidad Nacional de Colombia, Wellcome Library for the History and Understanding of Medicine. Coordinación de impresión: José Bernardo Moreno Rueda © 2010. Tecnoquímicas S. A. Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin permiso escrito de los titulares de los derechos patrimoniales. ISBN Tomo III: 978-958-45-2164-4 Impreso por Cargraphics S. A. Impreso en Colombia – Printed in Colombia


y La formación, el bienestar y la libertad son las únicas garantías para la salud duradera de un pueblo […] la política es medicina en gran escala. Rudolf Karl Virchov. La Miseria en Spessart, 1852.

Según la Constitución, la libertad de industria garantiza el libre ejercicio de las profesiones […] este es el motivo que tuve para […] comenzar mis trabajos por la redacción de este periódico [la Gaceta Médica de Colombia] y luego por la organización de la enseñanza de la medicina bajo el humilde título de “Escuela de Medicina” […] Una vez organizada la Escuela, nos constituiremos en Academia de medicina, porque entonces contaremos ya con una base de profesores bastante respetable para llevar a la cima tamaña idea. Antonio Vargas Reyes. Gaceta Médica de Colombia, Año I, Núm. 7, 1864.

Considero al hospital sólo como el vestíbulo de la medicina científica; como el primer campo de observación del médico, pero el laboratorio es el verdadero santuario de la ciencia médica; sólo allí es donde busca las explicaciones de la vida en el estado normal y en el patológico, por medio del análisis experimental. Claude Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental, 1865.

La práctica de la medicina es ya preventiva, ya curativa. La segunda toca á los que han estudiado en los libros y á la cabecera de los niños enfermos sus especiales dolencias, mas la primera debería hacer parte y muy importante de todo sistema de educación racional. José Ignacio Barberi. Manual de higiene y medicina infantil, 1905.



CAPÍTULO III VWX

DE LA MEDICINA AUTÓNOMA A LA MEDICINA PARA EL PROGRESO (1891-1910)


y

Hacia una medicina estatal y urbana en Colombia La Junta Central de Higiene, la Academia Nacional de Medicina, la Academia de Medicina de Medellín, la Sociedad Médica del Cauca, la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y la propuesta de un Lazareto Nacional en la isla de Coiba eran todas, indudablemente, expresiones avanzadas del proceso de profesionalización que los médicos del país venían impulsando desde la época de los Estados Unidos de Colombia y que la coyuntura de la centralización política, puesta en marcha por la Regeneración, había propiciado aún más. Pero al mismo tiempo, y sobre todo, eran manifestaciones de una intención centralizadora del Estado en lo relacionado con el control de la enfermedad y de la práctica médica. Las primeras cinco instituciones, ya existentes en 1891, y una más en proyecto, el Lazareto Nacional, podrían asimilarse a lo que Michel Foucault denominó una biopolítica.

Los tres modelos de la biopolítica europea El término biopolítica hace parte del cuerpo de conceptos enunciados por Michel Foucault en su programa de investigación dedicado al estudio de los movimientos y presiones por los cuales la historia interactúa con los procesos de la vida y que se materializan en lo que él llamó biohistoria (Foucault, 1989 [1976]: 161-194). Según este pensador, la biopolítica es una tecnología de gobierno inventada por las sociedades occidentales desde el siglo xviii que “descubre, al mismo tiempo, al individuo, al cuerpo adiestrable y a la población; esta última en tanto entidad biológica utilizable para la producción de riquezas, de bienes y de nuevos individuos” (Márquez Valderrama, 2005: 76). La biopolítica buscaba racionalizar los problemas inherentes a la población misma que se convertían en obstáculos para gobernar: salud, higiene, natalidad, fecundidad, morbilidad, mortalidad y raza. Se trataba de crear instituciones o instancias que facilitaran el ejercicio de un régimen de gobierno en el que “una de las finalidades de la intervención estatal [era] el cuidado del cuerpo, la salud corporal; la relación entre las enfermedades y la salud” (Foucault, 1978b [1976]: 20). La medicina comenzó a ampliar su espectro de acción más allá de los límites del ejercicio individual y privado. Como se dijo en el primer capítulo, Foucault denominó a este fenómeno la “medicalización” de la sociedad: […] la medicina comenzó a funcionar fuera de su campo tradicional definido por la demanda del enfermo, su sufrimiento, sus síntomas, su malestar […] Todo lo que garantiza la salud del individuo, ya sea el saneamiento del agua, las condiciones de vivienda, o el régimen urbanístico es […] un campo de intervención médica que, en consecuencia, ya no está vinculado exclusivamente a las enfermedades […] la medicina [comenzó a dotarse] de un poder autoritario con funciones normalizadoras que van más allá de la existencia de las enfermedades y de la demanda del enfermo (Foucault, 1978b [1976]: 25-26).

Según el historiador Jorge Márquez Valderrama, los cinco dominios en los que la biopolítica comenzó a actuar fueron: los movimientos demográficos, la patología colectiva, la salud y la enfermedad ligadas a la capacidad laboral de los individuos, la creación de “geografías médicas” y la higiene de las ciudades (Márquez Valderrama, 2005: 76-77). Para Foucault, cuatro grandes procesos caracterizaron este cambio de la medicina: 1. La aparición de una autoridad médica que, más allá del terreno del saber y del conocimiento, se convirtió en una autoridad social que podía tomar decisiones en el ámbito de una ciudad, un barrio o una institución. 2. La constitución de un campo de intervención de la medicina diferente del de las enfermedades: el aire, el agua, las construcciones, los terrenos, los desagües, entre otros, fueron objeto de la acción médica.

