Viendo el fuego desde la terraza © 2020 Panamericana Editorial

Page 1

Jairo Buitrago

Viendo el fuego desde la terraza Ilustraciones

Israel Barrón



Jairo Buitrago

Viendo el fuego desde la terraza Ilustraciones

Israel Barrón


Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., junio de 2020 © 2020 Jairo Buitrago © 2020 Panamericana Editorial Ltda. Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000 www.panamericanaeditorial.com Tienda virtual: www.panamericana.com.co Bogotá D. C., Colombia

Editor Panamericana Editorial Ltda. Edición Luisa Noguera Arrieta Ilustraciones Israel Barrón Texturas www.pngtree.com Diagramación Martha Cadena, Luz Tobar

ISBN 978-958-30-6095-3 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia


Otra vez Bogotá (un año después)

¡Hey! ahora, no sueñes con que se ha terminado. Cuando llega el mundo, vienen, vienen a construir un muro entre nosotros. Sabemos que no ganarán.

Suena Crowded House en la radio. Mientras miro por la ventana. ¿Cuánto se puede crecer en un año? Tal vez mu­ cho, pero de otra forma, y prefiero decir crecer, que madurar, porque yo ahora siento que después de lo que pasó no soy el mismo. Sergio y yo regalamos nuestros juguetes; bueno, mi mamá nos obligó a hacerlo, pero también escon­ dimos algunos debajo de la cama, no nos pusimos de acuerdo, simplemente cada quien fue haciéndolo si decirle al otro. Al final teníamos un montón otra vez.

99



Jairo Buitrago

Mi primo Sebastián de seis años se quedó con el Mazinger Z, lo miró un rato con extrañeza, pero Ser­ gio pacientemente le explicó quién era. Lo vi irse por la puerta del apartamento arrastrado por Sebastián, y sentí algo raro, una opresión en el pecho, posible­ mente nostalgia. Mi mamá se acercó una tarde y me mostró una foto. La había encontrado en su escritorio. Sergio y yo dándole de comer a las palomas de la Plaza de Bo­ lívar cuando éramos pequeños, los dos muy abriga­ dos, con bufandas de colores y gorros de lana. Atrás se veía intacto el Palacio de Justicia. Ahora en ese lugar solo quedaba un agujero inmenso. Miré la foto un buen rato tratando de recordar ese día, Sergio y yo conocíamos tanto esas calles y esa plaza, pero ya nada era igual. Ahora los dos ya no pasábamos tanto tiempo juntos. Sergio se iba al cine solo. Las últimas veces ni siquiera me lo comentó, se despedía en la puerta con un gesto. Y yo me quedaba viendo por la venta­ na hacia los cerros. Luego me enteré de que había visto Silverado, Invasores de Marte y El tren del escape sin mí. También fue a su primer concierto de New Wave invitado por nuestro taxista Daniel Aré­ valo Hincapié, en un local a dos cuadras de la casa;

101


Viendo el fuego desde la terraza

se había vuelto loco con el sonido de los sintetizado­ res. Pudo ver dos canciones y los organizadores los sacaron porque tal vez era el más bajito. Me lo contó en la noche mientras conversábamos. También él creció, es decir, había madurado aunque no tanto como yo. Convenció a mis papás de que le compraran un teclado Casio de los que anun­ ciaban en los periódicos y con los audífonos puestos se sentaba a practicar todas las tardes. A veces ha­ blábamos de lo ocurrido. De que ese fin de año había sido el más triste de nuestras vidas. Unos días des­ pués del incendio, un volcán estalló y sepultó un pueblo entero. Yo veía todo en la televisión, porque me quedaba en casa sin ir al colegio. También pasó el cometa Halley, pero nadie en mi casa lo vio. A veces cuando no se daba cuenta de que lo mi­ raba, mi hermano también se quedaba un buen rato frente a la ventana de la sala. Quien sabe, a lo mejor él también a su manera extrañaba a Manuela. Yo sí que la extrañaba. Salía a caminar por la séptima y llegaba hasta la plaza; podía recordar cada detalle de ese día. Reco­ nocía algunos rostros, gente que vivía alrededor del lugar, el año terminaba y esos meses eran helados.

102


Jairo Buitrago

Me atrevía a caminar frente a su casa. A la casa de sus abuelos. Y me detenía ahí en la acera y no hacía nada. Solo mirar la puerta de madera. Abajo en la plaza el espacio del Palacio de Justi­ cia estaba acordonado, y la gente caminaba sin de­ tenerse. Yo tampoco quería detenerme mucho allí. Caminaba unas cuadras hacia arriba y entraba a la biblioteca. Hace apenas unos meses había des­ cubierto la biblioteca. No hay nada mejor, pensaba, que alguien nuevo en un lugar inmenso repleto de libros, y mapas y revistas. Ahí me sentía bien, me re­ fugiaba también del frío y la llovizna. Leía sobre lo que ocurría, tratando de retener lo que podía, tra­ tando de entender lo que hace un año no había com­ prendido, que mi país estaba en conflicto desde que mis abuelos eran pequeños. La prensa decía que era el único país que sin tener guerra civil, padecía del mayor índice de vio­ lencia del mundo. Yo ya no estaba tan seguro de que no estuviéramos en guerra. Me sentaba en las am­ plias salas iluminadas y tranquilas a leer noticias, a revisar archivos de periódicos en pantallas. Pero yo no era tan listo como Sergio, no podía recordar, nombres ni fechas. A lo mejor no me importaban.

103


Este día de comienzos de noviembre es raro, ocurrirán cosas importantes y el mundo de Gabriel se sacudirá. Con el trasfondo de una ciudad en guerra, el sueño parece hacerse realidad: podrá hablarle, pasar un rato con ella, conocerla y comprender que nada es un hecho seguro, que la vida nos sorprende de maneras inesperadas.

www.panamericanaeditorial.com ISBN 978-958-30-6095-3


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.