Imagen página 140. Después de los primeros anuncios, en 1881, del surgimiento de las ideas bacteriológicas y etiopatológicas en Europa, la medicina nacional comenzó un lento proceso de incorporación de estas nuevas perspectivas teóricas y prácticas. El periodo comprendido entre 1891 y 1910 se caracterizó por el progresivo abandono de los enfoques miasmáticoambientalistas, así como por la apropiación y domesticación de la teoría microbiana por parte de los médicos colombianos. No obstante, la mentalidad anatomoclínica continuó siendo el punto de referencia fundamental para la educación médica. El anfiteatro fue por varios años más el santuario de la medicina colombiana. Lección de anatomía en una casa de la Calle “del calzoncillo”, fotografía de Melitón Rodríguez, 1896. Biblioteca Pública Piloto de Medellín. De izquierda a derecha: Miguel María Calle, Emilio Robledo, David Pérez, Pedro Luis Ossa, Emilio Quevedo Álvarez, Alejandro López, Eduardo Duque P., Marco A. Pérez, Lisandro Posada B., José M. Pérez, Manuel Rojas y Juan C. Llano.

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y 3. La introducción de un aparato de medicalización colectiva: el hospital. Este dejó de ser una institución para la asistencia a los pobres en espera de la muerte, para convertirse en una institución francamente médica. 4. La introducción de la estadística, el registro de datos y la comparación de casos o de situaciones colectivas como mecanismos de administración médica de la sociedad (Foucault, 1978b [1976]: 27). En ese sentido, desde el siglo xvii, Francia, Inglaterra y Austria habían puesto en marcha acciones tendientes a calcular la fuerza activa de sus poblaciones por medio de estadísticas de natalidad y mortalidad. El segundo paso lo había dado Alemania en el siglo xviii al desarrollar “una práctica médica efectivamente concentrada en el mejoramiento de la salud de la población” que vino a llamarse “policía médica”. Se implementó así un sistema mucho más completo de observación de los diferentes fenómenos epidémicos o endémicos por parte del Estado, la organización de un saber médico estatal, la normalización y el control de la profesión médica, la subordinación de los médicos a las autoridades y la creación de una burocracia médica estatal con poder de acción sobre las poblaciones. A esta nueva realidad organizativa se le llamó Staatsmedizin, “medicina de Estado” o “medicina estatal”. Desde la perspectiva de la biopolítica, ya no se trataba simplemente de la preocupación por la fuerza laboral en sí misma sino también, y sobre todo, por la fuerza del Estado frente a sus conflictos económicos y políticos (Foucault, 1978a [1976]: 41-43). Según Foucault, el modelo francés de desarrollo de la medicina, ligada a la biopolítica, estuvo determinado por el proceso de urbanización. Allí se planteó, también desde el siglo xviii, la necesidad de “constituir la ciudad como unidad, de organizar el cuerpo urbano de un modo coherente y homogéneo, regido por un poder único y bien reglamentado”. La ciudad se había convertido en el centro principal del mercado regional, nacional e internacional, y de la naciente industria; por ello se requería una jurisdicción central y mecanismos de regulación homogéneos y coherentes. En el siglo xix, con la industrialización, el flujo de poblaciones del campo a la ciudad y el consecuente crecimiento de un proletariado industrial urbano fueron creando nuevas condiciones sociales. El hacinamiento, la pobreza, el desaseo, las cloacas y la competencia por los alimentos generaron revueltas sociales y temores frente a la vida urbana. Se afianzó la conciencia de que siempre que los hombres se aglomeran, se alteran sus costumbres y su salud. Todo esto desembocaba en el miedo a las epidemias, a la contaminación, al contagio y a la muerte. Se hacía necesario, pues, un fuerte poder político capaz de investigar y controlar las condiciones de vida de la población urbana (Foucault, 1978a [1976]: 44-45). La medicina urbana, con sus métodos de vigilancia, de hospitalización y de control de la vida en la ciudad, fue la respuesta a esos miedos. La higiene pública, su principal herramienta, se convirtió en “una variación refinada de la cuarentena”: el control de la movilidad, la división en barrios a cargo de una autoridad, los inspectores de salud, la vigilancia y el registro centralizado, la desinfección de las casas y de los lugares públicos. Se trataba de analizar los lugares de acumulación y amontonamiento de todo aquello que en el espacio público pudiera provocar enfermedades, como desechos (basuras, detritus, excrementos), animales (establos, caballerizas, mataderos) y personas vivas (viviendas, sitios de trabajo) o muertas (cementerios). Se trataba, igualmente, de intervenir la circulación, además del aire y del agua, de los alimentos (la leche, la carne, el pan). Era necesario controlar y organizar las “distribuciones” y “secuencias”, es decir, la ubicación de fuentes de agua potable (bombas de agua), los desagües y los lavaderos fluviales, entre otros (Foucault, 1978a [1976]: 46-49). La medicina urbana fue entonces una medicina de las cosas: del aire, del agua, de las descomposiciones y de los fermentos. En esta medida, entró en contacto de una manera práctica con el cuerpo de saberes de las nuevas ciencias físico-químicas. Se formuló la noción de salubridad, entendida como el buen estado del medio ambiente o “la base material y social capaz de asegurar la mejor salud posible a los individuos”, y se crearon comités para su puesta en práctica en las principales ciudades. La higiene pública se convirtió en “la técnica de control y de modificación de los elementos del medio que pueden favorecer o perjudicar la salud”, es decir, en instrumento de “control político-científico de este medio” (Foucault, 1978a [1976]: 51). En resumen, como bien dice Jorge Márquez Valderrama, la medicina urbana era un tipo de medicina social caracterizada por

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El Primer Congreso Médico Nacional, propuesto por Pablo García Medina, fue convocado y organizado por la Academia Nacional de Medicina para el 20 de julio de 1893, en Bogotá. Asistieron 116 médicos de todos los departamentos, prácticamente todo el cuerpo médico del país. La reunión científica fue la expresión de un momento de transición entre dos paradigmas médicos en conflicto: allí se presentaron y discutieron trabajos tanto de predominio microbiano como miasmático sobre la lepra, el paludismo, las fiebres y la higiene. Se destacaron como representantes del nuevo paradigma microbiano o etiopatológico el trabajo de Juan de Dios Carrasquilla sobre el origen parasitario del paludismo y el de Manuel Uribe Ángel acerca del carácter contagioso de la lepra y la necesidad del aislamiento de los pacientes. Manuel Uribe Ángel, fotografía de Melitón Rodríguez, 1899. Biblioteca Pública Piloto de Medellín.


y que ciertas empresas han hecho necesario colocar excusados, sobre la ciénaga y que sus orillas son basurero público y estercolero […] las autoridades de la ciudad deben vigilar que las aguas de la ciénaga, no se mezclen ni se enturbien con sustancias, inmundas asquerosas ó corrompidas. De esta suerte se mitigarán un tanto las endemias palúdicas que en ciertas épocas asuelan las riberas del Magdalena y Barranquilla, ciudad que por su posición topográfica ofrece mayores progresos, necesita conservar el curso de agua con el que la naturaleza la ha favorecido12.

Todo esto debido a que la población pobre, por desconocimiento o siguiendo una vieja tradición, seguía acudiendo a la ciénaga a surtirse de agua o a lavar ropa, con los peligros que esto entrañaba.

El saber y la investigación médica La Academia Nacional de Medicina impulsó la investigación en la perspectiva de una medicina nacional y propició el intercambio de saberes y de prácticas entre sus asociados, para vincularlos con la vida social y el “progreso” de la nación; con tal propósito se organizaron los congresos médicos nacionales. Otro mecanismo fue escuchar, apoyar y estimular a los investigadores, permitiéndoles presentar y discutir sus trabajos en las sesiones de la Academia, y publicarlos en la Revista Médica de Bogotá. La Academia también intentó vincular a los distintos actores de la nación para trabajar por la salubridad pública y el control de las “clases peligrosas”, cuyas enfermedades podrían contaminar a las “clases pudientes” y entorpecer la producción, el equilibrio entre las clases y el “progreso” nacional.

Entre los miasmas y los microbios: el Primer Congreso Médico de Colombia (1893) El Primer Congreso Médico Nacional fue propuesto por Pablo García Medina y convocado y organizado por la Academia Nacional de Medicina para ser celebrado el 12 de octubre de 189213. Sin embargo, en vista de las dificultades para su organización, en la sesión de la Academia del 28 de mayo de 1892 se decidió aplazarlo para el año siguiente14. El Congreso finalmente se inauguró en Bogotá el 20 de julio de 1893, con la asistencia del presidente de la República, Miguel Antonio Caro, y el ministro de Instrucción Pública. Asistieron 116 médicos de todos los departamentos, que presenciaron “con entusiasmo esta fiesta científica, la primera en su clase que se registra en los anales de nuestro país”, tal como lo reseñó Pablo García Medina en su informe como Secretario de la Academia en 1896 (García Medina, 1896: 45). Prácticamente todo el cuerpo médico nacional estuvo representado en el Congreso, a pesar de las dificultades que tuvieron que vencer muchos de ellos para llegar desde los lugares más remotos del país hasta la capital, viajando algunos varias semanas a caballo, o a pie, para alcanzar su objetivo de escuchar a sus colegas de las otras regiones, poner al día sus conocimientos o presentar su experiencia y sus estudios ante la comunidad médica de la nación. Las sesiones del Congreso se prolongaron hasta el 29 de julio y en ellas se presentaron 86 trabajos. “Las discusiones más importantes tuvieron lugar sobre la Lepra griega y el Paludismo, puntos sobre los que se presentaron extensos trabajos, basados en observaciones prácticas” (García Medina, 1896: 46). Además se leyeron trabajos acerca de temas quirúrgicos y otros relacionados con la “patología nacional”, incluido el uso de plantas medicinales nativas y sus aplicaciones terapéuticas. Juan de Dios Carrasquilla presidió las sesiones del Congreso. No todos los trabajos presentados a dicho evento fueron publicados, pues sólo vio la luz pública un tomo, en dos entregas, en 1893 y en 1894, de una publicación que se llamó Anales de la Academia Nacional de Medicina. En estas dos entregas aparecieron 26 trabajos sobre el paludismo, la lepra, la tos ferina, las aguas potables, la mortalidad infantil en Bogotá, la nutrición, las habitaciones de la clase obrera, la higiene especial, los venenos ofídicos, las fiebres del Magdalena, de Muzo y del Llano, y la fiebre pútrida. Once de ellos fueron presentados en la sección de Higiene y demografía, y los demás, en la sección de Patología15. Al analizar estos trabajos se hace patente el predominio de la teoría microbiana. Con base en las temáticas, pueden clasificarse en cuatro grupos: el primero, el más numeroso, dedicado a los estudios sobre la lepra; el segundo, que recoge los estudios sobre el paludismo; el tercero, sobre las fiebres; y el último acerca de temas variados, relacionados con otras enfermedades y con la higiene.

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y El primer grupo recoge nueve trabajos sobre lepra, cuatro presentados en la sección de Higiene y demografía, y cinco en la de Patología. Indiscutiblemente, la lepra era el tema de moda. El primero de ellos, escrito por Manuel Uribe Ángel, de Medellín, partía del principio del carácter contagioso de la enfermedad y, por lo tanto, afirmaba que “el aislamiento de los pacientes se impone como obligación social”, siempre y cuando las medidas tomadas sean justificadas, de tal manera que al mismo tiempo “[…] liberen á los sanos de los peligros de la infección, y á los dolientes, del triste estado en que los coloca el terror que infunden al vulgo, cuya creencia en el contagio es indestructible” (Uribe Ángel, 1893: 70). En este punto, Uribe Ángel tomaba ahora postura como etiopatólogo y seguidor de la teoría microbiana y del descubrimiento de Hansen: “para mí la lepra griega es una enfermedad esencialmente específica, microbiana, contagiosa y crónica; y que […] no debe tener sino una sola causa eficiente y dos o más o muchas coadyuvantes”. Por lo tanto, el objeto de la higiene, tanto pública como privada “debe consistir en evitar particularmente la acción de la una, sin descuidar las otras”, con el fin de obtener dos resultados de “importancia suprema: contener la propagación de la enfermedad, y preservar á la raza humana, en lo posible, de la degradación física, intelectual y moral que la amenaza”. Pero aceptaba que el mecanismo por el cual “entren estos bacilos y actúen en el cuerpo del hombre, es aún negocio dudoso” (Uribe Ángel, 1893: 71). […] las acciones de los particulares deberían centrarse en impedir el contacto íntimo entre sanos y enfermos […] porque la lepra no se comunica […] sino por roce frecuente, por uso común de vestidos, por dormir en un mismo lecho, por beber en un mismo vaso […] por esa promiscuidad ó, más claro, cohabitación estrecha en que los gérmenes de un doliente pueden pasar á los órganos de un sujeto sano (Uribe Ángel, 1893: 71-72).

Según este médico, se deberían seguir todas las acciones de la higiene para evitar las causas subalternas o coadyuvantes. Estas sólo se podrían poner en marcha de forma cabal en una institución y, por tanto, recomendaba el aislamiento obligatorio de los enfermos, con la salvedad de que este debería hacerse en “lazaretos bien establecidos” que garantizaran las condiciones de bienestar e higiene necesarias. Esto se justificaba, según él, porque “la desgracia de los unos, desgracia que viene por ministerio de leyes naturales, no debe ni puede pagarse con la salud y la vida de los demás. Así lo entiende la moral práctica” (Uribe Ángel, 1893: 73). Siguiendo el espíritu de la época, pero oponiéndose a la opinión de la mayoría, Uribe Ángel volvió a proponer la expedición de una ley orgánica por parte del gobierno, y afirmó que, según sus estudios sobre la distribución de la lepra en Colombia, cada departamento debería tener su propia “leprosería”. Consideraba que un lazareto ubicado en una isla, lejos de la costa y de las regiones endémicas, podía presentar grandes inconvenientes pues el traslado de los enfermos conllevaría el rechazo al destierro y la aparición de resistencias de parte de estos y de sus familias. Este rechazo podría traer consigo medidas gubernamentales de tipo “compulsivo”. Uno de los mayores inconvenientes que él planteaba era que se le quitaba “á cada enfermo la influencia del calor moral comunicado por la familia y por el suelo nativo. Supresión que obraría sobre el ánimo de personas enfermas, causándoles los estragos propios de la nostalgia, enfermedad mortífera por excelencia” (Uribe Ángel, 1893: 74). Rechazaba así el lazareto insular y la idea de múltiples lazaretos en cada distrito infectado, y optaba por la propuesta intermedia de lazaretos departamentales. Insistía en que la ley orgánica que se expidiera tenía que prever muy bien la seguridad de las rentas para sostenerlos y definir unos mecanismos para garantizar una vigilancia muy escrupulosa de su ejecución. En el segundo trabajo, escrito por Luis E. García, de Bucaramanga, se hacía una historia de la aparición de la lepra en Lebrija, Santander, a partir del estudio de la primera familia de leprosos de la región. Se explicaba cómo una persona que se fue a trabajar a Mogotes, “fecundo semillero de elefantiasis griega”, importó dicha enfermedad al pueblo de Lebrija en 1838, y cómo su familia se infectó y propagó la enfermedad. Apoyado en la ausencia de “caso alguno de lepra antes de ser leproso el primero” y en la propagación rápida de la enfermedad en esa familia, el médico santandereano afirmaba que no se puede admitir “mejor explicación que el contagio” (García, L. E., 1893: 79-80). Contrasta este trabajo con el tercero, que presentó Isaac Flórez, de Cáqueza, en el cual se analizaban 15 “observaciones” de pacientes en los que se mostraba la presencia de la lepra por la vía de consanguinidad en varias

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y familias. Se concluía que esta era una enfermedad que se transmitía por herencia y que “el establecimiento de un verdadero lazareto a donde vayan a dar todos los leprosos y de donde no vuelvan á salir debe ser la medida que el gobierno debe tomar para evitar los progresos de tan temida enfermedad” (Flórez, 1893: 81-84). Un cuarto trabajo sobre lepra, escrito por Heráclito Gómez, de la provincia de Vélez en Santander, discutió las posibles causas y distribución geográfica de la enfermedad en la región (Gómez, H., 1893: 84-86). Se mostró ambivalente con relación al origen de la enfermedad y concluyó que: […] la cuestión etiológica es bastante complicada y oscura; que si el contagio tiene ejemplares que lo confirman, también tiene muchos que lo niegan; que si la herencia se lleva la supremacía, también tiene casos negativos […] ambos son un factor positivo, pero no fatalmente decisivo, sino que requiere cierto grado de virulencia y condiciones climatéricas que favorezcan su desarrollo (Gómez, H., 1893: 86-87).

La disparidad de criterios en la polémica era evidente. Por eso Gómez propuso finalmente la creación de comisiones de investigación en las diferentes comarcas infestadas, para sacar conclusiones científicas que permitieran elaborar “un plan profiláctico más conforme con los recursos y costumbres sociales del país, en vez de medidas extremas que conturban el ánimo y de difícil realización” (Gómez, H., 1893: 87). Entre los cinco trabajos sobre lepra presentados a la sección de Patología destaca el estudio de Gabriel J. Castañeda. El autor iniciaba su exposición con un análisis histórico de la lepra y luego presentaba el cuestionario de 13 preguntas que había enviado en 1888 a las autoridades municipales de la República para evaluar la situación de la elefancia griega en el país. En seguida, basándose en las respuestas recibidas, analizaba los resultados y extraía unas conclusiones. Castañeda estableció que el número real de leprosos en el país era de 2.325. Después de repasar las investigaciones de un buen número de autores extranjeros y colombianos concluía que […] la lepra es una enfermedad microbiana, que el bacilo de la lepra es el agente productor […] que todas las demás causas señaladas por los autores […] desempeñan un papel secundario [y] que ninguna de ellas puede producir la enfermedad sin la presencia y el concurso del microbio específico (Castañeda, G. J., 1893: 151-163).

A continuación, analizaba la nosología de la enfermedad y discutía las características clínicas y el diagnóstico diferencial, dejando ver su erudición en el conocimiento internacional sobre el tema (Castañeda, G. J., 1893: 163-171). Para terminar, planteaba el problema de la profilaxis. Respecto del proyecto del gobierno para erigir un lazareto nacional, consideraba que este era “un plan vasto que, para realizarse completamente, necesita asegurar una renta suficiente para que en ningún caso estén expuestos los leprosos á carecer de los recursos” necesarios. Deducía entonces que “[…] la experiencia nos sirve de criterio para pensar que la realización tardará muchos años” (Castañeda, G. J., 1893: 172). La conclusión era clara: ¿Y qué hará la nación mientras se realiza esta medida sanitaria? ¿Se contentará simplemente con levantar suscripciones caritativas para atender á la subsistencia de los enfermos, y dejará crecer la ola de contaminación hasta que el estigma del mal señale la frente de todos los colombianos? No, esto sería injustificable […] Es necesario que todos los Gobiernos departamentales en cuyo territorio exista la lepra, funden sin tardanza un Lazareto para sus enfermos (Castañeda, G. J., 1893: 172).

En este punto, además de lanzar una indirecta a los salesianos, que acudían a la caridad pública para el sostenimiento de los lazaretos, coincidió con la propuesta de Manuel Uribe Ángel de crear lazaretos departamentales. El artículo termina estableciendo las normas de construcción y manejo de dichos lazaretos y revisando lo que hasta ese momento se sabía sobre el tratamiento de la lepra (Castañeda, G. J., 1893: 173-181). En los trabajos presentados se veía que los médicos no lograban ponerse de acuerdo en el origen y las causas de la lepra. El hecho de que no se cumplieran los postulados de Koch, como se señalaba en estudios internacionales, lo dificultaba mucho más. El sentido común y la confianza en la observación, que dominaba en la mayoría de los

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y trabajos nacionales, confundía aún más. Sólo unos pocos aceptaban el método experimental como el punto de apoyo y, sobre todo, se traslucía en el discurso de todos ellos un rechazo al leproso por el horror social que producía su aspecto físico y que hacía turbulenta la convivencia con él. La discriminación estaba en el fondo de todos estos discursos, pero también el miedo al contagio, en una situación en la que la “ciencia médica” no lograba dar explicaciones convincentes. El segundo puesto en importancia, entre los trabajos presentados a este Primer Congreso Médico Colombiano, le correspondió al paludismo. El primero de ellos se presentó en la sección de Higiene y demografía, y consistió en una extensa revisión titulada Consideraciones acerca de la etiología y de la profilaxis del paludismo, escrito por Juan de Dios Carrasquilla (Carrasquilla, 1893: 3-70). En ese trabajo, el autor informó acerca del descubrimiento del hematozoario por el francés Alphonse Laveran, en 1880, como causante de la enfermedad. Explicó que esta dolencia era infecciosa, pues era producida por la penetración del parásito en el cuerpo y el ataque a los glóbulos rojos; pero insistió en que no era contagiosa, pues el agente etiológico no se transmitía de una persona a otra directamente. Para explicar el mecanismo de penetración del parásito al cuerpo puso en juego una especulación a la que hacía aparecer como afirmación científica, al apoyarla en sus propias observaciones: Por el aire aspirado nunca se adquiere el paludismo porque el germen del microbio se halla contenido en el esporo de una envoltura resistente que requiere la acción de los jugos digestivos para dejarlo libre, fijarse en la mucosa intestinal y sufrir allí otra de sus transformaciones antes de volver al suelo y terminar, en condiciones de humedad y de calor, su ciclo de transmigraciones y transformaciones. En el agua y en el limo, aun desecado, de los lugares donde exista una temperatura media que no baje de 15 grados, es donde se encuentra en nuestro país el concurso de circunstancias adecuadas para la existencia del microbio (Carrasquilla, 1893: 5).

Paso seguido afirmaba que, con base en la existencia real del protozoario de Laveran, y dando por sentado que su presencia en los glóbulos rojos de la sangre era la causa de la enfermedad, “he podido hallar la explicación satisfactoria […]: el paludismo no se adquiere sino por sustancias ingeridas al aparato digestivo, por el agua que no haya sido depurada”. Para esto se apoyó en el uso de la analogía, tomando como modelo las explicaciones dadas por Van Beneden sobre el mecanismo por el cual penetraba al cuerpo, por el aparato digestivo, la “lombriz solitaria” o “Tenia”. No obstante, le quedaban dudas pues hasta ese momento no se había podido encontrar el parásito en el agua de los lugares palúdicos, aunque algunos habían visto formas ameboides que pudieran ser transformaciones de este al hallarse en medio líquido. Así mismo, afirmaba que nunca se había podido producir la enfermedad dando a tomar agua de regiones palúdicas a las personas sanas. Lo que sí era claro para Carrasquilla era que la inoculación de la sangre de un enfermo de paludismo a uno sano reproducía la enfermedad en este último. Aseguraba que ese era el lado por donde flaqueaba su hipótesis e invitaba a los médicos a “acometer estudios serios sobre la etiología de esta enfermedad” (Carrasquilla, 1893: 8-10). Para Carrasquilla, los experimentos de Laveran, confirmados por todos los médicos que habían querido ratificarlos, demostraban que la quinina mataba indefectiblemente el parásito. De ahí concluía que para “esterilizar el agua que se ha de usar en los países palúdicos, bastará agregarle unas pocas gotas de sulfato ó de clorhidrato de quinina antes de usarla”. También recomendaba filtrar y hervir el agua para matar el microbio y esterilizarla (Carrasquilla, 1893: 11). El segundo trabajo sobre paludismo, presentado en la sección de Patología del Congreso, era un comentario de Enrique Garcés sobre un escrito de Luis J. Uricoechea titulado Intoxicación palúdica aguda. Ni el escrito de Uricoechea ni el comentario de Garcés aportan nada nuevo y más bien dejan entrever la confusión que aún existía en la clasificación de las fiebres desde una perspectiva puramente clínica (Garcés, 1894: 303-304). El tercero era un estudio sobre la caquexia palúdica, presentado por Jesús María Espinosa, de Abejorral, Antioquia. En él se analizaba el cuadro de enflaquecimiento y agotamiento palúdico terminal con hipertrofia del bazo, desde una postura en la cual estaban yuxtapuestas descripciones clínicas y estudios anatomopatológicos de las lesiones, especialmente del bazo y del hígado. A diferencia de los análisis bacteriológicos y parasitológicos de Carrasquilla, Espinosa se movía aún en la teoría miasmática, sin darse por enterado de la discusión en boga sobre el hematozoario de Laveran y su papel en la etiología de las fiebres palúdicas:

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y La caquexia palúdica es muy común en nuestro país y presenta caracteres tan típicos, que es muy difícil confundirla con otro estado patológico; pero multiplicada hasta el infinito en sus formas y complicaciones es un proteo, debido á la variedad en la estructura geológica, á la dirección de los vientos, á la profundidad de los valles, á la dirección de los ríos, constitución, idiosincracia, alimentación, irregularidad en las estaciones, variaciones de temperatura, etc., etc. […] Su existencia está íntimamente unida á la intoxicación orgánica por los miasmas palúdicos que, a su turno, dan lugar á una constitución endémica: la endemia palúdica (Espinosa, 1894: 305 y 311).

Este médico vivía y trabajaba en un pueblo de Antioquia, relativamente retirado de la ebullición del saber que se estaba dando en la Academia de Medicina de Medellín y en la Academia Nacional de Medicina. En esa misma tónica se expresó el cuarto trabajo sobre el paludismo, de Manuel J. Jaramillo, de Santodomingo, Antioquia, en el cual describía la distribución de la enfermedad en ese departamento, explicando que los ataques eran “producidos por este miasma” (Jaramillo, 1894: 327). El quinto estudio era una extensa memoria sobre las diferentes fiebres palúdicas del Valle del Cauca, escrita por Rogelio Cruz, de Salamina, Caldas, y compuesta por diez capítulos sobre temas relacionados. En ella también estaban presentes las explicaciones de carácter miasmático y telúrico, pero se entremezclaban elementos de carácter bacteriológico; algo similar a lo que ocurría con los trabajos sobre la lepra (Cruz y P., 1894: 329-332). La contraposición entre miasmáticos y seguidores de la teoría microbiana fue patente en el Primer Congreso, sin que hubiera vencedores ni vencidos. También se enfrentaron los que confiaban en sus observaciones clínicas y sacaban conclusiones de ellas, con los que exigían el uso de la observación mediada por el método experimental. Puede decirse que este congreso dejó traslucir el estado de transición en que se encontraba la medicina nacional, desde un estilo de pensamiento aerista y miasmático hacia uno etiopatológico. Los médicos de las ciudades principales, en donde la medicina urbana ya estaba mediada por la teoría microbiana, llevaban la avanzada. Los médicos rurales, en cambio, aún no lograban superar del todo el hipocratismo y, cuando más, se movían en una concepción anatomopatológica o en una postura sincrética caracterizada por la yuxtaposición del miasmatismo con la teoría microbiana, en la que predominaba más el primero que la segunda. En el informe que García Medina presentó del Congreso, se enumeraban las conclusiones o acuerdos que surgieron de esta reunión científica. En primer lugar, “[…] el Congreso acordó solicitar del gobierno la reglamentación del ejercicio de la medicina y de la farmacia por medio de una ley […] como existe en todo país civilizado” (García Medina, 1896: 46). Este acuerdo surgió de uno de los trabajos presentados al Congreso, escrito por Ricardo Amaya A., y que no fue publicado en las dos entregas de los Anales. En él se proponía que nadie pudiera ejercer medicina sin un diploma de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional o de las escuelas de medicina de las universidades oficiales extranjeras, previa validación de su diploma por la Universidad Nacional. También se establecían las penas por las infracciones a esta ley. El trabajo de Amaya fue publicado luego en la Revista Médica de Bogotá en 1894 (Amaya Arias, 1894: 11-13), pero acompañado de una propuesta más extensa elaborada por Carlos E. Putnam, de un proyecto de ley para reglamentar el ejercicio de la medicina en Colombia, que incluía la aceptación de diplomas de las otras facultades de medicina del país (Putnam, 1894: 2-11). Este es un ejemplo más de que la Academia de Medicina intentaba desempeñar funciones como órgano impulsor de una medicina estatal. En segundo lugar, el Congreso resolvió solicitar al Gobierno la creación de un gabinete bacteriológico, “indispensable hoy para resolver todos los problemas relacionados con nuestra Patología, y cuya solución es de la mayor importancia para la terapéutica y la profilaxis” (García Medina, 1896: 46). La última sesión del Congreso se dedicó especialmente al estudio del asunto de los lazaretos, tan importante en ese momento para el país: Todos los miembros del Congreso, excepto dos, reconocieron el contagio de la lepra griega, y todos, aún los dos que opinaban en contra del contagio, admitieron como urgente necesidad que se impone, el establecimiento de verdaderos lazaretos, para detener los progresos, ya alarmantes, que la lepra hace día por día entre nosotros (García Medina, 1896: 46).

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Esto no significa que en Inglaterra no se hubiera pensado antes en una medicina estatal al estilo alemán o en una medicina urbana como la francesa. Edwin Chadwick se había inspirado en los métodos alemanes para algunos de sus proyectos, desde 1840, y Ramsey escribió un libro titulado Health and Sickness of Town Populations, en 1846, siguiendo los lineamientos de la medicina urbana francesa (Foucault, 1978a [1976]: 53). Para una revisión de las ideas educativas de Núñez, ver sus ensayos (Núñez, 1994c [1874]: 202-209; Núñez, 1994d [1874]: 228236; Núñez, 1994e [1874]: 246-256; Núñez, 1994f [1874]: 219-227; Núñez, 1994g [1874]: 210-218). En el Estado “liberal-oligárquico”, al que Gramsci denominó “económico-corporativo”, el grupo dominante no supera sus intereses económicos y, por tanto, no incluye los intereses de los grupos sociales subalternos. Al faltar el consenso de los sectores subordinados, este Estado sólo puede sobrevivir a partir de la coerción económica y la actitud política autoritaria (García, J. C., 1994 [1982]: 99). “Acta de la Sesión de la Junta Central de Higiene del día 27 de Septiembre”. Revista de Higiene. Año 2(15), octubre 31 de 1889: 433-434. “Acta de la Sesión de la Junta Central de Higiene del día 12 de Marzo 1888”. Revista de Higiene. Año 2(17), diciembre 30 de 1889: 495. “Acta de la sesión del 14 de Agosto de 1894”. Revista Médica de Bogotá. Año 18(207), julio de 1896: 353. Según Márquez Valderrama, para 1883 y 1886 ya circulaban en Medellín dos textos, de carácter anónimo, que divulgaban las teorías y descubrimientos de Pasteur (Márquez Valderrama, 2005: 82, nota núm. 9). Quebrada que hoy pasa, canalizada y cubierta, por debajo de la Avenida La Playa. Boletín Industrial. Medellín. Año 7. Serie 2(549), noviembre 14 de 1876: 1655. Revista Industrial. Medellín. Año 1, trim. 1(1), agosto 14 de 1879: 4. Graduado en marzo 19 de 1886 como Doctor en Medicina y Cirugía en la Facultad de Medicina de Bogotá, aunque no había presentado su tesis de grado. El Promotor (en adelante: EP). Año 16, trim. 2, julio 10 de 1887: 2. “Sesión del 16 de mayo”. Revista Médica de Bogotá. Año 15(165-166), julio y agosto de 1891: 629. “Sesión del 28 de mayo”. Revista Médica de Bogotá. Año 16(175-176), julio y agosto de 1892: 157. Congreso Médico Nacional. Anales de la Academia Nacional de Medicina. Tomo 1, entrega primera. Bogotá, Imprenta de La Luz, 1893. Congreso Médico Nacional. Anales de la Academia Nacional de Medicina. Tomo 1, entrega segunda. Bogotá, Imprenta de La Luz, 1894. La mayoría de los pacientes del Lazareto no estaban de acuerdo con la teoría de la infección y por eso daban el consentimiento para que sus hijos fueran inoculados (Obregón Torres, 2002: 192). J. Hericourt y Charles R. Richet publicaron un artículo en 1888, en el cual relataban el experimento de inyectar a un animal una sustancia para que el cuerpo de este produjera un antídoto contra dicha sustancia. A la sustancia inyectada se le llamó “antígeno” y a la producida, “anticuerpo”. Si se inyectaba una bacteria, se producía un anticuerpo que protegería contra ella, evitando una infección futura. Aunque estos investigadores fracasaron en sus intentos por preparar sueros inmunes contra la tuberculosis y la sífilis, Emil von Behring y Shibasaburo Kitasato prepararon sueros efectivos contra el tétanos y la difteria. Esto hizo pensar en su posible eficacia en la lepra (Obregón Torres, 2002: 193). Manifestación al Doctor Carrasquilla. El Heraldo. Bogotá. Núm. 581, diciembre 8 de 1895. Osorio, Nicolás; Rueda, Miguel; Michelsen, Carlos; Esguerra, Carlos & Herrera, Juan David. Informe de una comisión de la Academia Nacional de Medicina sobre un proyecto de reorganización de los estudios prácticos y experimentales en medicina. AGN. Sección: República. Fondo Ministerio de Educación. Tomo 117. Folios 53-66. 1897. Ibíd.: Folio 66. Ibíd.: Folios 54-55. EP. Editorial, noticias y comentarios. Año 5. Núm. 2, 1885: 4. Arturo Commelín, Guillermo Donado, Francisco Donado, Eusebio de la Hoz, Eugenio de la Hoz, Nicanor Insignares, Belisario Laza, Manuel Lamadrid, Manuel S. Manotas, Antonio J. Márquez, Bolívar J. Núñez, Antonio Pantoja, José M. Sojo, Ramón Urueta, Julio A. Vengoechea, Enrique Vega y José Xiques. Decreto 116. Diario Oficial. Núm. 6956, 1887: 186-187. Archivo Regional de Boyacá (en adelante: ARB). EP. Año 15, trim. 3. Agosto 22 de 1885. EP. Año 15, trim. 3. Septiembre 12 de 1885. Gaceta Médica. Serie II(20), 1897: 329. El Estandarte. Semanario de variedades. Año 1. Núm. 1, diciembre 4 de 1904. Instalación de la Sociedad Médico-Quirúrgica de Boyacá. Alcance a El Boyacense. Núm. 933, 1899: XXIII-XXVIII. Nótese la denominación: ya no se trata de “pobres enfermos” sino de “enfermos pobres”. Es fundamentalmente un hospital para enfermos y no sólo para pobres. Itálicas fuera del texto original. “Ordenanza 25 por la cual se organiza y auxilia los establecimientos de Beneficencia”. El Boyacense (en adelante: EB). Núm. 133, 1881: 1061. “Ordenanza 10 sobre Beneficencia”. EB. Núm. 268, 1890: 2141-2143. Informe del Gobernador de Boyacá a la Asamblea Departamental. Informe del Síndico del Hospital de esta Ciudad. AGB. (1898). Libro 1892-1898: 21-25. “Acuerdo Departamental 9 sobre administración del Hospital de Tunja (1907)”. EB. Núm. 1453: 1155-1156. La Conferencia de San Vicente de Paúl de Tunja fue creada en abril de 1887, con 45 miembros. Constaba de cinco secciones: mendicante, hospitalaria, limosnera, docente y catequista. En junio de 1888 obtuvo del gobierno la personería jurídica (Correa, 1948: 247). Hoy avenida Caracas con calle primera.

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Barberi, José Ignacio. Carta al público bogotano. Febrero 24 de 1897. Archivo de la Dirección del Hospital de la Misericordia (en adelante, ADHM). Álbum de documentos de la familia Barberi. Copia amablemente cedida por el doctor Mauricio Barberi, director del Hospital. El Progreso. Julio 26 de 1897. Barberi, José Ignacio. Discurso pronunciado en el acto de colocación de la primera piedra del Hospital de la Misericordia. El Progreso. Julio 26 de 1897. ADHM. Copia amablemente cedida por el doctor Mauricio Barberi, Director del Hospital. Donde hoy está el Hotel Tequendama. Coronado transcribió estas lecciones para los médicos colombianos en un artículo titulado Apuntaciones sobre las enfermedades nerviosas, tomadas en la Salpêtrière, durante el mes de diciembre de 1877 (Coronado, 1878). El término “Monomanía” equivalía aproximadamente a lo que hoy se denomina como esquizofrenia (Rosselli, 1968: 163). Hoy, confluencia de las calles Palacé y Junín. La Junta estaba conformada por Antonio Roldán (Presidente), Leopoldo Medina, Nicolás Esguerra, Enrique Restrepo García, Abraham Aparicio, Evasio Rabagliati, Leonidas Posada Gaviria y Guillermo R. Castrillón. Participaron, además, los médicos Santiago Samper, Nicolás Buendía, Lisandro Reyes y José María Montoya (Sotomayor Tribín, 1997: 226). Esta brigada sanitaria estuvo compuesta por los médicos Francisco A. Barberi, José J. Serrano, Guillermo Forero B., Manuel Forero, Celso y Miguel Jiménez López, Miguel García Sierra, Vicente Borrero, Emilio García, Jesús Rivera, Manuel Rojas, Leopoldo Delgado, Carlos Zea Fernández, Manuel Arango, Alejo Pérez, Luis Fernando Otero, Carlos Díaz, Clímaco Abadía, Alejandro Londoño y David Pérez (Sotomayor Tribín, 1997: 266). El Ministro de Gobierno transcribe el oficio Nº 195 y que le dirigió el Gerente del Ferrocarril de la Sabana referente a un telegrama del Jefe de Estación de Facatativá pidiendo se aísle a los enfermos de viruela que haya en aquella población. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 24-25. 1900. El Ministro de Gobierno transcribe un telegrama que le dirigió el Jefe Civil y Militar de Santander relativo al envío de virus vacuno para el ejército. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 30-31. 1900. El Ministro de Gobierno solicita que se envíe virus vacuno suficiente a los Departamentos de Boyacá y Santander. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 32-33. 1900. El Ministro de Gobierno transcribe un telegrama del Jefe Civil y Militar de Guanentá relativo a que en aquella población se ha presentado la viruela y solicita el envío de virus vacuno para evitarlo. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 34-35. 1900. Molina, Joaquín. El Subsecretario de Gobierno transcribe un oficio del Secretario de Gobierno del Departamento de Antioquia en el que pide virus vacuno para aquel Departamento. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 36-37. 1900. El Ministro de Gobierno transcribe un telegrama que el Jefe Civil y Militar de la Provincia del Socorro le ha dirigido pidiendo vacuna. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 42-43. 1900. El Ministro de Gobierno transcribe un telegrama dirigido del Puente Nacional comunicando que la viruela ha invadido aquella población, y pidiendo vacuna y lancetas. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 38-39. 1900. Quintero, Guillermo. El Ministro de Gobierno transcribe el telegrama del Jefe Civil y Militar de Antioquia pidiendo una cantidad de tubos de vacuna. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 53-54. 1900. El Ministro de Gobierno remite un oficio del Director de la Policía Nacional en solicitud de virus vacuno. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 55-56. 1900. El Ministro de Gobierno transcribe el telegrama que el Secretario de Hacienda de Antioquia dirige a ese Ministerio sobre envío de virus vacuno. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 1. Carpeta 1. Folios 62-63. 1900. El Ministro de Guerra pide mil tubos de vacuna para servicio del ejército. AGN. Sección Archivo Anexo 2. Fondo Ministerio de Instrucción Pública. Serie Salud Pública: informes. Caja 2. Carpeta 1. Folio 30. 1900. Decreto 3. EB. Núm. 968. 1899: 1426. Quinquenio: así se ha llamado el periodo presidencial del General Rafael Reyes. Lugar y casa que hoy es sede de la Facultad de Música de la Universidad de los Andes. El ambiente de estos sanatorios de montaña fue recreado magistralmente por Thomas Mann en su novela La montaña mágica. Hoy carrera séptima. Hoy carrera trece. Hoy carrera catorce o avenida Caracas. Franco Franco, Roberto. Notas de clase. París. Fotocopia en archivo personal de Emilio Quevedo. Fondo Fiebre Amarilla. 1902. En los libros de registro de la Escuela de Medicina Tropical de Londres aparece Roberto Franco. Allí estuvo sólo cuatro meses y no obtuvo ningún título. Students’ Registration Book, 1899-1904, vol. 1, London School of Hygiene and Tropical Medicine – LSHTM, Londres. Calderón, Luis Felipe, Carta del Rector de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales, Luis Felipe Calderón, al profesor de Clínica de Patología Interna, 1a Seccion, Ismael Gallego B. Febrero 21. Archivo Satélite. Facultad de Medicina. Universidad Nacional de Colombia. Copiador de Correspondencia, 1899-1906. Caja 86. Carpeta 795. 1905. Federico Lleras Acosta había sido discípulo de veterinaria de Claude Vericel y había aprendido con él las técnicas de la moderna bacteriología.

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